El bosque oscuro

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Segunda Parte. La maldición » Año 8 de la Era de la Crisis

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Año 8 de la Era de la Crisis

Distancia que separa a la flota trisolariana

de nuestro Sistema Solar: 4,20 años luz

Desde hacía un tiempo, Tyler estaba nervioso. A pesar de las contrariedades, su Plan Miríada de Mosquitos había logrado la aprobación del Consejo de Defensa Planetaria. Ya se había iniciado el desarrollo de los cazas planetarios, pero la falta de avances tecnológicos ralentizaba los progresos. Con la invención de los cohetes a propulsión química, la humanidad seguía perfeccionando las hachas y los garrotes de la Edad de Piedra. El proyecto suplementario de Tyler, dedicado al estudio de Europa, Ceres y distintos cometas, resultaba tan desconcertante que muchos sospechaban que lo había concebido para dotar de misterio al tan directo plan principal. Sin embargo, como podía incorporarse al programa convencional de defensa, también se le permitiría iniciar esos trabajos.

Obligado a esperar, Tyler volvió a casa y, por primera vez en cinco años como vallado, hizo vida normal.

En ese momento los vallados eran objeto de una creciente curiosidad social. Lo deseasen o no, ante los ojos de la multitud se les había presentado como figuras mesiánicas. Lógicamente, surgió un culto a los vallados. Daban igual las explicaciones ofrecidas por Naciones Unidas y el Consejo de Defensa Planetaria, las leyendas sobre sus poderes sobrenaturales circulaban con facilidad y cada vez resultaban más fantasiosas. En las películas de ciencia ficción eran superhéroes, y a ojos de muchos, la única esperanza de la humanidad. Eso incrementaba el capital popular y político de los vallados, que garantizaba las facilidades cuando recurrían al uso de grandes cantidades de recursos.

La excepción era Luo Ji. Se mantenía aislado sin aparecer jamás en público. Nadie conocía su paradero y a qué se dedicaba.

Un día Tyler tuvo visita. Al igual que sucedía con los otros vallados, muchos guardias vigilaban su casa y los visitantes debían superar un estricto control de seguridad. Pero al ver al visitante en su salón, supo de inmediato que ese hombre no había tenido ningún problema, porque resultaba más que evidente que no presentaba ninguna amenaza. En aquel día tan caluroso llevaba un traje arrugado, una corbata igualmente arrugada y, lo más molesto, un bombín que ya no usaba nadie. Era evidente que había encarado la visita deseando mostrar una apariencia más elegante, porque tal vez nunca antes había participado en ninguna reunión formal. Pálido y demacrado, tenía aspecto malnutrido. Las grandes gafas descansaban sobre un rostro pálido y delgado. El cuello parecía incapaz de soportar el peso de la cabeza y el traje daba la impresión de estar vacío, como si todavía colgase de la percha. Con su mente política, Tyler comprendió de un vistazo que el hombre pertenecía a una de esas mezquinas clases sociales que sufrían de una pobreza más espiritual que material, como los cicateros burócratas de Gogol que, a pesar de su muy bajo nivel social, seguían preocupándose por conservar esa posición y malgastaban sus vidas en tareas sin sentido y carentes de imaginación que ejecutaban con toda precisión. Siempre, hiciesen lo que hicieran, temían cometer algún error, causar rechazo en toda persona con la que se encontraban, y no se atrevían ni a dar el más mínimo vistazo al techo de cristal para mirar a un plano social superior. Tyler odiaba a esa gente. Era completamente dispensable, y le dejaba muy mal sabor de boca pensar que formaban la mayoría del mundo que pretendía salvar.

Con cautela, el hombre atravesó la puerta del salón, pero no se atrevió a avanzar más. Parecía temer que sus suelas sucias dejasen manchas en la alfombra. Se quitó el sombrero y a través de las gruesas gafas miró al señor de la casa sin dejar de inclinarse. Tyler decidió despedirle en cuanto abriese la boca, porque por mucho que creyese tener algo importante que decirle, para Tyler no tendría ningún sentido oírlo.

Con voz rota, el hombrecillo lamentable habló. Para Tyler fue como recibir el impacto de un rayo y quedó tan confundido que prácticamente se sentó en el suelo. Cada palabra resonó como un trueno.

—Vallado Frederick Tyler, soy tu desvallador.

—Quién habría podido pensar que algún día nos encararíamos con un mapa de batalla como este —exclamó Chang Weisi al contemplar una imagen a escala uno a un billón del Sistema Solar que se mostraba en un monitor tan grande que bien podría haber sido una pantalla de cine.

La imagen era casi totalmente negra, excepto por un minúsculo punto central de color amarillo: el sol. El radio de la imagen llegaba hasta la mitad del Cinturón de Kuiper. Cuando se mostraba en su totalidad, era como mirar al Sistema Solar desde un punto a cincuenta unidades astronómicas sobre el plano de la eclíptica. Mostraba con total precisión la órbita de planetas y satélites, así como las condiciones de los asteroides conocidos. También podía mostrar la disposición precisa del Sistema Solar en cualquier momento del próximo milenio. En esta ocasión habían desactivado las indicaciones de posición de los cuerpos celestes y la imagen apenas poseía el brillo justo, si te esforzabas, para distinguir Júpiter. Se trataba de un punto brillante e indefinido. El resto de los siete planetas eran invisibles a esa distancia.

—Sí, estamos viviendo grandes cambios —dijo Zhang Beihai. Los militares acababan de concluir la reunión para valorar el primer mapa espacial. Ahora mismo solo quedaban ellos dos en la cavernosa sala de batalla—. Comandante, ¿prestó atención a los ojos de nuestros camaradas al ver el mapa?

—Por supuesto. Es más que comprensible. Lo que esperaban era un mapa espacial como los que aparecen en los libros de divulgación científica. Unas bolas de colores dando vueltas alrededor de una pelota de fuego. La inmensidad del Sistema Solar solo se aprecia al mirar un mapa creado con una escala precisa. Y ya pertenezcan a la marina o a la fuerza aérea, el espacio por el que puede moverse una nave aérea o marítima no es más que un píxel en una enorme pantalla.

—Da la impresión de que contemplar el campo de batalla del futuro no provocó en nuestros camaradas excesivos ánimos por la batalla.

—Y ahora hemos vuelto a la casilla del derrotismo.

—Comandante, ahora mismo no tengo interés en hablar sobre la realidad del derrotismo. Lo que me gustaría valorar es… bien… —vaciló y sonrió. Era un momento muy extraño para alguien que habitualmente no tenía ningún problema para expresarse.

Chang Weisi apartó la vista del mapa y le sonrió.

—Da la impresión de que lo que desea decir no es muy ortodoxo.

—Sí. O quizá sea algo sin precedentes. Voy a dar una recomendación.

—Adelante. Vaya directo al grano. Aunque, por supuesto, no hace falta que nadie se lo diga.

—Sí, comandante. Se ha avanzado poco, durante los últimos cinco años, en la investigación de viajes espaciales y en las defensas planetarias mínimas. Las tecnologías preliminares para ambos programas, la fusión nuclear controlada y el ascensor espacial, siguen en la casilla de salida, sin que tengamos muchas esperanzas. Asimismo, los cohetes de combustible químico y gran empuje dan todo tipo de problemas. De seguir así, me temo que una flota espacial seguirá siendo para siempre una idea de ciencia ficción, aunque sea una de muy bajo nivel tecnológico.

—Escogió usted el nivel tecnológico alto, camarada Beihai. Debería conocer bien las reglas de la investigación científica.

—Por supuesto. Soy consciente. La investigación va a saltos, y el cambio cualitativo es exclusivamente resultado de una acumulación cuantitativa a largo plazo. Las innovaciones importantes tanto en la teoría como en la tecnología se logran sobre todo en ráfagas muy concentradas… Pero aun así, comandante, ¿cuántas personas comprenden el problema en la medida en que lo comprendo yo? Resulta más que probable pensar que dentro de cincuenta años, incluso cien, no habremos logrado ninguna innovación científica o técnica. En esa situación, ¿hasta dónde habrán llegado las ideas derrotistas? ¿Cuál será el estado de ánimo mental y espiritual de la fuerza espacial? Comandante, ¿cree que estoy adelantándome demasiado?

—Beihai, de usted lo que me gusta es que siempre tiene bien presente el largo plazo. Es una cualidad muy poco habitual entre la estructura política de los militares. Por favor, continúe.

—Solo puedo comentar los límites de mi propio trabajo. Dando por buenas las anteriores suposiciones, ¿a qué dificultades y presiones se enfrentarán los futuros camaradas dedicados al trabajo político e ideológico dentro de la fuerza espacial?

—Una cuestión todavía más lúgubre es preguntarse cuántos cuadros políticos quedarán —añadió Chang Weisi—, para poder contener el derrotismo. Somos nosotros los primeros que debemos demostrar una fe total en la victoria. Pero eso será mucho más complicado en el futuro hipotético que describe.

—Y es justo lo que me preocupa, comandante. Cuando llegue ese momento, la labor política en la fuerza espacial no estará a la altura.

—¿Qué recomienda?

—¡Enviar refuerzos!

Chang Weisi miró fijamente a Zhang Beihai. A continuación, volvió la vista hacia la descomunal pantalla. Desplazó el cursor y amplió el sol hasta que la luz se reflejó en sus charreteras.

—Comandante, me refiero a…

Levantó la mano.

—Sé a qué se refiere —redujo la imagen de nuevo hasta que la pantalla mostró todo el mapa, haciendo que toda la sala se hundiese en la oscuridad. Luego la amplió de nuevo… y mientras pensaba fue repitiendo el ciclo, hasta que al fin dijo—: ¿Ha pensado que si la labor política e ideológica en la fuerza espacial ya es hoy en día una tarea compleja y difícil, quedará muy debilitada si hibernamos a los oficiales políticos más destacados y los enviamos al futuro?

—Lo tengo presente, comandante. Me limitaba a expresar una sugerencia personal. Valorar todos los aspectos de la situación es, por supuesto, una labor de mis superiores.

Chang Weisi se puso en pie y encendió las luces. Toda la sala se iluminó.

—No, camarada Beihai, ahora es su trabajo. Deje todo lo demás. A partir de mañana se centrará en el departamento político de la fuerza espacial. Investigue todas las demás ramas y en cuanto sea posible redacte un informe preliminar para la Comisión Militar Central.

Tyler llegó cuando el sol se ponía tras las montañas. Al salir del coche se encontró con una imagen paradisíaca: la luz más delicada del día iluminando los picos nevados, el lago y el bosque, pero también a Luo Ji y su familia, en la hierba a la orilla del lago, disfrutando de aquella onírica tarde. Lo primero que le llamó la atención fue la madre, de aspecto tan joven, como si fuese la hermana mayor de la niña de un año. Era difícil distinguirla en la distancia, pero al acercarse prestó atención a la hija. De no estar viéndolo con sus propios ojos, habría puesto en duda que una criatura tan adorable pudiera existir. Parecía una célula madre de belleza, el estado embrionario de todo lo hermoso. Madre e hija dibujaban sobre una enorme hoja de papel mientras Luo Ji permanecía a un lado observándolas con interés, como cuando había ido al Louvre, contemplando en la distancia a su amada, ahora madre. Al acercarse todavía más, Tyler vio en los ojos de Luo Ji una alegría infinita, una felicidad que parecía cubrir todo lo que había en ese Jardín del Edén, entre las montañas y el lago…

Al haber llegado desde el tétrico mundo exterior, la escena adquiría a sus ojos unos tonos sobrenaturales. Estaba solo, a pesar de haberse casado dos veces, y las alegrías familiares habían significado muy poco para él frente a las ansias por lograr la gloria. Ahora, por primera vez, le asaltaba la impresión de haber vivido una vida vacía.

Luo Ji, hechizado por su esposa y su hija, solo advirtió la presencia de Tyler cuando este estaba muy cerca. Hasta ese momento, debido a las barreras psicológicas fruto de su situación común, no se había producido contacto personal entre vallados. Pero a Luo Ji no le sorprendió la llegada de Tyler, porque habían hablado por teléfono, y le recibió con amabilidad.

—Señora, disculpe la interrupción —le dijo Tyler, mientras se inclinaba ligeramente ante Zhuang Yan, quien se había acercado con la niña.

—Bienvenido, señor Tyler. No es habitual que tengamos visita, así que nos alegra que haya podido venir —hablaba un inglés forzado, pero la voz conservaba la ligereza de la niñez y su rostro todavía sonreía; sintió como si unas manos de ángel le rozasen el alma cansada—. Esta es mi hija, Xia Xia.

Deseó abrazar a la niña, pero no lo hizo temiendo perder el control de sus emociones. Se limitó a decir:

—Ver a dos ángeles bien compensa el viaje.

—Les dejaremos hablar mientras preparamos la cena —añadió ella con una sonrisa.

—No, no será necesario. Solo deseo cruzar unas palabras con el doctor Luo. No les robaré mucho tiempo.

Zhuang Yan insistió amablemente para que se quedase a cenar y luego se fue con la niña.

Luo Ji le hizo un gesto a Tyler para que se sentase en una silla blanca colocada en la hierba. Al hacerlo, todo su cuerpo se relajó, como si le hubiesen extirpado los tendones. Era un viajero que tras un largo viaje al fin había alcanzado su destino.

—Doctor, parece que ha estado ausente del mundo durante dos años —dijo Tyler.

—Sí. —Luo Ji se quedó de pie. Con las manos hizo un gesto que recorrió toda la escena—. Para mí esto es todo.

—Realmente es un hombre sabio. Y, al menos desde cierta perspectiva, un hombre más responsable que yo.

—¿A qué se refiere? —dijo Luo Ji, acompañando las palabras con una sonrisa de desconcierto.

—Al menos usted no ha malgastado recursos… ¿Así que tampoco ve la tele? Me refiero a su ángel.

—¿Ella? No lo sé. Últimamente siempre acompaña a Xia Xia, así que no tengo la impresión de que vea mucho la televisión.

—Entonces, ¿efectivamente no tiene ni idea de lo que ha sucedido en el mundo exterior en los últimos días?

—¿Qué ha pasado? No tiene buen aspecto. ¿Está cansado? ¿Puedo ofrecerle algo de beber?

—Lo que sea —dijo Tyler, sintiéndose deslumbrado por el espectáculo de los últimos rayos de sol reflejados en el lago—. Hace cuatro días apareció mi desvallador.

Luo Ji dejó de servir el vino. Tras unos segundos de silencio, dijo:

—¿Tan pronto?

Tyler asintió con tristeza.

—Justo eso fue lo primero que le dije.

—¿Tan pronto? —le dijo Tyler al desvallador. Al intentar mantener la calma solo logró que la voz sonase débil.

—Me habría gustado llegar antes, pero consideré necesario reunir pruebas más sólidas, así que me retrasé. Lo siento —dijo el desvallador. Estaba de pie tras Tyler, como si fuese un sirviente, y hablaba con lentitud, demostrando la humildad de un sirviente. La frase final manifestaba incluso minuciosidad y consideración, esa deferencia comprensiva que el verdugo emplea con su víctima.

A continuación, se produjo un silencio agobiante. Al final, Tyler reunió el valor para mirar al desvallador, quien preguntó:

—Señor, ¿continúo?

Tyler asintió con un gesto, pero apartó la vista. Se sentó en el sofá, esforzándose por tranquilizarse.

—Gracias, señor. —Hubo una nueva reverencia por parte del desvallador, con el sombrero todavía en la mano—. En primer lugar, procederé a describir el plan que usted ha revelado al mundo exterior: emplear una flota de ágiles cazas espaciales que portarían superbombas de cientos de megatones. Tales cazas apoyarían a la flota de la Tierra lanzando ataques suicidas contra la flota trisolariana. Quizá lo esté simplificando en exceso, pero la idea fundamental es esa, ¿no es así?

—No tiene mayor sentido discutirlo con usted —dijo Tyler. Se había estado planteando dar por concluida la conversación. En cuanto el desvallador se presentó como tal, la intuición de Tyler como político y estratega le hizo saber que ese hombre ya había ganado. A estas alturas tendría suerte si el contenido de su mente no quedaba totalmente al descubierto.

—Si así es, señor, entonces no es preciso que continúe y puede usted arrestarme. Pero sabrá, por supuesto, que en cualquier caso, su verdadera estrategia, junto con las pruebas que he reunido para verificar mi hipótesis, serán noticia mundial mañana o incluso esta noche. Pongo mi vida en juego presentándome hoy ante usted, y espero que valore mi sacrificio.

—Puede seguir —dijo Tyler, acompañando las palabras con un gesto de la mano.

—Gracias, señor. Sinceramente es un honor y no malgastaré demasiado tiempo. —Otra reverencia. Por sus venas parecía circular cierto respeto, una forma de humildad, que rara vez se encontraba entre la gente moderna. Un respeto que se podía manifestar en cualquier momento como una horca cerrándose alrededor del cuello de Tyler—. Dígame, señor, ¿fue correcta mi caracterización de su estrategia?

—Lo fue.

—No lo fue —dijo el desvallador—. Discúlpeme, señor, por decirlo, pero no fue correcta.

—¿Por qué no?

—Si tenemos en cuenta los conocimientos tecnológicos de la humanidad, las superbombas de hidrógeno son las armas más probables en nuestro futuro. En un entorno de batalla espacial, es preciso detonar las bombas en contacto directo con el objetivo. Si no, sería imposible destruir las naves enemigas. Los cazas espaciales son ágiles y pueden desplegarse en gran número. Por tanto, sin duda, la mejor opción es enviar la flota de cazas en un ataque suicida de enjambre. Por lo cual, su plan es sumamente razonable. También sus demás acciones fueron de lo más razonables. Los viajes a Japón, China e incluso a las montañas de Afganistán en busca de pilotos kamikazes del espacio, personas con el adecuado espíritu de sacrificio. Así como el plan de tener el control directo de la flota mosquito una vez que esa búsqueda fracasó. Muy razonable.

—¿Qué tiene de malo? —preguntó Tyler, acomodándose mejor.

—Nada. Pero eso no fue más que la estrategia que ofreció al mundo exterior. —El desvallador se inclinó, se acercó a la oreja de Tyler y siguió hablando en voz más baja—: La verdadera estrategia contiene pequeñas alteraciones. Durante mucho tiempo me desconcertó. Para mí fue un período muy angustioso. Consideré seriamente la idea de renunciar.

Tyler fue consciente de que agarraba con mucha fuerza el brazo del sofá e hizo lo posible por relajarse.

—Pero entonces usted mismo me proporcionó la clave para resolver el puzle. Todo encajaba tan bien que durante un momento puse en duda haber tenido tanta suerte. Ya sabe de qué hablo: su estudio de distintos cuerpos del Sistema Solar. Europa, Ceres y los cometas. ¿Qué aspecto tienen en común? El agua. Todos contienen agua. ¡Y en grandes cantidades! Combinados, Europa y Ceres poseen más agua de la que hay en todos los océanos de la Tierra…

»Los enfermos de hidrofobia temen al agua y pueden sufrir espasmos simplemente si se pronuncia la palabra. Imagino que ahora mismo lo que usted siente es similar.

El desvallador se acercó más a Tyler y le habló directo al oído. Su aliento no poseía ni la más mínima calidez. Más bien era como un viento fantasmal teñido de los olores de la tumba.

—Agua —susurró como si hablase en sueños—. Agua…

Tyler no habló. Mantenía el rostro como si fuese una estatua.

—¿Es preciso que siga? —preguntó el desvallador mientras se alzaba.

—No —dijo Tyler con apenas fuerza.

—Aun así, seguiré hablando —dijo el desvallador, casi con júbilo—. Para los historiadores dejaré un informe completo, aunque la historia pronto será algo del pasado. Y, evidentemente, también una explicación para nuestro Señor. No todos poseen el agudo intelecto del que disfrutamos usted y yo, que nos permite deducir la totalidad empezando por un fragmento nimio. En especial nuestro Señor, que podría siquiera no comprender una explicación completa. —Levantó la mano, como si reconociese a los oyentes trisolarianos, y soltó una risa—. Pido perdón.

Tyler relajó su expresión facial. Luego se sintió como si los huesos se le fundiesen. Se dejó caer en el sofá. Estaba acabado. Su espíritu ya no ocupaba su cuerpo.

—Bien. Dejemos de lado el agua y hablemos sobre la miríada de mosquitos. El objetivo de su primer ataque no serán los invasores trisolarianos, sino la propia fuerza espacial de la Tierra. Se trata de una hipótesis que se sostiene sobre señales apenas presentes, pero la considero correcta. Usted recorrió el mundo con la intención de crear una fuerza kamikaze para la humanidad. Pero fracasó. Era algo que usted ya había previsto, pero el fracaso le ofreció dos cosas que ansiaba. Una, desesperanza total con la humanidad… algo que obtuvo por completo. La segunda la consideraremos dentro de unos momentos.

Cayó la hoja del hacha.

—Tras recorrer el mundo quedó usted desilusionado con la dedicación de la humanidad moderna. También le quedó claro que por medio del combate estándar la fuerza espacial de la Tierra no tenía ni la más mínima oportunidad de derrotar a la flota trisolariana. Por tanto, concibió una estrategia todavía más extrema. En mi opinión, una esperanza muy remota y un riesgo descomunal. Aun así, en el caso de esta guerra, los principios del Proyecto Vallado indican que la apuesta más segura es arriesgarse.

»Por supuesto, no es más que el comienzo. Su traición a la humanidad sería un proceso largo, pero tenía el tiempo a su favor. Durante los próximos meses o años manipularía los acontecimientos para incrementar el muro que había levantado entre usted y la humanidad. Su desesperación se intensificaría gradualmente y la pena se incrementaría, dejando al mundo humano cada vez más lejos, aproximándose paso a paso a la Organización Terrícola-trisolariana. Es más, hace poco ya dio los primeros pasos por ese camino, al implorar clemencia con la Organización en la sesión del Consejo de Defensa Planetaria. No fue solo una farsa. Realmente necesitaba que resistiesen. Necesita a los miembros de la Organización como pilotos de los cazas espaciales cuando llegue la batalla del Día del Juicio Final. Es una cuestión de tiempo y paciencia, pero al final se saldría con la suya, porque la Organización también le necesita. Precisa de su ayuda y de los recursos que maneja. Siempre que se mantuviese el secreto, no sería difícil entregar la flota mosquito a la Organización. En caso de ser descubierto, siempre podría afirmar que se trataba de una parte del plan.

Tyler no parecía escuchar al desvallador. Permanecía sentado, con los ojos entrecerrados y aspecto agotado, como si ya se hubiese rendido por completo y estuviese relajándose.

—Bien. Ahora trataremos el agua. Durante la batalla del Día del Juicio Final, probablemente la flota mosquito controlada por la Organización lanzaría un ataque sorpresa contra la flota de la Tierra y luego se entregaría a la flota de nuestro Señor. Ya habrían demostrado su deslealtad con la Tierra, por lo que sería posible que Trisolaris estuviese dispuesto a permitirles unirse a su flota. Pero nuestro Señor no se apresuraría en aceptar una fuerza militar traidora.

Haría falta un importante regalo. ¿Qué hay en el Sistema Solar que nuestro Señor pueda necesitar? Agua. Tras un viaje de cuatro siglos, gran parte del agua de la flota trisolariana se habría agotado. En su aproximación al Sistema Solar, sería preciso rehidratar a los trisolarianos deshidratados que hubiese a bordo. El agua usada para tal fin acabaría formando parte de sus cuerpos, por lo que con toda seguridad sería preferible agua fresca en lugar de agua reciclada innumerables veces en la nave. La flota mosquito ofrecería a nuestro Señor un iceberg formado por enormes cantidades de agua obtenida de Europa, Ceres y los cometas. No estoy seguro de los detalles, supongo que ahora mismo usted tampoco, pero digamos que diez mil toneladas.

»La flota mosquito impulsaría ese gigantesco trozo de hielo. Probablemente, al presentar el regalo la flota mosquito se acercaría mucho a la flota de nuestro Señor, momento en el que haría uso de la segunda consecuencia de su fracaso al crear la fuerza kamikaze. Ese fracaso fue el origen de su petición, más que lógica, de tener control independiente de toda la flota mosquito. Cuando la flota de la Tierra se acercara a la flota de nuestro Señor, usted retiraría el control de los cazas a los pilotos de la Organización y los pasaría a modo automático, ordenando a los cazas que atacasen sus blancos. Las superbombas detonarían a quemarropa, destruyendo todas las naves de nuestro Señor.

El desvallador se enderezó y, alejándose de Tyler, se acercó al ventanal que miraba al jardín. Así desapareció el viento infernal que había lanzado a la oreja de Tyler, pero no antes de que el frío helado hubiese penetrado en su cuerpo.

—Un plan asombroso. No le miento. Pero hay varios descuidos que resultan inexplicables. ¿Por qué estaba tan dispuesto a iniciar el estudio de los cuerpos celestes con agua? Ahora mismo no se dispone de la tecnología para extraer y transportar el agua en grandes cantidades, y el desarrollo de esa ingeniería requeriría años o incluso décadas. Aunque sintiese la necesidad de empezar de inmediato, ¿por qué no añadir algunos cuerpos sin agua? Por ejemplo, las lunas de Marte. De haberlo hecho, no habría impedido que con el tiempo yo acabase descubriendo su plan, pero habría incrementado enormemente la dificultad. ¿Cómo es posible que un estratega de su calibre pasase por alto esas simples precauciones? Por otra parte, reconozco que actúa bajo presión.

El desvallador agarró el hombro de Tyler con una mano amable. Tyler sintió un ramalazo de afabilidad, como la de un verdugo para con su víctima. Incluso se sintió ligeramente conmovido.

—No sea duro consigo mismo. La verdad es que lo hizo muy bien. Espero que la historia le recuerde. —El desvallador retiró la mano. En su rostro anteriormente pálido y enfermizo se reflejó una energía renovada. Estiró los brazos—. Bien, señor Tyler, ya he concluido. Llame a los suyos.

Tyler, quien todavía mantenía los ojos cerrados, dijo sin apenas fuerza:

—Puede irse.

Cuando el desvallador abrió la puerta, Tyler logró formular una última pregunta.

—¿Qué más da si lo que ha dicho es verdad?

El desvallador se volvió para mirarlo.

—Nada. Señor Tyler, independientemente de si yo he acabado o no con su plan, a nuestro Señor no le importa nada.

Luo Ji permaneció largo rato en silencio tras escuchar el relato de Tyler.

Cuando una persona corriente hablaba con uno de ellos, siempre pensaba: «Es un vallado, sus palabras no son de fiar», lo que resultaba un obstáculo para la comunicación. Pero cuando los vallados hablaban entre sí, las ideas preconcebidas que moraban en sus mentes multiplicaban en secuencia esos obstáculos para la comunicación. Es más, una interacción de tal naturaleza vaciaba de significado todo lo que dijese cualquiera de los interlocutores, por lo que comunicarse carecía de sentido. Por eso no se daban contactos privados entre vallados.

—¿Cómo valora el análisis realizado por el desvallador? —preguntó Luo Ji para romper el silencio, aunque sabía muy bien que la pregunta carecía de sentido.

—Acertó en todo —dijo Tyler.

Luo Ji deseaba añadir algo. Pero ¿qué? ¿Qué podría decirle? Los dos eran vallados.

—Efectivamente, describió mi verdadera estrategia —añadió Tyler. Quedaba claro que sentía el intenso deseo de hablar y le daba igual si se le creía o no—. Por supuesto, por ahora es tentativa y preliminar. Ya solo la tecnología es un aspecto complicado, aunque yo esperaba que a lo largo de cuatro siglos se fuesen resolviendo gradualmente todos los detalles teóricos y técnicos. Pero si valoro la actitud del enemigo ante el plan, daría igual. No les importa. No se puede expresar más desprecio.

—¿Y eso sucedió…? —interiormente, Luo Ji se sentía como una máquina diseñada para producir diálogos sin sentido.

—El día posterior a la visita del desvallador, se publicó en las redes un análisis completo de mi estrategia. Ocupaba millones de palabras, en su mayoría conseguidas a través de sofones, y provocó un enorme impacto. Anteayer, el Consejo de Defensa Planetaria convocó una sesión para tratar la situación, tras la cual se decidió: «Los planes de los vallados no pueden incluir elementos que pongan en riesgo vidas humanas». Si mi plan existiese en realidad, entonces ejecutarlo sería un crimen contra la humanidad. Es preciso ponerle fin y su vallado debe recibir todo el castigo de la ley. ¿Ha comprendido el uso del «crimen contra la humanidad»? Es un término que se usa cada vez más. Pero la conclusión de la resolución fue: «Siguiendo los principios fundamentales del Proyecto Vallado, las pruebas a disposición del mundo exterior bien podrían ser una estrategia de engaño por parte del vallado y, por tanto, no se puede emplear para demostrar que el vallado haya desarrollado y ejecutado este plan». Así que no me acusarán de nada.

—Eso estimé —dijo Luo Ji.

—Y durante la vista declaré que el análisis del desvallador era correcto. Que efectivamente mi estrategia era la miríada de mosquitos. Solicité ser juzgado siguiendo las leyes nacionales e internacionales.

—Me hago una idea de su respuesta.

—Los miembros transitorios del Consejo de Defensa Planetaria y todos los representantes permanentes me miraron con esa sonrisa del vallado colgando de la cara y la presidencia declaró que la vista había terminado. ¡Malditos cabrones!

—Comprendo esa sensación.

—Perdí completamente el control. Salí corriendo de la sala y llegué gritando a la plaza exterior: «¡Soy el vallado Frederick Tyler! ¡Mi desvallador reveló mi estrategia! ¡Tenía razón! ¡Voy a usar la miríada de mosquitos para atacar la flota de la Tierra! ¡Estoy en contra de la humanidad! ¡Soy un demonio! ¡Castigadme y matadme!».

—Eso, señor Tyler, fue un acto sin mayor sentido.

—Lo que más odio es la expresión de la gente al mirarme. En la plaza me rodeó una multitud. Sus ojos dejaban en evidencia las fantasías infantiles, la reverencia de la mediana edad y la preocupación de los ancianos. Sus ojos declaraban: «Mirad, es un vallado. Está trabajando, pero él es el único que sabe lo que hace. ¿Veis lo bien que realiza su labor? Finge tan bien… ¿Cómo sabrá el enemigo cuál es su estrategia real? Esa estrategia tan absolutamente maravillosa y genial que solo él conoce y que salvará al mundo…». ¡Vaya una mierda! ¡Malditos idiotas!

Luo Ji decidió al fin guardar silencio y se limitó a sonreír.

Tyler le miró fijamente y en su rostro pálido se fue agitando una débil sonrisa que acabó convertida en histérica.

—¡Ja, ja, ja! ¡Me sonríe con la sonrisa del vallado! Un vallado le dedica esa sonrisa a otro vallado. Cree que estoy trabajando. ¡Cree que estoy interpretando mi papel y que he salvado al mundo! ¿Cómo nos las hemos arreglado para acabar en una situación tan cómica?

—Se trata de un círculo vicioso, señor Tyler, del que jamás lograremos escapar —dijo Luo Ji con anhelo.

La risa de Tyler se cortó de golpe.

—¿Jamás lograremos escapar? No, doctor Luo, hay una vía de escape. Sí que la hay y he venido a contársela.

—Necesita descanso. Unos días de tranquilidad —dijo Luo Ji.

Tyler le dedicó un lento asentimiento.

—Sí, necesito descanso. Solo nosotros comprendemos el dolor del otro. Por eso he venido. —Alzó la vista. Hacía un buen rato que se había puesto el sol y el crepúsculo había convertido el Jardín del Edén en un paisaje indefinido—. Esto es el paraíso. ¿Puedo dar un paseo a solas junto al lago?

—Aquí puede hacer lo que le plazca. Dé un tranquilo paseo y le llamaré en cuanto esté la cena.

Tyler se fue a pasear junto al lago, permitiendo al fin que Luo Ji se sentase, con la carga de sus intensos pensamientos.

Llevaba cinco años nadando en un océano de felicidad. En concreto, el nacimiento de Xia Xia le había permitido olvidar el mundo exterior. El amor de su mujer y de su hija se combinaban y embriagaban su alma. Y de tal forma, en ese dulce hogar aislado del resto del mundo se había ido sumergiendo cada vez más en una fantasía: quizás el mundo exterior fuese en realidad una forma de estado cuántico y no existiese a menos que lo observase.

Pero era un estado que ya no podía conservar ahora que el despreciable mundo exterior había irrumpido en su Jardín del Edén para confundirle y aterrarle. Pensó en las últimas palabras de Tyler, que todavía le resonaban en los oídos. ¿Sería realmente posible que un vallado escapase de ese círculo vicioso? ¿Era posible destrozar las cadenas de hierro de la lógica?

Recuperó la cordura y corrió al lago. Le hubiese gustado gritar, pero temía asustar a Zhuang Yan y a Xia Xia. Por tanto, se limitó a correr ante el tranquilo crepúsculo. El único sonido era el roce de sus pies sobre la hierba. Pero un trueno lejano se encajó en ese ritmo.

El sonido de un disparo. Desde el lago.

Esa noche, Luo Ji regresó tarde a casa, cuando la niña ya estaba bien dormida. Zhuang Yan preguntó en voz baja:

—¿El señor Tyler se ha ido?

—Sí. Se ha ido —dijo agotado.

—Parecía estar en peor estado que tú.

—Sí. Porque no optó por un camino sencillo… Yan, ¿has estado viendo la tele?

—No. La verdad… —dejó de hablar y Luo Ji comprendió lo que iba a decir. Cada día que pasaba la situación en el mundo exterior se iba volviendo más grave. Se ensanchaba el abismo que separaba la vida en ese lugar y la vida en el exterior. Y esa diferencia la inquietaba—. ¿Realmente nuestra vida es parte del Proyecto Vallado? —le preguntó, mirándole con la misma expresión de inocencia.

—Por supuesto que lo es. ¿Hay alguna duda?

—Pero ¿podemos ser felices cuando toda la humanidad es infeliz?

—Amor mío, la responsabilidad personal cuando toda la humanidad se siente infeliz es ser feliz. Con Xia Xia, tu felicidad gana un punto y el Proyecto Vallado gana un punto en su camino al éxito.

Zhuang Yan le miró en silencio. El lenguaje de expresiones faciales que cinco años antes había entrevisto frente a la Mona Lisa parecía haberse concretado entre ella y Luo Ji. Era cada vez más habitual que él pudiese leer lo que pensaba Zhuang Yan por lo que se manifestaba en sus ojos. Y lo que ahora veía era: «¿Cómo podría creerte?».

Luo Ji dedicó un buen rato a reflexionar y al fin dijo:

—Yan, todo llega a su fin. Un día, también el sol y el universo morirán. En ese caso, ¿por qué debería creer la humanidad en su propia inmortalidad? Presta atención, este mundo se ha sumido en la paranoia. Es una locura luchar en una guerra que no tienes esperanza de ganar. Así que, considera de otra forma la Crisis Trisolariana y despreocúpate. No solo abandona las preocupaciones relativas a la crisis, sino también todo lo sucedido anteriormente. Emplea el tiempo que queda en disfrutar de la vida. ¡Cuatrocientos años! Si nos negamos a participar en la batalla del Día del Juicio Final, entonces son casi quinientos… Es una cantidad razonable. La humanidad empleó un período similar para pasar del Renacimiento a la era informática, y en ese mismo tiempo podrías crear una vida despreocupada y cómoda. Cinco siglos idílicos sin tener que preocuparse del futuro lejano. Nuestra única responsabilidad sería disfrutar de la vida. Qué maravilla…

Comprendió que había sido imprudente. Al afirmar que su felicidad y la de la niña formaban parte del plan simplemente cubría de otra capa de protección la vida de su mujer, convirtiendo su felicidad en una responsabilidad. Era la única forma de garantizar que Zhuang Yan mantuviese un ánimo equilibrado al enfrentarse al cruel mundo. Siempre le resultaba imposible resistirse a sus ojos eternamente inocentes, así que no se atrevía a mirarle siempre que le hacía preguntas. Pero ahora, debido al factor Tyler, había revelado la verdad sin querer.

—Cuando dices eso, ¿estás siendo un vallado? —preguntó.

—Sí, claro que lo soy —dijo, corrigiendo la situación.

Pero los ojos de la mujer decían: «¡Parecías creerlo de verdad!».

Al comienzo de la sesión número 89 del Consejo de Defensa Planetaria sobre el Proyecto Vallado, el presidente de turno manifestó enérgicamente que se exigiese la participación de Luo Ji en la siguiente convocatoria, con el argumento de que negarse a participar no formaba parte del Proyecto Vallado porque la autoridad supervisora del Consejo de Defensa Planetaria sobre los vallados era superior a los planes estratégicos de ellos mismos. Todos los representantes permanentes aprobaron la propuesta por unanimidad. Teniéndolo en cuenta y sumándole la aparición del primer desvallador y el sorprendente suicidio del vallado Tyler, los otros dos vallados que asistían a la reunión no pudieron evitar comprender las implicaciones implícitas en las palabras del presidente.

Hines fue el primero en hablar. Su plan, basado en la neurociencia, estaba todavía en fase muy preliminar, pero describió el equipo que había concebido como base para posteriores investigaciones. Lo llamaba Escáner Total. Tomando como punto de partida la tomografía informática y la resonancia magnética, escaneaba simultáneamente todas las secciones del cerebro, lo que exigía una precisión por sección a la escala de la estructura interna de las células cerebrales y neuronas. De esa forma el número de escaneos simultáneos sería de varios millones, que luego un sistema informático sintetizaría para formar un modelo digital del cerebro. El resto de los requisitos técnicos era todavía mayor. Se precisaba realizar el escaneado a una tasa de veinticuatro imágenes por segundo para producir un modelo dinámico sintético que pudiese capturar toda la actividad cerebral a resolución neuronal, lo que haría posible observar con precisión el pensamiento cerebral, o incluso volver a ejecutar toda la actividad neuronal durante el pensamiento.

A continuación, Rey Díaz describió los avances de su plan. Tras cinco años de investigación, se había completado el modelo estelar digital para armas nucleares de gran capacidad. Ahora lo estaban refinando con sumo cuidado.

Luego, el panel de evaluación científica del Consejo de Defensa Planetaria presentó su informe sobre los estudios de viabilidad de los planes de los dos vallados.

En la estimación del panel de evaluación, a pesar de que en teoría no había problemas para crear el Escáner Total de Hines, las dificultades técnicas superaban con creces el estado tecnológico actual, y el escaneo estaba tan lejos de la tecnología de Escáner Total como una película en blanco y negro de las cámaras de alta definición. Concretamente, el mayor problema técnico se daba en el procesamiento de datos, porque escanear y modelar un objeto del tamaño del cerebro humano con precisión neuronal exigía una capacidad de procesamiento que los ordenadores aún no podían ofrecer.

En el caso de la llamada bomba estelar de hidrógeno de Rey Díaz, la situación era la misma: la capacidad computacional actual no era suficiente. Tras examinar los cálculos requeridos para la porción completada del modelo, la opinión de los expertos era que le llevaría veinte años al más potente de los ordenadores actuales modelar una centésima de segundo del proceso de fusión. La aplicación práctica resultaba imposible si se tenía en cuenta que sería necesario ejecutar el modelo repetidamente a lo largo de la investigación.

El informático jefe del panel tomó la palabra:

—En estos momentos nos acercamos al límite del desarrollo tecnológico en informática, basado en los circuitos integrados tradicionales y la arquitectura Von Neumann. En cualquier momento nos fallará la Ley de Moore. Es evidente que todavía podremos extraer algunas gotas adicionales de limonada de esos limones tradicionales. En mi opinión, incluso si tenemos en cuenta la desaceleración de los avances en supercomputación, todavía podríamos lograr la capacidad informática requerida por los dos planes. Es simplemente cuestión de tiempo. Si somos optimistas, unos veinte o treinta años. De llegar a ese punto, si llegamos, nos encontraremos en la cumbre de la tecnología computacional humana. Es difícil concebir cualquier progreso posterior. Como la física avanzada se encuentra bajo bloqueo sofón, es muy difícil que lleguemos a crear los ordenadores cuánticos y de nueva generación con los que soñamos.

—Hemos alcanzado las barreras que los sofones han levantado en todos nuestros caminos científicos —dijo el presidente.

—Entonces, no podremos hacer nada durante veinte años —replicó Hines.

—Veinte años es una estimación muy optimista. Debe conocer, ya que es usted un científico, la naturaleza impredecible de la investigación avanzada.

—En ese caso, la única opción es hibernar y aguardar la llegada de los ordenadores adecuados —añadió Rey Díaz.

—Yo también he optado por hibernar —afirmó Hines.

—Por tanto, les ruego que dentro de veinte años transmitan a mi sucesor mis mejores saludos —dijo el presidente, sonriendo.

El ambiente de la reunión se relajó. Los participantes suspiraron aliviados al saber que los dos vallados habían optado por hibernar. El impacto sobre el proyecto tras la aparición del primer desvallador y el suicidio de su vallado había sido inmenso. En concreto, el suicidio de Tyler había resultado un acto absurdo. De seguir con vida, la gente todavía tendría dudas sobre si la miríada de mosquitos era su plan real o no. Matarse suponía a todos los efectos confirmar la existencia de tan horrible plan. Había pagado con su vida el hecho de escapar del despiadado ciclo, lo que había provocado en la comunidad internacional críticas mayores al Proyecto Vallado. La opinión pública exigía ahora más restricciones en los poderes de los vallados. Pero evidentemente, dada la naturaleza del Proyecto Vallado, adoptar restricciones excesivas limitaría las opciones de los vallados para realizar sus engaños estratégicos. El proyecto acabaría por no tener ningún sentido. La estructura de mando del Proyecto Vallado no se parecía a ninguna otra en la historia humana. Por tanto, era necesario cierto tiempo para aceptarla y adaptarse a ella. Estaba claro que la hibernación de los dos vallados les ofrecería cierto período de calma para que ese paso pudiese darse.

Unos días más tarde, Rey Díaz y Hines entraron en hibernación en una base subterránea de alto secreto.

Luo Ji se dio cuenta de que tenía un sueño de mal agüero. Soñaba que recorría las salas del museo del Louvre. Nunca antes había tenido ese sueño. Cinco años de felicidad no le habían dado razones para soñar con alegrías del pasado. En el sueño experimentaba toda la carga de una soledad que no había sufrido en cinco años. Cada uno de sus pasos reverberaba por los palaciegos salones. Algo parecía abandonarle con cada reverberación hasta que llegó el momento en que no se atrevió a dar ni un paso más. Frente a él se encontraba la Mona Lisa. Ya no sonreía. Más bien, le miraba con compasión. Al detenerse, percibió el sonido de la fuente exterior, que gradualmente fue ganando fuerza. Despertó y se dio cuenta de que era un sonido del mundo real. Llovía.

Luo Ji alargó la mano para tomar la de su amada. Descubrió en ese momento que su sueño se había transformado en realidad.

Zhuang Yan no estaba.

Salió de la cama y fue al cuarto de la niña. Allí había una suave luz, pero Xia Xia tampoco estaba. Sobre la diminuta cama, delicadamente arreglada, se encontraba uno de los cuadros de Zhuang Yan que les gustaba a los dos. Estaba casi en blanco. Es más, en la distancia parecía simplemente una hoja de papel. Pero si te acercabas, en la esquina inferior izquierda aparecían delicados juncos y en la superior derecha, el rastro de un ganso que partía. En el centro en blanco había dos personas infinitesimalmente pequeñas. Pero ahora las acompañaba una delicada línea escrita: «Mi amor, te esperaremos en el Día del Juicio Final».

Es algo que iba a pasar tarde o temprano. ¿Tal vida de ensueño podría persistir para siempre? Luo Ji se repitió a sí mismo: «Acabaría pasando, así que no te preocupes. Estás mentalmente preparado». Pero aun así se sintió mareado. Le temblaban las piernas al recoger la pintura y dirigirse al salón. Era como si flotase.

El salón estaba vacío. Pero las brasas de la chimenea lo teñían todo de un tono rojizo, lo que hacía que la estancia pareciese como hielo que se derretía. Fuera seguía lloviendo. Cinco años antes, con ese mismo sonido de lluvia, ella había surgido de sus sueños. Y ahora había regresado allí, llevándose también a la niña.

Tomó el teléfono para llamar a Kent. En ese momento oyó débiles pasos en el exterior. Pasos de mujer, pero no era Zhuang Yan. Tiró el teléfono y salió.

A pesar de que solo podía ver una silueta, Luo Ji reconoció de inmediato a la figura esbelta que permanecía de pie en el porche, frente a la lluvia.

—Hola, doctor Luo —dijo la secretaria general Say.

—Hola… ¿Dónde están mi mujer y mi hija?

—Le están esperando en el Día del Juicio Final —dijo, repitiendo la información de la pintura.

—¿Por qué?

—Es una decisión del Consejo de Defensa Planetaria. Así podrá trabajar y cumplir con sus responsabilidades como vallado. No sufrirán ningún daño y los niños se adaptan mejor a la hibernación que los adultos.

—¡Los ha secuestrado! ¡Eso es un crimen!

—No hemos secuestrado a nadie.

El corazón de Luo Ji se estremeció al comprender lo que la afirmación de Say daba a entender. Alejó esa idea de su mente para no tener que enfrentarse a la realidad.

—¡Declaré que tenerlas conmigo formaba parte del plan!

—Sin embargo, tras realizar una meticulosa investigación, el Consejo de Defensa Planetaria concluyó que no era así y tomó las medidas necesarias para inducirle a trabajar.

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