El génesis

El génesis


13 – Abram «Curro» Jiménez (Génesis 14, 1-24)

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13 – Abram «Curro» Jiménez
(Génesis 14, 1-24)

Las cosas iban razonablemente bien en la Tierra Prometida, pero hete aquí que Abram se vio envuelto en una de las conflagraciones más sangrientas de la Historia: el enfrentamiento entre nada más y nada menos que nueve reyes. Por un lado, estaba Amrafel, rey de Senaar, Arioc, rey de Elasar, Codorlaomor, rey de Elam, y Tadal, rey de Goyim, es decir, si las cuentas no me fallan, cuatro reyes con sus respectivos ejércitos, de los cuales el que llevaba la voz cantante era Codorlaomor (a fin de cuentas era el que tenía más nombre de los cuatro); en el bando contrario, Bera, rey de Sodoma, Birsa, rey de Gomorra, Senab, rey de Adama, Semebar, rey de Seboyim, y por último Segor, rey de Bela. De ellos, el más importante, el que estaba detrás de toda la conspiración, como es obvio, Bera, rey de Sodoma. Estos últimos se rebelaron fundamentalmente del dominio de Codorlaomor, que por lo visto mandaba mucho por aquel entonces.

La Biblia, tan exhaustiva como siempre en según qué asuntos, particularmente en lo que concierne a ofrecernos todo tipo de datos geográficos que nadie puede descifrar, nos cuenta, a grandes rasgos, que Codorlaomor y los suyos dieron una auténtica paliza a Bera y sus aliados, que salieron notablemente escocidos; es más, no sólo perdieron la guerra sino que un montón de gente, nos cuenta el Libro, cayó en su huida en unos pozos de betún que vaya Usted a saber por qué estaban ahí (¿los habría puesto el Señor?).

Pero todo esto no tiene la menor importancia: aquí lo fundamental es que el felón de Codorlaomor no sólo expolió Sodoma y Gomorra (imagínense), sino que capturó a Lot, sobrino de Abram (¿pero no era el hermano? A veces parece que el Señor, tan permisivo como siempre en lo que se refiere a las relaciones con miembros de la familia, tiene pequeños lapsus), que habitaba en Sodoma, y se lo llevó prisionero con todas sus pertenencias. Habida cuenta de la manera que tienen los aliados del Señor de hacer negocios, nos figuramos que el botín debió ser esplendoroso.

Esto no podía quedar así, evidentemente; cuando Abram se enteró de la captura de su hermano/sobrino se encontraba hospedado, según la Biblia, «en el encinar de Mambré, el amorreo, hermano de Escol y de Aner, que habían hecho alianza con Abram» (nótese que Abram, pese a estar forrado merced a sus antiguos negocios con Faraón, no le hacía ascos a vivir de gorra, no sabemos si a cambio de ofrecerle su mujer a Mambré y sus hermanos en usufructo). No corto ni perezoso, Abram echó mano de sus 318 criados (una hacienda modesta, pero apañada) y se lanzó en persecución de Codorlaomor y los suyos. Con la ayuda del Señor, Abram no tuvo mayor problema en vencer a la coalición de los cuatro reyes (observen que los reyes de la Antigüedad no eran nada del otro mundo; 300 criados y pico vencen a cuatro ejércitos «reales»), salvando lo más importante, el botín de guerra, y accesoriamente a Lot y su familia.

En el retorno victorioso de las tropas de Abram y los suyos, se tropezaron con el rey de Sodoma, a quien Abram, cual si de un campesino medieval se tratara, le hizo ofrenda del diezmo de todo lo obtenido en la victoria. El rey de Sodoma, generoso (y libidinoso) como siempre, le ofreció a Abram quedarse con toda la pasta a cambio de cederle a todas las personas, no sabemos si como esclavos, como ciudadanos sodomitas que eran, o en calidad de qué, pero el caso es que Abram, generoso como siempre, se negó a aceptar ni la más mínima parte de lo recaudado sirviendo al Señor y sólo pidió que los que le habían acompañado, es decir, Mambré y sus hermanos, con los que tenía la susodicha Alianza, recibieran su parte.

Ahora comprendemos por qué Mambré le dejaba vivir a Abram y sus 318 siervos en su precioso encinar; iba a partes iguales en las obras de piedad (expolios, saqueos, rapiña) que acometía Abram. Pero nuestro hombre no sólo hacía alianzas con todo individuo de dudosa reputación que se le ponía por delante, sino también con el Señor, a cambio de favores carnales (no con el Señor, claro).

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