El génesis

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32 – Reencuentro fraternal (Génesis 33, 1-20)

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32 – Reencuentro fraternal
(Génesis 33, 1-20)

El siguiente pasaje de la Biblia es uno de los más oscuros y misteriosos de todo este Libro de Libros, de por sí oscuro y misterioso. La alegría y alborozo propias de un reencuentro entre hermanos, lejos de acabar como suele ser frecuente en las familias normales (con una pelea considerable tras la comida producto de la petulante manifestación de riquezas y virtudes de uno y de otro y de las envidias de sus respectivas esposas), acabó viéndose influida por misteriosos factores que la convirtieron en un éxito.

Por lo visto las reiteradas putadas que Jacob había gastado a Esaú no fueron ni siquiera excusa bastante como para que éste manifestara un mal gesto. Dirán Ustedes que los rebaños enviados como amistosa embajada por un Jacob que se temía lo peor fueron los responsables de tan milagrosa actitud. Y se equivocarán. Sólo la insistencia de Jacob (sin duda acojonado y temiéndose algún tipo de fría y sádica venganza posterior, pues de otro modo no entendemos tanta insistencia por desprenderse de bienes) acaban por doblegar la voluntad de su hermano, que se niega inicialmente a recibir una sola bestia. Su único deseo, por lo visto, era recibir entre sus brazos a su hermanito pequeño y estrecharlo entre sus brazos.

En definitiva, como no puede ser de otra forma, todo muy sospechoso. Este episodio bíblico encierra una moraleja definitiva. Lejos de serle reprochado a Jacob su comportamiento el porvenir borra el rastro de sus arteras maniobras. A solas con su conciencia las sucesivas apariciones divinas le confirman como El Elegido. De forma que parece que ni Dios se preocupa excesivamente de la moralidad en el comportamiento de sus dilectos ni los hombres les afean la conducta. En este sentido Dios, queda claro, los prefiere despiertos, avispados y de moral laxa. Aquellos bonachones incapaces de actuar con maldad son sistemáticamente apaleados, obligados a poner la otra mejilla, con un sadismo sin límites.

Reencontrados los hermanos, y hechas las debidas presentaciones («Aquí mi hermano Esaú, que es muy peludo y tonto», «Aquí mis esposas Lía y Raquel y mis once hijos»), ambos se ponen de camino hacia el hogar paterno. Para dar un toque todavía más emotivo al reencuentro Jacob olvida, a pesar de llevar más de 15 años sin saber nada de la familia, siquiera preguntar por sus progenitores. Esaú, discreto, en su línea, no informa tampoco sobre el particular. Ofrece, eso sí, una escolta a su hermano y sus rebaños y marcha por delante, mientras Jacob-Israel, acompasando su marcha a la de sus bestias, le sigue por tierras de Canaán.

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