El génesis

El génesis


27 – Muchas sangre de Caín tienen la gente labriega (Génesis 26, 34-35, 27, 1-46, 28, 1-9)

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27 – Muchas sangre de Caín tienen la gente labriega
(Génesis 26, 34-35, 27, 1-46, 28, 1-9)

Como ya nos comentaba la Biblia Rebeca, casi desde su nacimiento, tuvo gran simpatía por su hijo Jacob. Esaú, por el contrario, y a pesar de ser tan hijo suyo como el que más, fue siempre visto con malos ojos por ella. El pretendido favoritismo compensador de Isaac hacia Esaú es un mito más, como se comprobará a continuación, con una historia que confirma la cierta justificación de la fama del noble pueblo de Israel, que a fin de cuentas desciende de Jacob, mundialmente famoso por rentabilizar como nadie las lentejas y por, como veremos a continuación, robar bendiciones.

Esaú cometió el error de casarse con dos hititas, algo que no fue visto con buenos ojos por su madre. Suponemos que casi cualquier nuera habría sido juzgada insoportable por Rebeca, pero estas «extranjeras» la crispaban especialmente. En estas condiciones es más o menos razonable que, viejo y ciego Isaac, su esposa urdiera un avieso plan para lograr que la bendición del anciano fuera a parar a su predilecto Jacob.

En puridad, por orden de nacimiento (y aunque ya había perdido la primogenitura) la bendición correspondía a Esaú, de forma que su padre le encargó que se fuera de caza, le hiciera un guisado con el producto de la misma y que después le daría la famosa bendición. Rebeca, al enterarse de esto, encarga a Jacob que mate dos inocentes corderos del corral y prepara ella misma el guisadito correspondiente. Jacob, con las ropas de Esaú y recubriéndose cuello y manos con pieles de cordero para simular la vellosidad de su hermano (que debía ser no ya velloso sino un monstruo de cuidado), se adentra en la estancia paterna y recibe la bendición.

Cuando Esaú vuelve de caza y entra en la habitación de Isaac para ser bendecido ambos, padre e hijo, perciben el engaño. Lamentablemente las bendiciones de la época no podían cancelarse retroactivamente, de forma que Jacob, una vez bendecido, lo estaba para siempre. Y no sólo eso, pues para agravar más las cosas el pobre Isaac sólo disponía de una bala en la recámara, es decir, de una bendición. Lo único que pudo hacer el pobre viejo es invocar una fórmula ritual de emancipación para su hijo.

El papel de Rebeca en toda la Historia suele interpretarse como manifestación de la importancia de las mujeres en la salvación. Es a su través que Jacob logra la bendición y se queda así con todos los privilegios que de su padre pueden venir (junto a la primogenitura, que ya logró con métodos igualmente dudosos). A nosotros nos parece más bien una manifestación de las demoledoras consecuencias de la familia patriarcal, que obligan a las mujeres valientes e inteligentes a maniobrar de forma artera para conseguir sus fines. ¡Cuánto talento para la maldad desperdiciado entre las cuatro paredes del hogar!

Jacob, una vez montado el pollo, opta por adoptar un prudente perfil bajo. Alertado por su madre (de nuevo) que teme la reacción violenta de Esaú, y viendo las nefastas consecuencias que para el pobre y velludo hombre ha tenido casarse con hititas, Jacob opta por partir a casa de su tío Labán (hermano de Rebeca) durante un tiempo. Incluso el pobre Esaú trata de reconciliarse con su exigente madre casándose por tercera vez con una no hitita, pero sin éxito. A partir de este momento, es en Jacob en quien recae el peso de la historia.

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