El feminismo queer es para todo el mundo

El feminismo queer es para todo el mundo


CAPÍTULO 5. ACTIVISMOS TRANSFEMINISTAS Y CUIR/QUEER EN LA ÚLTIMA DÉCADA » ‘Nuestros derechos no son un negocio’

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Capítulo 5

Activismos transfeministas y cuir/queer en la última década

“El prefijo ‘trans’ no significa solo no-binario, sino, sobre todo, no anquilosado, no antagonista. Abierto, promiscuo, ágil, generoso, aventurero.”

Itziar Ziga, Transfeminismos. Epistemes, fricciones y flujos (2013)

En las páginas anteriores he señalado la importancia de contextualizar los análisis de los activismos queer, atendiendo a las especificidades de cada momento y lugar. En nuestro caso, los feminismos queer tienen una historia de continuidades con la radicalidad de los años setenta (y las travestis, trans*, lesbianas y gais que se movilizaron entonces), y también de rupturas a comienzos de los noventa con unos colectivos gais que no reaccionaron ante la crisis del SIDA, y con cierto feminismo lesbiano. Digo cierto porque el lesbianismo feminista, que peleó durante toda la década de los ochenta y gran parte de los noventa (y en algunos casos, continúa hasta hoy), ha sido heterogéneo, plural, como el movimiento feminista en su conjunto, y no toda esta corriente tuvo los mismos posicionamientos. Por otra parte, las mujeres trans* y las trabajadoras sexuales están presentes en el movimiento feminista desde mediados de la década de los noventa40.

La vida política de La Radical Gai fue corta (unos pocos años) pero intensa. Lo mismo sucedió con LSD, que se disolvió finalmente en 1998. Dos años más tarde se organiza en Madrid Las Goudous, que editamos el fanzine Bollus Vivendi, seguido por otros muchos proyectos políticos activistas queer/cuir y feministas, pornopunk, transfeministas, etc., a lo largo y ancho del Estado español, como el Grupo de Trabajo Queer (GTQ), del que también formé parte, La acera del Frente o Migrantes Transgresoras, en Madrid; Post-Op, Quimera Rosa y la Guerrilla Travolaka en Barcelona; Medeak en Donosti y las Maribolheras Precarias de A Coruña, las 7menos20 de Vitoria-Gasteiz, el Bloque Andaluz de la Revolución Sexual, y otros tantos por toda la geografía ibérica.

Los grupos cuir (GTQ entre ellos) y las lesbianas feministas de Barcelona fueron de las pocas voces críticas que cuestionaron el viraje de agenda política del movimiento LGTB a finales de los años noventa y comienzos de los dosmil. En aquel momento se modificó la demanda de la ley de parejas de hecho, que tenía un recorrido político de unos años, por la del matrimonio. El marco de la protesta fue entonces el de la igualdad y los derechos humanos, y los discursos del movimiento mainstream se fueron desexualizando (Calvo y Trujillo, 2011), mientras se subrayaban ideas como la “normalización” de la diferencia sexual, opuesta totalmente a los grupos queer y transfeministas, en los que me detendré a continuación.

‘Aquí está la resistencia trans’

Los transfeminismos son el resultado de la convergencia entre el movimiento por la despatologización de las identidades trans*, y el impacto de los activismos queer en diferentes espacios del feminismo autónomo (Pérez Navarro, 2018). Como escribió Miriam Solá (2013: 19), el pensamiento y activismo queer “se ha asentado en nuestro contexto, y en su interacción con el feminismo, el lesbianismo, el movimiento marica y las luchas trans, ha favorecido la conexión de toda esta serie de formas organizativas”. De esa confluencia, uno de los rasgos definitorios del transfeminismo “será la apertura crítica de las políticas feministas del sujeto único en dirección a una alianza entre una multiplicidad de corporalidades, géneros y posicionamientos subjetivos” (Pérez Navarro, 2018: 24).

Igual que “lo queer” fue una vuelta al buen rollo en los feminismos, el transfeminismo, aglutinado en sus inicios en torno a la campaña internacional STOP Patologización Trans 2012, (nos) reactivó a los grupos queer/cuir. La campaña, iniciada en el 2008 e impulsada en nuestro contexto por la Red por la Despatologización de las Identidades Trans del Estado español41, tenía como objetivo que la transexualidad se retirara de los manuales de enfermedades mentales y se reconociera el derecho a cambiar el nombre y sexo en los documentos oficiales sin tener que pasar ninguna evaluación médica ni psicológica, como exige la Ley de Identidad de Género de 2007. A estas demandas hay que sumar la transfobia institucionalizada en el ámbito sanitario, educativo, en los medios de comunicación, etc., y las múltiples violencias y los crímenes de odio a los que se enfrenta la gente trans*. “La transfobia nos enferma”, “No somos disfóricas, estamos eufóricas” fueron (y son) algunos de los lemas en las movilizaciones.

En 2009, los grupos que se autodenominan transfeministas leyeron su Manifiesto para la insurrección transfeminista en las Jornadas Feministas Estatales celebradas en Granada (ciudad donde se habían organizado 30 años antes, en 1979)42. El término transfeminismo se había utilizado ya en las Jornadas Feministas Estatales celebradas en Córdoba en el año 2000, en dos ponencias: “El vestido nuevo de la emperatriz”, del Grup de Lesbianes Feministes de Barce­­lona, y en “¿Mujer o trans? La inserción de las transexuales en el movimiento feminista”, de la pionera trans* Kim Pérez, pero 2009 fue el punto de inflexión de muchos procesos que venían gestándose en aquellos años. “En un gesto de desplazamiento geopolítico” recuerda Solá, “pero cercano a los postulados queer, el concepto “transfeminista” está siendo reivindicado por algunos colectivos trans-bollo-marica-feminista surgidos en los últimos años en el Estado español. Un conjunto de microgrupos han reclamado esta palabra, que suena mejor en castellano que el término queer” (2013: 19).

El transfeminismo se considera heredero del feminismo radical (y, como este, defiende la no jerarquía dentro del movimiento, la interseccionalidad de las luchas, las micropolíticas), y también se ha visto influido por la lucha travesti latinoamericana: “Hablamos de transfeminismo para incluir todos los otros cuerpos, afectos, dentro de una lucha feminista autónoma y anticapitalista, aquí estamos todxs contra el patriarcado, contra la exclusión binarista arcaica de la dicotomía hombre-mujer”43. El prefijo trans- hace referencia a las personas transexuales y transgénero, y también a la necesaria transversalización de luchas, el transitar las diferentes opresiones, transfronterizo contra las actuales políticas migratorias; Transformador: “Transformar-transmutar-­trastocar-transponer-translucir-transnochar, queremos ha­­blar de recreación y cambio de nuestras micropolíticas, desde nuestras comunidades y manadas, desde nuestro cotidiano”.

Las reivindicaciones políticas de los grupos y redes transfeministas apuntan a la necesidad de acabar con los binarismos sexo-genéricos y las exclusiones que producen, y ponen en el centro la experimentación sexual en múltiples corporalidades (como se puede ver en las perfos de Post-Op, por ejemplo), reclamando una sexualidad placentera para otros cuerpos y una mirada crítica con el cisheterosexismo, el racismo y el capacitismo44. Cuestiones centrales para el transfeminismo son los derechos de las trabajadoras sexuales45, la crítica a la monogamia como única forma de organización de los deseos y los afectos, la gordofobia, el antiespecismo, y esa otra pornografía posible y autogestionada: el posporno.

Tras el encuentro transfeminista de Barcelona (abril de 2010) se fue evidenciando el distanciamiento de los grupos transfeministas del activismo por la despatologización trans. De las Jornadas Transfeministas que se celebraron en la Universidad Internacional de Andalucía (Sevilla) en noviembre de 2010 guardo algunas notas que escribí, entre otras esta: “El transfeminismo como un lugar común que sea operativo, entre el feminismo, la lucha LGTBI y la queer, que pertenezca a todas”. Sam Fernández y Aitzole Araneta reflexionaron sobre estas tensiones en su texto “Genealogías transfeministas” (2013: 46), proponiendo “un corte en dos periodos de la historia del movimiento trans(feminista): el surgimiento y consolidación del movimiento trans prodespatologización (2006-2010), y la consolidación del movimiento transfeminista (2010-2013)”. Unos años después, en 2018, se organizaron las Jornadas “Una revuelta trans” en Barcelona, planteadas como una apuesta por el diálogo y una celebración de los años de lucha colectiva.

‘Somos todas perraflautas’

Cuando andábamos de jornada en jornada transfeminista, llegó el tsunami del 15-M, la creación de las asambleas feministas y transmaricabollos en muchas ciudades, las mareas ciudadanas de diferentes colores dependiendo de qué estuviéramos defendiendo de los zarpazos de las políticas neoliberales (la sanidad, la educación, el derecho a la vivienda o los servicios sociales) durante la “crisis-estafa”, las Marchas de la Dignidad, y las innumerables protestas a las que nos fuimos sumando, haciendo frente a una represión policial que iba en aumento.

Algo similar a lo que sucedió con la preferencia por el término “transfeminismo” frente al queer pasó en 2011, cuando se puso en marcha la Asamblea Transmaricabollo de Sol (ATMB de aquí en adelante), de la que formé parte46. Se debatió el nombre entre varias posibilidades, considerando, finalmente, que “transmaricabollo” era la expresión que más se acercaba no solo a nuestro contexto, sino al carácter malsonante, injurioso, del término queer. Mientras el término “transfeminismo” se difundió en su momento, entre otras cosas, porque conservaba la referencia al feminismo, es cierto que “transmaricabollo” suena peor en castellano, acercándose más a esa connotación original de “lo queer”. En todo caso, transfeminista, transmaricabollo, cuir, kuir, etc., aluden a la misma constelación de activismos de base, autogestionados, anticapitalistas y antirracistas.

Como sucedió en otras plazas del Estado español, y en otros occupy de otros contextos, las activistas feministas y cuir tuvieron que enfrentarse a varios conflictos mientras intentaban encontrar su propio espacio en la Acampada Sol madrileña, y en el 15-M en general47. La diversidad de la gente que se sumó al 15-M en términos de clase social, edad, identidades sexo-genéricas, estatus legal, etnicidad, raza, etc., junto con diferentes trayectorias en cuanto a socialización política, explica cómo convivieron entonces discursos críticos de altos vuelos, acciones y propuestas a cada cual más creativa e interesante, con actitudes sexistas, homófobas, racistas, etc. Conflictos como el de la pancarta que colgaba en la Puerta del Sol (“La revolución será feminista o no será”) y que fue retirada de forma violenta, o las denuncias de agresiones a compañeras que se quedaron a dormir en los inicios de la acampada evidenciaron todo el trabajo que era necesario hacer, no solo del 15-M hacia el resto de la sociedad, sino desde la lucha feminista y queer hacia la acampada misma. Esta doble dirección de la lucha es la que también llevaron a cabo les activistas queer durante la ocupación del Parque Gezi en Estambul en 2013: el trabajo pedagógico hacia el interior del movimiento confrontando las actitudes homófobas y sexistas, mientras batallaban contra las políticas neoliberales, simbolizadas en el plan para construir un centro comercial en aquel parque (Trujillo, 2019). Para el activismo feminista ocupar su propio lugar político dentro del 15-M fue una batalla frente al sexismo dominante, mientras la protesta transmaricabollo no tenía tampoco un espacio político asegurado desde el comienzo, ni mucho menos, no solo en relación con el 15-M sino con el propio feminismo. El espacio de las disidencias sexo-genéricas fue algo que se tuvo que ganar (Pérez Navarro, 2014).

Desde el 2011, muchas nos empeñamos (y en esas seguimos), desde asambleas como la Transmaricabollo de Sol, en defender que teníamos que estar en todas las concentraciones, manis, huelgas, etc. El 28-J, Día del Orgullo Crítico, salimos a manifestarnos, y en el 8-M y en el Octubre Trans, pero nuestra lucha no son solo esos días, son todos. Lo cuir y transfeminista no es una movilización aparte, centrada en unas pocas demandas, sino que lo atraviesa todo. La asamblea se ha movilizado por la despatologización de las identidades trans*; el control y/o modificación de nuestros cuerpos y sexualidades; los derechos reproductivos; el VIH/SIDA; la educación sexual; la lucha por los derechos de ciudadanía para todes; por los derechos de las trabajadoras del sexo y domésticas; la denuncia de las agresiones homófobas; y la despolitización y mercantilización de la manifestación del Orgullo, entre otras cuestiones. Pero no solo salimos a las calles por estas reivindicaciones, sino también contra los recortes en la educación pública, la sanidad (“No son recortes, son ejecuciones”) y los servicios sociales, la reforma laboral, la Ley Mordaza, los desahucios, la crisis de les refugiades, el apoyo a Palestina, etc. (Trujillo, 2016). Esta orientación transversal del discurso y la actividad continua dentro de la protesta general tenía pocos o ningún precedente en la historia del activismo queer en el Estado español (Pérez Navarro, 2014).

La presencia de esta asamblea queer y transfeminista en todos los espacios políticos posibles, y la crítica, en clave de humor, al machismo y la homofobia dentro y fuera de los movimientos sociales, han contribuido al proceso de ruptura crítica con el sujeto hegemónico de las protestas sociales (Trujillo, 2019). Esto ha sido posible a través de la intervención de los grupos feministas y cuir en la protesta global desde su posición de sujetos visiblemente generizades, sexualizades y racializades, y, al mismo tiempo, comprometides contra las diferentes formas de exclusión48. La ATMB ha queerizado la protesta social, incluyendo el 15-M, con su inversión performativa de la injuria (“Somos todas perraflautas”) y su uso del lenguaje feminizado49, la música y el teatro en la calle (como la parodia para recibir a Frau Merkel), las sentadas de protesta en medio de los “desfiles” del Orgullo, o las besadas. El uso de las actuaciones (performances), la parodia, la música, el humor… se ha revelado como una herramienta muy efectiva para la movilización social50.

‘Nuestros derechos no son un negocio’

Al hilo de la genealogía radical, que voy recorriendo en este libro, hay que sumar los Orgullos críticos que han ido surgiendo en varias ciudades en los últimos años. En Madrid, la Pla­­taforma del Orgullo Crítico, que se define como “anticapitalista, autogestionada, transfeminista, asamblearia, antirracista, horizontal, antiespecista, apartidista, anticolonialista, antifascista, anticlasista y anticapacitista”, denuncia fenómenos actuales como el pinkwashing o el homonacionalismo51. El germen del Orgullo crítico madrileño fue el Bloque Alternativo para la Liberación Homosexual (BALS), que se organizó en 2007 como respuesta al Europride y que englobaba varios colectivos como el Grupo de Trabajo Queer, Panteras Rosas, Towanda, Liberacción, RQTR y el colectivo feminista Lilas, entre otros. A lo largo de estos años esta plataforma se ha ido llamando de diferentes maneras, además de Orgullo Crítico: Indignado, coincidiendo con el comienzo del 15-M, o Toma el Orgullo después. Una de las cuestiones que nos planteamos en sus inicios, y así hicimos, fue recuperar la fecha del 28 de junio, cargada de simbolismo activista a nivel internacional, para celebrar nuestra manifestación de protesta frente a la oficial, que en esos años ya comenzaba a estar peligrosamente invadida por una multitud de carrozas de bares y empresas gais, el llamado “capitalismo rosa”, que nos dejaba poco espacio a los grupos políticos. En los Orgullos Críticos, por otra parte, las migrantes racializadas nos han interpelado a las blancas, con una llamada a estar atentas al racismo y la colonialidad de las prácticas y teorizaciones feministas queer52.

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