El misterio de los siete goles en propia puerta
Capítulo 38
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Algunos equipos de fútbol entrenan a puerta cerrada.
Para que el rival no vea sus tácticas ni las jugadas que tienen preparadas.
Sobre todo, cuando tienen un partido importante. Los del Cronos nunca entrenan a puerta cerrada. Siempre están abiertos al público.
Son tan buenos que pueden enseñar todas sus tácticas, sus estrategias a balón parado, todo, y aun así volver a hacerlas durante el partido, y que les salgan bien.
Cada entrenamiento suyo es un espectáculo.
Casi siempre hay más espectadores viendo sus entrenamientos que en los partidos oficiales de otros equipos.
Mientras ellos entrenaban en el campo principal, con cientos de personas en las gradas, nosotros lo hacíamos en un campo mucho más pequeño, sin gradas ni público.
Ellos eran el Granos.
El equipo más famoso del mundo, y nosotros, solo un equipo de un pequeño pueblo.
Fue seguramente el entrenamiento más raro de nuestra vida. Felipe y Alicia nos hicieron preparar un montón de jugadas. Corríamos.
Ensayábamos la jugada.
Volvíamos a correr, y la ensayábamos otra vez. Ellos decían: «Más, más, más». Después, otra jugada.
Y venga a repetir: «Más, más, más».
Parecía que este último entrenamiento antes del partido se lo habían tomado muy en serio.
Acabamos agotados.
—Yo no sé si es bueno correr tanto el día antes del partido —dijo Torneo, que estaba tan rojo del esfuerzo que parecía a punto de explotar.
—Yo estoy mareado —dijo Angustias.
—Tú siempre estás mareado. Eso no cuenta —dijo Marilyn.
Durante el entrenamiento, en realidad estábamos más pendientes de Alicia y Felipe que de las jugadas en sí.
¿Qué tramaban?
¿Qué hacían con Habermas en la isla de Tabarca? ¿Por qué parecían tan nerviosos?
Al terminar el entrenamiento, fuimos al vestuario a cambiarnos. Mientras caminábamos por el pasillo, prácticamente a rastras, vimos aquella puerta.
Parecía una puerta normal y corriente. Estaba pintada de verde.
Tenía un número pintado: 8, y lo más importante de todo: estaba abierta.
—Mira —le dije a Camuñas.
—¿Qué?
—La puerta esa —insistí—. Está abierta.
—Pues muy bien —dijo Camuñas.
—¿Pero no te das cuenta?
—¿De qué?
—¡Es la puerta del Cronos!
Camuñas miró la puerta, luego me miró a mí, y por fin comprendió.
—¡La puerta del Granos! —dijo.
—Shhhhhhhhhhhh —le dije para que bajara la voz.
Nos hicimos los despistados, y mientras el resto del equipo se metía en el vestuario con Alicia y Felipe, nosotros entramos en el vestuario del Cronos.
Aquello no estaba permitido, claro.
Pero nosotros no queríamos robar.
Solo queríamos encontrar pruebas.
—¿Pruebas de qué? —preguntó Camuñas.
—De lo que sea —dije yo.
Todo en aquel vestuario estaba perfectamente ordenado; no como en el nuestro, que la ropa y las botas estaban tiradas por cualquier sitio.
El logotipo de Dream aparecía por todas partes: en las mochilas, en la ropa colgada en las perchas … Incluso había un vídeo de Dream en una pantalla frente a las taquillas.
—¡Las taquillas! —dijo Camuñas al verlas.
En las taquillas es donde se guardaban siempre las cosas importantes.
—Ya, ya —dije—, pero habla más bajo si no quieres que nos pillen.
Empezamos cada uno por un extremo, abriendo las taquillas del Cronos.
—A lo mejor encontramos la libreta negra de Habermas —dijo Camuñas—. Según dicen, ahí lo apunta todo.
—Pero no sabemos cuál es la taquilla del entrenador —dije—. Ni siquiera sabemos si tiene una taquilla, ni tampoco si deja su libreta guardada en un sitio así…
—¡Pues sí! —dijo Camuñas.
—¿Que sí qué? —pregunté.
—¡Que sí todo!
Camuñas tenía una libreta negra en las manos. ¡La libreta de Habermas!
—¿Cómo la has encontrado tan rápido?
Camuñas se hizo el interesante y a continuación dijo:
—En la puerta de esta taquilla pone ENTRENADOR. Pues la verdad es que no había sido tan difícil.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó.
Miré la libreta, y estaba a punto de responder cuando, de pronto, escuchamos ruidos en la puerta.
Tal vez eran los del Cronos, que volvían de entrenar.
—Corre —dije.
Fuimos hacia la puerta, y allí nos encontramos de bruces con ella.
—¿Qué hacer aquí? —preguntó.
Camuñas y yo la miramos y sonreímos. Era Nihal.
—¿Qué hacer en vestuario nuestro? —volvió a preguntar ella.
—Pues qué vamos a hacer —dijo Camuñas tratando de improvisar—. Díselo tú, Pakete, dile qué hacemos aquí.
—Pues… nada —dije yo—, que nos hemos equivocado de puerta. Estábamos buscando nuestro vestuario, y ya ves…
Nihal me miró fijamente.
—Vestuario vuestro pequeño, el nuestro muy grande. Imposible confundir —dijo.
—Ya, eso sí —dije.
Y no sabía qué más decir.
Camuñas tragó saliva. Tampoco sabía qué decir. Nihal y yo nos miramos.
Ya he dicho que tiene los ojos muy negros, y cuando te mira muy seria te da un poco de miedo.
No sabía qué hacer.
Ni qué decir.
Si Nihal se chivaba nos podíamos meter en un problema muy gordo.
Oímos ruidos a lo lejos.
El resto del equipo del Granos ya estaba bajando las escaleras y entonces lo hice. Sin pensar.
Sin saber por qué. Me acerqué a Nihal…
… y le di un beso.
En la boca.
Ella se quedó paralizada, como si fuese lo último que esperaba en el mundo.
Después del beso, la miré y me encogí de hombros.
—¿Te ha molestado?
Pero Nihal no respondió.
Camuñas me dio un empujón.
—Ahora nos tenemos que ir —dijo Camuñas—. Vamos. y tiró de mí.
—Adiós —dije.