Dolores

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SEGUNDA PARTE » 26. Una cierta sensación

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26. Una cierta sensación

Barry la llamaba por lo menos una vez a la semana, pero su soledad le resultaba casi insoportable sin él. Daba paseos en bicicleta por el parque con los niños y los agentes del Servicio Secreto. Los fotógrafos se hallaban siempre aguardando frente a la entrada del Edificio East River View. Ella fingía no hacerles caso, pero no le importaba. Su publicidad había decaído un poco últimamente… Aquel mes sólo había aparecido en la portada de una revista cinematográfica… y había estado presente en una inauguración en el Lincoln Center acompañada de Michael (Eddie Harris estaba saliendo ahora con una joven superestrella inglesa). Michael le había dicho que Joyce empezaba a sentirse molesta con sus frecuentes desplazamientos a Nueva York y que le estaba dirigiendo extrañas acusaciones. Aquella noche había acudido a su apartamento para hablar con ella.

—Mañana por la noche quiero llevarte al estreno de Hattie —le dijo mientras se preparaba un coñac.

—Apareceremos en todos los periódicos y tú mismo has dicho que Joyce estaba empezando a molestarse por tus viajes a Nueva York —le contestó ella contemplando el East River.

—No eres tú quien la preocupa. Curioso… Joyce no se parece en nada a ti desde el punto de vista físico. Es menuda, jovial, sociable… Se dedica a toda una serie de actividades benéficas, posee una energía increíble y, sin embargo, no te considera una rival.

—¿De qué se trata entonces?

—Presiente algo. Es muy intuitiva.

Dolores le volvió la espalda y comenzó a juguetear con el acondicionador de aire.

—Hace calor. No sé por qué no ponen en marcha el acondicionamiento de aire hasta mediados de mayo. Hemos tenido un abril insólitamente caluroso.

Quería ganar tiempo. Michael era muy apuesto pero, por lo que a ella respectaba, carecía de cualquier atractivo sexual. Sin embargo, necesitaba a Michael. Le necesitaba para salir con él de vez en cuando. Eddie Harris ya se había ido… y el presidente del Tribunal Supremo era muy pesado, aparte de que sus salidas con él ya no suscitaban el menor interés… En cambio corrían rumores acerca de ella y de Michael. A pesar de lo soso que éste era, no podía negarse que era muy apuesto y que ambos formaban una bonita pareja. Mientras corrieran rumores acerca de ella y de Michael, nadie seguiría la pista de Barry. ¡Barry! Se aturdía de sólo pensar en él. Tardaría menos de diez días en regresar, la estrecharía en sus brazos… y ella le besaría profundamente, como jamás había podido besar a Jimmy o a cualquier otro hombre… ¿Comprendía la gente que un beso profundo podía resultar más íntimo que el acto sexual propiamente dicho?

—Dolores, no insistas en poner en marcha el acondicionador de aire. Abriré las ventanas si tú quieres, pero la verdad es que se está muy a gusto aquí.

Ella se volvió y miró a Michael, que se hallaba acomodado en el sillón preferido de Barry. Si tuviera que acostarse con él de vez en cuando, para retenerle… ¡No! No podría.

—Dolores, ¿quieres sentarte? Tengo que hablar contigo.

—Quisiera ir a ver si los niños están bien.

—Por el amor de Dios, no son unos niños de pecho. No tienes que «darles la vuelta» en la cuna. Mary Lou está muy crecida y los gemelos son unos muchachotes tremendos.

—Me parece que no deberíamos asistir al estreno de Hattie mañana —dijo Dolores, sentándose en el borde del sofá—. Será un estreno muy sonado. June Ames ha conseguido una publicidad sensacional. Ha roto todas las normas. Ésa es, al menos, la opinión unánime de la prensa. Pero yo pienso que, cuando se ha llegado a ser una de las más hermosas y taquilleras actrices cinematográficas, no es lógico correr el riesgo de presentarse en Broadway con un espectáculo musical, ¿no te parece? Uno de los comentaristas de televisión estuvo hablando de ello justo la otra noche. No sé… tiene mucho que perder y nada que ganar. Jamás conseguirá convencer a los críticos de que sea algo más que una simple cara bonita.

—¿Por qué divagas sin ton ni son, sabiendo que deseo hablarte? —le preguntó él, visiblemente enojado—. Quiero hablarte de algo muy serio. ¿Cómo estás tan bien informada acerca de la carrera de June Ames?

—Leo las revistas de actualidad para estar al tanto de mi propia publicidad —repuso Dolores en tono travieso—. Y también miro la televisión, leo los periódicos… Algo tengo que hacer para pasar el rato.

—¿Qué me dices de las amigas? Joyce las tiene a montones. ¿Y las actividades benéficas?

—Joyce es la esposa de un senador y vive en Washington. Yo soy…

—La reina Victoria. Sólo que más guapa.

—No me negarás que todos los periódicos me llaman misteriosa, bella, carismática…

—Me parece que te crees todas las idioteces que se escriben acerca de ti —comentó él, mirándola fijamente.

—¡Ojalá fuera cierto! —suspiró ella con voz pausada.

—Eres guapa.

—Nita es mucho más guapa.

—Sí, es verdad. Y yo soy más guapo que Jimmy. Pero él poseía un algo que encandilaba a la gente. Incluso cuando ambos pertenecíamos al Senado, cuando él se levantaba, impresionaba por su presencia. En tu caso, ocurre lo mismo. En el de Nita, no.

—Mira, Michael… —Dolores sabía que éste se proponía confesarle su amor y, en cieno modo, tenía que impedírselo—. No podemos ir juntos al estreno de Hattie. Sabes tan bien como yo que todo el mundo hace insinuaciones acerca de nosotros. Nada podría estar más lejos de la verdad… pero, si apareciéramos juntos, dos noches seguidas…

—¡De eso se trata! Quiero que lo piensen… quiero que Joyce lo piense…

—¿Acaso estás loco?

—No… Tengo mis razones.

—¿No te parece que debieras comunicármelas?

Michael bajó los ojos hacia el suelo.

—De acuerdo —dijo muy despacio—. Hace dos años que mantengo relaciones con June Ames.

Por unos instantes, Dolores se quedó como sin habla. Todo aquello resultaba increíble.

—¿Por qué crees que me empeño tanto en que me vean contigo por lo menos una vez al mes? Tú eres mi tapadera. Acabo de matricular a nuestro hijo mayor en la escuela militar de Connecticut con el fin de que ello me sirva de excusa para poder venir a Nueva York. Y un antiguo compañero mío de escuela es el coproductor de Hattie, Colin Wright. Yo he aportado veinticinco mil dólares a la empresa productora. Joyce sabe que soy amigo de Colin. Ha estado en nuestra casa varias veces, con motivo de los estrenos en Washington de sus obras. Por consiguiente, Colin nos servirá también de tapadera en el caso de que a June y a mí se nos vea en público… Además, salgo contigo una vez al mes… y si vengo aquí y aparezco públicamente acompañado de Colin, Joyce no tendrá ni la menor idea, no armará ningún escándalo. Sí, pasado mañana se pondrá furiosa contigo si acudimos juntos al estreno de Hattie…

—Sólo que no acudiremos juntos al estreno de Hattie —cortó Dolores suavemente.

Él se levantó y la agarró por los hombros.

—Careces de sentimientos. Jamás has querido a nadie más que a ti misma, ni siquiera a mi hermano. He sido un estúpido en decírtelo, al esperar que lo comprendieras. Cuando Jimmy me hablaba de sus aventuras extramatrimoniales, yo le echaba una bronca, le decía que eras muy guapa, y él me contestaba: «¡Pero, Mike! ¡Se limita a tolerarme en la cama!». Bueno, pues, ahora lo creo. Tú no sabes lo que es el amor, lo que es echar físicamente de menos a alguien. ¡La de viajes que yo habré hecho a la Costa…! Menos mal que mi hermana está casada con un médico de allí y que su matrimonio es sólido como una roca. Lo utilizaba como pretexto para desplazarme allí… Sí, estás muy en lo cierto al decir que June arriesga su carrera. ¿Sabes por qué lo hace? Porque me quiere. Me quiere lo suficiente como para poner en peligro su brillante carrera a pesar de constarle que no hay posibilidad de divorcio. Alberga la esperanza de que el espectáculo se mantenga en cartel mucho tiempo para que, de este modo, no haya cinco mil kilómetros de distancia entre nosotros. Yo podré venir a verla todas las semanas, podré ir y venir en un día… y llegar a tiempo para cenar con Joyce. ¿Sabes? Soy capaz de hacer eso… e incluso mucho más. Pero tú no comprendes esta clase de amor. Tú pensarías que era vulgar. Sin una alianza matrimonial, para ti no hay amor.

—Michael… —dijo Dolores apartándose—. Comprendo lo que sientes. Y si tú y esa muchacha sois felices juntos, me parece maravilloso, siempre y cuando nadie tenga que sufrir. Pero tú me estás echando a la jaula de los leones para que todo este asunto resulte menos complicado. Joyce me odiará… y la prensa empezará a hacer veladas alusiones. Los niños van a la escuela… Los demás niños les contarán lo que les oigan comentar a sus madres…

—Dolores, si me acompañas mañana por la noche, no volveré a pedirte ningún otro favor.

—¿Y qué me dices de Joyce? ¿No es posible que a ella le apetezca asistir al estreno?

—Ya vio el espectáculo cuando éste se presentó en Washington. Hasta saludó a June y los cuatro, Colin, June, Joyce y yo, cenamos juntos. Lo comentaron todos los periódicos de Washington. La gente cree que Colin y June se hallan unidos sentimentalmente. Joyce también lo cree.

—¿Qué le parece a Colin eso de hacer de tapadera?

—Le encanta. Es afeminado… Vive con un escenógrafo y le fascina la imagen de una reina de la sexualidad «enamorada» de él. Ambos son muy buenos amigos.

—¿Qué te hace suponer que Joyce no te acompañará cuando vengas a visitar a vuestro hijo a la escuela?

—El hecho de que estará embarazada de cuatro meses y ha tenido un aborto con anterioridad. El médico le ha dicho que necesita descansar mucho en la cama.

—Lo tienes todo planeado, ¿verdad?

—Todo menos las reseñas. Podrían ser pésimas. June resultaría muy perjudicada, regresaría a la Costa…

—¿Es un buen espectáculo?

—No sabría decirte —repuso él, encogiéndose de hombros—. La quiero tanto que el simple hecho de verla en el escenario me hace sentir bien, en Washington las críticas fueron contradictorias, pero trabajaron mucho y estuvieron tres semanas en cartel en Filadelfia, donde las críticas fueron bastante buenas. Pobre June. De noche actuaba en el espectáculo y de día ensayaba nuevas escenas y nuevas canciones que después incluía en la función de la noche. ¡Y ya no tiene dieciocho años!

—¿Cuántos tiene realmente?

—Veintisiete para la prensa… pero, en realidad, tiene treinta. Aunque aparenta veinticuatro.

—La quieres mucho, ¿verdad? —preguntó Dolores bajando la mirada.

—Sí, Dolores.

—¿Prescindirías de la religión y te divorciarías de Joyce?

—Lo daría todo por ella. Pero Joyce jamás me concedería el divorcio… Jamás. Es como Bridget. Van juntas a misa casi todos los días. No sé… Creen en todo eso.

—Tú, ¿no?

—Sí, pero no creo que Dios me rechazara por el hecho de convertirme en episcopaliano. Creo que me rechazaría, en cambio, si destrozara el corazón de Joyce y lastimara a mis hijos, que es lo que ocurriría en el caso de que me divorciara.

—De acuerdo, Michael —concluyó Dolores, esbozando una leve sonrisa—. Acudiré contigo al estreno de Hattie mañana por la noche.

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