Despertar

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Con dificultad se puso en pie y tambaleándose caminó hacia el escritorio que le señalaba Clay; una vez allí, se detuvo ante el teléfono. Lo descolgó y se lo llevó a la oreja donde escuchó la línea, volvió a mirar a los hombres y los vio con la vista clavada en ella. Se giró, marcó un número de teléfono y lo cubrió cuando al otro lado sonó la voz de una chica joven en lugar de una anciana. No podía decirles la verdad, si lo hacía todo se acabaría.

—Alisa, soy Kirsty. No hagas preguntas, no puedo hablar. Estoy bien, solo te llamo para que no te preocupes. No voy a pasar la noche en casa. Nos vemos mañana —antes de que la desconocida Alisa replicase, colgó—.Ya está. No ha puesto ninguna pega. Como no me creería, le he dicho que iba a preparar un trabajo con unas amigas.

Amigas. Como si las tuviera. No sabía qué era peor: la mentira de su supuesta abuela o la de las supuestas amigas, ya que Xin sabía perfectamente que no tenía ninguna, excepto Alisa...

—¡Como si tuvieras amigas! —exclamó Xin divertido—. Tu abuela debe tragarse todo lo que le cuentas para creer una trola como esa.

Furiosa le miró a los ojos.

—Eres un inmaduro, ¿lo sabías? O quizás estés demasiado ocupado creyéndote el ombligo del mundo para darte cuenta de lo crío que eres.

—Mira, niña, soy un año mayor que tú y he vivido también más que tú, una niñata mal criada y cuidada excesivamente por su abuela, y te puedo decir que eres una ¡cría insolente! —gritó.

—Prefiero irme a mi casa —dijo a Clay—. Estoy bien, ya casi no me duele.

—Nada de eso, te quedarás aquí. Xin, pídele perdón.

—No voy a disculparme por decir lo que pienso.

El tutor soltó una maldición por el comportamiento del chico y caminó hacia la joven hasta quedar esta oculta de Xin.

—¿Y tu madre?

—Me abandonó cuando nací. Vive en Italia, no quiere saber nada de mí y por mi perfecto.

No esperaba recibir tal respuesta. Pensó que quizás hubiera fallecido, pero no que la hubiera abandonado.

—¿Y tu padre? —preguntó temeroso por la respuesta.

—No es ningún secreto que no sé quién es mi padre —añadió mirando a Xin—. ¿Oh sí? ¿Tan enamorado estabas de mí que no conoces algo como eso? —inquirió, aunque no esperó respuesta alguna—. Mi madre fue violada y no soporta estar conmigo porque le hago recordar ese momento.

Era peor de lo que pensaba. Se giró hacia Kun, que estaba muy pálido, al igual que su hermano, quien ahora ansiaba haberse mordido la lengua minutos antes.

—Kun, acompáñala a la habitación de invitados y déjale algo de ropa.

Se volvió hacia Kirsten y dijo:

—No tenemos prendas de chica, tendrás que conformarte con llevar ropa de hombre.

—No importa —contestó ella.

Esperó hasta que Kun saliera de su asombro y la guiase hasta la habitación. Bajaron al segundo piso y siguieron por el pasillo de la derecha hasta la última habitación de la izquierda. Era bastante espaciosa, aunque solo la decoraba una cama individual en el centro y un baúl a los pies de esta. Se giró hacia Kun y tomó la camisa que le ofrecía.

—Si necesitas algo, me encontrarás en la habitación de enfrente.

—Se suponía que deberías haberme llevado a la habitación de invitados, no a la habitación frente a la tuya —dijo divertida.

—Así podré vigilarte por si te pones peor. El veneno en ocasiones da problemas durante la noche.

Caminó hacia la puerta, pero de pronto se giró y miró a la chica de ojos grandes y brillantes, una diminuta nariz y unos labios carnosos y sonrosados. En aquel momento dibujaban una tímida sonrisa.

—Kirsten, gracias por ayudarme; si no hubieras golpeado al chico seguramente no lo habría contado.

—No tiene importancia. Quizás sea yo la que deba dados las gracias por haberos encontrado en el bosque en el momento oportuno. Sin vuestra ayuda no me habría librado de ellos.

—¡Descansa!

***

Clay esperó impaciente hasta que Xinyu regresó, como era costumbre en él, no lo hizo hasta bien entrada la madrugada, y no dudó en preguntarse con qué chica habría pasado la noche. Caminó molesto hacia la puerta de entrada y Xinyu pareció muy divertido al verlo despierto, pero su expresión cambió cuando le explicó lo sucedido a los chicos. Sin dejar que terminara, fue a las respectivas habitaciones de Kun y Xin y los vio durmiendo.

Entonces dejó que Clay terminara de hablar. Extrañado por el comportamiento del inmortal y de los Ser’hi persiguiendo a una niña humana, fue hasta su habitación, donde descubrió a una joven dándole la espalda y durmiendo. No entendía qué podía estar ocurriendo, pero algo le decía que las últimas visitas de los Ser´hi a la ciudad estaban relacionadas con esa chica.

Necesitaba respuestas y en ese mismo instante partió para Draguilia.

***

Clay dormía sobre el escritorio de roble cuando el sonido de la puerta de entrada le despertó. Bajó al piso de abajo y fue derecho a la habitación de la chica. Encontró la habitación arreglada, como si nadie hubiera dormida en ella y en el baúl encontró una nota:

«Muchas gracias por su ayuda, le estoy muy agradecida por haber cuidado de mí. Según lo pactado, no diré a nadie lo que vi anoche. Dudo que alguien me creyera y no quiero ir a parar a un psiquiátrico. Gracias y espero que nos veamos pronto. Kirsten».

Él sabía que pronto se volverían a ver, y por razones muy diferentes. Una de ellas era la persecución en la que la chica se veía envuelta y otra, muy diferente, la atracción de los hermanos sentían por ella.

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Kirsten estaba en la pista de atletismo en compañía de otros chicos y chicas. Estaba calentando, preparándose para la carrera. Cuál fue su sorpresa al mirar a las gradas y ver en ella a Kun, que le hizo un gesto con la mano. Ella le devolvió el saludo con una sonrisa y una vez la llamaron se dirigió a la pista. Se preparó y cuando la entrenadora dio la orden, comenzó a correr.

***

Kun no podía menos que admirar su velocidad. Era rápida y ágil sorteando los obstáculos. Para él fue una sorpresa descubrir hacía un rato que era una gran atleta. Llevaba horas preocupado por ella, de ahí que fuera al instituto y preguntase por su paradero y le dijeron que fuera a la pista de atletismo.

***

La chica llegó casi sin aliento al punto de partida. Tenía la frente sudada y en ocasiones sacudidas de frío y calor la azotaban. Desilusionada escuchó lo defraudada que estaba la entrenadora con ella. No había hecho buena carrera y de buena gana aceptó ir a las duchas. Antes de dirigirse al baño hizo un gesto a Kun para que le esperase. Más tarde, ya cambiada, tomaba asiento junto a él.

El frío acompañaba la mañana, aunque a Kirsten no le importaba, ni siquiera que su rostro estuviera helado. Entonces Kun tomó su brazo derecho, que se encontraba vendado bajo la sudadera blanca que vestía.

—¿Te duele mucho?

—Bueno, me duele cuando lo muevo, cuando levanto peso, cuando me doy contra algo. Prácticamente está inservible. ¡No puedo hacer nada con el! —replicó molesta—. ¿Te duele mucho la pierna?

Para ella no había pasado desapercibido el gesto que había hecho al tomar asiento. Aunque había intentado disimular, su cara era un libro abierto y sabía que le dolía, y bastante, al parecer, por la rigidez con la que se movía.

—¡Sobreviviré!

—Hmm... Sobreviviré —dijo imitando su tono de voz—. Los hombres sois todos unos orgullosos; admite que te duele y que casi no puedes moverte. Por cierto, ¿qué haces aquí?

—He venido a verte y he aprovechado que tengo un par de horas libres.

—¿Cómo has entrado?

—Kirsten, es un instituto, no una prisión; es fácil entrar y salir. ¿Te ha vuelto a molestar Julian y sus amigos?

—No, es raro, y eso hace que me preocupe.

—¡Deberías ver lo que han escrito de ti en el baño de los chicos! —intervino Xin apareciendo a la derecha de su hermano y tomando asiento junto a él—. Se ha vengado de ti a su manera.

Estaba de mal humor y la razón era su hermano. No hacía mucho que lo había visto dirigirse a las pistas. Algunos chicos de la clase de Kirsten le habían indicado el lugar donde ella pasaba gran parte del día.

—¿Qué han escrito? —preguntó ceñuda, interrumpiendo los pensamientos del joven Dra’hi.

—Que te los has follado a todos —añadió sin contemplaciones—. Y que eres la indicada para todo tipo de proposiciones.

—¡Maldita sea! —exclamó molesta.

Se puso en pie y volvió al instituto. Caminó entre grupos de alumnos que hablaban animadamente, apoyados en las paredes con grandes ventanales, y se dirigió a los baños. La abrió de repente y se dirigió a la pared que vio escrita. Se acercó al lavabo y tras mojar la manga de su sudadera comenzó a borrar lo que habían escrito de ella con rotulador negro. Con los ojos a rebosar de lágrimas, salió del baño incapaz de mirar a Xin, y mucho menos a Kun. Sabía que a esas horas Julian estaría en el patio, fumando y fue en su busca.

—¡Quizás venga a por más! —susurró un chico pecoso a Julian al verla aparecer.

Kirsten cerró su puño derecho y lo estrelló contra la mandíbula del joven. Furiosa, se lanzó contra él y comenzó a golpearlo en la cara. Julian no tardó en reaccionar y enseguida la tumbó en el suelo y la inmovilizó con todo su peso. Kun se acercó entonces a ellos y tiró con fuerza del chico, haciendo que cayera de espaldas, liberando así a Kirsten. La ayudó a ponerse en pie y fue entonces cuando se percataron del grupo de profesores que se habían concentrado alrededor de ellos, acompañados de alumnos curiosos.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó un hombre con pelo canoso, gafas y un espeso bigote, el director del colegio, Marc, padre de Julián.

—Kirsty se ha lanzado sobre mí. Todos lo han visto, ha sido así, de repente.

—Señorita Gallagher, ¿es cierto?

—Sí, pero él...

—No hay excusas para empezar una pelea. Las cosas se arreglan hablando, no con los puños. Quiero ver a su abuela en mi despacho el lunes a primera hora.

—¡Está enferma! —replicó hoscamente.

—¿Cuántas veces ha estado su abuela enferma a lo largo del año? —preguntó aburrido ante la débil excusa—. O viene el lunes o será usted expulsada indefinidamente. Y le recuerdo la beca deportiva que tiene en juego.

—¡No es justo! —replicó—. Ayer su hijo me arrinconó en las afueras del instituto.

—Es cierto —corroboró Kun.

—Tú ya no eres alumno de este centro —recordó—. Lo que suceda aquí no te concierne. Y lo que ocurra en horas fuera de clase tampoco me concierne a mí. Por tu insolencia te quedarás esta tarde en el instituto ordenando las aulas —dijo fríamente—. No voy a consentir más enfrentamientos tuyos, tienes que moderarte.

—¡No es...!

—¡Calla ya! —susurró Kun a su oído—. Vas a conseguir que te expulsen hoy mismo. Piensa en todo lo que tienes que perder.

Obediente, se mantuvo en silencio y ansiosa escuchó la campana de comienzo de clase. Todos fueron desapareciendo, pero ella permaneció inmóvil frente a la puerta de entrada, acompañada tan solo por Kun.

—Tranquila, yo te ayudaré. Me encontrarás aquí cuando acabe mis clases.

—No tienes por qué hacerlo —dijo evitando su mirada—. El director tiene razón. Debo moderarme.

La vio dirigirse al centro y él regresó a la facultad. La había visto llorar. Ni siquiera el día anterior, con el ataque, le había visto soltar una lágrima y supuso que en verdad estaba dolida. Suspiró y se dispuso a seguir con sus clases.

***

Tenía el brazo hinchado y le costaba moverlo, el golpe que le había propinado a Julian le había dolido y ahora estaba pagando las consecuencias. Se encontraba sola en el instituto, tan solo iluminada por los débiles rayos del atardecer, y se recriminaba por su conducta. A partir de ahora debía controlarse mucho más, no podía hablar sin pensar; esto solo le había traído problemas.

Se giró y se encontró con Kun, mirándolo divertido. La verdad es que su aspecto era penoso: tenía los ojos hinchados y su claro cabello castaño prácticamente empolvado; se encontraba arremangada y estaba segura de que tenía el rostro blanco debido al agotamiento.

—Te dije que estaría aquí cuando acabara las clases.

—¡Vete!

—¿Sabes que a veces eres un poco impulsiva?

—¡Vaya descubrimiento! Es por eso que estoy aquí —refunfuño—. Es mi castigo, lo cumpliré sola. Además estás herido y casi no puedes moverte.

—Es muy duro, y tú también estás herida, casi no puedes mover el brazo.

—Puedo...

—Sí, ya te he oído, puedes hacerlo sola; pero no voy a dejar que lo hagas. Es mucho trabajo para alguien que casi no puede mover un brazo. Y no me repliques, ya has demostrado que eres testadura, pero créeme, yo puedo serlo más.

La chica refunfuñó, arrancándole una sonrisa al chico, que la vio perderse en el pasillo contrario al suyo.

***

La tarde había caído y parte del instituto se encontraba iluminada por las luces de las aulas. Agotada, se dejó caer en una silla y se frotó los ojos. Deseaba estar en casa y descansar. Se puso en pie y vio varias cajas en el suelo. No le quedaba más remedio que cogerlas y subirlas al armario, situado detrás de la mesa del profesor. Tomó la primera caja maldiciéndola por su peso y con esfuerzo la alzó por encima de ella. De pronto dos brazos aparecieron por detrás y sostuvieron la caja, haciendo que se sobresaltara. Se giró con rapidez y se encontró con Kun.

—¿Qué haces? —preguntó sintiéndose acorralada entre él y el armario.

—Ayudarte. ¿Acaso no lo ves?

—Puedo sola.

—Oh, sí, ya lo he visto.

—Puedo sola y te lo demostraré.

Con rapidez se dirigió hacia la última caja, la cogió y se dirigió al armario, donde la dejó.

Kun la observaba con detenimiento; lo que más le gustaba era ver cuando alzaba los brazos y su sudadera se levantaba, dejando al descubierto su piel desnuda y su fina cintura.

—¡Deja de mirarme! —exigió.

Rió divertido y alzó la vista hasta encontrarse con sus ojos claros ardiendo de rabia.

—Hace un rato pensaba que eras un machista por tu terrible insistencia en ayudarme, pero en realidad creo que eres un pervertido.

—¡Qué mala opinión tienes de mí! —exclamó divertido.

—¿Qué haces aquí? —preguntó. Giró alrededor de la mesa, quedando frente a él, apoyado ligeramente en el escritorio sin dejar de observarla como hacía tiempo no lo hacía nadie. En realidad, haciendo memoria, pensó que solo recordaba que su hermano la hubiera mirado de aquella manera, observando cada centímetro de su cuerpo.

—¡Ya he terminado!

—¡Chico, que rápido! —exclamó divertida—. Espero que no seas así con todas las cosas, si no tus amiguitas estarán muy a disgusto contigo.

Rió divertido. Caminó hacia ella y la rodeó con sus brazos, volviendo a dejarla encerrada.

—¡Qué graciosa! —exclamó oliendo su dulce fragancia—. Hmm... puede que algún día tú misma puedas probarlo. Me gustaría que te lanzaras sobre mí como lo hiciste con Julian, pero con otros fines.

Sonrió nerviosa y se libró de su acorralamiento.

—¡Lo dudo mucho!

Se alejó lo suficiente de él y tomó asiento encima de un pupitre.

—¿A qué te referías con amiguitas? —preguntó intrigado.

—A Verónica y sus amigas. El curso pasado casi siempre te veía con ella y creo que vais a la misma facultad.

—¡Así que el año pasado te fijaste en mí! —exclamó complacido y con la mirada fija en ella.

Kirsten ansió haberse mordido la lengua por haber reconocido que el año anterior no era incapaz de apartar la vista de él, pero ahora era demasiado tarde.

—¡Sí! —admitió—. ¿Tiene algo de malo?

—No, nada, solo me pregunto por qué no me di cuenta.

—Porque estabas muy entretenido observando las curvas de Verónica. Cómo fijarse en una chica que prácticamente es tres años menor que tú y que no se puede comparar con el cuerpo perfecto y moldeado de ella.

—Bueno, pues he de confesar que ahora me interesan tus finas curvas.

—¡No se me puede comparar con Verónica y sus amigas! —admitió ceñuda y mirándolo fijamente—. Además, odio que se burlen de mí.

Kun se puso en pie y caminó hacia ella hasta casi quedar oculto su cuerpo. Era cierto que era pequeña y delgada, pero le gustaba. Volvió a posar sus brazos alrededor de ella y, sintiendo su nerviosismo, se pegó más, hasta que sintió su respiración acelerada.

—Quizás te interese saber que soy completamente libre —le susurró al oído.

—Creo que eres demasiado arrogante. ¿Por qué querría yo saber algo así?

Se apartó de ella y salió unos segundos de allí. Volvió con dos latas de refresco y varias chocolatinas en las manos. Volvió a tomar asiento frente a ella y le ofreció un refresco y una chocolatina.

—A veces das unos cortes que no veas —dijo divertido—. Nunca piensas lo que dices, ¿verdad?

—No mucho —admitió—. Como ya sabes, eso suele causarme algunos problemas, incluso con tu hermano. Le rechacé y me he ganado su desprecio.

—Lo sé, nos contó a Clay y a mí lo sucedido —admitió. Incapaz de apartar la vista de la chocolatina que Kirsten intentaba abrir por todos los medios y sin éxito, se la quitó de las manos y se la abrió con un rápido gesto.

—¡Gracias!

Ambos comieron en silencio durante unos minutos, apreciando cómo los rayos del atardecer cubrían el cielo, bañándolo de haces rosas y naranjas, hasta que desaparecieron y dieron paso a la oscuridad de la noche.

—Kun, ¿tú también haces cosas como los chicos que me siguen? —preguntó temerosa a su reacción—. Te prometo que no diré nada.

—Me sorprende lo bien que lo aceptaste —admitió desconcertado—. Yo he crecido con esto, con la magia o como quieras llamarlo. Me educaron desde niño con todo este tipo de historias y aún sigo sin creerme que lo hayas aceptado tan bien. De verdad… no lo entiendo.

—Soy una persona con la mente abierta y creo que hay algo más de lo que vemos o conocemos —se defendió Kirsten—. Bueno, ¿qué contestas a lo que te he preguntado?

—Supuestamente sí.

—¿Supuestamente?

—Mis poderes, mi habilidad, como prefieras llamarlo, fueron sellados cuando yo tenía dos años, cuando nos enviaron a la Tierra. Xin y yo nacimos en un planeta llamado Draguilia, en otro sistema solar diferente, al que Clay y Xinyu viajan bastante por medio de vórtices temporales, puertas que llevan a otros lugares. Nacimos en un lugar llamado Aldea de la Luz. Xin nació en el año del dragón y con ello se cumplió la profecía: ambos haríamos frente a un gran enemigo. Con su nacimiento yo también me convertí en Dra’hi, a pesar de que llegué al mundo dos años antes. Dra’hi significa «hijos del dragón», ya sabes, un juego de palabras.

—Entiendo: las tres primeras letras pertenecen a dragón y las dos últimas a hijo.

—¡Eso es! Los chicos que te siguen no deberían haber sido nuestros enemigos, sino nuestros compañeros. Deberían habernos ayudado, pero Juraknar se nos adelantó y los llevó a su fortaleza, donde los crio durante años como si fueran sus hijos, y ya sabes, si te crías con el mal acabas...

—¡Corrompiéndote! —terminó ella.

—Sí.

—¿Y cuándo recuperarás tus poderes?

—No lo sé. Xinyu dice que aún no estamos preparados. Se encuentran en esferas en la Caverna de Hielo, también en Draguilia.

—Hmm... Y entonces, una vez que tengas tus poderes, podrás dominar el fuego y el hielo.

—Solo el agua. Y el hielo, claro. El fuego está considerado parte del mal.

—¿Por qué?

—Porque es un elemento despiadado y los demás pueden hacer muy poco frente a él. El aire lo aviva; la tierra pueda llegar a apagarlo, aunque es muy poco probable, y el único que le puede hacer frente es el agua, pero incluso él muchas veces se ve incapaz de hacerlo.

—Entonces, si tu hermano nació en el año del dragón, es más fuerte que tú.

Kun se quedó estupefacto ante las palabras de la chica. Nunca se había planteado tal cosa, pero supuso que tenía razón.

—Supongo que sí.

—¿Quién es Xinyu? —preguntó—. ¿Tu padre?

—No. Mi madre murió al dar a luz a mi hermano y a mi padre lo mataron las bestias de Juraknar cuando nos quiso poner a salvo. Xinyu vive con nosotros y es mi maestro en toda clase de artes de lucha. Él tampoco es normal: quiero decir que tiene un don, puede llegar a manipular la mente de las personas, además de conocer todos sus secretos.

—¡Hablas con mucho cariño de él!

—Él y Clay nos han cuidado. Imagínate lo difícil que tuvo que ser para dos hombres solteros cuidar a dos niños.

Sonrió levemente. Pero aún no comprendía por qué la seguían. Ella no tenía nada que ver con el mundo del que Kun provenía y que desconocía, por lo que, por mucho que lo pensara, no entendía que la siguieran los Ser’hi.

—¿Cómo supieron que erais Dra’hi?

—Por una marca —confesó—. ¿Quieres verla?

—Depende de dónde esté.

Rió y con rapidez se privó de su camisa, quedando ante ella la vista del dragón sobre su hombro y su pecho, su garra rodeando la piedra verde y todo dorado, con su cabello verde, erguido, luciendo sus garras, como en el colgante que colgaba de su cuello. Tímidamente se acercó a él y ansió tocarlo. Parecía un tatuaje, aunque muy diferente: era precioso.

Kun percibió su timidez y tomó su mano, que fue a parar a la marca del dragón.

—¡Es muy bonito! —admitió tocándolo suavemente—. Es el dragón oriental —admitió con la vista clavada en el colgante.

—Sí, es el oriental.

—Clay parece que lo ha tomado muy bien, y tú maestro. Quiero decir asumir todo lo que me has dicho.

—¡Tan bien como tú! —exclamó.

—¿Controlan algún elemento, quizás? —preguntó mordiéndose débilmente el labio superior.

—No, solo los Dra’hi y los Ser’hi lo hacen. Clay pertenece a Meira, aunque no sé a qué planeta. Él tiene la habilidad de hacer explotar las cosas y aparecer y desaparecer a su antojo.

—¿Qué es Meira?

—El sistema solar al que pertenece Draguilia y cuatro planetas más. Igual que el universo en que vivimos está compuesto por un sol y nueve planetas, entre ellos la Tierra, Meira también, salvo que solo tiene cinco planetas.

—¿Cómo se llaman?

—Draguilia, Lucilia, Aquilia, Crysalia y Serguilia; este último es el hogar de Juraknar, aunque ahora, excepto Draguilia, todos se encuentran bajo su control. Draguilia no le interesa porque es muy pequeño, casi nada lo habita y aún no se ha recuperado del ataque que lo destruyó antaño, el día del nacimiento de Xin.

—¡Vaya! —exclamó sorprendida por toda la información recibida en un mismo día—. Son muchas cosas para asimilar. ¿Aún no sabes por qué me siguen?

Negó furioso consigo mismo. Ansiaba tener respuestas, pero no las tenía y eso le disgustaba. Volvió a mirarla. Se encontraba frente a él, con la mano posada en su marca y su cuerpo débilmente inclinado hacia él. Kun deslizó las manos alrededor de su cintura y permaneció unos minutos en silencio, escuchando su respiración tranquila; al parecer estaba tan agotada que no le había supuesto ningún inconveniente quedarse dormida ligeramente apoyada en él. Miró su mano y apreció su hinchazón y el color de su piel, y no le gustó nada. Retiró el vendaje para observar la herida: estaba comenzado a sanar, pero el brazo se encontraba inflamado.

—¡Vamos a mi casa! —dijo. La movió suavemente hasta despertarla. Ella se apartó bruscamente de él—. Quiero que Clay vuelva a verte la mano.

—No tiene buen aspecto —admitió—. ¿No crees que debería ir a un médico?

—Clay es médico. Bueno, no ejerce, pero solo por eso no lo es. Terminó la carrera. Su padre era un famoso médico, pero él prefirió no ejercer, le quitaba mucho tiempo y debía cuidar de nosotros.

—Pero no quiero causar molestias. Además, tu hermano se enfurece cuando me ve.

—¡Pues que lo vaya asumiendo! —exclamó molesto—. Te espero en la entrada.

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