Dolores

Dolores


SEGUNDA PARTE » 28. Agua y jabón

Página 33 de 40

28. Agua y jabón

Las críticas fueron excelentes y Dolores vio a Michael en varias ocasiones. Una vez acudieron a la ópera (mientras June actuaba en su espectáculo) y después, en compañía de Colin, se fueron todos al Sardi’s.

El día quince de mayo regresó Barry. Se dirigió inmediatamente al apartamento de Dolores. Estaba más moreno y más guapo que nunca. Por primera vez, hizo caso omiso de la presencia de los niños, abrazándola con pasión.

—¡Santo cielo, cuánto te he echado de menos! —exclamó, antes de abrazar a los gemelos y besar a Mary Lou, quien súbitamente se había vuelto muy tímida—. Has crecido —le dijo—. Pronto vas a ser tan alta como mamá.

—¿Seré tan guapa como mamá?

—Más todavía —repuso él.

Aquella noche se abrazaron con fuerza, como si jamás se hubieran separado.

—¿Puedes quedarte esta noche? —le preguntó ella en un susurro.

—No… Es la noche de la «reunión de la junta».

—¿Se irá al campo el quince de junio, como de costumbre?

—Sí… y entonces podremos disfrutar de cinco días a la semana, con sus correspondientes noches, durante tres meses. Sólo nos separaremos los fines de semana.

—Muy bien. En tal caso, mandaré también a los gemelos a un campamento.

—¿Qué quieres decir?

—Mary Lou irá a un campamento de Maine. Pensaba quedarme con los gemelos y llevármelos a Virginia los fines de semana, dejándolos aquí todo el verano. Pero esta vez los mandaré a un campamento. Así no tendré obligaciones y estaré completamente libre para ti. Los fines de semana iré a visitar a Bridget.

—Te quiero mucho, Dolores —le dijo él, besándola suavemente.

—No tanto como yo a ti —replicó ella.

Él se dio la vuelta y encendió un cigarrillo.

—Creo que tenemos derecho a este amor. Me he pasado seis semanas infernales con Constance y Debbie, viéndolas jugar al chaquete, acostándome temprano con Constance… Nada de relaciones sexuales, por supuesto. Hasta ahora, sólo nos acostábamos dos veces al mes y cuando, según sus gráficos, era más probable que concibiera. Pero, gracias a Dios, todo eso ha terminado. Teme que le suba la tensión. El crucero ha sido terrible. Sólo podía gozar de la compañía de un atlético marica que Debbie se había traído consigo. Me cansaba cada mañana con sólo verle practicar ejercicios gimnásticos durante veinte minutos. Tiene veintiocho años y me confesó que deseaba casarse con ella.

—¿Crees que lo hará?

—Debbie es demasiado lista —repuso él apagando la colilla del cigarrillo—. Cumplirá cincuenta y seis años el mes que viene y dispone de suficiente dinero como para comprarse todos los tipos guapos, maricas o no, que le apetezcan hasta que tenga ciento seis años.

—Está muy bien para su edad.

—¿Por qué no iba a estarlo? Constance me ha dicho que se lo han estirado todo. Constance me merece toda la confianza a este respecto… Posee todavía muy buena figura y, hasta que no cayó enferma, se cuidaba asiduamente. Veinte minutos de yoga diarios, nada de hidratos de carbono… Ahora ha engordado unos kilos y está muy preocupada. Le va a preguntar a su médico si puede hacerse la cirugía estética en su estado.

Dolores se desperezó en la cama. Barry poseía un cuerpo muy firme.

—¿Crees que a mí me hace falta?

—Tú eres una chiquilla —contestó él echándose a reír.

—Voy a cumplir treinta y nueve años.

—Pues Constance va a cumplir cincuenta y está muy bien cuando se maquilla como es debido. Lo mejor es no tomar demasiado el sol.

—¿Qué quieres decir?

—Pues que Constance tiene una piel preciosa porque jamás lo toma. Y tú eres una adoradora del sol. Debbie tampoco lo toma. Dice que la mayoría de estas mujeres de Palm Beach parecen unas ciruelas pasas. ¿Y sabes una cosa? Tiene razón. A las mujeres que toman tanto el sol se les estropea la piel.

—¿Eso es lo que yo te parezco a ti? ¿Una ciruela pasa?

—Tú eres mi tigresa dorada. El peligro se produce cuando se ha tomado el sol durante muchos años. Por consiguiente, ándate con cuidado con el sol. Quiero que seas siempre tan guapa como ahora.

—Mañana mismo haré que me estiren la cara.

—No se puede estirar una piel requemada por el sol —dijo él, riéndose, mientras empezaba a vestirse.

—¿Desde cuándo eres un experto en esas cosas? —le preguntó ella.

—Podría escribir un libro acerca de los cuidados de la piel y del cuerpo después de los cuarenta años. Es de lo único que he oído hablar en el yate durante estas seis semanas. Hasta el muchacho atlético se frotaba el cuerpo con una mezcla de aceite, antes de tomar el sol. No se quedaba tendido, inmóvil… ¡Nada de eso! Veinte minutos de un lado, veinte minutos del otro… y después un vaso de leche…

—¿Leche?

—Afirma que el sol produce cierta acidez en el cuerpo que la leche contribuye a alcalinizar. ¿Quieres que te siga hablando de estas tonterías? ¡Ah! Y el último grito consiste en contratar a un experto en ejercicios, que te tira de las piernas y a quien tú tienes que oponer resistencia.

—¡Santo cielo! —exclamó Dolores echándose a reír—. Y yo que lo único que hago es lavarme con agua y jabón, montar en bicicleta y dar largos paseos.

—Buena chica —dijo él, vistiéndose.

Dolores se encontraba desnuda bajo las sábanas. Barry había encendido las luces y, por primera vez, ella temió levantarse de la cama. ¿Se le habrían aflojado los muslos? ¿Habrían perdido la firmeza sus nalgas? Él se marchó tras besarla y decirle que regresaría al día siguiente para tomar una copa. En cuanto Barry se hubo ido, Dolores saltó de la cama y se dirigió a toda prisa al cuarto de baño. Quería verse en el espejo de tres lunas y de cuerpo entero. Encendió todas las luces y se examinó. El busto era firme. Los muslos estaban bien… Tan sólo unas señales de dilatación apenas perceptibles… Había que mirar muy de cerca para verlas. Se dio la vuelta. Las nalgas habían perdido un poco de firmeza… ¿Estaban un poco caídas o eran figuraciones suyas?

Ir a la siguiente página

Report Page