Death

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“Para recuperar esas ánimas, la Muerte creó a los recolectores, es decir, aquello en lo que tú te has convertido y, para encontrar las de mayor valor, forjó a los cazadores, mi estatus actual —Tomás hizo una pausa, esperando a que Daniel interviniera, pero, viendo que el joven se mantenía en silencio, prosiguió—. Como tú ahora, hubo un día en el que yo mismo también fui un recolector. Sin embargo, cuando reúnes un número determinado de esencias, evolucionas, por así decirlo, más estrictamente, escalas un estrato. Esto se produce gracias a que la Muerte deja que nos quedemos con una calculada porción de las almas que recogemos como, por ejemplo, te ha ocurrido a ti con el anciano, mucho menor, pero traducida en forma de aumento de tu fuerza esencial. Cuando llegue el momento en el que la Muerte tome las riendas de la sociedad, escogerá a sus sirvientes más poderosos para crear su propio mundo. Ya conoces a grandes rasgos la leyenda del génesis de esta realidad. Medir cuánto de cierto existe en ella queda en cada uno. No lo tomes como una verdad absoluta, pero no te viene mal conocerla de cara a los retos venideros”.

Daniel escuchó con atención la narración pese a que no podía mirar a su interlocutor debido a la absoluta oscuridad. Siempre había creído en la existencia del alma o al menos en algo que diferenciaba a cada ser humano del resto, no obstante, asumir que un proceso así se podía llevar a cabo sin que nadie se hubiera percatado de ello era difícil de aceptar. Podía oponer muchos argumentos a lo que Tomás le acababa de trasladar y, sin embargo, él mismo acababa de experimentar lo que era llevar a cabo una recolección: cómo la vida de un hombre al que nunca había visto se fundía con la suya hasta el punto de abrazar aquellos lejanos recuerdos y fervorosos sentimientos como suyos propios. Poco importaba lo que quisiera dudar de todo aquello, el devenir de los acontecimientos lo empujaba cada vez más a asumir que estaba pasando de verdad.

De repente, una de las muchas dudas que asolaban al joven rugió con fuerza.

—¿Y Ramón? ¿Él qué es? —preguntó con interés.

—Buena pregunta —ponderó Tomás, tomándose un momento para estructurar la respuesta—. Al ser todas las almas diferentes, hay algunas más especiales que otras, llegando incluso a concebirse seres mortales con habilidades similares a las nuestras. Este es el caso de Ramón. Puede identificar, mediante el sentido de la vista, a todos los entes etéreos que vagan por el plano corpóreo con la misma precisión con la que podría hacerlo cualquiera de nosotros, y por ello colabora vigilando el portal de tránsito que se encuentra en su local. Siempre que hallamos un ánima con esta capacidad, pero que por contra no tiene el potencial para ser un recolector, la acogemos para la causa...

De súbito, una puerta oscura de tirador grisáceo apareció frente a ellos abriéndose paso entre las sombras, interrumpiendo la explicación del cazador.

—Parece que ya está todo en orden, vamos —dijo Tomás.

Nervioso, Daniel siguió al cazador y observó cómo este colocaba su mano en el asidor para, con delicadeza, presionar hacia abajo y abrir la puerta. La entrada —o salida, según se vea— cedió hacia adelante, conduciendo a una especie de callejón imbuido en una oscuridad que, pese a ser densa, no estaba dotada de la misma opacidad que la del interior del portal de tránsito. Tomás atravesó el umbral de la misma y esperó a Daniel al otro lado. Este lo observaba receloso, sin poder impedir de nuevo que una turbadora nube de dudas encapotara su lucidez. En más de un sentido se sentía a gusto y protegido rodeado de aquella confortable oscuridad, por lo que salir de ella era un paso que no se atrevía a dar. Por otra parte, el aperitivo de conocimientos que le había ofrecido Tomás estimulaba la acuciada fibra curiosa de su, en ocasiones, trastornada personalidad, empujándole a dar un paso que en un sentido u otro, ya fuera cayendo en los brazos de la locura o descubriendo un mundo nuevo, cambiaría su vida para siempre. “¿Por qué no? —reflexionaba—, quiero decir, siempre he pensado que tenía que haber algo detrás del mundo existente frente a mis ojos, y cuando se me presenta, lo único que hago es pensar que me he vuelto loco... ¿Y si fuera así? Si realmente me hubiera vuelto loco, ¿podría resistirme? Tarde o temprano acabaría volviéndome loco, por lo que luchar es inútil. Esto ya no es una cuestión de lo que sea o lo que deje de ser; tengo claro que no podría volver a dormir tranquilo si no aprovechara esta oportunidad. Necesito confiar en mí y en mis instintos. Debo continuar”.

Entonces, Daniel se armó de valor y atravesó la puerta. Una vez estuvo al otro lado, la entrada se cerró y desapareció.

Una extraña niebla flotaba en el ambiente de aquellos callejones funestos y oscuros. La primera imagen que se dibujó en la mente de Daniel al imbuirse de aquel tétrico espacio era la de sí mismo, embarcándose en plena caza y captura de Jack “el destripador” en el Londres de finales del siglo XIX. Tanto los edificios como la estructura de las calles estaban dotadas del estilo umbrío de la época, circunstancia que no pudo más que cautivar al estudiante, puesto que siempre había deseado desenvolverse en aquel característico ambiente tantas veces dibujado en su imaginación. La neblina no era demasiado densa, lo que propiciaba que pudiera ver cómo, de un lado a otro, individuos ataviados con hábitos calcados a los suyos recorrían aquellas calles como si de un monasterio se tratara. Algunas excepciones en forma de hombres y mujeres vestidos de diversa índole rompían aquel tránsito homogéneo, no obstante, eludía a sus conocimientos por qué algunos —como era su caso— iban vestidos con aquellos andrajos y otros exhibían atuendos más variopintos.

Mientras caminaba a la espalda de Tomás, el joven empezó a adaptarse a su nueva condición, la que le había llevado a no tener la necesidad ni de respirar ni de parpadear, entre otros procesos maquinales de su cuerpo. De alguna manera, se sentía más puro y liberado, como aquel que se pasa unos días en la montaña desconectando del frenesí del mundo moderno, recargando las pilas para regresar a esa batalla que supone el día a día en toda gran urbe que se precie. Por otra parte, aún padecía matices a los que no encontraba demasiada facilidad para dar explicaciones; no solo se sentía cómodo habiendo salido del portal de tránsito, sino que era como si aquellas sinuosas calles que estaba recorriendo hubieran sido las suyas desde siempre, satisfaciendo en consecuencia una sangrante morriña con la que había cargado sin saberlo durante más de veinte años.

Procedentes de los ventanales de las casas que poblaban aquellas lóbregas calles se podían observar luces y figuras, lo que trazó en su razón la plausible posibilidad de que en ese lugar viviera gente, por lo tanto no debía de tratarse solo de un lugar de paso, sino que no se podía desdeñar la posibilidad de que inclusive pudieran residir personas en ese barrio como las que habitaban cualquier núcleo poblacional del mundo real.

Preguntado a este respecto, Tomás, sin detenerse, contestó a Daniel:

—La Ciudad Esencial es el nombre con el que se conoce a esta dimensión creada por la Muerte para no solo mantenernos controlados, sino para proveernos de aquello que necesitamos para llevar a cabo su voluntad —explicó el cazador—. Aquí cada miembro desempeña un papel, algunos comercian con energía espiritual, otros colaboran con la justicia, muchos malviven en las calles... Digamos que, en una escala diferente, es como cualquier ciudad que conozcas, solo que en lugar de adictos a las drogas los hay a las almas y en lugar de policía hay Jueces que persiguen con sus guadañas a toda entidad que no se comporte como es debido.

Entre toda la información salida de la boca de Tomás, Daniel se fijó en la dicotomía cazador/recolector. En teoría, él era un recolector y Tomás, un cazador; sin embargo, no conocía en qué estaba fundada la diferencia.

—¿Por qué soy un recolector y no un cazador?

Su interlocutor frunció el ceño, sorprendido por la pregunta del estudiante. Después, sonrió levemente y le dio una palmada en el hombro derecho.

—No te preocupes, Daniel. Creo, y tiro de memoria, que solo hay un alma que haya sido “despertada” como cazador, y su caso es especial —respondió el cazador—. Para convertirte en un cazador como lo soy yo existen varias vías, todas ellas relacionadas con el hecho de haber demostrado que has superado el rango de recolector: hacerte con la esencia de un cazador, alcanzar un número ingente de almas comunes o salir vencedor en un complicado evento conocido como la Gran Recolección.

—¿Está relacionado con la ropa? —preguntó Daniel—. Tú no llevas los hábitos negros que portamos casi todos y me he fijado en que, aunque son minoría, hay más que tampoco los llevan.

—Muy perspicaz. En efecto, esos harapos espirituales que llevas son la seña distintiva de los recolectores, no los definiría como ropa, pero sí, los de vuestra condición estáis obligados a vestirlos hasta que escaléis a la posición de cazador —contestó Tomás mientras doblaba la esquina de la avenida seguido de Daniel, alcanzando otra barriada plagada de casas distribuidas a ambos lados de la calle—. Las diferencias entre un cazador y un recolector no se limitan a cuestiones de poder. En la Ciudad Esencial ser cazador te aporta un estatus de privilegio en cuanto a información, contactos e incluso permeabilidad legal, por ello debes desenvolverte en este lugar con extremo cuidado ya que te encontrarás con un gran número de recolectores cuya única intención es alcanzar ese puesto de privilegio. A medida que vayas recolectando almas te convertirás en un objetivo más suculento para aquellos que quieran transmutarse en cazadores, y solo cuando tú te conviertas en uno de ellos, recibirás el respeto, incluso la admiración tanto de recolectores como los de tus homólogos cazadores. Esto, claro está, si duras lo suficiente.

Tomás tenía la capacidad de verbalizar situaciones, e incluso amenazas terribles, con la más suma tranquilidad. En esencia, aquel mundo no parecía ser tan diferente de aquel del que provenía: “Creo que empiezo a entenderlo. Almas, recolectores, cazadores... todos al servicio de la Muerte. Unos luchan con otros por ser los más poderosos, pero ¿con qué objetivo? ¿Estar al lado de la Muerte? Puede que me equivoque, pero no parece ser una razón que motive demasiado a Tomás —reflexionaba para sí el recolector novel—. Lo que no me cuadra es que, si en teoría somos almas, ¿por qué, por ejemplo, Tomás lleva gafas? —se preguntó Daniel, mientras observaba al cazador recolocarse la montura de las mismas—. Puede que sean un tipo de lentes especiales, sin embargo me resulta curioso.

Lo mismo ocurre con la ropa, o lo que sea, ¿por qué discriminar a unos y a otros de esta manera? Sin conocer todavía a ninguno de estos tipos, salvo a Tomás, los cazadores comienzan a asquearme... Mírame, llevo tan solo unos minutos en este mundo probablemente nacido de mi locura y ya lo abrazo como real. ¿Tanta repulsión le tengo a mi vida cotidiana? ¿Qué está pasando en el mundo real mientras yo estoy aquí? ¿Todo esto existe o es un enloquecedor producto de mi imaginación? Otra vez me invaden las dudas sobre mí mismo, empero lo único cierto es que estoy aquí y que tengo que seguir adelante.

Ahora mismo soy un alma y, como yo, todos los que están aquí también lo son, si ese es el caso, puede que...”.

El estudiante detuvo su vuelo mental ante una idea que le estremeció sobremanera. Si él era un alma y estaba en la Ciudad Esencial, ¿podía existir alguna posibilidad de encontrarse con el alma de su madre fallecida? No se había parado a pensar a dónde iban a parar las ánimas que extraían los recolectores, pero sin duda debía de existir algún lugar para ellas, no obstante, la embestida de un nuevo pensamiento le hizo frenarse en seco: “Si todo esto es real, puede que alguien extrajera la esencia de mi madre como lo hice yo con aquel anciano. Y si... y si... para hacerlo la hubiesen asesinado, y si en realidad su suicidio no hubiera sido cosa de ella, y si... No sé si eso es posible o no, pero... joder... joder...”.

Daniel se detuvo abruptamente. Desde su muerte, el joven tenía la certeza de que su madre se había suicidado por medio de una sobredosis de pastillas, tentativa para nada novedosa y que ya en el pasado a punto estuvo de llevarla a morir en múltiples ocasiones. El descubrimiento de aquel plano de realidad abrió ante él un cruel horizonte en el que quizás ella no había muerto por voluntad propia, sino que, en realidad, de alguna manera, alguien la hubiese podido llevar a suicidarse para así obtener su alma.

Desatando su rabia, el estudiante propinó un furibundo puñetazo a la verja negruzca de una de las casas, y levantó la mirada, comprobando cómo en ese momento algunos de los recolectores que transitaban el barrio lo observaban con atención. Entre aquel mar negruzco de ropas lóbregas, destacaban unos gélidos ojos azules pertenecientes a una mujer de mirada hundida y cabello plateado. El flujo mental de Daniel se detuvo ante la visión de las sutiles facciones de aquella chica, que además iba ataviada con un ceñido traje de cuero, que pese a ser negro, igual que sus hábitos, rompían con el monotema estilístico de todos los que la rodeaban. Su profunda mirada tonalidad azul gélido irradiaba cierta pesadumbre, mas no conseguía empañar ni un ápice la belleza de su rostro pálido y angelical, sino más bien todo lo contrario.

Daniel no pudo evitar pasear sus ojos verdes desde las comisuras de sus tiernos labios hasta sus pómulos definidos, intentando memorizar todos los detalles de aquella chica que lo observaba sin ningún tipo de recelo. No podía apartar la mirada, pero tampoco quería hacerlo por riesgo a perder la imagen de ese ser edénico.

De súbito, recibió un golpe en el hombro y salió del trance.

—Yo hablando contigo y, de repente, me giro y no estás —le reprendió Tomás a su despertado, mirando hacia el mar de recolectores y provocando, en consecuencia, que todos ellos reanudaran su marcha—. ¿Qué ocurre?

El universitario buscó con ansiedad aquella gélida mirada, pero la mujer ya no estaba. Turbado, negó con la cabeza y, pasándose la mano por la frente, fue él quien, sin responder a la pregunta de Tomás, reanudó la marcha. No podía quitarse de la cabeza las ideas que acaban de adherirse a su pensamiento, sin embargo, tampoco podía borrar aquellos ojos azules que habían dado un tumbo a sus entrañas, si es que en realidad tenía algo como tal en ese nuevo estado espiritual en el que se encontraba. Todavía atontado, el joven se detuvo en seco ante la visión de una torre mastodóntica que se abría paso entre los cielos de la ciudad, perdiéndose en la profundidad del techo negruzco de aquella realidad. La construcción todavía se hallaba lejos, pero su increíble tamaño permitía que fuera vista desde casi cualquier punto de la ciudad. Sus detalles arquitectónicos también llamaron su atención, puesto que se alejaban un poco de la siniestra parquedad de los callejones y edificios que había visto hasta ese momento; era una edificio más abstracto, que rompía con la linealidad y que desde su base hasta el punto más alto mostraba un aspecto sinuoso y casi mareante. Sin embargo, en lo que no se diferenciaba era en la no viveza de sus colores: un cóctel de tonalidades negruzcas de diversas gamas sobre la que gobernaba un hondo y poderoso negro azabache.

—Impresionante, ¿verdad? —opinó Tomás.

—Nunca había visto algo así... —respondió Daniel, con un tono afectado por el estupor que le inoculaba la visión de aquella pantagruélica maravilla.

—Es la Torre de las Almas —aclaró el cazador—. Se dice que su punto más alto es el hogar de la Muerte, no obstante, es, como tantas otras, una leyenda difícil de probar. En sus niveles inferiores se encuentran los organismos más destacados de la ciudad, desde el D.A.D.A o departamento de análisis y detección de almas hasta el registro de tránsito, pasando por los Juzgados, sin duda la más relevante de las estancias inferiores. Normalmente, tener que acudir a este último lugar a realizar algún tipo de gestión no es buena señal, tenlo presente, los Jueces pueden ser de lo más quisquillosos.

Juzgados, Jueces, leyes... Daniel no pudo evitar preguntar a ese respecto:

—¿Los Jueces? ¿Aquí también hay leyes como en el otro mundo?

Tomás clavó una mirada inquisitiva en los ojos verdes de Daniel y asintió con sutileza.

—Nuestra misión es capturar y recolectar almas, mientras lo hagamos de una manera ordenada y poco catastrófica para la realidad estamos a salvo, sin embargo, siempre que se produzca la muerte de más de un ser humano por parte de un recolector o de un cazador al mismo tiempo, los Jueces entran en acción —respondió Tomás conciso—. Tienen medios para ver todo lo que hacemos como, por ejemplo, ánimas que se dedican única y exclusivamente a vigilar el plano de la realidad. Después, los Jueces analizan las imágenes que descansan en estas memorias espirituales y deciden el castigo pertinente, si se confirma la infracción. Pueden encerrarte por muchas razones, entre ellas que te hayas ensañado con tus víctimas, puesto en peligro el flujo de las almas o que simplemente consideren que has enloquecido y que por lo tanto eres un peligro.

—¿Enloquecer en qué sentido? —cuestionó Daniel con curiosidad.

—Las esencias son adictivas y muchos son incapaces de dejar de alimentarse de un tipo específico de ellas, llegando al punto incluso, y aunque parezca aberrante, de acabar con las de grupos de niños enteros para satisfacer la ansiedad. Para evitar caer en este tipo de fallos irreparables, es necesario recolectar con la premisa ineludible de que cuanto más joven es un ánima mejor sabor tiene por así decirlo, pero menos valor ostenta, por ello es más útil devorar la de un anciano, por ejemplo. Consumir las almas de los niños no es algo que esté bien visto por los Jueces, pero es difícil controlarlo —Tomás bajó la cabeza, tomándose un momento para después proseguir dotando a su voz de la solemnidad más absoluta—. Ten por seguro que si alguna vez cometes una atrocidad semejante… ¿No tengo que ser explícito, no?

En lugar de sentirse intimidado ante aquella amenaza, Daniel asintió aceptando la reflexión de Tomás: no se veía capaz de hacer algo así, pero si lo hacía, le reconfortaba que alguien estuviera allí para detenerlo. Aquel mundo contaba con sus propias reglas, organigrama que de alguna forma determinaba el mundo real que siempre había conocido. Antes de que pudiera comentar nada al respecto, Tomás retomó la palabra.

—Sin embargo, todo esto es relativo. Como te he comentado antes, si tu nombre posee el suficiente peso puedes propiciar la muerte de dos mil personas y aún así salir airoso. Los planos burocráticos están manejados por unos hilos similares a los que controlan el plano mortal, así que ten cuidado de no enemistarte con las personalidades equivocadas.

Daniel no pudo evitar percibir que aquello era algo más que una advertencia: Tomás, parecía haber tenido algún problema de ese tipo, por el semblante pensativo que de pronto se paseó por su rostro. No obstante, el cazador volvió rápido a domar su faz por medio del habitual gesto pacífico y tranquilo que lo caracterizaba, para enseguida levantar la mirada.

—Bueno, ya tendremos tiempo de continuar hablando de estos temas, será mejor que observes la Torre, está a punto de comenzar el informativo.

El joven frunció el ceño extrañado por aquella afirmación, una de tantas de las proferidas por el cazador que, una y otra vez, jugaban con sus conocimientos y le hacían sentir un vacuo muñeco vapuleado por una realidad ignota. Siguiendo el consejo, Daniel levantó la vista y miró hacía la torre, comprobando cómo tras unos instantes dos guadañas en forma de X que rotaban sobre sí mismas en un fondo negro, acompasadas por una música fúnebre, aparecían en el aire como si de una proyección cinematográfica se tratara. La melodía era pausada e inspiraba tranquilidad, o al menos eso le transmitía al estudiante, pero aquella escena no dejaba de ser un tanto surrealista puesto que no solo ellos, sino todos los transeúntes de la ciudad se habían parado a mirar aquellas imágenes, expectantes.

Acabada la entradilla, las imágenes se transmutaron en lo que parecía ser un cementerio con un agujero rectangular en medio de la tierra —preparado para un ataúd, se entiende—. De repente, desde el interior del hoyo se asomó un tipo ataviado con hábitos negros poseedor de un faz poco menos que patibulario, propio de un hombre bien entrado en la cincuentena, portador de unas cargadas bolsas en los ojos que parecían estar a punto de explotar, mandíbula desplazada hacia la derecha, dientes descuidados y cabello mal peinado, tristemente gobernado por un descuidado mechón de pelo negro que caía sobre el perfil derecho de su rostro y que sin duda debía de tratarse del último vestigio de la que quizás un día fuera una melena agraciada, pero que ahora era un mar de devastadora calvicie. Daniel se sorprendió al escuchar algunos aplausos a su alrededor, lo que le obligó a dirigir una mirada de inocente estupefacción hacia un Tomás que no separó sus ojos ni un segundo de la pantalla, por lo que el universitario devolvió su atención a lo alto de la torre para seguir contemplando la escena.

—“Ahora —pronunció el hombre, con un tono castigado por una exacerbada pesadumbre—, estoy aquí para contarles las últimas novedades de “La cacería de Lady Elizabeth”.

Los circunstantes desataron una fervorosa euforia en respuesta a la declaración de aquel hombre triste. Daniel siguió atendiendo corroído por la incertidumbre.

—“Sin duda, ha sido una lucha aterradora por esta joven alma escocesa, una de las más poderosas designadas jamás por la Muerte.

Finalmente, y tras la caída de muchos, entre los que recordaré a uno de los favoritos, el príncipe Evans —al escuchar el nombre, un fuerte rumor sobrevoló las calles—. Se aproxima la fase final que enfrentará a Hurley contra Katalina, más conocida como la Flor púrpura. Las batallas entre los cazadores que se han embarcado en esta cacería han sido cruentos y funestos para demasiados, y no nos puede extrañar con una cazadora tan temible como la flor de por medio recuerden, nada más y nada menos que la actual número nueve en el ranking de cazadores, sin embargo, le ha salido un duro oponente en Hurley, un cazador bisoño que, con un poder impetuoso, ha sido capaz de ponerse a su altura, llevándonos a tener que resolver su pendencia en el grandioso Coliseo. El ganador no solo adquirirá el alma de Elizabeth, sino que se apoderará del ánima del otro cazador. ¿Será capaz de lograrlo la flor? ¿O por el contrario Hurley dará la sorpresa? No se despeguen de este canal y verán quién se erige como ganador de esta épica batalla. Sin más que añadir, que la Muerte los acompañe...”.

Un alboroto histérico se apoderó de las calles. Los habitantes de la ciudad estaban exaltados ante aquel anuncio, el cual, por su contenido, había despistado completamente a Daniel.

Recibiendo la incomprensión de su discípulo, Tomás se apresuró a arrojar un poco de luz sobre lo que acaban de contemplar.

—Como bien te he comentado antes, y si no lo he hecho lo hago por primera vez, no todas las almas tienen el mismo valor, un ánima recién nacida puede ser extraordinaria, mientras que una que esté a punto de abandonar el cascarón puede ser experimentada, pero estar “vacía” —aclaró el cazador—. Cuando hay una esencia rutilante de un poder tan abrumador que equivale al de cientos o incluso miles de almas comunes, los equipos de rastreo de la Muerte la registran y recaban datos sobre ella. Estas ánimas son especiales, inaccesibles para un recolector y capaces de destruir a un cazador poco experimentado por su poder, por ello hacerse con una de ellas es un evento de gran enjundia. Cuando se encuentra una de estas almas, se organiza una cacería a la que todo cazador que se sienta preparado puede ir, pero en las que suelen perecer todos aquellos demasiado confiados en sus capacidades.

»Si la situación no se resuelve con la precisa claridad, con un cazador muy superior o simplemente más astuto que los demás, se dirime con un enfrentamiento directo entre los finalistas, por así decirlo, retransmitido para toda la ciudad. Es una manera de mantener la competitividad, ya que en teoría todos pugnamos por convertirnos en el mejor cazador, es decir, el más poderoso, según la leyenda, aquel que merezca un sitio al lado de la Muerte en su nuevo mundo. Aunque algunos, bueno, estamos bien como estamos y no nos dejamos llevar por el folclore popular... ¿Ocurre algo? —cuestionó ante el gesto descolocado de Daniel.

—Muchas cosas —respondió el joven con sinceridad—. Pero, aunque lo que me has explicado resulta bastante interesante, me gustaría saber en primer lugar ¿a qué viene toda esta parafernalia?

Una carcajada estuvo a punto de irrumpir de la boca de Tomás, el cual, con sorprendente maestría en el proceso, supo contenerse.

—Perdona, Daniel, todavía se me olvida que todo lo que estás experimentando es nuevo para ti. Verás, poco a poco irás descubriendo que la Ciudad Esencial está plagada de frivolidades como esta —confesó el cazador—. Si por un momento, has llegado a considerar que este lugar podía ser de alguna manera más elevado o mejor que el mundo del que ambos provenimos, borra esa idea de tu mente. Muchas de las cosas que escaparán a tu entendimiento de este mundo nacen de una imaginación descontrolada como cura a un indomable aburrimiento.

Entretanto, en medio de la algazara que gobernaba ahora la ciudad, Daniel intentó asimilar toda la información que le había transmitido Tomás: “Parece que tengo que prepararme… Parece que ese tipo del cementerio no es más que otra de las muchas excentricidades que me voy a encontrar en este lugar. Todos pelean con todos por premios difusos, según Tomás, leyendas sin fundamento alguno. Crean eventos, los retransmiten y disfrutan con ellos.

Efectivamente, este lugar, salvo en su fachada, no parece diferir demasiado del mundo real”, sentenció para sí.

El lúgubre ambiente habitual en aquellas callejuelas ya no era tal; las almas estaban enfervorizadas, exhibiendo unas ingentes ganas por asistir al evento anunciado. De alguna manera, parte de aquella emoción irradió a Daniel; sentía curiosidad por contemplar aquel enfrentamiento para hacerse una idea sobre qué le iba a deparar el futuro en aquel lugar.

—¿Lo veremos? —preguntó el joven con evidente interés.

—No me gustan mucho este tipo de exhibiciones —empezó a responder Tomás con cierta desgana—, sin embargo, supongo que no te vendría mal para conocer cómo es un enfrentamiento entre cazadores.

Tenemos tiempo y, aunque ardo en deseos por comprobar qué es lo que tienes dentro, podemos desviarnos un poco del plan... —completó Tomás, con cierto aire de misterio.

Ambos reanudaron su paseo por las calles de una umbría ciudad que, al no poseer ningún tipo de luz natural procedente del cielo —el cual era de una opacidad absoluta—, necesitaba de numerosas fuentes de luz artificial para quedar iluminada, sin embargo, y aunque en un principio al joven este detalle no le había llamado la atención, no pudo evitar pararse frente a una de estas curiosas lámparas para comprobar que no eran exactamente iguales que las que él conocía del mundo real. Las lumbres desprendían una luz más nívea y, en lugar de ser generadas por algún tipo de bombilla, parecía que la energía estaba encerrada en su interior. El joven se quedó ensimismado observando aquella energía deambulando en su jaula de cristal, pero desistió en su intento por comprender el funcionamiento del mecanismo y se marchó para no perder la pista de Tomás.

Después del revuelo generado por el informativo, el frenético tránsito de recolectores recuperó el que parecía ser el flujo normal de la ciudad. Algunos iban encapuchados, otros con la cabeza destapada y pese a que por el ambiente pudiera parecer que aquel lugar estaba imbuido en una lóbrega melancolía, no se alejaba demasiado de la imagen de cualquier ciudad tipo del otro mundo. Abandonada la zona más residencial, por así llamarla, se podían encontrar bares, casas de apuestas, comercios, mercaderes ambulantes... Quizás los servicios que proporcionaban fueran diferentes, sin embargo, a medida que iba recorriendo las calles, se sentía cada vez más adaptado a aquel ambiente tan familiar. Al fin y al cabo, en lugar de hombres trajeados, los había ataviados por oscuros hábitos. La comparación resultaba inevitable.

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