El génesis

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24 – La parentela (Génesis 25, 1-22)

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24 – La parentela
(Génesis 25, 1-22)

Abraham, tras las múltiples vicisitudes vitales que su relación con Sara le impuso, no logró encontrar reposo ni en la vejez ni en la viudedad. De hecho, con rapidez busca y encuentra una nueva esposa, Queturá. Injustamente olvidada, esta hermosa y desinteresada mujer puso todo de su parte para hacer triunfar la relación. Seis hijos tuvo la tercera y última hembra de Abraham si bien este entusiasmo procreador (sospechoso dado el provecto estado del supuesto padre y su incapacidad anterior para generar, por mucho que le fuera achacada a su esposa) no le ha permitido pasar a la Historia. Los descendientes de la unión Abraham-Queterá no interesan a nadie pues ni han protagonizado grandes masacres ni son reivindicados en la actualidad como línea directa de nada. Abraham, con buen ojo para la trascendencia a ojos de la Historia y la Teología, lo tuvo claro desde el principio y los larga lejos de su vista apenas van logrando valerse por sí mismos.

Esta tercera línea sucesoria de Abraham, convenientemente liquidada, no debe interesarnos mucho más. Condenados a la pobreza no volverán a dar el coñazo en nuestra historia. Mientras tanto, Ismael (línea sucesoria bastarda pero primogénita, recordemos que fue concebido con la esclava de Sara de nombre Agar) parece convivir con cierta afabilidad con su hermano (de vínculo sencillo pero hermano) Isaac. Ambos, mano a mano, entierran a su padre cuando este muere. Hermosa ceremonia funeraria que debió ser el último momento de paz en la región. Tras la inhumación Ismael recibe la justa recompensa a todos sus desvelos y es desheredado, ya que Isaac, en tanto que hijo legítimo, mereció todo el favor paterno. Entendemos que tanto Ismael como los doce linajes que de él descienden guarden un odio africano a los descendientes de Isaac, pues a fin de cuentas les dejaron sin un mísero mendrugo de pan que llevarse a la boca.

Mientras Ismael es enviado a la indigencia Isaac sigue la estela de su padre. Depositario de las tradiciones familiares (pacata beatería, cierta tendencia a la exageración teológica, visión salvífica de su existencia…) el hijo único de Sara opta por honrar como se merece la memoria de su madre. Tras dar rienda suelta a su desenfreno sexual con la afortunada Rebeca, llevando a cabo con ella todo lo que las leyes de Dios no le permitían realizar con su mamá, y pasado el inicial entusiasmo, Isaac percibe que las semejanzas de la muchacha con su madre van más allá de lo deseable: Rebeca es (también) estéril. Lamentable situación esta que obliga a intervenir (una vez más, lo que empieza a cuestionar seriamente la originalidad de la concepción inmaculada de la Virgen) al Altísimo. Al igual que hizo para darle vida Él intercede para dar a Isaac descendencia.

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