El génesis

El génesis


14 – La primera experiencia psicotrópica de la Humanidad (Génesis 15, 1-20)

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14 – La primera experiencia psicotrópica de la Humanidad
(Génesis 15, 1-20)

Si hasta el momento las apariciones del Señor a lo largo del texto de la Biblia habían sido discretas, dentro de lo que cabe, la cosa va a cambiar radicalmente. El Señor ya se había manifestado con anterioridad a Abram, aunque manteniendo la compostura. Las fundadas sospechas de que estas manifestaciones divinas eran consecuencia del abuso de determinadas sustancias parecen confirmarse con los acontecimientos posteriores. En efecto, Abram poco a poco nos traslada su íntima convicción de que Yaveh se le aparece una y otra vez, cada vez con más frecuencia, cada vez más espectacularmente.

Tras su encuentro con los sodomitas, y probablemente ansioso de nuevas sensaciones, Abram logra, de nuevo, que la palabra del Señor le sea dirigida. Y con esta aparición se inaugura la era moderna de las apariciones: una estética cuidada, un entorno apropiado, un contenido espectacular…, todo lo que cualquier pastor espera de una buena aparición divina. Por si fuera poco Abram, como es habitual en las apariciones de las que es sujeto pasivo, acaba extrayendo a la misma una extraordinaria rentabilidad económica:

Ante la principal preocupación que atenaza al bueno de Abram, su falta de descendencia que empieza a ponerle en problemas ante los criados, que se cachondean de la falta de hombría del Jefe, Yaveh se compromete seriamente, aunque de manera un tanto críptica, a facilitar las cosas. Abram debe contar estrellitas y el Señor se compromete, en justa contrapartida, a asegurarle un descendiente. A partir de este episodio generaciones y generaciones de varones han tratado de acceder si no a la descendencia sí al menos a las actividades que suelen precederla con el clásico truco de «enseñar las estrellas» a la pareja de turno.

Aprovechando que el Señor se le volvía aparecer, Abram, ladino como pocos, le vuelve a plantear un problema acuciante: necesita MÁS tierras. La generosidad de Yaveh con este siervo aventajado era considerable y nadie puede negar a Abram que supo aprovecharla. A cambio de un pequeño sacrificio el Señor le da todavía más posesiones a su elegido, que a partir de ese momento puede considerarse con toda justicia el legítimo propietario, por derecho divino, de todas las tierras comprendidas entre el Eúfrates y Egipto.

Por último, el Señor le hace una terrible profecía a Abram sobre la suerte que correrá su descendencia, sojuzgada en tierra extraña. Afortunadamente Dios, que aprieta pero no ahoga, se encargará de poner remedio a ese situación, o al menos así se compromete.

Tranquilizado por tan buenas noticias Abram empieza a disfrutar de la vida. Durante una época incluso deja de abusar de ciertas sustancias y las apariciones cíclicas que sufre son menos espectaculares. Es comprensible, pues tras esta ronda sólo tiene que sentarse y tranquilamente esperar a que, una tras otra, las promesas del Señor se cumplan.

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