El Chancellor (ilustrado)
Capítulo XXI
Página 26 de 67
XXI
Del 21 al 23 de noviembre: En efecto, hay que abandonar esta estrecha laguna y sin tardanza. El tiempo, que nos ha favorecido durante todo este mes de noviembre, amenaza cambiar. Desde ayer el barómetro ha empezado a bajar, y comienza a haber marejada alrededor de Ham-Rock. Y el islote debe ser insostenible con una borrasca. El Chancellor quedaría reducido a trozos.
Esta misma tarde, con la bajamar, Robert Kurtis, Falsten, el bosseman, Daoulas y yo hemos ido a examinar el encachado basáltico, que se encuentra al descubierto. Tan sólo existe un medio de abrirse paso, y es atacando el encachado a golpes de pico, en una anchura de diez pies y un largo de seis. Una disminución de ocho o nueve pulgadas debe de ser suficiente para el calado del Chancellor, y balizando con todo cuidado el canalito, lo franqueará y se encontrará más allá de unas aguas que se hacen inmediatamente profundas.
—Pero este basalto tiene la dureza del granito —observa el bosseman—, y el trabajo será muy largo, tanto más si tenemos en cuenta que sólo podrá llevarse a cabo con la marea baja, es decir, ¡apenas durante dos horas de cada veinticuatro!
—Razón de más, bosseman, para no perder ni un solo instante —responde Robert Kurtis.
—¡Eh, capitán —dice Daoulas—, tendremos trabajo para un mes! ¿No sería posible hacer saltar esas rocas por los aires? Hay pólvora a bordo.
—Muy poca —responde el bosseman.
La situación es extremadamente grave. ¡Un mes de trabajo! ¡Pero antes de un mes el navío será destrozado por la mar!
—Tenemos algo mejor que la pólvora —dice entonces Falsten.
—¿El qué? —pregunta Robert Kurtis, volviéndose hacia el ingeniero.
—¡Picrato de potasa! —responde Falsten.
¡Picrato de potasa, en efecto! La bombona embarcada por el desdichado Ruby. ¡La sustancia explosiva que ha estado a punto de hacer saltar el navío por los aires podrá hacer saltar el obstáculo! ¡Un barreno en el basalto, y el encachado dejará de existir!
La bombona de picrato, tal y como he dicho, ha sido depositada en el arrecife y en lugar seguro. Es realmente una suerte, incluso una cosa providencial, que no haya sido tirada a la mar después de haber sido sacada de la bodega.
Los marineros van a buscar picos, y Daoulas, dirigido por Falsten, comienza a excavar un barreno, siguiendo la dirección que debe producir el mejor efecto. Todo nos permite esperar que el hornillo sea acabado durante la noche, y que mañana a la salida del sol, si la explosión produce el efecto deseado, el paso haya quedado libre.
Se sabe que el ácido pícrico es un producto cristalino y amargo, extraído del alquitrán, y que, al combinarse con la potasa, forma una sal amarilla que es el picrato de potasa. La potencia explosiva de esta sustancia es inferior a la del algodón pólvora y la dinamita; pero es superior a la de la pólvora ordinaria[40]. En cuanto a su inflamación, puede provocarse fácilmente bajo la influencia de un choque violento y seco, y lo conseguiremos fácilmente por medio de fulminantes.
El trabajo de Daoulas, ayudado por sus hombres, se ha llevado con energía, pero, cuando llega el día, está muy lejos de haberse acabado. En efecto, no se puede excavar el hornillo más que durante la bajamar, es decir, apenas durante una hora. Por tanto, llegamos a la conclusión de que serán necesarias cuatro mareas para darle la profundidad deseada.
Hasta el 23 por la mañana la operación no está finalmente acabada. El encachado de basalto ha sido perforado por un agujero oblicuo, que puede contener una decena de libras de sal explosiva, y este barreno va a ser cargado inmediatamente. Son aproximadamente las ocho.
En el momento de introducir el picrato en el agujero, Falsten nos dice:
—Creo que deberíamos mezclarlo con pólvora corriente. Eso nos permitiría encender la mina con una mecha, en lugar de un fulminante, cuya explosión habría que determinar por medio de un choque, y así nos resultará más fácil. Además, es bien sabido que el empleo simultáneo de pólvora y picrato es mucho mejor a fin de provocar la fragmentación de rocas duras. El picrato, muy violento por su naturaleza, prepara el camino a la pólvora, la cual, más lenta en inflamarse y más mesurada, disgregará después el basalto.
El ingeniero Falsten no habla con frecuencia, pero hay que aceptar que, cuando habla, habla bien. Se sigue su consejo. Se mezclan las dos sustancias, y, después de haber metido antes una mecha hasta el fondo del agujero, se introduce la mezcla, que está convenientemente atacada.
El Chancellor se encuentra bastante alejado de la mina, por lo que no tiene nada que temer de la explosión. Sin embargo, por precaución, los pasajeros y la tripulación se refugian en el otro extremo del arrecife, en la gruta, y la señora Kear, pese a sus recriminaciones, ha tenido que abandonar el navío.
Después, Falsten, tras haber prendido fuego a la mecha, que debe arder durante unos diez minutos, se une a nosotros.
Se produce la explosión. Es sorda y mucho menos ruidosa de lo que habríamos supuesto, pero siempre ocurre así con las minas que se excavan profundamente.
Hemos corrido hacia el obstáculo… La operación ha tenido un éxito total. El encachado de basalto ha sido literalmente reducido a polvo, y, ahora, un canalito, que la marea montante empieza a cubrir, corta el obstáculo y deja paso libre.
Un hurra general estalla. ¡La puerta de la cárcel está abierta, y los prisioneros no tienen más que huir!
Con la pleamar, el Chancellor, halado por sus anclas, franquea el paso y flota sobre la mar libre.
Pero es necesario que continúe en las inmediaciones del islote unos cuantos días más, ya que no puede navegar en las condiciones en que se encuentra, y es necesario embarcar el lastre que asegure su estabilidad. Por tanto, durante las veinticuatro horas siguientes, la tripulación se dedica a embarcar piedras y las balas de algodón menos estropeadas.
Durante esta jornada, los señores Letourneur, la señorita Herbey y yo damos otro paseo por los basaltos de este arrecife que no volveremos a ver nunca más, y en el que hemos permanecido durante tres semanas. El nombre del Chancellor, el del escollo, la fecha del encallamiento son grabadas artísticamente por André en una de las paredes de la gruta, y damos un último adiós a esta roca en la que hemos pasado tantos días, ¡algunos de los cuales se contarán entre los mejores de nuestra existencia!
Finalmente, el 24 de noviembre, con la marea de la mañana, el Chancellor apareja sus velas bajas, sus gavias y sus juanetes, y dos horas más tarde la última cima de Ham-Rock ha desaparecido tras el horizonte.