El misterio de los siete goles en propia puerta

El misterio de los siete goles en propia puerta


Capítulo 41

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Hubo un murmullo general. Nos habíamos quedado con la boca abierta.

—¿Os vais a casar en la iglesia de Tabarca? —preguntó Helena.

—¡Qué romántico! —dijo mi madre—. Pues sí que os lo teníais calladito…

—Es que queríamos que fuera una sorpresa después del partido —dijo Alicia.

—¿Y el sobre que le disteis a aquel hombre? —pregunté yo—. ¿Y por qué decíais que había mucho dinero en juego? ¿Y qué pinta Habermas en la boda?

—Yo soy padrino —dijo Habermas—. Ellos pedido mí, y yo aceptado.

—Es el mejor entrenador del mundo —dijo FeIipe—. Le hemos pedido que sea nuestro padrino, y lo del dinero que nos oíste hablar es porque nos va a salir carísima la boda y la celebración y no sabíamos si hacer una ceremonia nosotros solos o qué —dijo Alicia—. Pero al final decidimos invitar a todos y tirar la casa por la ventana.

—O sea que el domingo, después del partido, todos a Tabarca —dijo Quique.

—¿Hay que ir de largo? —preguntó mí madre.

—Una boda —dijo Helena—. ¿Cómo no nos dimos cuenta?

Todo el mundo empezó a hablar de las bodas, y lo bonita que iba a ser la ceremonia en Tabarca, y todos le daban la enhorabuena a Alicia y Felipe, y de repente parecía que no había nada más que la boda.

—Perdón, señores, pero aquí estábamos para hablar de otra cosa —dijo mi padre.

De nuevo se produjo un silencio. y mi padre se puso muy serio.

—Todo eso de la boda me parece muy bien —dije yo—. ¿Pero qué pasa con Luccien? ¿Le estaban presionando para amañar el partido? ¿Por qué me dijo que íbamos a ganar la final? ¿Por qué se fue de repente?

—Por favor… —empezó Habermas—. Luccien es gran estrella y firmado por equipo grande, es su decisión. Yo y otros presionar para que él seguir en Cronos, pero no querer. Si dicho a ti que perder final, es su problema, yo no entiendo por qué hacer eso.

—Luccien me dijo que nosotros íbamos a ganar la final —insistí—. Y claro, con tantos goles en propia puerta, pensamos que nos estaban dejando ganar todos los partidos para amañar las apuestas.

—Bueno, jovencito, parece que Luccien dijo eso porque estaba enfadado con el Cronos, pero no es suficiente para acusar a nadie —dijo mi padre—. Lo que está claro es que todo lo demás os lo habéis imaginado vosotros solos.

En ese momento llamaron a la puerta.

Mi padre abrió y se puso a cuchichear con alguien que había al otro lado, mientras todos esperábamos impacientes a ver qué pasaba.

Por fin se abrió la puerta del todo y entraron en la habitación los dos hombres trajeados que habían estado merodeando por el torneo desde el principio.

—Los dos búhos —dijo Angustias en voz baja. Todos dimos un paso atrás.

Pero ellos dos se presentaron como si tal cosa. Por lo visto se llamaban Carriere y Scholl

—Carriere para servirles —dijo Carriere— y Scholl —dijo Scholl—, también para servirles.

Hablaban español perfectamente, no como Habermas, que cada vez que decía una frase parecía que tenía una bola de papel dentro de la boca.

Explicaron que eran del Comité de Ética Deportiva de la compañía Dream, y que su misión era investigar y garantizar la limpieza en todos los eventos deportivos en los que participaba el Cronos,

—Somos una especie de detectives del fútbol —dijo Carriere,

—Los detectives del juego limpio —dijo Schóll.

—Un poco igual que nosotros —dijo Camuñas.

Pero enseguida se calló, porque su padre le fulminó con la mirada.

—La compañía insistió en que investigáramos a fondo cuando se supo que la final del torneo entraría por primera vez en las casas de apuestas —siguió Carriere.

—Cuando empezaron los partidos y empezaron los goles en propia puerta, iniciamos una investigación —dijo Scholl.

«Igual que nosotros», pensé. Pero no lo dije.

—Entonces, los goles en propia puerta… —empezó de nuevo Helena.

—Fueron goles en propia puerta, sin más —dijo Scholl.

—No hay ninguna evidencia de que nadie lo hiciera a propósito —terminó Carriere.

¿Y ya está?

—Hemos visto los partidos repetidos —dijo Scholl—, hemos hablado con todos los implicados, hemos analizado todas las jugadas… y no hay nada raro. Ha sido pura casualidad. Esas cosas pasan a veces.

—Ya veis la que habéis liado —dijo mi padre. Habermas tomó la palabra.

—Quiero decir cosa. No solo llegáis final por goles en propia puerta y por suerte, sino por haber jugado como equipo de verdad y haber plantado cara a otros mucho mejores que vosotros —dijo—. De momento yo no denunciar por robo vuestro, pero a cambio quiero cosa.

Todos le miramos.

—¿Qué quiere? —dijo Marilyn, que era la capitana del equipo. ¿Qué podía querer Habermas de nosotros?

Camuñas y yo cruzamos una rápida mirada. ¿Qué nos iba a pedir?

—Que vosotros jugar la final como equipo —dijo Habermas—. Quiero un partido bueno y no quiero ganar fácil, quiero fútbol de verdad.

De repente, Habermas parecía otra persona. Alguien que se preocupaba por el fútbol, y no solo por pegar gritos y mandar.

—Es una buena oferta —dijo mi padre—. ¿Qué decís? Como nadie decía nada, di un paso adelante.

—Aceptamos —dije.

Mis compañeros asintieron.

—Aceptamos —dijeron Marilyn y Camuñas y todos los demás.

—Perdón por robar su libreta, señor —dije.

Habermas me puso una mano en el hombro y dijo:

—Mañana nos vemos en partido.

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