El Chancellor (ilustrado)

El Chancellor (ilustrado)


Capítulo XLVII

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XLVII

18 de enero: ¡Espero la llegada del día con una extraña ansiedad! ¿Qué dirá Hobbart? ¡Me parece que podrá denunciarme! ¡No! Es absurdo. Si cuento todo lo que ha ocurrido, si digo cómo ha vivido Hobbart mientras nosotros nos moríamos de hambre, cómo se ha alimentado a nuestras expensas, a nuestra costa, sus compañeros lo asesinarán sin piedad.

¡Qué más da! Quiero verme a pleno día.

He saciado el hambre momentáneamente, aunque el trozo de tocino fuese bien poca cosa —un bocado, «el último», como ha dicho ese desdichado—. Sin embargo, ya no sufro más, y, lo digo desde lo más profundo de mi corazón, siento algo así como remordimientos por no haber compartido ese miserable despojo con mis compañeros. Debería haber pensado en la señorita Herbey, en André, en su padre… ¡Y no he pensado más que en mí!

Mientras tanto, la luna sube por el horizonte, y muy pronto las primeras claridades del alba la suceden. Pronto se hará de día, pues nos encontramos en esas bajas latitudes que no conocen el alba ni el crepúsculo.

No he pegado un ojo. Desde los primeros resplandores me da la impresión de ver una masa informe que se balancea a la altura de la mitad del mástil.

¿Qué es ese objeto? Todavía no puedo distinguirlo, y sigo tendido sobre el montón de velas.

Pero los primeros rayos solares se deslizan finalmente sobre la mar, y pronto puedo percibir un cuerpo que, balanceándose en el extremo de una cuerda, obedece a los movimientos de la balsa.

Un irresistible presentimiento me arrastra hacia el cuerpo, y alcanzo la base del mástil…

Ese cuerpo es el de un ahorcado. ¡El ahorcado es Hobbart, el maestresala! ¡Soy yo, sí, sí, yo, quien lo ha empujado al suicidio!

Se me escapa un grito de horror. Mis compañeros se levantan, ven el cuerpo, se precipitan. ¡Pero no es para comprobar si todavía le queda un soplo de vida…! Además Hobbart está bien muerto, y su cadáver ya está frío.

En un instante cortan la cuerda. El bosseman, Daoulas, Jynxtrop, Falsten y los demás están ahí, inclinados sobre el cadáver.

¡No! ¡No lo he visto! ¡No he querido verlo! ¡No he tomado parte en esa horrible comida! ¡Ni la señorita Herbey, ni André Letourneur, ni su padre han querido pagar a tal precio un alivio a nuestros sufrimientos!

Robert Kurtis, lo ignoro… No me he atrevido a preguntárselo.

¡En cuanto a los otros, al bosseman, Daoulas, Falsten, los marineros! ¡Oh! El hombre transformado en una bestia salvaje… ¡Es terrible!

Los señores Letourneur, la señorita Herbey y yo nos hemos ocultado bajo la tienda, ¡no hemos querido ver nada! ¡Ya era suficiente con oírlo!

¡André Letourneur quería lanzarse sobre esos caníbales, arrancarles esos horribles restos! He tenido que luchar con él para detenerlo.

Y, sin embargo, ¡los desgraciados están en su derecho! ¡Hobbart estaba muerto! ¡Ellos no lo han matado! Y, como un día dijo el bosseman, «más vale comer a un muerto que a un vivo».

¡Quién sabe ahora si esta escena no es más que el prólogo de un drama abominable que acabará ensangrentando la balsa!

¡He hecho todas estas observaciones a André Letourneur, pero no he podido borrar el horror, que ha llegado en él al colmo!

Sin embargo, piénsese en esto: ¡nos morimos de hambre, y ocho de nuestros compañeros tal vez escaparán a esta muerte horrible!

Hobbart, gracias a las provisiones que había ocultado, era el que mejor se encontraba de todos nosotros. Ninguna enfermedad orgánica alteró sus tejidos. ¡Ha dejado de existir en pleno estado de salud, y a causa de un golpe brutal!

Pero ¿a qué terribles reflexiones se dejará arrastrar mi espíritu? ¿Es que estos caníbales me causan más envidia que horror?

En este momento uno de ellos eleva la voz. Es Daoulas, el carpintero.

Habla de hacer evaporar al sol el agua de la mar para conseguir sal.

—Y salaremos lo que queda —dice.

—Sí —responde el bosseman.

Y eso es todo. Sin duda la propuesta del carpintero se ha llevado a cabo, pues no oigo nada más. Un profundo silencio reina alrededor de la balsa, y llego a la conclusión de que mis compañeros duermen.

Ya no tienen hambre.

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