El misterio de los siete goles en propia puerta

El misterio de los siete goles en propia puerta


Capítulo 36

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La isla de Tabarca tiene 30 hectáreas, la temperatura media en todo el año es de 17 grados, y actualmente tiene 61 habitantes.

Eso es lo que ponía en el folleto que te daban al llegar. Al final cogimos el siguiente ferry.

Subimos mi madre, el padre de Camuñas y los siete del equipo que nos habíamos quedado en el puerto.

—¿Pero cómo es que se han ido Helena y Toni solos? —preguntó mi madre.

—Porque solo teníamos dinero para dos —dije.

—¿Y no me podías haber llamado antes? —insistió mi madre—. El móvil te lo he dado solo para emergencias, pero para una cosa así también me puedes llamar, Pakete.

—Bueno, lo importante es que aquí estamos —dijo el padre de Camuñas.

—Exacto —dije yo.

Pensé que si le contaba toda la verdad a mi madre, se iba a pensar que estábamos locos.

En cuanto llegamos a la isla, salimos disparados.

Mi madre y el padre de Camuñas se quedaron en el único restaurante que había, debajo de un toldo, tomando unas cañas.

—Tened cuidado con el sol —dijo mi madre.

—Y no corráis, que es peor —dijo Quique.

Pero ya no los oímos. Habíamos salido corriendo.

—Tenemos que encontrarlos antes de que sea demasiado tarde —dije.

—¿Y por qué va a ser demasiado tarde? —dijo Camuñas.

—Pues porque no es bueno que estén solos tanto tiempo —dije sin pensar.

—Pero si Alicia y Felipe son novios desde hace mucho, y pasan mucho tiempo solos y…

Entonces Camuñas se quedó callado.

—Un momento —dijo—. Tú no estabas hablando de Alicia y Felipe.

—Pues claro que estaba hablando de ellos, qué tontería.

—Tú estabas hablando de Helena y Toni.

—No sé por qué dices eso.

Pero Camuñas ya no dio su brazo a torcer.

—¿Estás celoso de Toni?

Yo empecé a reírme.

—Sí, hombre, celoso. Ja ja ja, lo que me faltaba. Camuñas se encogió de hombros.

—Estás celoso —dijo.

—¡Allí están! —dijo Marilyn, que iba por delante de nosotros, con el resto del grupo.

—¿Quién? —pregunté.

—Pues quién va a ser: Alicia y Felipe —dijo ella. Tabarca es una isla muy pequeña.

Así que yo creo que es imposible perderse.

Estábamos dando la vuelta a la isla buscando a Alicia y Felipe, y de paso, a Helena y Toni, claro y allí los teníamos.

Justo delante de nosotros.

Nos escondimos detrás de unas rocas, y vimos a Felipe y Alicia muy nerviosos, mirando a todas partes. Salían de una pequeña iglesia. Iban los dos hablando con un hombre muy bajito, calvo y con la nariz muy afilada.

—¿Una iglesia? ¿Qué hacen en una iglesia? —pregunté.

—Los mayores criminales del mundo cierran los tratos en las iglesias —dijo Tomeo.

—¿Dónde has oído eso? —preguntó Anita.

—En las películas de la mafia —respondió él, muy seguro, como si fuera un experto.

Entonces Alicia sacó un sobre del bolso y se lo dio al hombre que los acompañaba.

El calvo cogió el sobre y miró su interior.

—Es dinero, seguro —dijo Torneo.

—Puede ser cualquier cosa… dijo Ocho.

—A lo mejor no están haciendo nada malo. ¿Desde cuándo es delito ir a la iglesia? —dijo Marilyn.

—¿Y el sobre?

—¿Qué pasa? Puede ser un donativo.

—O puede ser dinero para un chantaje.

—O para comprar un partido —dije yo.

Todos me miraron.

No sé por qué dije eso.

Fue lo primero que me pasó por la cabeza.

—Sí quisieran comprar un partido, no vendrían hasta una iglesia de Tabarca —dijo Marilyn—. No tiene sentido.

—Si quieres que nadie te vea, es el sitio perfecto —insistió Tomeo. Mientras hablábamos, Felipe y Alicia se despidieron del hombre y se marcharon en dirección al muelle.

¿Ya está?

Cuando parecía que ya no íbamos a descubrir nada más… Sucedió lo último que nos podíamos imaginar.

Alguien más salió de la iglesia.

Un hombre al que todos conocíamos de sobra. Jochen Habermas.

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