El génesis

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12 – Viaje de Abram a Egipto y reparto de beneficios (Génesis 12, 10-20, 13, 1-18)

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12 – Viaje de Abram a Egipto y reparto de beneficios
(Génesis 12, 10-20, 13, 1-18)

Abram estuvo un tiempo en el Negueb, pero estas tierras, pese a la interseción del Señor, fueron asoladas por el hambre, así que Abram, cual trabajador español en los años 50, tuvo que emigrar a la tierra de las oportunidades: Egipto, en busca de alimentos y riqueza; a fin de cuentas, estando con él el Señor, ¿qué le podría ocurrir?

Pero Abram marchó a Egipto con Sarai, que por entonces aún no tenía 100 años y, en consecuencia, era mujer de singular belleza, para mojar pan, vamos, y Abram tuvo miedo de que los egipcios se la levantaran. Y díjole Abram a Sarai: «Mira que sé que eres mujer hermosa, y cuando te vean los egipcios dirán: “Es su mujer”, y me matarán a mi, y a ti te dejarán la vida» (Génesis 12, 11-12). Como Ustedes ven, los egipcios, por muy avanzados que estuvieran, aún tenían que aprender muchas cosas del Señor. Para evitar que los impíos egipcios le apiolasen para quedarse a su bella esposa, Abram simuló ser el hermano de Sarai, estratagema que dio buen resultados y reportó singulares dividendos a la casa Abram amp; co. El Faraón de los egipcios se enamoró de Sarai y la tomó por esposa, con la aquiescencia de Abram, su marido, mientras esta aprovechaba su privilegiada situación para medrar y hacer negocios como sólo un Elegido por el Señor sabe hacerlo: Mientras Faraón retozaba con Sarai día tras día, Abram se dedicaba a hacerse con bienes de todo tipo que engrosaran su hacienda.

Todo iba bien hasta que Yaveh se cansó de los abusos cometidos por Faraón con Abram y decidió enviarle una serie de plagas que destruyeron la práctica totalidad de las riquezas de Egipto (salvo las de Abram) para afear la conducta de Faraón; este, finalmente, percatándose de que estaba viviendo en pecado con Sarai, puesto que ningún lazo familiar le unía a ella, se la devolvió a Abram con estas agrias palabras: «¿Por qué me has hecho esto? ¿Por qué no me diste a saber que era tu mujer? ¿Por qué dijiste: Es mi hermana, dando lugar a que la tomase yo por mujer? Ahora, pues, ahí tienes a tu mujer; tómala y vete». Y rápido que se fue Abram con Sarai y todas las riquezas acumuladas durante su feliz estancia en Egipto; ¿y aún se preguntaba Faraón por qué le mintió Abram? Es obvio que se trataba de un trato excelente, especialmente teniendo en cuenta el peculiar concepto de la moralidad que, a la hora de la verdad, atesoraban la mayor parte de elegidos por el Señor: el concepto de la mujer pública fue, pues, inventado, entre muchas otras cosas, por Abram, si bien se trataba de una prostitución de lujo, no cualquier cosa, algo que sólo el Señor podía estar en disposición de ofrecer. Además, recuerden aquello de «Creced y multiplicaos», el Señor nunca especificó con quién. La única mancha que vemos en esta transacción por lo demás impoluta es la situación, nada envidiable, en que quedaba Faraón después de hacer negocios con los aliados del Señor; no sería la última vez que se sintiera engañado, como saben Ustedes unos siglos después el Señor volvería a engañar a los egipcios, como si de líderes de una alianza árabe contra el Estado de Israel se trataran.

Al salir de Egipto, Abram, que súbitamente se había convertido en un hombre muy rico, se dirigió hacia el Betel, en compañía de su hermano (según la Biblia) Lot, que era casi tan rico como él (pese a que el Libro no da noticias de que ofreciera a su mujer, que como Ustedes saben era muy salada, a los prohombres egipcios). Pronto comenzaron los problemas entre los empleados de ambos, puesto que tanto ganado y riquezas no cabían en un sitio tan angosto. Así que Abram tiró por la calle de en medio y, sin rencores, le expuso con franqueza a Lot la situación: «Lárgate de aquí» (con buenas palabras), le vino a decir, a lo que Lot obedeció con presteza. Y tratándose de alguien tan cercano a los postulados del Señor, no hizo sino dirigirse a la hoya del Jordán, lugar donde se asentaban dos hermosas ciudades, Sodoma y Gomorra, universalmente conocidas y en cuya búsqueda han peregrinado millones de admiradores de ABBA. Mientras tanto, Abram, que como Ustedes saben no daba un paso sin seguir las admoniciones del Señor, escuchó una más de las promesas que Yaveh le haría a lo largo de su larga vida. Como si de un político populista se tratara, el Señor aseguró a Abraham que su descendencia sería tan numerosa como el polvo de la Tierra (Abram se había afanado en contar las estrellas, promesa habitual de Él en cuanto a grandes cantidades se trata, y no había quedado demasiado impresionado), y le incitó a ponerse en marcha hacia Hebrón, tierra que, por lo visto, también iba a ser suya. Como ven Ustedes, Abram parecía un colono americano en el Oeste: tierra que pisaba, tierra que pasaba a ser suya, ganado, riquezas y habitantes del territorio incluidos; y si alguien le ponía algún problema, echaba mano de Sarai para ablandar voluntades, o del Señor para destrozarlas, y Santas Pascuas. Pero no todo iba a ser en la vida de Abram negociar para después mejor alabar al Señor: un verdadero Elegido por Él tenía que demostrar siempre y en todo lugar el perfecto funcionamiento de la parte más importante de su cuerpo, a efectos prácticos: es decir, Abram, ya que iba a «crecer y multiplicarse» más que el polvo, las estrellas, etc., tenía que echarle huevos. ¿Y qué mejor que una guerra para hacerlo? Lo veremos en nuestro siguiente capítulo.

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