El Chancellor (ilustrado)
Capítulo XXVIII
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XXVIII
Continuación del 6 de diciembre: Mientras tanto el Chancellor ha dejado de mantenerse en equilibrio en medio de las capas de agua. Es probable que su casco acabe dislocándose, y notamos que se hunde poco a poco.
Afortunadamente la balsa se encontrará lista para el atardecer, y podremos instalamos en ella, a menos que Robert Kurtis prefiera que no nos embarquemos hasta mañana, cuando ya haya amanecido. El armazón ha sido construido con toda solidez. Las berlingas que lo componen han sido atadas entre sí con fuertes sogas, y, como las piezas se entrecruzan unas encima de otras, el conjunto se eleva unos dos pies por encima del nivel de la mar.
En cuanto a la plataforma, está construida con las tablas de las empavesadas que han arrancado las olas, y se han utilizado cuidadosamente. Por la tarde, empezamos a cargar en ella todo lo que ha podido salvarse en cuestión de víveres, velas, instrumentos, herramientas. Hay que apresurarse, puesto que en este momento la gran cofa ya no está más que a diez pies sobre el nivel de la mar, y del bauprés no queda más que la extremidad de su punta, que se yergue oblicuamente.
¡Me sorprendería mucho que mañana no fuera el último día del Chancellor!
Y ahora, ¿en qué estado de ánimo nos encontramos unos y otros? Trato de determinar lo que me ocurre. Me parece que lo que siento es más bien una indiferencia inconsciente que un sentimiento de resignación. El señor Letourneur vive sólo para su hijo, quien, por su parte, no piensa más que en su padre. André muestra una resignación valerosa, cristiana, que no puedo menos de comparar con la resignación de la señorita Herbey. Falsten es siempre Falsten, y, ¡Dios me perdone, este ingeniero continúa escribiendo en su cuaderno de notas! La señora Kear se muere, pese a los cuidados de la joven y pese a los míos.
En cuanto a los marineros, dos o tres se encuentran tranquilos, pero los demás están a punto de perder la cabeza. Algunos, impulsados por su tosca naturaleza, parecen dispuestos a entregarse a excesos. ¡Esas gentes que sufren la mala influencia de Owen y de Jynxtrop serán difíciles de dominar cuando vivamos con ellos en una estrecha balsa!
El teniente Walter se encuentra muy débil; pese a su valor, deberá renunciar a hacer su guardia. Robert Kurtis y el bosseman, enérgicos, inquebrantables, son hombres que la naturaleza ha «forjado con toda su dureza», expresión tomada del lenguaje de la industria metalúrgica, que los describe muy bien.
Hacia las cinco de la tarde, una de nuestras compañeras de infortunio ha dejado de sufrir. La señora Kear ha muerto después de una dolorosa agonía, tal vez sin haber sido consciente de su situación. Ha lanzado varios suspiros, y todo acabó. ¡Hasta el último instante la señorita Herbey le ha prodigado sus cuidados con una abnegación que nos ha conmovido profundamente!
La noche pasa sin incidentes. Por la mañana, al despuntar el alba, he tomado la mano de la muerta; estaba fría, y sus miembros ya estaban rígidos. Su cuerpo no puede continuar más tiempo sobre la cofa. La señorita Herbey y yo lo envolvemos en sus vestimentas; después se rezan unas oraciones por el alma de la desdichada mujer, y la primera víctima de tantos sufrimientos es precipitada a las olas.
En ese momento uno de los hombres que se encuentran sobre los obenques deja escapar estas terribles palabras:
—¡He ahí un cadáver que echaremos de menos!
Me vuelvo. Es Owen el que ha hablado así.
¡Luego me viene a la mente la idea de que los víveres, en efecto, tal vez nos falten algún día!