Dolores

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SEGUNDA PARTE » 27. Críticas

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27. Críticas

Donald Brooks creó para ella un nuevo modelo, que le confeccionaron aquel mismo día. Sabía que atraería la atención de toda la prensa y tenía que ofrecer un aspecto inmejorable. El modisto le hizo, además, un fantástico abrigo a juego… Bueno, en realidad, no se lo hizo; se trataba de un modelo que todavía no había exhibido. Le levantó el escote, le ensanchó un poco el traje, le cambió los hombros del abrigo y le aplicó un reborde de piel.

—Si perdiera usted cinco kilos, le podría prestar todos mis modelos —le dijo.

—¿Estoy gorda? —preguntó ella.

—No, pero no está delgada como una modelo.

Aquella noche se pesó. ¡Sesenta y cuatro kilos! Había engordado un kilo y medio. Pero su figura estaba proporcionada… Busto firme, estómago liso… Todo bien distribuido. Y sin una arruga en el rostro.

Sabía que jamás había estado más bella. Hasta Michael se quedó boquiabierto cuando acudió a recogerla. La peluquera había trabajado durante tres horas en un nuevo aplique… Nadie podría distinguirlo, nadie se había dado cuenta jamás… Los periódicos hablaban siempre de su «melena de león» y aquella noche parecía una leona. Se había maquillado en un tono tostado, pintado los labios de un color bronce, todo ello en consonancia con el traje de color beige dorado y rebordes de marta.

Se oyó un murmullo multitudinario al detenerse el automóvil frente al teatro. Los agentes de policía solicitaron la ayuda de nuevos efectivos mediante sus silbatos, los admiradores gritaron, las cámaras de los noticiarios la siguieron hasta su butaca. El teatro estaba lleno de personajes famosos y de conocidos asiduos a los estrenos. Pero Dolores atraía la atención de todo el mundo.

Durante el entreacto, la policía hizo acto de presencia para escoltarla hasta el despacho del director. Ella y Michael se tomaron allí una copa. Colin asomó la cabeza y preguntó a los presentes su opinión sobre cómo se desarrollaba el estreno. Todo el mundo se mostraba histéricamente entusiasmado.

La policía llegó junto a su butaca poco antes de que descendiera el telón por última vez y ella y Michael avanzaron por el pasillo mientras los actores salían repetidamente a saludar. June estaba recibiendo por quinta vez los aplausos del público y llamando a escena a los demás componentes del reparto cuando, a través de una puerta interior, el director acompañó a Dolores y a Michael a la parte de atrás del escenario.

Ya se encontraban entre bambalinas cuando los actores se retiraron del escenario. Todo el mundo parecía ligeramente grotesco y fatigado bajo la pesada capa de maquillaje. Se quedaron como petrificados al ver a Dolores. Ella les dirigió una majestuosa sonrisa. June se adelantó y Colin se la presentó. Dolores permaneció de pie como una reina y estrechó la mano de todos los componentes del reparto.

Colin les acompañó después a una suite que hacía las veces de camerino de June. La muchacha se había quitado el maquillaje y Dolores se sorprendió de lo hermosa que era con la «cara lavada». En el salón había un pequeño televisor y un bar improvisado. Colin preparó unos martinis.

—A Michael y a mí nos gusta esto. A June le gusta el vodka con agua. ¿Qué prefiere usted, Señora Ryan?

—Un whisky ligero, con agua.

—Miren —prosiguió Colin—. He reservado el salón del piso de arriba del Sardi’s[5] para una pequeña fiesta —encendió el televisor—. Empezarán a emitir las críticas de un momento a otro.

—Yo creía que sólo el Times significaba algo —dijo Dolores.

—Es el más importante, sin duda. Pero la televisión también ayuda. Me refiero a los buenos críticos, no a esos despectivos y afectados comentaristas del Canal Cinco. Se sorprendería usted, pero el público no les hace mucho caso. La gente dice: «A ésos no les gusta nada, voy a verlo yo por mi cuenta». Pero los buenos críticos de televisión nos pueden ayudar mucho. Y los columnistas. Sin embargo, ¡una buena reseña del Times es decisiva!

—Yo acompañaré a Dolores a casa. ¿Te parece que ya está todo más tranquilo? Me refiero a si se habrá marchado la gente —dijo Michael.

A Dolores por poco se le cayó el vaso de la mano. Estaba deseando asistir a la fiesta del Sardi’s.

—Aproximadamente la mitad de los cazadores de autógrafos ya habrán tomado posiciones en las proximidades del Sardi’s para ir abordando a los famosos que vayan llegando. Pero los representantes de la prensa estarán aguardando junto a vuestro automóvil.

—Bueno, pues, afrontemos con valentía la situación —dijo Michael terminándose el trago—. Primero acompañaré a Dolores a casa, luego regresaré en el automóvil al hotel y, de este modo, me sacudiré de encima a los periodistas. Después saldré por la puerta de atrás y me dirigiré al Sardi’s a pie.

—La prensa se enterará de que has asistido a la fiesta —le advirtió Colin—. Tal vez, si a Dolores no le importara… y viniera un rato…

—No quiero hacerle pasar ese suplicio —dijo Michael—. Además, puedo decir que decidí de repente acompañar a mi camarada de estudios Colin Wright mientras éste aguardaba la aparición de las reseñas. Se lo creerán —se levantó y se acercó a June—. Nos veremos allí, cariño. Sé que vas a tener unas críticas estupendas pero, independientemente de lo que digan, quiero que sepas que has estado maravillosa.

Dolores observó que la muchacha le miraba a los ojos. Y súbitamente le dio lástima de ella, porque vio que June Ames quería realmente a Michael y no tenía ningún futuro, tal como le ocurría a ella con Barry.

No hizo el menor caso de la muchedumbre que casi impedía el avance de su automóvil y guardó silencio mientras atravesaban la ciudad.

—No lo apruebas —le dijo Michael finalmente.

—Sólo porque esta muchacha sufrirá mucho.

—La quiero, Dolores.

—No lo dudo. Pero ¿qué le ocurrirá? Te quiere de veras y has dicho que tiene treinta años. Si no recuerdo mal está divorciada…

—Un matrimonio juvenil. Tenía diecisiete años, cantaba en una orquesta local de Texas y se casó con el percusionista.

—De acuerdo. No es una verdadera actriz. Quiero decir que no durará como una Joan Crawford o una Bárbara Stanwyck… Éstas mujeres eran unas muchachas hermosas y encantadoras… que tenían algo más. Tu June es una preciosidad, pero no se convertirá a los cuarenta y tantos años en una mujer de belleza turbadora. Resultará vulgar, tú te cansarás de ella… y su carrera quedará destruida.

—Llevamos juntos dos años. Nuestro amor es más fuerte que nunca. ¿A qué hacer planes para dentro de diez años? Eso fue probablemente lo que hiciste con Jimmy. Sé cómo eres… Todo lo tienes catalogado. Ocho años en la Casa Blanca y, después, tal vez Jimmy se convirtiera en director de un bufete jurídico… Una vida social por todo lo alto en Nueva York o Washington. Pero las cosas no ocurrieron así, ¿no es cierto? Jimmy fue asesinado. Tú te has pasado varios años viviendo como un ermitaño. Y ahora, ¿qué es lo que has planeado? ¿Convertirte en una leyenda? Bueno, pues, si eso te produce satisfacción, lo eres. ¿Te hace eso feliz cuando te acuestas en tu lecho virginal? ¿Te compensan todas las fotografías tuyas que aparecen en las portadas de las revistas de la ausencia de emociones en tu vida? ¿De unas emociones que jamás has conocido ni imaginado…?

—Sabes muy poco acerca de mí —dijo ella serenamente.

—Te conozco como la palma de mi mano.

Habían llegado frente a la casa. Él descendió del automóvil y la acompañó hasta el ascensor.

—Michael, no hace falta que me acompañes arriba.

—Sólo me llevará un minuto —dijo él pulsando el timbre de llamada del ascensor—. Mira, Dolores, cásate con el presidente del Tribunal Supremo. Es lo suficientemente mayor como para no molestarte con exigencias sexuales. Posee una encantadora residencia en Georgetown, una finca en Chevy Chase, un apartamento aquí y… —Volvió a pulsar impacientemente el timbre del ascensor—. Pero ¿dónde demonios está el ascensorista?

—Probablemente estará efectuando el reparto de los periódicos en cada piso —dijo ella mirando hacia arriba—. Ya baja. Michael, procura no lastimar a esa pequeña actriz.

—La quiero.

Ella le sonrió emocionada mientras llegaba el ascensor.

—Espero que el espectáculo permanezca mucho tiempo en cartel. Diviértete mucho esta noche. Por favor, no te molestes en subir —miró su reloj—. Las reseñas están a punto de salir. Te necesitará a su lado si son malas y querrá compartir su alegría contigo si son buenas.

—No me sorprende que se diga de ti que eres la mujer más complicada del mundo —le dijo él mirándola perplejo—. De repente, me parece que no te conozco demasiado…

Después giró sobre sus talones y regresó apresuradamente al automóvil.

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