El misterio de los siete goles en propia puerta
Capítulo 31
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Era un escenario enorme.
Había pantallas gigantes donde pasaban anuncios de la consola Cronos 3 y de los nuevos juegos.
En muchas imágenes aparecía, cómo no, Luccien metiendo goles.
En el escenario estaban en ese momento los jugadores del Cronos, firmando autógrafos y portadas de los videojuegos a otros niños.
Nihal cruzó una mirada conmigo. No sé si era una sonrisa exactamente, pero pareció alegrarse de verme.
Griselda Günarsson, la relaciones públicas, era la que dirigía todo y les decía dónde debían colocarse, y los movía de acá para allá como si fueran muñecos.
Cerca de allí, apartado y con cara de malas pulgas, estaba Habermas, el entrenador.
Anotó algo en su libreta negra y dijo:
—Hummmm.
A los jugadores del resto de equipos nos habían puesto en una esquina, y por lo visto lo único que teníamos que hacer era sonreír y estar allí como unos pasmarotes.
—¿Cuándo vamos a subir a las atracciones? —preguntó Toni.
—¿Y cuándo vamos a comer algo? —preguntó Torneo.
—Haced el favor —dijo mi madre.
Teníamos a los jugadores del Colci muy cerca, apenas a unos metros.
En medio de ellos estaba Maxi.
Todos le estábamos mirando. Sin decir nada. Pensando que quizá era el momento de hablar con él.
En ese momento, nos llamaron para subir.
Sonó una música y los nueve entramos en fila en el escenario. El presentador del evento dijo que la final era «David contra Goliat, si Goliat fuera del tamaño de un Transformer», y todo el mundo se río mucho.
Nosotros sonreímos sin saber qué hacer ni qué decir.
Aunque, por lo visto, no teníamos que hacer ni decir nada. Solo estar allí mientras el presentador seguía diciendo tonterías.
—Mira, se van, se van —dijo Helena.
Los del Colci ya habían hecho su ronda de fotos y ahora se marchaban, supongo que a montar en las atracciones.
—¿Podemos bajar ya? —pregunté yo.
Pero el padre de Camuñas se puso muy serio y dijo que nos teníamos que quedar arriba para hacernos fotos con los del Cronos, como cuando nos dieron las botas.
—Al fin y al cabo, sois los finalistas del torneo —dijo.
Al terminar, habíamos perdido de vista a Maxi y el resto del equipo local.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Marilyn.
—Tenemos que encontrarlos. Quizá no tengamos otra oportunidad de hablar con Maxi —dijo Helena.
—El parque es grandísimo. ¿Tenéis un satélite o algo así para encontrarlo? —preguntó Toni.
Yo miré hacia arriba. y tuve una idea.
—Un satélite, no, pero hay un sitio desde donde se ve todo —dije, y señalé una atracción: El Síncope.
—Yo en esas cosas me mareo —dijo Angustias—. Vaya comprar un poco de algodón dulce, y luego os veo.
—Yo voy contigo, que necesito azúcar —dijo Tomeo.
—Yo también —dijo Ocho.
—Mejor subid vosotros, Pakete, y luego nos contáis —dijo Anita, y se fue detrás de ellos.
Quedábamos cinco: Helena, Marilyn, Camuñas, Toni y yo.
—¿Vamos?
—Vamos.
El Síncope funciona como un péndulo.
Va girando de un lado a otro, y al final de la barra te sientas en un disco.
Desde un extremo al otro sube muy alto, casi a cuarenta metros sobre el suelo, y desde ahí se veía todo el parque.
—Fijaos bien, eh. Hay que encontrar a los del Colci.
Allí estábamos los cinco sentados.
Mirando para todos lados, sin prestar atención a lo alto que estábamos subiendo.
Por fin llegamos arriba del todo, y Camuñas señaló un punto.
—¡Mirad, mirad!
—¿Los has encontrado? —pregunté yo.
—¡No, pero ahí está mi padre!
Efectivamente, vimos a Quique Camuñas hablando y riéndose con Griselda, la rubia relaciones públicas de Dream.
—¿Y eso qué? —preguntó Marilyn.
Camuñas se encogió de hombros.
—¡Mirad, ahí están los del Colci! ¡Van a entrar al Laberinto del Minotauro! —dijo Helena.
El chándal naranja de los del Colci era inconfundible.
—¡Eso es, buen ojo! —la felicitamos todos—. Ahora vamos a baj… ¡¡¡ahhhhh!!!
Aquí va un pequeño consejo.
No hay que subirse nunca a una atracción si no sabes exactamente cómo funciona.
El péndulo empezó a inclinarse ya girar.
El disco giraba a noventa kilómetros por hora.
Además, el péndulo se balanceaba de un lado para otro hasta que nos quedábamos casi en horizontal.
A los pocos segundos, todo se movía de un lado a otro, y yo pensaba que la tripa se me iba a salir por la boca.
Parecía que aquello no acabaría nunca.
Me sentía como si estuviera dentro de una batidora, y dentro de una batidora te pasan muchas cosas por la cabeza.
Vi a Helena.
A Nihal.
A mi padre dentro del coche de policía. El patio de mi colegio.
Un balón entrando en la portería. Otro balón… y otro más.
Creía que me iba a desmayar. Por suerte, El Síncope se detuvo. Al fin.
Bajamos los cinco completamente mareados y con la cara blanca.
Pero al menos sabíamos dónde estaba Maxi.