El Chancellor (ilustrado)
Capítulo LI
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LI
24 de enero: ¿Dónde estamos? ¿Hacia qué porción del Atlántico ha sido empujada la balsa? He interrogado en dos ocasiones a Robert Kurtis, y sólo ha podido responderme vagamente. Sin embargo, como siempre anotó la dirección de las corrientes y de los vientos, cree que debemos de haber sido arrastrados al oeste, es decir, hacia la tierra.
Hoy la brisa ha caído totalmente. Sin embargo, sobre la superficie de la mar puede verse mucho oleaje, lo que nos indica que hacia el este se ha producido alguna alteración de las aguas. Sin duda, alguna tempestad habrá perturbado esa porción del Atlántico. La balsa se mueve mucho. Robert Kurtis, Falsten y el carpintero emplean las fuerzas que les quedan en consolidar las partes que amenazan con desmembrarse.
¿Para qué molestarse? Que acaben de una vez por desmembrarse las tablas. ¡Que el océano nos devore! ¡Ya le hemos disputado bastante nuestra miserable vida!
Verdaderamente nuestras torturas han alcanzado el punto más elevado que el hombre puede soportar. ¡Es imposible que sigan aumentando! El calor es intolerable. El cielo vierte sobre nosotros plomo fundido. El sudor nos empapa a través de nuestros andrajos, y la transpiración hace aumentar aún más nuestra sed. ¡No, no puedo describir lo que siento! ¡Cuando se trata de describir dolores sobrehumanos faltan las palabras!
La única manera de refrescarnos que hemos podido encontrar en algunas ocasiones nos está ahora prohibida. Ninguno de nosotros puede soñar con bañarse, pues desde la muerte de Jynxtrop los tiburones llegan en tropel y rodean la balsa.
Hoy he tratado de procurarme un poco de agua potable haciendo evaporar el agua de la mar; pero, pese a mi paciencia, apenas si consigo humedecer un trozo de tejido. Además, la cacerola, que está muy deteriorada, no ha podido soportar el fuego; se ha roto, y me he visto forzado a abandonar mi operación.
El ingeniero Falsten está ya casi aniquilado, y sólo logrará sobrevivimos unos días. Cuando levanto la cabeza ni siquiera lo veo. ¿Está acostado bajo las velas o ha muerto? ¡Sólo el enérgico capitán Kurtis está de pie a proa y mira! ¡Cuando pienso que este hombre… conserva la esperanza!
Voy a tumbarme a popa. Allí esperaré la muerte. Lo mejor es que llegue cuanto antes.
¿Cuántas horas han transcurrido? Lo ignoro… De pronto oigo unas carcajadas. ¡Sin duda alguno de nosotros se está volviendo loco!
Las carcajadas se multiplican. No levanto la cabeza. Me importa poco. Sin embargo, unas palabras incoherentes llegan a mis oídos.
—¡Una pradera, una pradera! ¡Arboles verdes! ¡Una taberna entre los árboles! ¡Rápido! ¡Rápido! ¡Aguardiente, agua, a una guinea la gota! ¡Pagaré! ¡Tengo oro! ¡Tengo oro!
¡Pobre alucinado! Ni todo el oro de la banca podría darte una gota de agua en este momento.
¡Es el marinero Flaypol, que, delirante, exclama!
—¡Tierra! ¡La tierra está ahí!
¡Esta palabra sería capaz de galvanizar a un muerto! Hago un doloroso esfuerzo y me levanto. ¡No hay tierra alguna! Flaypol se pasea por la plataforma, ríe, canta, ¡hace gestos hacia una costa imaginaria! Indudablemente le faltan las percepciones directas del oído, de la vista y del gusto, pero las suple; un fenómeno puramente cerebral. También habla de amigos ausentes. Los lleva a su taberna de Cardiff, Las Armas de Georges. Allí ofrece ginebra, whisky, agua, sobre todo agua, ¡agua que embriaga! Helo aquí caminando entre todos estos cuerpos extendidos, tropezando a cada paso, cayendo, levantándose, cantando con una voz aguardentosa. Parece como si hubiese alcanzado el último grado de la embriaguez. Bajo el imperio de su locura, ya no sufre, ¡y su sed se ha calmado! ¡Ah! ¡Quisiera estar alucinado como él!
¿Acabará el desdichado como ha acabado Jynxtrop, el negro, precipitándose a las aguas?
Daoulas, Falsten y el bosseman ya lo habrán pensado, y si Falypol quiere matarse, ¡no permitirán que lo haga «sin provecho para ellos»! ¡Por eso se levantan, lo siguen, lo espían! ¡Si Flaypol pretende lanzarse a la mar, esta vez ellos se lo disputarán a los tiburones!
Pero no será así. Durante su alucinación, Flaypol ha alcanzado realmente el último grado de la embriaguez, como si se encontrase ebrio a causa de los licores que ofrecía en su delirio, y, cayendo como un fardo, se ha dormido profundamente.