El génesis

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33 – Violación y venganza (Génesis 34, 1-31)

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33 – Violación y venganza
(Génesis 34, 1-31)

Como Ustedes pueden observar en el título, la Biblia vuelve a ponerse muy caliente. Una vez Jacob había regresado con toda su prole a apropiarse de los bienes de su hermano Esaú, quien el muy tonto había vuelto a dárselo todo, esta vez por un abrazo (ni unas míseras lentejas), la inteligencia comercial del Elegido por el Señor y sus hijos generó un crecimiento sostenido de los bienes familiares que consiguió convertir a su familia en una de las más ricas de aquella zona.

Desgraciadamente, no sólo la familia en su conjunto era rica, sino que algunos de sus integrantes, como Dina, hija de Jacob, también lo estaban. Era Dina un dechado de virtudes que no pasaba desapercibida entre los viriles habitantes del lugar, particularmente uno de ellos, Sikkim, hijo de Amor el Civita, que ostentaba el dominio sobre aquellas tierras. Rápidamente Sikkim se dio cuenta del sentimiento que anidaba en su pecho, un torrente de emociones focalizadas en una honda pasión amorosa hacia la bella Dina, que se pusieron de relieve cuando, según la Biblia, «la tomó». Acto seguido, y con el fin de determinar las eventuales responsabilidades penales, el Libro aclara que «se acostó con ella y la violó». Pero después, y sólo después, Sikkim se dio cuenta de que lo suyo por Dina era muy profundo; se había enamorado de ella, así que comenzó a dar la tabarra a su padre Amor al objeto de que éste intercediera ante Jacob para hacerse con Dina.

Como Ustedes saben, en el mundo antiguo las cosas se solucionaban así: él la violaba, los padres arreglaban el contencioso a base de pasta, él le ponía piso a ella, ellos se casaban felices y comenzaban a buscar, con carácter de urgencia, otros amantes. Pero Jacob era un virtuoso, un Elegido por el Señor, y no le bastaba con lo que le ofrecía Amor. El malvado Civita quería que la familia de Jacob y la suya entroncaran fuertemente, ofreció todas sus posesiones y propuso que Jacob y adláteres fueran a vivir a su ciudad. Pero Jacob no quería regalos materiales (ya se encargaría él de apropiárselos más tarde), sino espirituales, y en la dura negociación que se estableció dejó que sus hijos llevaran la voz cantante. Y éstos demostraron indudables capacidades para tal desempeño, pues impusieron a Amor que, a cambio de Dina, él, su familia y todos sus subordinados se hicieran la circuncisión, pues según los hijos de Jacob no era cuestión de mezclarse con una familia impura, por no hablar de los beneficios que tal medida tendría para la estabilidad emocional de Dina y otras de sus hermanas, que al fin y al cabo iban a terminar tarde o temprano, se supone, en los brazos de hivitas que, previa violación, quedarían prendados de ellas.

Pero hete aquí que los hijos de Jacob habían aprendido ya muchos de los ardides del padre, así que simularon entregar a Dina a un Sikkim que tenía serias dificultades para andar (piensen que la circuncisión, entre hombres adultos, puede ser una operación muy dolorosa, a pesar de las excelentes condiciones sanitarias de la época), pero al tercer día, cuando todos los hivitas estaban tumbados en sus lechos, incapaces de moverse e imaginamos que utilizando los más opulentos de ellos cubitos de hielo para mitigar el dolor, dos hijos de Jacob, Simeón y Leví, atacaron de improviso.

Según explica la Biblia, «Al tercer día, cuando estaban más doloridos, dos hijos de Jacob, Simeón y Leví, hermanos de Dina, agarraron sus espadas, entraron en la ciudad sin peligro y mataron a todos los varones». Nuevamente la estirpe de Abraham demostraba su capacidad para el bandolerismo y el engaño, que parecían ser del agrado del Señor, pues este no les castigó cuando los hijos de Jacob no sólo exterminaron a cientos de hivitas, sino que, aún más grave, robaron todo el ganado y se lo llevaron a la Hacienda familiar, que por entonces ya debía ser un emporio ganadero. Recuerden que desde los tiempos del vater Abraham, esta gente se había dedicado en cuerpo y alma a expoliar a todos los que los rodeaban, cambiando a menudo de lugar de residencia para expoliar más y sin que nunca les pasara nada, merced a la piedad del Señor. Cuando Jacob vio esto, empero, se preocupó, pues sus métodos no eran tan cruentos como los de sus hijos, pero pronto se le pasó el miedo a represalias al comprobar que sus hijos habían hecho un buen trabajo, no dejando Civita en pie (o al menos en condiciones de violar a nadie).

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