El génesis

El génesis


6 – De Set A Noé (Génesis 5, 1-32, 6, 1-4)

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6 – De Set A Noé
(Génesis 5, 1-32, 6, 1-4)

Tras estos procelosos acontecimientos, la entonces todavía reducida Humanidad vivió momentos de tranquilidad. Y en consecuencia se obedeció de manera inexorable y con la eficacia que sólo un hombre desocupado puede proporcionar lo de «crecer y multiplicaros». La Biblia, con una intención informativa admirable, nos proporciona datos demográficos de gran interés, y así sabemos exactamente cuál es la línea directa de parentesco que va desde Adán y su hijo Set a Noé. Por supuesto, conocemos la línea paterna, pues las mujeres que engendraban a estos prohombres no merecen ninguna atención. Su labor, evidentemente, se limitaba a engendrar al por mayor a los hijos de los padres, y poco más. En cualquier caso lo que queda claro es que, poco a poco, el género humano va ampliándose. Nuestros ancestros son cada vez más y mejores, ya que a la extraordinaria fecundidad de los descendientes de Adán (la Biblia incluso pierde la cuenta y se limita a informar de que «Adán engendró hijos en hijas», «Set engendró hijos e hijas», «Enós (hijo de Set) engendró hijos e hijas»…). Al margen de la innegable calidad literaria del pasaje lo que sacamos en claro es que todos engendraron hijos e hijas en cantidades considerables.

Y no sólo la cantidad era mucha, sino que la calidad de la producción hijícola fue asimismo excelente. La sabia política de combinar la sangre en familia, mediante ayuntamientos de padres con hijas y éstas con sus hermanas, produjo una raza de excelente calidad. Y si no, contrasten la esperanza de vida media de la época con la actual. Sin tener médicos de cabecera ni medicamentos gratis en la jubilación Adán vivió 930 años, Set 912 años, Enós 905 años, Quenán (hijo de Enós) otros 910 años etc. Claro, entre lo mucho que vivían y que sus ocupaciones se reducían prácticamente a procrear, no es de extrañar que tuvieran mucha descendencia. El punto álgido de longevidad lo representa Matusalén, que vivió 969 años y, tras engendrar hijos e hijas, murió. A estas alturas, siete generaciones después de Adán, la población de la Tierra había aumentado considerablemente. Como consecuencia de esta terrible proliferación de seres humanos empezó a producirse un fenómeno terrible: las gentes ya no necesariamente fornicaban con sus hijas, hijos o hermanos para «engendrar hijos e hijas» y, claro, la pureza de la raza se resintió inexorablemente. Lamec, hijo de Matusalén, ya sólo es capaz de vivir 777 años (por eso el Boeing 777 es conocido familiarmente como el «Lamec»). El descenso de la esperanza de vida ha sido desde entonces una constante, hasta llegar a cotas incluso inferiores a los 100 años, nefasta consecuencia del mestizaje y el darwinismo.

Y es que la situación empezaba a ser crítica. La Biblia explica claramente lo que ocurre: «los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas y tomaron por esposas las que más les gustaron» (Génesis 6,2). Semejante indecencia, que se alejaba de los dictados morales más incestuosamente elementales, es la causa directa de que la esperanza de vida se vea drásticamente reducida a 120 años por castigo divino directo (Génesis 6,3). La falta de piedad de la humanidad por aquel entonces debía ser considerable, pues ni siquiera esa amenaza surtió efecto y el mestizaje siguió. No sólo eso, sino que por esa época, informa el Libro, había gigantes en la tierra, y también con ellos se fueron algunas mujeres. Este incipiente sexo interracial con señores dotados de órganos gigantescos y de color, que en consecuencia eran muy populares entre algunas mujeres, fue la gota que colmó el vaso. Incluso había niños mestizos correteando por la tierra y esas cosas no se pueden permitir.

Él se puso manos a la obra con rapidez para tratar de remediar este desmán. En el siguiente capítulo de la Historia encontramos al hijo de Lamec, Noé, uno de los pocos que conservaban sangre pura en sus venas.

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