El génesis

El génesis


3 – El pecado original (Génesis 3, 1-24)

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3 – El pecado original
(Génesis 3, 1-24)

Hace su aparición en escena la Serpiente, el más pérfido de todos los animales y el primero de una larga lista de «malos» que para sí quisieran muchas películas del Oeste (¿o qué se creían, que El Libro se iba a limitar a decir tonterías doctrinales?). Curiosamente, aunque se suele asociar a la Serpiente con el Demonio, Leviathan, Lucifer, Mefistófeles, etc., etc. (el demonio tiene casi tantas denominaciones como Él; quizás por eso Jehovah lo mandó a freír espárragos —nunca mejor dicho— al infierno), en el Libro no hay mención alguna a su condición infernal, únicamente se dice que la Serpiente era enormemente astuta.

El caso es que Eva estaba aburrida (algo extraño, con la de cosas que a buen seguro podría hacer en el Paraíso) y la Serpiente aprovechó la ocasión para alentarle a que probase del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Aunque Eva se resistía, arguyendo que según Dios eso conllevaría la Muerte, la Serpiente, malignamente, le informó de que en realidad Él estaba temeroso de que, comiendo de los frutos del árbol, el Hombre y la Mujer adquirirían discernimiento y serían dioses, como Él. A pesar de los puntos débiles del argumento de la Serpiente (¿para qué querría el Supremo correr el riesgo de dejar de serlo por un estúpido árbol?), Eva demostró que, en efecto, carecía de discernimiento alguno, y probó el suculento fruto, acompañado de su marido, quien demostró poca iniciativa en todo el asunto (o tal vez Eva le amenazó con no satisfacer sus inocentes deseos carnales en caso de no secundarla en sus propósitos de comer, lo que, teniendo en cuenta que Adán tenía poco donde elegir, nos haría comprender un poco mejor la actitud del Hombre).

El efecto del Árbol fue instantáneo, y tanto Adán como Eva se ruborizaron al verse desnudos (el discernimiento, por lo visto, consiste en empezar a prohibirlo todo y edificar una rígida moral conservadora, lo que nos hace pensar que la curia católica debe llevar una dieta rica en manzanas), así que se hicieron unos taparrabos con hojas de higuera que no habrían conseguido el visto bueno de ningún diseñador (salvo Ágatha Ruiz de la Prada), y de esta guisa fueron descubiertos por Él, quien inquirió a Adán por qué habían comido la manzana de las narices. Adán, valientemente, le echó toda la culpa a Eva, y esta a la serpiente (quien, todo sea dicho, se había limitado a aconsejar), y la justicia de Yaveh no se hizo esperar:

La serpiente, la gran perjudicada de todo el proceso jurídico, fue condenada a arrastrarse sobre su vientre y comer polvo todos los días de su vida (¿?); además, la serpiente fue proclamada enemiga número 1 de la Mujer, lo cual, hay que confesarlo, es un castigo de peso. La Serpiente abandonó el Paraíso, suponemos que rumbo al País Vasco, donde años después sería el símbolo de un grupo de valientes asesinos luchadores por la libertad.

La Mujer tuvo un castigo, empero, casi más puñetero que el de la Serpiente: en primer lugar, a partir de ese momento sufriría horribles dolores durante el parto, para que aprendiese, y además su sino sería ser dominada por el hombre; podemos afirmar que el castigo del Todopoderoso fue enormemente eficaz hasta hace unos cuantos años, en que la aparición simultánea de las feministas y la anestesia dio al traste con el hermoso castigo divino.

El Hombre, por último, fue condenado a trabajar a lo largo de toda su vida por una mísera pensión de jubilación. Su sino sería ganarse el pan con el sudor de su frente (¿Cómo se ganaría antes el pan en el Paraíso, sin el discernimiento para fabricarlo? Misterios que Él no ha resuelto), y todo para acabar muriendo miserablemente, porque, como expresó el Único en un incisivo comentario, «polvo eres, y en polvo te convertirás».

A continuación, Él expulsó sin contemplaciones al Hombre y la Mujer del Paraíso y, acto seguido, puso a sus Guardias de Asalto particulares a custodiar el dichoso árbol. ¿Y saben por qué? Porque resulta que, después de todo, la Serpiente tenía razón, y Él, El muy cerdo, lo que no quería es que los humanos fuésemos como Él, para que nos pusiéramos a crear mundos, enviar pajaritos a entrevistarse con vírgenes y esas cosas tan exóticas. Miren este ilustrativo comentario que se hizo Él para Si: «El hombre ha llegado a ser como uno de nosotros en el conocimiento del bien y del mal. No vaya a ser que ahora extienda su mano, tome también del árbol de la vida, coma y viva para siempre». Joer, ¿Y por qué no es bueno, cacho egoísta? ¿Y a qué viene lo de «uno de nosotros»? ¿No se supone que Eras el Único? La verdad, o aquí hay cosas que no están nada claras, o los transcriptores del Génesis dejaron mucho que desear.

Pero es que, encima de negarnos un poco más de discernimiento, sólo un poquito, lo justo para acertar más a menudo en nuestras inversiones bursátiles, va el Tío y decide que la tontería de la manzana es un pecado que habrá de arrostrar toda la raza humana, es decir, que Usted y yo, por el mero hecho de haber nacido, ya somos unos mezquinos pecadores. De hecho, los católicos justifican el hecho de pasarse la vida rezando y yendo a misa con el cuento de que sólo así Dios podrá perdonarnos el terrible Pecado de nuestros antepasados. Por mi, pueden seguir rezando, que yo, por el momento, estoy demasiado ocupado escribiendo capítulos del Libro, especialmente ahora que empiezan todas las historietas que constituyen la parte más golosa de la Biblia: comenzamos, claro está, por «Caín y Abel».

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