El Chancellor (ilustrado)
Capítulo XXXVI
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XXXVI
22 de diciembre: Por fin se ha hecho de día, y el sol se ha mostrado entre las últimas nubes que la tempestad ha dejado tras ella. Esta lucha de los elementos no ha durado más que unas horas, pero ha sido espantosa, y el aire y el agua se han enfrentado con una violencia sin igual.
No he podido señalar más que los principales incidentes, puesto que el desvanecimiento que siguió a mi caída no me ha permitido contemplar el final del cataclismo. Sólo sé que, poco después del golpe de mar, el huracán ha cedido bajo la acción de violentos aguaceros, y que la tensión eléctrica de la atmósfera ha disminuido. La tempestad no se ha prolongado, pues, más allá de la noche. Pero durante este corto espacio de tiempo, ¡cuántos daños nos ha causado, qué irreparables pérdidas, y, por tanto, cuántas miserias nos esperan! ¡Ni siquiera hemos podido conservar ni una sola gota de esos torrentes de agua que se han derramado sobre nosotros!
He recuperado el conocimiento gracias a los cuidados de los señores Letourneur y de la señorita Herbey, pero es a Robert Kurtis a quien le debo el no haber sido arrastrado por un segundo golpe de mar.
Uno de los dos marineros que han perecido durante la tempestad es Austin, un joven de veintiocho años, buen sujeto, activo y valeroso. El otro es O’Ready, el viejo irlandés, ¡el superviviente de tantos naufragios!
No quedamos más que dieciséis en la balsa; ¡es decir que casi la mitad de los que embarcamos a bordo del Chancellor ya han desaparecido!
Y, ahora, ¿qué provisiones nos quedan?
Robert Kurtis ha querido hacerse una idea exacta de cuáles son nuestras provisiones. ¿En qué consisten, y cuánto tiempo nos durarán?
El agua todavía no nos faltará, puesto que quedan en el fondo de la barrica rota unos catorce galones[50], y la segunda barrica está intacta. Pero han desaparecido el barril que contenía la carne seca y el otro en el que se encontraba el pescado que habíamos cogido, y de esta reserva no nos queda absolutamente nada. En cuanto a los bizcochos, Robert Kurtis no estima en más de sesenta libras lo que ha podido salvarse de los embates de la mar.
Sesenta libras de bizcocho para dieciséis personas nos da alimentos para ocho días, a media libra por persona.
Robert Kurtis nos ha explicado cuál es nuestra situación. Lo hemos escuchado en silencio. También ha transcurrido en silencio esta jornada del 22 de noviembre[51]. Cada cual se ha encerrado en sí mismo, pero resulta evidente que las mismas ideas están en el ánimo de todos nosotros. Me parece que nos miramos con ojos diferentes, y que el espectro del hambre ya se ha presentado. Hasta ahora todavía no nos habíamos visto totalmente privados de la bebida y la comida. Pero ahora la ración de agua se va a ver necesariamente reducida, ¡y en cuanto a la ración de bizcocho…!
En un momento dado, me he acercado al grupo de marineros, tumbados a proa, y he oído a Flaypol decir en tono irónico:
—Los que tengan que morir harían bien muriéndose enseguida.
—¡Sí! —responde Owen—. ¡Al menos dejarían su parte a los demás!
La jornada ha transcurrido en medio de un abatimiento general. Cada cual ha recibido su media libra reglamentaria de bizcocho. Unos la han devorado inmediatamente con una especie de rabia, otros la han economizado prudentemente. Me parece que el ingeniero Falsten ha dividido su ración en tantas partes como comidas realiza habitualmente por día.
Si uno solo de nosotros debe sobrevivir, ése sería Falsten.