Dictadores

Dictadores


4. El Partido-Estado

Página 18 de 66

El Partido Comunista soviético estaba organizado de forma menos clara para seguir de cerca las actividades del Estado instaurado en los años veinte. El secretariado del Comité Central era el organismo principal del Partido. Su estructura organizativa se modificó con regularidad en los años treinta y cuarenta al buscar los líderes del Partido la forma más funcionalmente eficaz de ejercer el control central. Sólo la que se introdujo en 1948 se concibió deliberadamente para seguir de cerca la estructura del Estado soviético, con departamentos para los sindicatos, la industria pesada, la agricultura, el comercio, las finanzas, los asuntos exteriores, las fuerzas armadas, los transportes, la industria ligera y la propaganda[103]. Pero durante toda la dictadura de Stalin el secretariado del Comité Central supervisó el funcionamiento del Estado, comunicó la política del Partido a los soviets locales y puso comunistas en los puestos clave de los sectores estatales. Estas responsabilidades se reprodujeron organizativamente en todos los niveles del aparato del Estado. La organización denominada oblast, al igual que el Gau alemán, tenía departamentos que se ocupaban de todas las esferas principales del Estado y la economía: las finanzas, la agricultura, la educación, la industria ligera, el comercio, la economía comunal, las carreteras y pavimentos, la sanidad, los servicios sociales y las comunicaciones[104]. Pero, a diferencia del partido alemán, las principales regiones comunistas también eran responsables de la planificación económica local y de la distribución del presupuesto; estas funciones daban al secretario y al comité del oblast amplios poderes para regular y verificar lo que hacían los organismos estatales. En todos los niveles del Estado soviético, comisiones de control vigilaban los indicadores del funcionamiento de la política y el cumplimiento de ésta. Juntas locales de censura supervisaban toda la producción cultural de las regiones. Pocas actividades públicas no daban lugar a una investigación a cargo de funcionarios del Partido. La relación entre éste y el Estado era, en este nivel, tan íntima y ubicua como en Alemania.

En ambos sistemas el partido actuaba como portero político y capacitaba o daba poder a los funcionarios estatales, comprobaba sus credenciales, observaba su comportamiento y su actitud e imponía castigos al fracaso o la disidencia. Era un proceso caótico y no planificado. Los pulcros organigramas ocultaban interminables riñas institucionales, discusiones por cuestiones de jurisdicción y protocolo, confusión de responsabilidades e incertidumbre sobre las obligaciones. Los trabajadores del Partido estaban constreñidos por su papel de asesores o líderes mal definidos y tendían a buscar responsabilidad ejecutiva real, lo cual provocaba disputas frecuentes y tensiones persistentes. Los dos partidos querían generalmente que sus miembros dirigieran en vez de administrar; los funcionarios del Estado querían poder actuar sin que el partido les vigilara constantemente, pero era necesario vigilar incluso a los fieles del partido que ocupaban puestos estatales. La Ley del funcionariado promulgada en Alemania en 1937 estableció el derecho de los tribunales del Partido a investigar y castigar cualquier fallo que cometieran los miembros del mismo que desempeñaran cargos estatales[105]. Los comunistas que ocupaban puestos estatales se encontraban en la primera línea política, observados en todo momento por sus colegas en el trabajo, evaluados casi diariamente por sus secciones del Partido. La medida de la influencia de éste sobre el Estado dependía menos de las claras expresiones de demarcación constitucional que de la lucha en la base por imponer la política del Partido. En toda ciudad, comuna y poblado los términos del poder del Partido diferían de los límites de su influencia, lo cual era fruto de una compleja red de relaciones personales, ambiciones políticas y tensiones sociales.

Si la relación entre el Estado y el Partido estaba mal definida en el nivel inferior, era debido a que ni las mismas dictaduras estaban seguras de los términos prácticos de la relación.

Eran sistemas híbridos en los que tanto el Estado como el partido tenían un papel que desempeñar, pero en los que se suponía que este último era el socio de mayor categoría. En general, las descripciones del sistema soviético lo consideran un «Partido-Estado» en el que el Estado se hallaba totalmente sometido a un partido «totalitario» dominante. Por supuesto, la institucionalización del sistema de la nomenklatura y el seguimiento de todas las actividades del Estado por el Partido produjeron un sistema de primacía del mismo mientras el Estado estuvo en proceso de construcción en los años veinte y treinta. La política importante la decidía una camarilla interna del Partido. Sin embargo, bajo Stalin éste empezó a sufrir un lento proceso de relativo declive al madurar las estructuras del Estado; fue un cambio en la balanza de poder que Stalin no hizo nada por detener, sino todo lo contrario. En los años veinte el Congreso del Partido y el Comité Central se reunían con regularidad; eran los principales organismos decisorios del Partido, según los estatutos de éste[106]. Durante la dictadura de Stalin el Congreso sólo se convocó tres veces, en 1934, 1939 y 1952, y sólo la primera vez hubo un debate serio sobre cuestiones políticas. El pleno del Comité Central, que, según los estatutos de 1939, debía reunirse tres veces al año, celebró sólo tres reuniones en total entre 1941 y la muerte de Stalin en 1953: en enero de 1944, febrero de 1947 y agosto de 1952[107]. La influencia del Partido también se vio afectada profundamente por las purgas de los años treinta, que eliminaron, junto con los comunistas incultos o arribistas, a miles de miembros de la vanguardia política que había dirigido la Unión Soviética desde la Revolución. Surgieron nuevos cuadros, pero se integraron obedientemente en el sistema económico y administrativo que ya existía, en vez de convertirse en arquitectos de un sistema nuevo.

El papel del Partido en el nivel local se hallaba sometido a gran número de limitaciones prácticas, además de constantes sangrías políticas y militares. Su estructura se hallaba muy diluida geográficamente. Incluso en los años cuarenta, el típico medio de transporte de los secretarios del Partido fuera de las ciudades era la bicicleta o el caballo; los teléfonos y las máquinas de escribir escaseaban. Sus funcionarios estaban sobrecargados de trabajo, primero para el Partido, que tenía prioridad, luego las numerosas responsabilidades correspondientes a la vida económica, cultural y social de su localidad, la recopilación de estadísticas fidedignas y de información política local. Estas tareas hubieran puesto a prueba incluso a una organización bien dotada de material de oficina y secretarios. Tanto ansiaban los funcionarios del Partido cumplir el plan económico o alcanzar los objetivos del centro del Partido, que se enredaban también en la dirección de los asuntos cotidianos de las fábricas o las granjas de su localidad con el fin de que se ajustaran a los planes. En 1948, Jruschov lanzó un ataque contra los funcionarios de distrito del Partido por apartarse de la tarea de dirigir y por su disposición a ocuparse de asuntos que era mejor dejar en manos de los funcionarios del Estado[108].

La raíz de este problema era la inflación del sector estatal. El número de empleos administrativos aumentó de acuerdo con la estrategia de modernización económica: 3,9 millones en 1928, 8,6 millones en 1940, 15,5 millones en 1960[109]. En los años treinta, el Partido se encontró ante grandes organizaciones estatales que tenían sus propios intereses que defender, entre ellas los soviets, la estructura sindical, los comisariados, las fuerzas armadas y el sistema de seguridad. En los años veinte, estas instituciones tenían una organización primitiva y dependían de la aportación de los militantes cultos para orientarse realmente en lo que se refería a la política que debían seguir, azuzadas para trabajar más eficazmente por los inspectores del Partido. En los años treinta, ya habían crecido mucho y tenían un cuerpo de reglas procedimentales (las primeras reglas sobre los derechos y las obligaciones de los burócratas se dictaron en diciembre de 1922) y oficinas organizadas de forma apropiada. En 1931, Stalin advirtió a los cuadros del Partido que no debían apartarse de un «liderazgo concreto y operacional» y que dejasen el cumplimiento de la política al aparato del Estado[110]. Significativamente, fue la División de Seguridad Estatal del Comisariado del Interior la que se encargó de la detención y ejecución de miembros del Partido entre 1936 y 1938. El proceso de consolidación de las instituciones estatales continuó durante la guerra. Las fuerzas armadas lograron que se redujera el papel del comisario militar del Partido desde el otoño de 1942 en adelante. Los comisariados nacionales se dividieron en sectores cada vez más especializados, con el fin de que la pericia técnica de los funcionarios permanentes les diese la capacidad de influir en la política e incluso poner en marcha iniciativas. Como si se quisiera confirmar la naturaleza cambiante del Estado soviético, los comisariados pasaron a llamarse ministerios en 1946. Significativamente, el mismo Stalin decidió en 1941 aceptar un alto cargo estatal por primera vez. Durante los doce últimos años de su dictadura fue primer ministro, además de secretario general, cambio de categoría que reflejó la modificación más profunda de la naturaleza del aparato estatal soviético que el Partido Comunista había creado: un «Estado normativo» diferente del «Estado de emergencia» de los primeros años revolucionarios. Aunque la organización del Partido continuó interpretando un importante papel de agitadora y supervisora en todos los sectores, era uno entre varios pesos pesados institucionales —las fuerzas armadas, el aparato de seguridad, la estructura ministerial—, todos ellos órganos del Estado en los cuales la competencia técnica llegó a contar tanto o más que la lealtad al Partido.

Las descripciones de la dictadura alemana normalmente han presentado la imagen contraria: después de 1933 el Partido se vio empujado a un segundo plano y sus pretensiones políticas radicales no se hicieron realidad; Hitler se negó a sancionar una reforma general del Estado y las viejas estructuras ministeriales e institucionales continuaron donde estaban. Hay aquí una verdad limitada. El Partido no proporcionaba un foro claro para que sus líderes decidieran en él la política que había que seguir; tampoco accedió Hitler a que se efectuara una reforma radical de la estructura del Reich que podría haber reforzado el papel ejecutivo del Partido[111]. El declive del Estado normativo fue, no obstante, una realidad después de 1933 y el beneficiario fue el Partido. No fue un proceso planeado, sino una erosión gradual de las funciones del Estado, la moral pública y las normas jurídicas. La burocracia fue obligada a renunciar a la imparcialidad en 1933, cuando la Liga de Burócratas Alemanes se transformó en la nueva Liga del Reich, que debía abandonar su distinta identidad corporativa y educar a sus miembros en la obediencia a los valores nacionalsocialistas[112]. Jueces, abogados y soldados fueron requeridos a jurar lealtad al Führer. El aparato de seguridad, que estaba dominado por los líderes del Partido y las SS, subvirtió el imperio de la ley a partir de 1933. Los funcionarios locales del Partido, aunque andaban escasos de dinero y personal como sus colegas soviéticos, no estaban tan sobrecargados de trabajo para el Partido ni ocupados constantemente en procedimientos oficiales de verificación y evaluación, ni bajo la amenaza constante de exclusión o descenso de categoría, si no podían recordar Mi lucha con suficiente claridad. Muchos de ellos se consideraban obligados, como nacionalsocialistas, a acosar y desafiar a cualquier institución o individuo que no fuera aceptable a ojos del Partido; contaban para esta tarea con la ayuda de un numeroso ejército de organizaciones filiales, en particular, las Juventudes Hitlerianas y la SA, que podían ejercer presión directa y coactiva, si era necesario.

El enfrentamiento entre el Estado y el Partido, allí donde se produjo, fue el resultado de la existencia, antes de 1933, de un gran aparato estatal que era del todo independiente del nacionalsocialismo. El Partido no tuvo que edificar un Estado, sino desmontar el que ya existía. El proyecto soviético era constructivo, el alemán era transformativo. Campos importantes de la actividad pública eran independientes del Estado tradicional: el Frente del Trabajo, la SA, las SS, las Juventudes Hitlerianas, a partir de 1936 el plan cuadrienal para los preparativos de guerra, el movimiento de mujeres nacionalsocialistas. El Partido subvirtió esferas clave de la actividad del Estado. El sistema judicial, de seguridad y de policía fue defendido durante un tiempo contra la intrusión del Partido por el ministro del Interior, el nacionalsocialista Wilhelm Frick, exburócrata él mismo, pero en junio de 1936 Heinrich Himmler obtuvo el derecho de dirigir el sistema de acuerdo con criterios nacionalsocialistas. Las SS eran la más predatoria y ambiciosa de las instituciones del Partido. Durante la guerra consolidaron su posición como institución que obraba por cuenta propia y empezaron a extender su influencia a otras esferas del Estado. El aparato de seguridad era un elemento fundamental para desafiar las tradiciones del Estado normativo y transformar lo que quedaba del aparato ministerial en un instrumento más dócil al servicio del movimiento. En 1944, Himmler ya era ministro del Interior; el juez de las SS, Otto Thierack, era ministro de Justicia, y oficiales de alta graduación de las SS dirigían sectores importantes de la economía de guerra. La gigantesca tarea de planificar el orden alemán de la posguerra recayó en líderes de las SS y del Partido[113].

Hitler tenía sus dudas acerca de crear una estructura demasiado burocrática para el Partido, pero, del mismo modo que Stalin no hizo nada para detener el crecimiento de un Estado consolidado en la Unión Soviética, tampoco Hitler detuvo la transformación o desmantelamiento del viejo Estado. Stalin necesitaba el Estado para controlar al Partido; Hitler necesitaba el Partido para controlar al Estado. Estas prioridades políticas diferentes se expresaron en la actitud que cada uno de ellos adoptó en el caso de la constitución. La que Stalin promulgó en 1936 era una descripción de instituciones y poder estatales en la cual el papel director del Partido se mencionaba solo dos veces, y además de forma oblicua[114]. En Alemania los esfuerzos por efectuar una reforma formal del Estado chocaron con la hostilidad de un líder que, a diferencia de Stalin, temía que unas reglas escritas y fijas limitasen el ejercicio de la dictadura[115]. El proyecto soviético se llevó a cabo en un Estado rígidamente burocrático y administrativo que duraría cuarenta años más; el nuevo Estado alemán desapareció en 1945, cuando aún no se había definido del todo, pero lo que se había hecho hasta entonces era suficiente para ver que en Alemania la estructura en todos los niveles estaba más cerca del «Partido-Estado» que en la Unión Soviética[116].

El sistema «de partido único» era una novedad en la Europa de entreguerras. Antes de 1914 ningún Estado europeo habían sido dominado y dirigido por un solo partido político. A pesar de las declaraciones confiadas sobre el papel del Partido, tanto el bolchevismo como el nacionalsocialismo eran movimientos experimentales y no sistemas «preempaquetados». Los encargados de dirigirlos eran principalmente alemanes y rusos normales y corrientes que, en muchos casos, tal vez la mayoría, no tenían experiencia previa de organización política y poca o ninguna pericia administrativa. Esto explica los arduos esfuerzos de autodisciplina y educación que hicieron los dos partidos por convertirse en movimientos más eficaces y unitarios. También explica por qué a veces la población consideraba a los funcionarios del Partido corruptos, venales e incompetentes; en los campos de concentración de ambos sistemas había miembros del Partido. Los dos partidos eran autodidactas; superaron el proceso de aprendizaje, porque las demás opciones se habían eliminado por la fuerza, pero también porque gran parte de la población en general albergaba el mismo idealismo ambicioso que el Partido y quería construir una sociedad nueva.

A la vista de estas salvedades, tal vez parezca que los dos partidos no puedan calificarse de «totalitarios», como se hace tan a menudo[117]. Éste es un término que suele usarse incorrectamente. «Totalitarios» no significa que fueran partidos «totales», es decir, que lo incluyeran todo o ejercieran un poder absoluto; significa que eran partidos que se ocupaban de la «totalidad» de las sociedades en las cuales actuaban. En este sentido más limitado ambos movimientos sí tenían aspiraciones totalitarias y nunca fueron simples partidos parlamentarios. Había pocos ámbitos de la vida pública que el Partido no supervisara, o que tuvieran que coordinarse con él o eliminarse. El público estaba sometido, de buen o mal grado, a la vigilancia permanente del Partido. Los actos del Partido que se organizaron en la Alta Baviera en 1939, por ejemplo, abarcaron, según se calculó, alrededor del 70 por ciento de la población de la organización regional[118]. Los funcionarios del Partido debían visitar las células y las familias con regularidad. En la Unión Soviética se ordenó a los instructores de distrito que, si les era posible, visitaran las células locales todos los días para estar al corriente de todo lo que sucedía. Un instructor de un distrito rural calculó que, para visitar todas las células, necesitaría un ciclo de visitas de diez días que le llevaría a dos o tres localidades diferentes en turnos de tres o cinco días[119]. Era un plan de trabajo agotador que exigía una entrega excepcional por parte del individuo y el resultado de instrucciones que hacían que el Partido estuviera embarcado permanentemente en la tarea de movilizar y atraer a la población y, sobre todo, crear lazos entre los habitantes de la periferia y el aparato político central.

Ninguna estadística puede indicar en qué medida tenía éxito o fracasaba ese proceso de movilización, pero no hay motivo para dudar de que el Partido invitara a una participación voluntaria general, ni para dudar de que hubiera descontentos y disidentes que participaban, si no había más remedio, a regañadientes. El papel del partido no debe subestimarse en ninguno de los dos casos. Es significativo que los dos partidos pudieran dominar los horizontes local y nacional, a pesar de las críticas populares o de periodos de impopularidad. No había ninguna alternativa a la inmanencia de la vida del partido en ninguno de los dos sistemas. Ambos partidos estaban expuestos a las reprimendas públicas allí donde sus militantes infringieran sus propios principios o abusaran de su posición, aunque la reparación pública raras veces era automática. Cuando un joven teniente del NKVD (Comisariado Popular para Asuntos Internos —policía de seguridad—), que estaba de permiso en un pueblo de la provincia de Kalinin, se encontró con que la granja colectiva del lugar era dirigida por un grupo de comunistas permanentemente borrachos, que daban empleos a sus parientes, se quejó inmediatamente al Partido en el distrito, que se negó a hablar del caso. El teniente elevó el asunto al nivel del oblast y finalmente le dijeron que habría que tolerar la ebriedad y el nepotismo, porque la granja había superado su cupo[120]. No cabe duda de que elementos de la mayoría ajena al Partido albergaban la sensación de que había diferencias entre «los de arriba» y «los de abajo», generadas por la aparición de una mentalidad de elite a menudo inmerecida entre los afiliados al Partido, pero no había ninguna forma de expresar un rechazo más amplio del poder del Partido, y persistir tenía consecuencias peligrosas[121]..

Desde luego, el sistema alemán era en su totalidad el mayor de los dos. El Partido tenía un cuerpo de activistas más numeroso y más estable, cuyos niveles de educación eran superiores; la sociedad alemana era más compacta desde el punto de vista geográfico; había una vida asociativa rica y extensa vinculada a la máquina del partido. Para una familia alemana media, el contacto regular con los grupos de juventudes del partido, la SA local, las recaudaciones del partido para la asistencia social o las asociaciones femeninas era inevitable. Los símbolos y el lenguaje del partido estaban en todas partes. Había consignas y pancartas alentadoras colgadas en las paredes de las fábricas y las oficinas o adornando los edificios del partido. La presencia del partido era visible e imperiosa. El Partido soviético poseía muchas de estas características, pero carecía del personal necesario para abarcar los extensos territorios de la Unión. En el campo, millones de personas veían el Partido con poca frecuencia, en el mejor de los casos. En las ciudades, el Partido ofrecía una dieta de cultura y educación políticas, trabajo para los jóvenes y voluntarios de la defensa civil, todo ello entremezclado con fiestas y visitas del Partido. Era suficientemente visible, pero la cultura universal y expansiva de la vida del Partido no se convirtió en una realidad que abarcaba todo el Estado hasta los años cincuenta y sesenta. El Partido Comunista se benefició de la falta de vida cultural o institucional alternativa en gran parte de la nueva Rusia; las aspiraciones alemanas a la totalidad tuvieron por marco una sociedad con muchas salidas alternativas antes de 1933, lo cual explica por qué el nacionalsocialismo fue mucho más intrusivo y exigente. La comunista República Democrática Alemana, fundada en 1949, debía mucho más, en lo que se refería a su organización y sus valores, al sistema nacionalsocialista al que sustituyó que al sistema soviético al que emuló. En los tres sistemas sin excepción, los partidos —integradores, supervisores, persuasivos y coactivos— proporcionaban el medio práctico de ligar la población a la dictadura.

Ir a la siguiente página

Report Page