El génesis

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9 – La descendencia de Noé (Génesis 9, 1-29, 10, 1-32)

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9 – La descendencia de Noé
(Génesis 9, 1-29, 10, 1-32)

Una vez Noé y sus hijos habían conseguido reducir la diversidad de las especies a algo más o menos controlable, Dios, muy satisfecho, decidió edificar un Pacto con ellos y su descendencia, una alianza tan firme que ríase Usted de los pactos del Gran Hermano; básicamente, lo que tenían que hacer tanto Noé, a sus casi 700 años, como sus hijos Sem, Cam, y Jafet, era «procrear, procrear hasta llenar la Tierra con su descendencia». Lamentablemente, Dios en el futuro haría pactos de una índole bien diferente con sus siervos sacerdotes; la edad le había quitado la alegría orgiástica que, como ven Ustedes, le había caracterizado a lo largo de todo el Antiguo Testamento.

Básicamente, la argumentación de Dios era algo así como: «Ahora que he conseguido reducir toda la Humanidad a una sola familia, ahora que ya es científicamente imposible que estos salidos me forniquen entre personas provenientes de diversas familias, que Lo hagan, que Lo hagan sin cesar, pero que todo quede en la familia, como no podía ser menos». De esta manera, el incesto, piedra angular, como Ustedes ven, de toda la Teogonía cristiana, volvió a aparecer en el primer plano de la Creación.

¿Y qué ofrecía el Señor a cambio de estas relaciones incestuosas? Pues muy sencillo, convertir a Noé y sus descendientes en los amos de toda la Creación, autorizados para esclavizar, cazar y, en suma, exterminar a todos los animales de la Tierra que aún quedaban vivos después de los sacrificios al Señor (reseñados en el anterior capítulo). ¿Que para este viaje no hacían falta tantas alforjas? Pues sí, a nosotros también nos parece curioso empecinarse en salvar a «una pareja de cada especie» del Diluvio para después eliminarlos sin freno, pero como Ustedes saben los Caminos del Señor son inescrutables, en verdad Él es justo y poderoso, y todas esas cosas.

Además, Él se comprometió a nunca más, pero nunca, exterminar a los humanos mediante un diluvio (a partir de ahora utilizaría métodos más sofisticados); y como prueba de su compromiso, Yaveh colocaría un arco de colorines en el cielo después de cada lluvia, señal de su compromiso con la Humanidad.

Es decir, que aunque las negociaciones con Dios fueron durillas, la verdad es que el pacto era un auténtico chollo: toda la Tierra para una familia de aprovechados a cambio de fornicar todo lo que fueran capaces (quién hubiera nacido descendiente de Noé, dirán Ustedes); claro, está el pequeño detalle de que, en apariencia, no había muchas mujeres donde elegir, pero puesto que la Biblia no deja constancia de este problema habrá que deducir que Él les ofreció «material» a los hijos de Noé para multiplicarse lo antes posible (porque si no, ya me dirán, por mucho que vivieran novecientos años por razones eminentemente biológicas habían de esperarse casi un año entre hijo e hijo; lo cual también nos indica que la vida de las mujeres en aquella época, puesto que no podían acceder a ningún tipo de primas, vacaciones ni sueldos por embarazo, no debía ser ningún chollo).

De cualquier manera, el máximo beneficiado del pacto fue el propio Noé, como no podía ser de otra manera, pues al fin y al cabo había conseguido convertir la Creación en su coto particular, así que no es extraño que se apresurara a celebrarlo de la siguiente manera: «Noé, agricultor, comenzó a labrar la tierra, y plantó una viña. Bebió de su vino, y se embriagó, y quedó desnudo en medio de su tienda». Para que luego digan Ustedes que los agricultores españoles son unos impresentables que sólo buscan las subvenciones de Bruselas; al menos no se comen todo el fruto de su trabajo, menos aún se lo beben; por otro lado, si Noé era el prototipo de la pureza, ¿cómo serían los exterminados por Yaveh? Más vale no saberlo. ¿Y esa ocurrencia de quedarse desnudo? ¿Una vuelta a los viejos tiempos de Adán? ¿El resultado de una sesión intensiva de alabanza y respeto al Señor, es decir, de fornicar con familiares?

El caso es que Noé fue descubierto de esta guisa por Canán, el hijo de Cam, quien se apresuró, el muy felón, a comunicárselo a sus tíos Sem y Jafet. Estos dejaron lo que tenían entre manos (se lo pueden imaginar; trabajando para el Señor) y se apresuraron a cubrir a papá con un manto, pero eso sí, apartando la vista para no observar su desnudez (desde luego, el espectáculo de un señor de 700 años desnudo y borracho no debía ser muy agradable, pero en cualquier caso no dejan de sorprenderme los parámetros de moralidad de la Biblia).

Cuando Noé se despertó, descubrió enseguida lo malvado que había sido Canán (no sabemos por qué, pero el caso es que era malísimo, más vale que no se crucen con ninguno de sus descendientes) y lo maldijo, convirtiéndolo en «siervo de los siervos de sus hermanos». La verdad, si les soy sincero, fue una porquería de maldición que no tuvo apenas efectos, pero ¿a que queda impactante?

Una vez Noé la espichó a la edad de 950 años, sus hijos aumentaron la producción industrial de hijos, y estos de más hijos, y así sucesivamente, de tal manera que lograron cumplir el pacto con el Señor y se expandieron por toda la Tierra; o, al menos, por lo que para los Antiguos era la Tierra, porque la verdad es que se limitaron, por el momento, a instalarse en las tierras de Asia Menor y adyacentes, es decir, cerca del petróleo del Golfo Pérsico, lo que constituye motivo de alabanza por su visión de futuro a largo plazo. Si les parece, nos ahorraremos hacer un árbol genealógico de todos los hijos de hijos de hijos de Sem, Cam y Jafet que fueron poblando la Tierra; sólo les diré que, según la Biblia, un tal Nemrod, hijo de Cus, hijo de Cam, fue quien empezó a dominar el cotarro, puesto que era «un robusto cazador ante Yaveh». Ya sabemos que la Biblia es enormemente críptica, así que nos ahorraremos el hacer demasiadas interpretaciones de lo que esto pudiera significar (sobre todo porque me temo que Yaveh no quedaría en muy buen lugar). El caso es que llegó un momento en que Asia Menor estaba superpoblada, y sus habitantes, henchidos de orgullo, trataron, nuevamente, de desafiar a Jehovah; no hace falta que les diga que su proyecto, una torre que ni el pirulí de Radio Televisión Española, les salió rana.

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