Despertar

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—Vale. Tengo que recoger algunas cosas, pero no tardaré.

Lo vio desaparecer tras la puerta. Moviéndose lentamente y agotada, salió al extenso pasillo y caminó entre las puertas rojas de las aulas, todas cerradas. Entró en la última y se dirigió al único pupitre ocupado por una mochila. La cogió y, de repente, la luz fluorescente que iluminaba el aula se apagó. Todo se volvió oscuro, demasiado, pues ni siquiera los rayos de la luna iluminaban la estancia.

—¡Kun, no tiene gracia! —gritó en la oscuridad, pero no recibió respuesta.

Molesta, cargó con su mochila y caminó por el aula para dirigirse a la salida, pero un encapuchado apareció en ella. Temerosa, se giró para correr hacia la puerta trasera y vio aparecer a otro. Eran aquellos chicos, y ambos caminaban hacia ella. La atraparían. Lanzó la mochila al que estaba delante de ella, el más bajo. Corrió y salió del aula para correr pasillo abajo; en la bifurcación giró a la izquierda y llegó a las escaleras, que empezó a bajar saltando varios escalones a la vez; en los últimos tropezó y cuando miró por encima de su hombro vio a los dos chicos. Se puso en pie y siguió corriendo. Sentía su aliento tras ella, sus manos intentando agarrarla, y por ello se dejó deslizar por el resbaladizo suelo y se adentró en otra aula, la del laboratorio. Tendida en el suelo, se arrastró sigilosamente entre largas mesas llenas de probetas y microscopios y luego permaneció inmóvil. Estaban en el aula y la estaban haciendo sufrir a conciencia. Con solo agacharse la verían entre las mesas. En silencio se fue aproximando hasta la otra salida. Miró cuanto la rodeaba y no muy lejos de ella distinguió el esqueleto colgado de un cáncamo a una superficie móvil. Salió de debajo de las mesas y lanzó el esqueleto hacia el mayor de los jóvenes, logrando que cayera al suelo. Salió del aula y siguió corriendo por el largo pasillo. De pronto vio una oscura sombra que la hizo detenerse, una imponente figura al final del pasillo, un hombre alto vestido con una armadura verde; tenía unos brillantes ojos violeta que, a pesar de la oscuridad, podía apreciar como si fuera de día. Se giró para seguir corriendo en dirección contraria, pero se encontró con sus dos perseguidores. Furiosa, golpeó la ventana que se encontraba a su derecha y saltó a un patio interno que daba bastante luz a esa parte del colegio. Corrió entre palmeras, pequeñas macetas y más plantas hasta que llegó a otra ventana; de un golpe la rompió y pasó a otro pasillo de las mismas características. Corrió hacia la salida del centro, cuando el hombre volvió a aparecer. Las lágrimas desbordaron. Se giró y comenzó a correr en dirección contraria. Intentaría llegar a alguno de los patios para poder salir. Un sonido tras ella la hizo detenerse. Sabía que en cuanto se girara descubriría que alguien la estaría esperando. Pero sintió que la agarraban de la mano y la arrastraban a una oscura habitación rodeada de cepillos y fregonas. Su respiración se aceleró y sin poder controlarlo todo su cuerpo tembló. No veía nada, estaba encerrada en un armario. Sus ojos se fueron acostumbrando poco a poco a la luz y apreció la figura de Kun agachada frente a ella. Este, muy lentamente, abrió unos centímetros la puerta, dejando una pequeña abertura por la que mirar.

Kun se llevó la mano al colgante, acercó a Kirsten todo lo que pudo y pasó la larga cadena plateada alrededor de su cuello y ambos quedaron unidos por ella. La miró y notó su nerviosismo, su miedo; todo su cuerpo temblaba y su respiración era cada vez más acelerara. Parecía que en cualquier momento fuera a gritar, presa del pánico.

—Kun, yo... yo... odio la oscuridad —susurró temblando.

—Shsss, estás conmigo, no va a ocurrir nada. Tengo la pierna herida, ahora no podemos correr, nos alcanzarían.

Asintió escuchando cada vez más cerca los pasos. No podía controlar su respiración, cada vez era más agitada, y temía que en cuanto pasaran frente al armario los encontrarían por su causa. Ambos intercambiaron miradas. Pensaban lo mismo: los descubrirían.

Kun pensaba en alguna manera para lograr que se tranquilizara. Se acercó a ella y besó sus labios acariciándolos con su boca y sintiéndolos tersos y cálidos. Luego se separó de ella, complacido porque su plan había funcionado. Su nerviosismo había cesado, para dar paso al desconcierto. La estrechó con fuerza cuando, a través de la ranura distinguió la armadura de Juraknar. Ocultó su rostro en el pecho, ya que no quería que ella viera un ser tan despiadado. Kirsten tenía agarrada fuertemente su camisa y Kun podía sentir su cuerpo pegado al de él, y en especial los fuertes latidos de su corazón. Ambos respiraron aliviados cuando oyeron los pasos perderse; el colegio era como un gran laberinto y ellos estaban cerca de la salida, pero aún podían ser descubiertos.

Kun deslizó sus dedos por la melena de Kirsten intentando encontrar una solución. Sabía que no la habían encontrado porque su colgante, su protector, los había resguardado a los dos, y eso hacía que su poder quedase oculto. Pero debían separarse, y la búsqueda comenzaría de nuevo. No entendía qué ocurría, la única explicación que acudía a su mente era que Kirsten, al igual que él, en realidad no fuera de la Tierra, que perteneciera a alguno de los planetas de Meira y que por ello al parecer los tres tenían un gran interés por encontrarla. Deslizó los dedos suavemente por debajo de su mentón y la obligó a que le mirara.

—Adoro tus ojos —confesó—. Parece que en cualquier momento vayan a explotar a llorar y liberarán tu alma del dolor que llevas acumulado.

—¡Nunca lo harán! —exclamó con la voz entrecortada.

—Yo estaré junto a ti cuando eso suceda —prometió. Limpió las suaves marcas de las lágrimas que habían caído por sus mejillas y volvió a mirar tras la abertura, sin ver a nadie cerca—. No te asustes por lo que vayas a ver ahora, pero tenemos que salir de aquí.

Asintió en silencio sin saber qué esperar.

—El colgante que está alrededor de nuestra garganta no es normal, es mi protector e impide que ellos sepan dónde estoy. Ahora, por favor, no grites. ¡Sal! —ordenó.

La puerta del armario se abrió bruscamente y parte del pasillo se vio ocupada por un fiero y dorado dragón.

Kun se sorprendió al ver que la chica no gritaba, sino que la atraía y deseaba tocar al dragón. Se puso en pie y la ayudó a hacerlo, y con rapidez se sacó el colgante que les rodeaba a ambos. La agarró de la mano y comenzaron a correr hacia las escaleras. Las bajaron con rapidez, seguidos del dragón, y con grandes zancadas cruzaron el pasillo; pero en la entrada apareció Juraknar.

Kun hizo un gesto al dragón, que se le adelantó y golpeó al hombre sin que este pudiera evitarlo, provocando que atravesara las puertas de hierro. Ellos hicieron lo mismo y salieron de los terrenos del instituto, internándose en oscuras calles. Corrieron sin detenerse hasta que salieron de la ciudad y fueron a parar al bosque, envuelto también en niebla. Agotados hicieron una pausa y recuperaron el aliento. No les seguían y se preguntaron cuánto hacía que habían dejado de hacerlo. El dragón hacía rato que había desaparecido, quizás cuando supo que no corrían peligro.

Kun prestó atención a Kirsten y vio sangre en sus manos, en sus dedos, y se alarmó. Se acercó a ella y las tomó entre las suyas. Apreció varios cortes. La miró a los ojos y recordó cuando la besó. Estaba aterrada por encontrarse en la oscuridad, la temía más que a los dos hermanos y a Juraknar. La atrajo hacia él y la abrazó bajo la niebla hasta que su corazón se serenó. Sin soltar su mano, se encaminaron a la casa de Clay. Llamaron a la puerta y allí vieron al hombre ensombrecerse cuando los vio aparecer, empapados debido a la niebla y con aspecto de agotados. Los hizo pasar y subieron al tercer piso, a la habitación iluminada por el ardiente fuego de la chimenea.

Por insistencia de Clay, Kirsten tomó asiento en el más lejos de Xin, que estaba leyendo un libro, mientras el tutor se alejaba con Kun y comenzaban a hablar en susurros sobre lo sucedido, cosa que le molestó: ella había estado allí, lo había vivido todo, no entendía por qué hablaban en bajo.

—¡Pensé que tardaría en verte! —murmuró Xin sin apartar la vista de la lectura—. Pero me equivoqué.

—¡Ojalá no hubiera sido así! —replicó furiosa.

—Al parecer, mi hermano se siente atraído por ti; pero conmigo eso ya no ocurrirá. —Apartó el libro y la miró desafiante—. ¿Sabes?, he estado investigando. Se dice que tu abuela es muy pobre.

—¡Es evidente! —exclamó—. Si no fuera así yo no trabajaría hasta altas horas de la noche, lo que dudo que un crío inmaduro como tú haya hecho en su vida.

Se levantó, molesto por su reacción, y caminó hacia ella. Se agachó y la rodeó con sus brazos, dejándola acorralada.

—Sé lo que buscas: alguien que te dé todo lo que quieras ahora que al parecer la beca que te iban a conceder pende de un hilo. Me rechazaste porque sabías que yo no era como mi hermano. No estoy tan ciego como él.

Ofendida por sus palabras, se puso en pie, haciendo que se alejara unos centímetros de ella; alzó su mano y lo abofeteó con fuerza, provocando que todas las miradas confluyeran allí.

—¡Te rechacé porque no te aguanto! —gritó.

Se giró y con rapidez, se alejó de Xin y caminó hacia la puerta, donde evitó a Kun y a Clay, a pesar de que la llamaban. Corrió escaleras abajo y salió a toda prisa de la casa, decidida a no volver nunca más. Anduvo entre la espesa niebla y se acercó todo lo que pudo al lago; sin él no era fácil guiarse para llegar a su hogar.

***

Kun miró furioso a su hermano, que se tocaba la dolorida mejilla enrojecida sin saber si le dolía más que le hubiera pegado o que él, un Dra’hi, no hubiera sido capaz de detener el simple golpe de una chica.

—¿Qué le has dicho? —preguntó molesto.

—¡Que está contigo por interés! —admitió—. Y harías bien en abrir los ojos.

—Eres tú quien debe abrir los ojos —se quejó—. Voy a buscarla —dijo a Clay.

Este asintió y con rapidez lo vio desaparecer. En silencio y sin mirar a Xin, caminó hacia su escritorio, donde tomó asiento en su sillón giratorio y se frotó con fuerza las sienes. Le dolía la cabeza. Últimamente los chicos estaban resultando un poco problemáticos.

Abrió el primer cajón y de allí extrajo cinco pergaminos amarillentos y arrugados. Los fue abriendo poco a poco y descubriendo la situación actual de los planetas de Meira. Aquello le aterró: todo era caos y desesperación, y pronto debería enviar a los jóvenes. Alzó la vista y vio a Xin muy ocupado con el libro que estaba leyendo. Se preguntó qué haría con él y su actitud arisca.

***

La niebla era espesa y caminaba nerviosa y temerosa. No veía nada hasta que no lo tenía en frente y todo la alarmaba: el ligero crujir de las ramas bajo sus pies, el sonido del agua, el ulular de los búhos... Todo hacía que se detuviera y girara sobre sí misma, aunque sabía que si la estaban siguiendo no los vería hasta que no estuviesen frente a ella. Se obligó a tranquilizarse y caminó con paso firme, dejando atrás el lago; ya lo había rodeado, pronto llegaría a la urbanización, aunque sabía que allí tampoco se encontraría segura frente a los Ser’hi.

No respiró tranquila hasta ver las luces de un complejo urbanístico de buena calidad en medio del bosque. Todas las casas eran iguales. Amplios chalets con patios traseros y viviendas de tres pisos.

Kirsten se dirigió a la segunda casa de la calle que quedaba a su derecha y cuando se dispuso a introducir la llave en la cerradura, una mano posada sobre su hombro la alarmó.

—¿Dónde estabas? —preguntó Kun. Enfadado por su actitud en casa, caminó hacia ella. Había conseguido ponerlo nervioso, ya que pensó que la habían atrapado—. Llevo un buen rato buscándote.

—No hacía falta que te molestaras, sé venir sola a mi casa.

—¡No deberías haberte ido! —reprochó—. No hagas caso de lo que dice mi hermano, solo está dolido, se le pasará. Tengo entendido que erais buenos amigos.

—¡Éramos! Tú lo has dicho, ya no somos nada —confesó dolida.

—¡Hablaré con él!

—Kun..., ¿qué pensarías si te digo que tengo miedo?

—Que eres valiente por admitirlo —respondió, dando un paso más hacia ella, obligándola a que alzara la vista para mirarlo.

—¿Crees que volverán?

—No. Agota mucho viajar de un lugar a otro y no soportan este lugar. Puedes quedarte tranquila.

—¡Tenía los ojos violeta! —exclamó—. ¡Violeta! Nunca en mi vida había visto unos ojos así. Aunque puede que fueran lentillas.

—No son lentillas, son sus ojos, signo de que es inmortal, con lo cual es casi imposible matarlo.

—¿Y si se le corta la cabeza? ¿No es así como mueren los inmortales, cortándoles la cabeza?

—Hay muchos que lo han intentado, muchos en su día le cortaron la cabeza y le salió otra.

—¡Vaya! Como en la mitología, quiero decir, como en el caso Hércules, que cada vez que le cortaba a la Hidra de Lerna una de sus cabezas, esta se reproducía.

—Sí, así es, casi nada puede matarlo, ni las lanzas ni las armas, nada le hiere, enseguida se recupera. ¿Sabes?, a veces me sorprendes —admitió—. Hoy lo has hecho varias veces. Me sorprende que conozcas la diferencia entre el dragón occidental y oriental, la mitología. Aunque más lo hiciste cuando me besaste.

—¡Yo no te besé! —exclamó alarmada y ruborizada—. Fuiste tú el que te lanzaste sobre mí.

—¡Estabas nerviosa! —admitió mucho más serio—. ¿Qué te ocurría?

—Ya te lo dije, odio la oscuridad; ya sé que puede parecer estúpido pero no puedo remediarlo.

—Ahora es de noche.

—Pero estoy al aire libre y además puedo ver, no está todo oscuro, en el armario sí lo estaba.

Acarició su mentón al ver sus labios temblar y los besó. La tomó de la cintura cuando sintió que se alejaba y la dejó muy pegada a él, hasta que su cuerpo se relajó y tímidamente respondió a su beso.

—¡Tienes razón! —admitió cuando se separó de ella—. Fui yo quien se lanzó sobre ti, igual que ahora. Te veo mañana. ¡Buenas noches!

—Buenas noches —se despidió desorientada.

Una vez vio a Kun alejarse, la chica entró en la casa y ni siquiera se molestó en encender la luz. No iba a estar ahí mucho tiempo… además hacía meses que la corriente eléctrica había sido cortada.

La planta inferior de la vivienda estaba compuesta por un amplio salón al entrar que se comunicaba con la cocina y unas escaleras a la izquierda que ascendían a la planta superior.

Todo estaba vacío. Un intenso olor a quemado inundaba la estancia y las paredes estaban ennegrecidas. Por el suelo había restos de madera que un día formaron parte de muebles, todos ellos ya quemados.

Kirsten cruzó el salón y fue derecha a la cocina. En esta había una puerta que se comunicaba con la parte trasera de la vivienda e iba a salir e ir a su verdadero hogar.

Es cierto que hubo un tiempo que vivió en esa casa, pero de eso hacía tanto… aunque prefería no pensar en ello. No tenía gratos recuerdos de su estancia en esa vivienda junto a su abuela. Y justo cuando cerró su mano sobre el pomo de la puerta, un pinchazo en el pecho le hizo detenerse.

—¡Ahora no! —murmuró entre dientes.

Otro pinchazo le hizo caer al suelo, jadeante. De repente tenía mucho calor, sentía su cuerpo ardiendo, en especial su pecho. Angustiada se quitó la sudadera y llevó su mano al extraño borrón negro que ocupaba parte del pecho y el hombro izquierdo. Lo sentía arder e incluso como vibraba. Como si esa cosa estuviera llena de vida.

Gritó cuando otros pinchazos la sacudieron con más fuerza. Se colocó en posición fetal, azotada por sudores fríos, hasta que extenuada cayó en un intranquilo sueño poblado de todo tipo de seres.

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Lo primero que hizo Kirsten cuando despertó, fue dirigirse al baño del piso de arriba. Hubo un momento durante la noche que cayó rendida y aunque ahora se encontraba mejor, aún sentía pequeñas punzadas en el pecho. Y frente al espejo, sorprendida, se observaba.

La mancha era más visible y ahora también tenía algunas trazas rojas. En realidad ya no parecía una mancha sin más, sino que iba adquiriendo forma o eso le parecía… ¡un dragón! ¡En su pecho se estaba dibujando un dragón! Pero no como el de Kun, sino el temido y maligno que aparece en muchas novelas medievales, aquel que escupe fuego.

—¡Kirsten! —escuchó desde el piso inferior y no tardó en reconocer la voz de Alisa.

—Ahora bajo —añadió intentando ganar tiempo y que su amiga no viera el dibujo—. Estoy en el baño.

Aprisa se puso la sudadera y corrió a las escaleras, encontrando en estas a su amiga. Tenía diecinueve años y se habían conocido hacía dos años en atletismo. Al igual que ella, era toda una gran deportista, aunque al ser mayor que Kirsten hacía tiempo que había terminado el instituto y estudiaba en la facultad.

Era alta y esbelta. Delgada y tenía una preciosa melena rubia rizada, que llevaba recogida en una coleta. Poseía ojos grises, dominados por una tristeza que muy pocos sabían interpretar.

—¡Que mala cara tienes! —gruñó Alisa con los brazos en jarras—. ¿Por qué no fuiste anoche a casa? Ni siquiera me llamaste y he estado preocupada. El periódico de esta mañana habla de más agresiones y un incidente en el instituto. Además de un asesino suelto, hay un violador y tenemos que tener cuidado.

—Vayamos a casa, quiero hablar contigo.

Las chicas abandonaron la vivienda y se dirigieron al bosque. Caminaron por él en silencio hasta llegar a su fin, frente a un grupo de edificios abandonados, utilizados por okupas.

Cuando la crisis inmobiliaria hizo eco en el país muchas construcciones se vieron afectadas y una de ellas fue ese emplazamiento. Un grupo de edificios de estilo moderno, en tono grises, frente al lago y que prometía ser de primera calidad.

Pero a día de hoy, salvo vagabundos y yonkis, nadie vivía en ellos. Aunque también estaban Kirsten y Alisa.

Las chicas entraron en el edificio. El alargado rellano encementado olía a orines y había basura esparcida por el suelo. Las puertas de muchos edificios estaban abiertas, mostrando todo tipo de gente que vivía en ese lugar.

Pero las chicas no les lanzaron miradas. Se dirigieron a las escaleras y subieron hasta la séptima planta, donde ellas vivían y la más alta de todas.

Muy pocos eran los que vivían más allá del tercer piso debido a todas las escaleras que debían subir, lo cual hacía de un lugar casi seguro para ellas, aunque para su buena fortuna no estaban solas. Harry vivía con ellas. Un militar retirado de poco más de cuarenta años. Su lucha en la guerra de Afganistán le había afectado demasiado y se alejaba cuanto podía de la sociedad.

Las chicas entraron en su piso. Nada más entrar había un pequeño pasillo con una puerta a la derecha que daba paso al baño. Después iba el salón, con dos puertas más al fondo de este que utilizaban como dormitorios y otra puerta más al entrar en la estancia, al fondo a la derecha, que se comunicaba con la cocina.

No tenían lujos, como televisión, pero si algunos muebles viejos que habían ido recogiendo durante los años y amueblando la estancia.

—Bien, ya puedes decirme que está pasando —exigió Alisa, dejándose caer en el despedazado sofá que decoraba el centro del salón—. Me has tenido en ascuas desde tu misteriosa llamada.

Kirsten lanzó un suspiro a la vez que tomaba asiento junto a su amiga.

Alisa había escapado de su hogar cuando tenía poco más de quince años. Su madre acababa de morir y ella había quedado a cargo de su padrastro, quien ya tenía un hijo de otro matrimonio. Por entonces Alisa hizo cuanto pudo por encontrar a su padre biológico, pero no tenía mucha información, por lo que se quedó en su hogar. Para su mala fortuna, su hermanastro abusó constantemente de ella, hasta que Alisa no pudo más y se marchó.

Vivió un tiempo en la calle, hasta que Harry la encontró y la acogió. Poco después Alisa hizo lo mismo con Kirsten, cuando ella le confesó que su abuela le había abandonado.

—Ha sido todo muy raro, incluso aún me cuesta creerlo… Verás, un día que venía a casa, alguien me atacó —confesó adornando los sucesos, ya que no podía contarle toda la verdad a su amiga, a pesar de cuanto lo deseaba—. Pero recibí ayuda. En el bosque estaban Xin y Kun…

—Espera, espera, espera —interrumpió Alisa—. ¡Kun! ¿El chico del que llevas prendada tanto tiempo? —preguntó, recibiendo por un gesto afirmativo la respuesta de su amiga—. ¡Madre mía! ¿Qué pasó?

—Pues… como estaba algo asustada y me hice daño en el brazo, me llevaron a su casa. Fingí que llamaba a mi abuela cuando te llamé a ti y pasé allí la noche. Y bueno, ayer también pasé tiempo con Kun y me besó.

—Vaya, que rapidez. Pero no es para menos. Es universitario. No se va a andar con chiquitas.

Al escuchar esto Kirsten lanzó un amargo suspiro a la vez que se frotaba los ojos.

—Después de eso me acompañó a mi antigua casa y pasé allí la noche. Como si todavía viviera allí y mi abuela estuviera conmigo —confesó y la lanzó una mirada a su amiga—. ¿Qué quieres decir con que Kun es universitario?

—Bueno, ya no es un chaval de instituto. Es muy diferente a los críos con los que sueles ir a clase, o muy distinto a su hermano. Simplemente es mayor. ¡Eh! —observó al ver la cara de su amiga—. Deja de pensar en lo que estés pensando. Por fin el chico que te gusta se ha fijado en ti. Es lo que importa.

—No, Alisa, tú no lo entiendes. ¡No puedo!

—Kirsty… sé que tu abuela te ralló muchísimo con el sexo y te ha hecho ver en ello algo malo. Sé que tu madre fue violada, que naciste de una violación y lo siento mucho. Nadie mejor que yo puede entender lo duro que es eso, pero tienes que olvidar todo lo que te dijo. ¡No eres una mala semilla!

—¡Pero… las dos me abandonaron!

—Porque son unas desgraciadas —confesó tomando el rostro de su amiga entre sus manos—. Tú no eres mala, no hay nada malo en ti. Escucha, cuando escapé de casa estaba embarazada de mi hermanastro y perdí al bebé de forma natural. Y lo sentí mucho, porque aunque aborrecí lo que viví, yo quería a esa criaturita que crecía dentro de mí.

—No sabía nada —confesó Kirsten—. No me habías contado nada de eso hasta ahora —dijo, observando los ojos llorosos de su amiga.

—Lo hago porque tienes que salir adelante. Te gusta un chico y estás siendo correspondida. No pienses que iniciar con él algo sea malo, sino lo contrario. Te mereces que te quieran.

—¡Basta de cháchara! —gruñó una voz masculina.

Era Harry. Entraba en ese momento en el salón y era evidente que estaba de mal humor. Bajo su brazo llevaba el periódico y se lo entregó a las chicas. Era un hombre en forma, fuerte y con una evidente formación militar. Tenía la piel curtida y algunas cicatrices en la cara. Había perdido un ojo en un combate y siempre lo llevaba cerrado. Tenía el pelo castaño, aunque lo llevaba muy corto y una incipiente barba asomaba en su mentón.

—Las clases de defensa personal se acabaron, hoy os voy a enseñar a luchar como soldados. No me gusta nada que haya un violador en la ciudad y que pueda hacerles daño a mis chicas. Os voy a enseñar a protegeros.

Alisa y Kirsten se pusieron en pie sin duda alguna. Harry era para ellas como un padre y un gran protector. Teniendo en cuenta el lugar donde vivían siempre intentaba acompañarlas a todas partes, pero como no siempre podía hacerlo, les había enseñado a pelear. Al parecer, ahora iba a profundizar más en las técnicas de defensa

***

Kun había terminado las tareas que le había encomendado Xinyu y por fin podía descansar. Además había algo que le inquietaba y quería hablar con su maestro, aunque temía sus burlas. Tomó asiento frente a la barra, junto con Clay, que se encontraba cenando. Enfrente estaba Xinyu secando algunos vasos sin apartar la vista de él. Lo conocía demasiado bien como para saber que algo le ocurría.

Su maestro era un hombre alto, fuerte y comprensivo, de pelo negro como el azabache, con mechones rebeldes que se le quedaban en punta; sus ojos eran marrones y sus rasgos finos. Estaba ansioso por saber qué le ocurría a su alumno.

—¿Cuánto vas a tardar en decirme qué te ocurre? —preguntó insistente—. ¿Te preocupa algo de los entrenamientos o quizás sea que últimamente has perdido frente a tu hermano? Algo inusual he de decir.

—No... Bueno, sí, esa parte me preocupa, pero es que últimamente no estoy muy concentrado. En realidad quiero hablarte de otro tema.

Clay permanecía junto a él en silencio, sabiendo de qué trataba la conversación entre maestro y alumno.

—Bueno, tú tienes bastante experiencia con mujeres, quiero decir que cada semana te veo al menos con dos diferentes ¿Con cuántas has salido esta semana?

—Con cuatro.

—¡Cuatro! —exclamó sorprendido—. Pero si estamos a miércoles. ¡Has salido con dos en un mismo día! ¿Cuál es el secreto? ¿Qué les das para que no te partan la cara?

—Quizás placer.

Kun no pudo evitar atragantarse con su refresco al escuchar una respuesta tan inesperada.

Clay rió y miró divertido a su amigo. Ambos sabían adónde quería llegar el chico, o al menos en parte.

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