El feminismo queer es para todo el mundo

El feminismo queer es para todo el mundo


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Capítulo 6

Hay que poner fin a las sex wars actuales

“Diversas pero no dispersas.”

Marielle Franco

Las políticas identitarias funcionan compartimentando las movilizaciones: el aborto es una lucha del movimiento feminista, la despatologización trans es de los colectivos trans*, y así sucesivamente. En los “debates”, o mejor dicho, combates actuales sobre si las mujeres trans* son mujeres, y si el trabajo sexual es trabajo, vemos cómo ambos son elementos que difícilmente se pueden considerar por separado, ya que el trabajo sexual es, en muchas ocasiones, una forma de supervivencia para las mujeres trans53. Con los activismos feministas, cuir, antirracistas, venimos desbordando desde hace tiempo las políticas identitarias (y al sujeto hegemónico de la izquierda, el obrero blanco, masculino, heterosexual), movilizándonos no tanto en función de una identidad como de unos objetivos compartidos. Como explica Butler en esta entrevista:

Las coaliciones que se necesitan para luchar contra la injusticia de­­ben atravesar las categorías identitarias […] En todas estas agrupaciones y coaliciones, la movilización política se centra en los objetivos de las políticas, no en las posiciones identitarias de quienes toman parte en ellas. Creo que lo que estamos viendo es un ejercicio de agencia performativa que es plural, social y basada en coaliciones (Soley-Beltrán y Sabsay, 2012: 224).

Estas demandas, por otra parte, comparten muchos elementos entre ellas, como la autonomía corporal y decisional: nuestros cuerpos son nuestros y queremos decidir qué vidas queremos vivir54. A esto hay que sumar nuestra reivindicación de poner los cuidados y la vida en el centro, siendo conscientes de nuestra inter (y eco) dependencia, condiciones fundamentales en nuestra pelea por unas vidas vivibles55.

Si ya veníamos haciendo hincapié en estos temas desde hace años, la pandemia del coronavirus los ha hecho todavía más urgentes. Nuestras demandas y luchas feministas y queer/cuir, transfeministas, transmaricabollos, no tienen nada de “marginales” o “particulares”. Además, como ya explicaron las lesbianas negras y las chicanas en los años ochenta, no podemos pensar la clase, la raza, la etnia, la sexualidad, etc., en función de una jerarquía, ni tampoco por separado.

Este desbordamiento o ampliación desde los márgenes del sujeto de las luchas y de las políticas identitarias ha sido clave en el éxito movilizador de los feminismos de los últimos años. Actualmente, un sector del movimiento feminista argumenta que esta ampliación del sujeto del feminismo supone el “borrado de las mujeres”; al mismo tiempo, diseñar propuestas legislativas como la relativa a la autodeterminación de género (la conocida como “Ley Trans”) supone volver a pensar en sujetos e identidades menos fluidas. “Las realidades trans”, señala Dau García, “problematizan en qué se asienta el sujeto ‘mujeres’ y activan el miedo a su disolución. Me interpela cómo politizar esa paradoja: seguir necesitando y movilizando un sujeto ‘mujeres’ múltiple y la deconstrucción del dualismo” (2019: 29).

Doce años después de las Jornadas de Granada (¡cómo pasa el tiempo!) podemos decir que uno de los logros de los activismos cuir y transfeministas, ha sido el desbordamiento de la categoría “mujer”, que nos ha servido para comprender las diferentes opresiones que vivimos en este sistema cisheteropatriarcal, racista y capitalista, y para pensarnos y movilizarnos no tanto alrededor de una identidad sino de objetivos comunes, para los cuales es necesario buscar alianzas y coaliciones puntuales con otros grupos sociales. En el momento actual de auge de las ideas fascistas, los movimientos que luchan por el cambio social deberíamos unirnos, pero no a expensas de los derechos de los grupos más vulnerados, como las personas trans*.

Feminismos imparables en las calles

En estos últimos años, los feminismos, la movilización LGTBI+, queer/cuir y la antirracista están siendo el mayor dique de contención frente al giro conservador y el auge del neofascismo en muchos contextos. El #EleNão de Brasil, las manifestaciones contra Trump, el movimiento Black Lives Matter, las movilizaciones feministas por el derecho al aborto en Polonia o en Argentina, o los últimos 8-M multitu­­dinarios en nuestro contexto, son solo algunos ejemplos. Los últi­­mos 8-M, especialmente el de 2018, en que muchas secun­­da­­mos todas las huelgas posibles (de consumo, laboral, educativa y de cuidados), han sido multitudinarios. Varias razones lo explican. El entonces ministro Gallardón contribuyó a activar nuestras redes feministas en 2014 cuando salimos a frenar la modificación de la ley del aborto y el retroceso que quería aprobar. Lo paramos gracias a estar en la calle, con toda la gente aliada que se sumó. Como suele suceder, aquello no venía de la nada: el 15-M nos había hecho reencontrarnos a muches que veníamos de espacios y colectivos anteriores y que confluimos con toda la gente que se sentó en las plazas (muchas mujeres jóvenes, entre otres). Las acampadas finalizaron semanas después de aquel mayo de 2011, pero las asambleas, las redes, los contactos, los afectos continuaron… en algunos casos hasta hoy. En el contexto de aquellas movilizaciones contra la reforma de la ley del aborto se organizó también en Sevilla la “Procesión del Coño Insumiso”, que fue denunciada por la asociación Abogados Cristianos por un delito de odio. Tres activistas fueron procesadas por aquella denuncia (ha habido varios casos más de protestas en los últimos años en las que feministas han acabado imputadas por delitos contra los sentimientos religiosos y/o delitos de odio). Las sevillanas fueron felizmente absueltas en 201956.

Después de Gallardón, en 2016 el caso de “La Manada” nos volvió a sacar a la calle (“Hermana, yo sí te creo”) en diferentes protestas por todo el Estado en las que compartimos nuestra indignación y rabia colectiva. Ese mismo año, en solidaridad con Juana Rivas en la disputa por la custodia de sus hijes se organizaron numerosas manifestaciones y protestas con el hashtag #JuanaEstaEnMiCasa. El caso de Rivas alcanzó un gran eco mediático, no como otros litigios de mujeres que están denunciando retiradas de tutelas basadas en el “síndrome de alienación parental” (SAP), término usado por perites, abogades y trabajadores sociales. Como han denunciado los colectivos feministas, el SAP no tiene ninguna base científica y ha sido rechazado por múltiples instituciones, sobre todo por su uso como factor determinante para una medida tan drástica como una retirada de custodia. Las mujeres migrantes también vienen denunciando las retiradas arbitrarias por parte de los servicios sociales de las custodias de sus hijes.

Las denuncias de agresiones sexuales y de la ausencia de unas condiciones laborales dignas por parte de las temporeras de Huelva ha sido otra de las cuestiones que ha mo­­vilizado las redes feministas, junto con la violencia de gé­­nero. El uso de eslóganes como el argentino #NiUnaMenos o #NosQueremosVivas evidencia la conexión de las redes y luchas feministas a nivel internacional contra esta otra pandemia que es la violencia contra (todas) las mujeres y los sujetos feminizados. A estos temas hay que sumar el reconocimiento de los derechos de las trabajadoras domésticas57, y la organización de las mujeres migrantes y racializadas58, que han participado en encierros (tancadas) antirracistas en Barcelona en los últimos años, y han creado comisiones dentro de las huelgas del 8-M. Una de las cuestiones que ha atravesado los feminismos en los últimos años es precisamente la crítica antirracista al feminismo blanco (y a la ley de extranjería), junto con la lucha de las trabajadoras sexuales. Ambos temas diferencian al feminismo institucional, hegemónico, del feminismo o feminismos de base, autónomos y autogestionados. Para estos últimos, como comenté en el capítulo anterior, la lucha antirracista y los derechos para el trabajo sexual son dos reivindicaciones políticas centrales.

¿Por qué dicen ‘teoría queer’ cuando quieren decir ‘autodeterminación de género’?

En nuestro contexto, en estos últimos años, llama mucho la atención la insistencia en los antagonismos entre teorías queer y feminismo. Los discursos del feminismo ilustrado en la academia, o del feminismo autodenominado “radical” en las calles, señalan como grandes enemigos del feminismo a la teoría queer, las mujeres trans* y la interseccionalidad. Nada más lejos de la realidad, claro59.

En junio de 2019, en un curso sobre temas de género en la universidad, un alumne me preguntó qué pensaba yo de las TERF, si me parecían muy peligrosas o no. Le contesté que no me parecían tantas, pero que las oímos bastante por las broncas que generan y la difusión de estas últimas por las redes sociales. Aproveché para explicarle a la clase entera que el movimiento feminista en el Estado español no tiene una historia de transfobia como sí ha sucedido en otros contextos (uno de los más conocidos es el de Estados Unidos). Puede haber habido casos puntuales, comentarios, etc., pero no es este un tema que haya generado división, históricamente hablando, ni mucho menos (el que sí lo ha hecho es el de la prostitución/trabajo sexual). Las mujeres trans* se incorporaron al movimiento feminista a mediados de los noventa, como expliqué en el capítulo anterior, y llegaron para quedarse.

Unas semanas después de aquella clase, ironías del destino, fue la Escuela de Verano “Rosario Acuña” (Gijón), en la que vimos a varias de las feministas con más poder, más asentadas en las instituciones desde hace años, decir cosas que no solo no tienen ningún fundamento sino que son puro lenguaje de odio contra las personas trans* (¡y qué peligrosas cercanías tienen con los discursos de la extrema derecha!). Como apunta Javier Sáez (2020: 168):

Me llama la atención que esta postura [trans-excluyente] repite frases y argumentos que ya decían algunas TERF de EE UU de finales de los setenta como Janice Raymond —en su libro The Transsexual Empire—, frases como “borrar a la mujer”, “trans acechando en los baños de mujeres”, “hombres que se hacen trans para evitar una condena por violación”… Eso no ha existido nunca, parece un corta y pega de acusaciones muy antiguas de aquella época, que no tienen ningún sentido en el contexto español actual.

Defender que la teoría queer es, así, en general, sexista o misógina es bastante sorprendente. Esto no significa no hacer una lectura crítica de “lo queer”, que en ocasiones es algo demasiado blanco, anglo y academicista, como expliqué al comienzo de este libro. Esa crítica la compartimos y la hacemos muches, pero estos argumentos anti-queer son diferentes, no entienden de matices, y no hacen más que alimentar el enfrentamiento del feminismo con “lo queer” y LGTBI+. No considerar las fértiles intersecciones entre los feminismos y las teorías y políticas queer significaría suprimir mucho de lo mejor de las voces feministas: las de Cherrie Moraga y Gloria Anzaldúa, feministas lesbianas chicanas, que nos hablan desde la frontera, desde su ser mestizas y estar atravesadas por la clase, la raza y una sexualidad diferente; las de feministas lesbianas negras como Barbara Smith o Audre Lorde; o las de Teresa de Lauretis, Judith Butler o Eve Kosofsky Sedgwick, entre muchas otras. Todas esas voces feministas queer han aportado infinidad de reflexiones a nivel teórico y de práctica política, en múltiples lugares, en un recorrido que cuenta con varias décadas ya.

                                                                                                                               “La supervivencia no es una asignatura aca­­démica.”

Audre Lorde, La hermana, la extranjera (2003)

Mientras termino de escribir este libro, los debates (y conflictos) feministas y LGTBI+-queer giran en torno al proyecto de Ley Trans, el concepto de consentimiento que aparece en el anteproyecto de ley orgánica de libertad sexual, la prostitución/trabajo sexual, los “vientres de alquiler”/gestación subrogada, y los límites y riesgos de defender un feminismo punitivista, entre otros. El feminismo trans-­ex­­clu­­yente no solo se opone a incorporar a las mujeres trans* dentro del movimiento de mujeres (o del colectivo mismo), sino que es un feminismo excluyente en términos amplios. Es contrario, desde el privilegio, a distintas formas de autonomía corporal, al derecho a la autodeterminación de género, a las demandas de las trabajadoras sexuales… Los argumentos para defender sus posiciones excluyentes con las mujeres trans* giran en torno a que son estas mujeres quienes se excluyen ellas mismas (sic), al defender unos objetivos que no son los del feminismo. De ahí que sea más interesante, según este feminismo, tanto teórica como estratégicamente, que formen otro grupo, con el que eventualmente “el feminismo” puede hacer alianzas puntuales.

Como apuntamos una compañera argentina, Moira Pérez, y yo (2020), se está defendiendo que las demandas de colectivos trans*, y “lo queer” “borran a las mujeres”, como si los derechos no pudieran pensarse más allá de las etiquetas identitarias y como si las conquistas de estos grupos no implicaran un avance para todas las personas, incluidas las mujeres (también las TERF). En estos últimos años nos hemos concentrado mucho (y con razón) en los peligrosos ataques por parte de grupos religiosos y anti-derechos que hablan de “ideología de género”, pero es importante que tengamos presente que estos discursos de odio también están viniendo de ciertos sectores del feminismo, y que ambos movimientos tienen unas posiciones cada vez más cercanas. El feminismo trans-excluyente está defendiendo unas ideas muy similares a la derecha conservadora e incluso la ultraderecha, como sucedió en los años ochenta durante las sex wars en Estados Unidos con el tema pornografía: un sector feminista, que defendía la censura, se alió con posiciones conservadoras60.

¿Por qué este ignorar de manera premeditada “lo queer”, esta aversión, este desprecio? En realidad, nada de esto es nuevo, a algunas nos suena de hace bastante tiempo. El rechazo a los planteamientos cuir, transfeministas, tiene que ver con que suponen una crítica a un feminismo institucional, blanco, aposentado en sillones académicos y de otras esferas del poder, que no deja paso, que instrumentaliza la lucha para conseguir réditos electorales (y de otros tipos) y que ahora se revuelve para defender sus privilegios (de clase, entre otros). Es un enfrentamiento por la hegemonía en los feminismos, por el relato. Es toda una guerra al feminismo autónomo, de base, que está en la calle más potente que nunca.

El de las TERF es un feminismo que fue bollófobo, como dice una amiga, y, como eso ahora ya queda regular, es tránsfobo, y continúa con su putofobia. Sigue marcando límites y fronteras en torno a la identidad “mujer”: las trans*, las racializadas y las migras, las kellys, las gitanas y tantas otras incómodas son, aquí y ahora, las “otras”, las que se quedan fuera. Qué lejos están estos planteamientos de la “casa de la diferencia” soñada y propuesta por Audre Lorde, qué poca solidaridad y empatía muestran algunas con otras mujeres y sujetos feminizados.

Las teorías queer nos han brindado herramientas para pensar, en clave interseccional, más allá de los bina­­rismos y habilitar espacios para esas “otras”; difícil echar esto atrás ahora, por no decir imposible. Intentar, además, enfrentar a movimientos (el feminista frente al LGTBI+-queer) no es nada estratégico en el contexto actual, con la que está cayendo. Como nos recuerda Nuria Alabao (2020: 147):

La extrema derecha mundial —que se aglutina bajo la batalla contra la “ideología de género”— lo tiene muy claro: la reacción es simultánea contra los derechos de las mujeres —sexuales y reproductivos fundamentalmente, pero también otros— y los de las personas LGTBI+Q —matrimonio, adopciones, Ley de Identidad, etc.—. Ellos no hacen distinciones, perciben muy claramente lo conectadas que están estas luchas.

Este feminismo trans-excluyente nos quiere hacer volver (¡otra vez!) al debate sobre el sujeto político del feminismo como si nada hubiera pasado en todos estos años. Ese sujeto monolítico (“la mujer”, es decir, blanca, heterosexual, de clase media, etc.), hegemónico en los discursos y representaciones feministas, ha sido cuestionado y se ha ido ampliando desde hace mucho tiempo: las lesbianas desde los ochenta en adelante, a las que siguieron las jóvenes, las migrantes, las racializadas, las gitanas, las trabajadoras sexuales, y las trans*, entre otras. Hacernos volver ahora a los discursos sobre la diferencia sexual entre mujeres y hombres, a los binarismos, a la política identitaria… sería como ir hacia atrás, y a pasos agigantados. Sobre todo, después de tantos años de activismos y propuestas teóricas queer, cuir, kuir, transfeminista, transmaricabibollo, que han contaminado y atravesado a los feminismos para hacerlos más inclusivos con las diferencias, más críticos y más atractivos (para las generaciones más jóvenes, y no solo).

El feminismo es la casa de todas, de todes, o no es. Su éxito movilizador en los últimos años tiene que ver con haber ampliado el sujeto de nuestra lucha, las demandas feministas, con pensar y actuar en clave interseccional, con articular alianzas, con empatizar, con estar al lado les unes de las otras y viceversa, escuchando, sin robar la voz ni victimizar ni violentar a nadie. El feminismo tampoco tiene una tradición punitivista; ojo con defender estas ideas que nos pueden acabar haciendo un flaco favor.

Actualmente nos encontramos frente a una reacción cisheteropatriarcal, a nivel global, contra los avances de la lucha feminista, LGTBI+, queer, migrante y antirracista. Nuestras resistencias, por otra parte, cada vez tienen más carácter internacionalista (Gago, 2019). Estos últimos años hemos aprendido mucho colectivamente, sobre nuestras vulnerabilidades y sus potencialidades políticas. En el momento actual de avance de los sectores neoconservadores, con el neoliberalismo agudi­­zando las desigualdades, no deberíamos dividirnos y debilitarnos, sino, como escribió Audre Lorde, reconocer y celebrar nuestras diferencias. Juntas somos poderosas. Los discursos de odio no son tolerables, vengan de donde vengan. Es urgente que acabemos con estas feminist wars. Como ha escrito Sara Ahmed, “cuando hablamos con alguien, abrimos la posibilidad de una respuesta; un ir y venir. Feminismo: ir y venir, un diálogo, un baile, una oportunidad, lo que tenemos que hacer para existir” (2019: 185).

Ir y venir. Retomemos el diálogo, negociando los disensos, más allá de broncas partidistas (como la de Unidas Podemos y el PSOE, actualmente en el Gobierno) y de batallas por la hegemonía en el feminismo.

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