El misterio de los siete goles en propia puerta
Capítulo 39
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La libreta estaba llena de diagramas, alineaciones y dibujos. También había números y claves y muchas páginas escritas a mano. Solo había un pequeño problema.
—¡Está todo en alemán! —dijo Helena.
Todos estábamos alrededor de la libreta negra, mirándola como si fuera una especie de objeto mágico.
Habíamos subido a nuestra habitación del hotel para poder mirarla tranquilamente y ver si éramos capaces de encontrar algo útil.
—¿Alguien sabe alemán? —preguntó Marilyn.
—Yo sé inglés —dijo Anita, que siempre sacaba sobresaliente en las clases de inglés.
—Y yo francés —dijo Helena.
—Y yo sé un poco de gallego —dijo torneo, que siempre nos contaba que en agosto se iba al pueblo de sus abuelos en Galicia.
—¿Y eso para qué nos sirve? —dijo Camuñas.
—Para nada —dijo Toni—. Esta libreta no sirve para nada.
La verdad es que, por mucho que tuviéramos la libreta negra de Habermas, si no entendíamos lo que ponía, era igual que no tenerla.
Estábamos en el piso 44 del hotel Bali. El sol entraba por la ventana, y al fondo se podía ver el mar.
—Podríamos estar tranquilamente en la playa, en lugar de perder el tiempo investigando —dijo Angustias.
Tenía razón.
Creo que todos estábamos un poco desanimados. Al día siguiente teníamos la gran final.
El partido más importante de nuestra vida, y estábamos perdiendo el tiempo con estas investigaciones que, de momento, no nos habían llevado a ninguna parte.
—Mira, mira —dijo Ocho señalando la televisión.
En la tele de la habitación apareció una imagen de Luccien.
Parecía un informativo.
Cogí el mando y subí el volumen.
Mientras salían imágenes de archivo de Luccien, el locutor decía que, después de su misteriosa escapada del Cronos, cada vez había más rumores de que había fichado por un equipo de los grandes de Europa y que podía convertirse en el jugador más joven de todos los tiempos en debutar en una liga profesional.
Y hablaban del Real Madrid, del Manchester o incluso del equipo de su ciudad, el Paris Saint-Germain.
Pero la verdad es que eran rumores y nadie sabía lo que había pasado con él.
Después pasaron a otras noticias de fútbol.
Helena apagó la televisión. Parecía estar muy enfadada con Luccien.
—Bueno… Entonces, ¿qué hacemos con la libreta? —preguntó Camuñas.
—Podríamos intentar buscar un traductor —dije.
—¿Y dónde encontramos ahora alguien que sepa alemán y que nos quiera ayudar?
Todos nos quedamos pensativos.
Y entonces alguien llamó a la puerta. ¿Quién sería?
Tal vez la solución a nuestros problemas estaba detrás de la puerta.
O todo lo contrario.
Me acerqué despacio. La abrí y al ver a la persona que había allí, casi me caigo de espaldas.
Era mi padre, y no estaba solo.