El Chancellor (ilustrado)

El Chancellor (ilustrado)


Capítulo XLVIII

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XLVIII

19 de enero: Durante la jornada del 19 de enero, el mismo cielo, la misma temperatura. Llega la noche sin traer cambio alguno en el estado de la atmósfera. No he podido dormir siquiera unas horas.

Por la mañana oigo gritos de ira que resuenan a bordo.

Los señores Letourneur, la señorita Herbey, que están conmigo bajo la tienda, se levantan. Aparto la lona y miro lo que ocurre.

El bosseman, Daoulas y los demás marineros están en un estado de exasperación terrible. Robert Kurtis, sentado a popa, se levanta e, informándose de lo que excita sus iras, trata de calmarlos.

—¡No! ¡No! ¡Sabremos quién lo ha hecho! —dice Daoulas, lanzando una feroz mirada a su alrededor.

—¡Sí —prosigue el bosseman—, aquí hay un ladrón, puesto que ha desaparecido lo que quedaba!

—¡No he sido yo! ¡Ni yo! —responden uno tras otro todos los marineros.

Y veo cómo todos esos desdichados escudriñan por todos los rincones, levantando las velas, desplazando los bordones. Su ira va en aumento al ver que su búsqueda no da resultado alguno.

El bosseman viene hacia mí.

—¿Sabe usted quién es el ladrón? —me dice.

—No sé lo que quiere usted decir —le respondo.

Daoulas y algunos marineros se acercan.

—Hemos buscado por toda la balsa —dice Daoulas—. Sólo nos queda mirar en la tienda…

—Nadie ha salido de la tienda, Daoulas.

—Hay que comprobarlo.

—¡No! ¡Dejen tranquilos a los que se mueren de hambre!

—Señor Kazallon —me dice el bosseman, conteniéndose—, nosotros no le acusamos… Si uno de ustedes ha tomado su parte, la misma que rehusó ayer, estaba en todo su derecho. ¡Pero ha desaparecido todo, ¿lo oye?, todo!

—¡Registremos la tienda! —exclama Sandon.

Los marineros avanzan. No puedo hacer frente a estos desdichados cegados por la ira. Un terrible temor me embarga. ¿Acaso el señor Letourneur, no para él, sino para su hijo, habrá llegado a coger…? ¡Si lo ha hecho, estos locos lo van a destrozar!

Miro a Robert Kurtis como para pedirle protección. Robert Kurtis viene a situarse cerca de mí. Sus dos manos están hundidas en sus bolsillos, pero adivino que están armadas.

Sin embargo, a una conminación del bosseman, la señorita Herbey y los señores Letourneur han tenido que salir de la tienda, que es registrada hasta en sus más recónditos rincones, pero afortunadamente en vano.

Resulta evidente que, puesto que los restos de Hobbart han desaparecido, es porque alguien los ha lanzado a la mar.

El bosseman, el carpintero, los marineros son presa de la desesperación más terrible.

Pero ¿quién lo ha hecho? Miro a la señorita Herbey, al señor Letourneur. Su mirada responde que no han sido ellos.

Mis ojos se posan sobre André, que vuelve unos instantes la cabeza.

¡El desdichado joven! ¿Ha sido él? Y si ha sido él, ¿comprende las consecuencias de su acto?

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