El Chancellor (ilustrado)

El Chancellor (ilustrado)


Capítulo LVI

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LVI

Continuación del 27 de enero: ¡He bebido! ¡He bebido! ¡Renazco! ¡De pronto la vida ha vuelto a mí! ¡Ya no quiero morir!

Grito. Mis gritos son oídos. Robert Kurtis se asoma por encima de la borda, lanza una cuerda que mi mano agarra. Me izo a bordo y caigo sobre la plataforma.

Mis primeras palabras son éstas:

—¡Agua dulce!

—¡Agua dulce! —grita Robert Kurtis—. ¡La tierra está ahí!

¡Aún estamos a tiempo! ¡El crimen no se ha consumado! ¡La víctima no ha sido herida! Robert Kurtis y André han luchado contra estos caníbales, ¡y en el mismo momento en que iban a sucumbir se ha oído mi voz!

La lucha se ha detenido. Repito las palabras: «¡agua dulce!», e, inclinándome fuera de la balsa, bebo ávidamente, a grandes tragos.

La señorita Herbey es la primera en seguir mi ejemplo. Robert Kurtis, Falsten y los demás se precipitan hacia esta fuente de vida. Todos hacen lo mismo. Las bestias feroces de hace unos instantes levantan los brazos al cielo. Algunos marineros se santiguan gritando: «¡milagro!». Todos se arrodillan al borde de la balsa y beben ávidamente. ¡El éxtasis ha sucedido a las iras!

André y su padre son los últimos en imitarme.

—Pero ¿dónde estamos? —exclamo.

—¡A menos de veinte millas de tierra! —responde Robert Kurtis.

Lo miramos. ¿Se ha vuelto loco el capitán? ¡No hay ni rastro de costa a la vista, y la balsa sigue ocupando el centro de este círculo líquido!

¡Y, sin embargo, es agua dulce! ¿Desde cuándo lo es? ¡No importa! Nuestros sentidos no nos han engañado, y nuestra sed se calma.

—Sí, la tierra es invisible, ¡pero está ahí! —dice el capitán, extendiendo la mano hacia el oeste.

—¿Qué tierra? —pregunta el bosseman.

—La tierra de América, la tierra por donde corre el Amazonas, ¡el único río que posee una corriente lo suficientemente fuerte como para desalar el océano hasta veinte millas más allá de su desembocadura!

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