El Chancellor (ilustrado)
Capítulo XL
Página 45 de 67
XL
7 de enero: Desde hace unos cuantos días el agua de la mar, que barre casi incesantemente la plataforma de la balsa en cuanto se levanta el oleaje, ha puesto en carne viva los pies y las piernas de algunos marineros. Owen, al que el bosseman ha tenido amarrado a proa desde la escena de la revuelta, se encuentra en un estado deplorable. A petición nuestra ha sido desatado. Sandon y Burke también están roídos por la escocedura de las aguas saladas, y nosotros nos hemos visto más protegidos hasta el momento porque la popa de la balsa se ve menos batida por las olas.
Hoy el bosseman, presa de un furor famélico, se ha lanzado sobre los trozos de velas, sobre los pedazos de madera. Todavía siento sus dientes incrustarse en estas sustancias. El desdichado, impulsado por el hambre, intenta llenar su estómago para distender la mucosa. Finalmente, a fuerza de buscar ha encontrado un trozo de cuero en uno de los mástiles que soportan la plataforma. El cuero es una materia animal, y la arranca, la devora con una avidez inexpresable, y parece como si la absorción de este material le proporcionase algún alivio. Todos lo imitamos inmediatamente. Un sombrero de cuero hervido, la visera de las gorras, todo lo que es sustancia animal es raída. Un instinto bestial nos arrastra, y ninguno de nosotros puede reprimirse. En ese instante parece como si no nos quedase nada de humano. ¡Nunca olvidaré esta escena!
Si el hambre no ha sido saciada, al menos sus dolores han sido calmados. Pero algunos de nosotros no han podido soportar este alimento revulsivo, y han sentido náuseas.
¡Que se me perdonen todos estos detalles! ¡Pero no debo ocultar nada de lo que han sufrido los náufragos del Chancellor! ¡Este relato dará a conocer cantidad de miserias morales y físicas que el ser humano es capaz de soportar! ¡Que ésta sea la lección de este diario! Lo diré todo, ¡y desgraciadamente presiento que todavía no hemos alcanzado el summum de nuestras pruebas!
Una observación que he hecho durante esta escena confirma mis sospechas respecto al maestresala. Hobbart, pese a sus continuos gemidos, exagerándolos incluso, no ha participado en ella. Oyéndolo, se diría que se muere de inanición, pero, al mirarlo, parece libre de las torturas comunes. ¿Tendrá este hipócrita una reserva secreta de la que todavía se estará alimentando? He estado vigilándolo, pero no he descubierto nada.
El calor sigue siendo muy fuerte, e incluso insoportable, cuando la brisa no lo atempera. La ración de agua es sin lugar a dudas insuficiente, pero el hambre nos mata la sed. Y cuando me digo que la falta de agua nos hará sufrir todavía más que la falta de alimentos, no puedo creerlo o, al menos, imaginarlo en este momento. Sin embargo, ésta es una observación que se ha hecho con frecuencia. ¡Quiera Dios que no nos veamos reducidos a estos extremos!
Felizmente, todavía nos quedan algunas pintas de agua en la barrica que se ha medio desfondado durante la tempestad, y la segunda barrica todavía está intacta. Aunque nuestro número ha disminuido, el capitán ha reducido, pese a ciertas reclamaciones, la ración cotidiana a media pinta[53] por persona. Yo apruebo esta medida.
En cuanto al aguardiente, no queda más que un cuarto de galón, que ha sido puesto a buen recaudo a popa de la balsa.
Hoy, día 7, hacia las siete y media de la tarde, uno de nosotros ha cesado de existir. ¡Ya no somos más que catorce! El teniente Walter ha expirado entre mis brazos, y ni los cuidados de la señorita Herbey ni los míos han podido hacer nada… ¡Ya ha dejado de sufrir!
Unos instantes antes de morir, Walter nos ha mostrado su agradecimiento a la señorita Herbey y a mí con una voz que apenas podíamos entender.
—Señor —ha dicho, dejando caer de su mano temblorosa una carta arrugada—, esta carta… de mi madre… no tengo fuerzas… ¡Es la última que recibí…! Me dice: «¡Te espero, hijo mío, quiero volver a verte!». ¡No, madre, no volverás a verme! Señor… esta carta… ¡Póngala… sobre mis labios…! ¡Aquí! ¡Aquí! ¡Quiero morir besándola…! ¡Madre… Dios mío…!
He cogido la carta de la mano ya fría del teniente Walter y la he puesto sobre sus labios. Su mirada se ha animado durante unos instantes, ¡y hemos escuchado algo así como el débil rumor de un beso!
¡El teniente Walter ha muerto! ¡Dios tenga piedad de su alma!