Death

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—Veremos si tiene algo más que eso —agregó Tomás, sin retirar la mirada del terreno de batalla—. No creo que la mejor de las estrategias sea soliviantar a Katalina. Tiene mucho carácter.

Daniel asintió, compartiendo la opinión de su mentor y siguió observando a Hurley. Su alma era extraña, sin duda la más rara vista hasta entonces.

—Estoy harta de tu irreverencia, niñato —reaccionó la cazadora con irritación—. Tú lo has decidido. Tu camino termina aquí.

Katalina dio un paso adelante para, de inmediato, salir corriendo hacia Hurley agarrando su paraguas como si de un bate de béisbol se tratara. A una velocidad vertiginosa, la cazadora se plantó frente a su rival y, sin ningún tipo de pudor, lo golpeó con el paraguas en la cabeza, derribándolo contra el suelo estrepitosamente, ante la desmedida euforia del público.

Daniel se quedó anonadado con la velocidad mostrada por la mujer, mayor aún que la que había presenciado por parte de Tomás en su pequeño entrenamiento. El piso se revolvió al recibir el cuerpo del joven como si también hubiera sentido el golpe, circunstancia que reafirmó parte de la teoría del estudiante respecto a la extraña naturaleza de aquel edificio. Mientras Hurley se ponía en pie, Katalina se regodeó:

—Te lo he advertido, encanto, no tienes nivel.

Sin esperar a que el cazador pudiera ponerse en pie, Katalina volvió a la carga golpeándolo con contundencia en la zona del abdomen. Hurley, salió despedido un par de metros en el aire para, poco después, volver a caer sobre la oscuridad del Coliseo. Los golpes estaban dotados de una virulencia extrema, desacordes con la delicada imagen de aquella ánima con apodo floral que parecía disfrutar con el castigo que le estaba propinando al joven cazador.

Sin otorgar espacio para la recuperación, la cazadora volvió a la carga, en esta ocasión buscando su testa, sin embargo, el “bateo” rasgó el aire; por medio de una ágil maniobra, Hurley eludió el golpe inclinando su cuello hacia atrás. Con presteza, el joven recobró la verticalidad y dirigió una mirada furtiva a su enemiga, mientras lo que parecía ser un pequeño hilo de sangre color azul marino caía de la comisura izquierda de sus labios. Katalina se tomó la mirada iracunda de Hurley como una ofensa y se dispuso a volver a atacar, sin embargo, de súbito, su contrincante desapareció.

Daniel se quedó atónito: el cazador había desaparecido sin dejar rastro en un lugar que no contaba con cobertura alguna para guarecerse. Ahora, en aquel mar de oscuridad solo estaba Katalina.

Tomás esbozó una sonrisa sutil al notar el desconcierto de su discípulo.

—Concéntrate y lo verás —le recomendó—. Solo se está moviendo muy rápido. Parece que ahora comienza el enfrentamiento de verdad.

De repente, el cazador apreció como un borrón negro frente a Katalina lanzando un vertiginoso puñetazo que buscó su emperifollado rostro. La extravagante mujer se vio obligada a dar un paso hacia atrás para evadir el golpe. El puño esencial llegó a rozar su cara, no obstante, la maniobra de su enemigo no había finalizado: la cazadora se topó con la pierna de Hurley, el cual previendo su esquiva, aprovechó el ataque fallido para atrapar a Katalina en una llave y hacerla caer al suelo. En plena precipitación, el cazador colocó la mano en su pecho y, liberando una onda esencial, la estrelló brutalmente contra el piso.

Un rumor de estupefacción recorrió el graderío ante un hecho nunca antes acaecido; la flor inmersa en una situación problemática.

Por su parte, Daniel, pese a contar con ciertas dificultades para seguir la escena, poco a poco se iba acostumbrando a aquellos movimientos más propios de un videojuego que de la realidad. Contemplar cómo eran capaces de moverse aquellos cazadores, más que alentarle, despertaba en su interior la zozobra de desconocer si él mismo podría siquiera acercarse a ese nivel de movimientos. Tenía serias dudas.

El joven no pudo entretenerse en sus absurdos e infundados dramas internos, ya que Katalina se incorporó como una centella y rodó por el suelo para coger distancia con el cazador, consciente de que no podía seguir tomando a la ligera a su adversario. Ya en pie, la cazadora se llevó las manos a su rizado cabello para cerciorarse de que no se había despeinado con la maniobra y, una vez hubo comprobado que seguía perfecta, clavó el paraguas en el suelo y esbozó una media sonrisa en su faz.

—No voy a permitir que esto se demore demasiado, quería terminarlo sin alardes, pero encanto, ha llegado el momento de sellar tu final —amenazó la cazadora con su petulancia habitual.

Pese a la terrible aseveración, Hurley se mantuvo hierático, con su fisonomía esencial impávida, como si aquellas palabras no tuvieran ningún efecto sobre él. Irradiando tranquilidad, el joven se pasó la mano derecha por su boca para limpiarse aquel extraño fluido similar a la sangre. Preguntado a este respecto por su discípulo, Tomás le explicó que aquella era la esencia del alma desprendiéndose del ente espiritual, pérdida reemplazable con reposo y el tratamiento adecuado, pero que en caso de tratarse de un profuso desangramiento esencial podía ser letal para el ánima.

Katalina posó sus dos manos en el mango del paraguas y abrió los ojos de una manera tan exagerada como perturbadora. Entonces, un vendaval nació de la esencia de la propia cazadora, trasmutando por arte de magia aquel elemento, en teoría diseñado para parapetarse de la lluvia, en una enorme y pintoresca guadaña que despertó la admiración del público. La característica arma era un enrevesado manojo de plantas varias que se distribuían tanto a lo largo de su vara principal como por el filo, todo ello coronado por una incontable cantidad de hermosas flores de tonalidades lilas, rosas y moradas, las cuales, como no podía ser de otra manera, hacían juego con el conjunto de la cazadora. Daniel pudo apreciar que aquella extraordinaria guadaña, por lo menos, doblaba en tamaño a la suya propia, e inclusive superaba a la esgrimida por Tomás en la lección que le había impartido, muestra ineludible del poder que ostentaba aquel ánima.

Las gradas saltaban de emoción ante la irrupción de la guadaña de la cazadora, sin embargo, Hurley ni se inmutó, se mantenía hierático, con sus ojos perdidos en el infinito, como si lo que estaba ocurriendo a su alrededor no fuera con él.

Después de finalizar la trasmutación, Katalina agarró su espléndida guadaña y la lució al público, manejándola como si su enorme tamaño no fuera óbice alguno para esgrimirla. Mientras asía su arma, un grupo pequeño de pétalos lilas cayó a la oscuridad del Coliseo, creando una estampa tan especial como dotada de belleza; cada vez que uno de aquellos preciosos fragmentos florales besaba el suelo, el bruno piso lo sepultaba bajo su oscuridad transmitiendo la impactante impresión de que se estaba alimentando de ellos.

Hurley cerró los ojos y entre sus manos apareció una guadaña grisácea de menor tamaño que la de Katalina, pero del mismo modo imponente. En su caso, el arma destacaba por parecerse a un conjunto de tupidos hilos de acero perfectamente hilvanados que iban a parar a una larga hoja llena de irregularidades y de aspecto bastante caótico, con numerosos filos apuntando hacia diversas direcciones.

La cazadora soltó una sonora carcajada al observar la guadaña de Hurley.

—Esperaba algo más, encanto, ¿esa es tu arma? Es la primera vez que veo algo tan, con perdón, grotesco —se mofó la cazadora.

—Grotesco, es que hagas estos alardes cuando no tienes ninguna posibilidad de salir viva de aquí —replicó Hurley, tajante.

Sin dar tiempo a que se produjera una respuesta, el joven se lanzó hacia adelante con una fuerza inusitada, agarrando la guadaña por los dos asidores de su vara. El cazador dirigió un tajo de izquierda a derecha al torso de su enemiga, topándose con la florida guadaña de Katalina en respuesta, la cual rechazó el ataque con gracilidad y contundencia.

El contraataque no se hizo esperar: la cazadora, aferrada a su arma por la vara principal, elevó los brazos para ejecutar un virulento mandoble de arriba abajo, que a punto estuvo de cortar por la mitad a un Hurley. Este, reaccionó con la suficiente rapidez como para eludir el golpe soltando uno de los asidores, inclinando su torso hacia atrás, contemplando el vuelo del filo casi rasgando su rostro.

Los pétalos seguían cayendo sobre ambos, estampa que, unida a los plásticos movimientos de los contendientes, hacía las delicias del público. Tanto su velocidad como agilidad rayaban lo sublime y, aunque era un recién iniciado en aquel mundo, Daniel era capaz de apreciarlo; todo su ser vibraba con aquella porfía, no podía ser menos, ya que se trataba de la confrontación pura de dos existencias, ser contra ser, filo contra filo.

Tras las primeras hostilidades, la inercia de la batalla obligó a Hurley a retroceder. La pendencia se había transformado en un choque de fuerzas, una colisión de poder a poder. En ese sentido, el novato parecía en desventaja, puesto que cada vez que sus guadañas se estrellaban daba un paso hacia atrás intentando absorber los golpes.

En teoría, el menor tamaño de su arma debía de aportarle mayor capacidad de maniobra, sin embargo, Katalina no parecía inferior en ese ni en ningún aspecto, sino todo lo contrario.

Cada vez que chocaban, las guadañas rugían, como si contaran con vida propia y sus emociones estuvieran ligadas a las de sus dueños, empeñados en desmembrar la esencia de su contrincante. De pronto, Hurley rompió la, para él desfavorable, dirección del combate dando un sorprendente salto que quebró la guardia de Katalina, abriendo el espacio necesario para realizar un fugaz movimiento con su brazo derecho dirigiendo el peligroso filo de su guadaña hacia el rostro de la cazadora. El ataque fue tan fulgurante que Katalina no pudo eludirlo, pero en el último momento logró interponer su brazo izquierdo entre el filo y su cara deteniendo el golpe en seco.

La guadaña se clavó en su antebrazo abriendo una desagradable herida que comenzó a sangrar profusamente, empero Katalina no pareció afectada por el dolor, puesto que su semblante altivo no se vio alterado. Ante la sorpresa del público, Katalina reaccionó presta haciendo de tripas corazón y, con una fiereza inusitada, elevó su guadaña utilizando el brazo izquierdo, sujetándola por la zona intermedia de la vara. Sin tiempo para reaccionar, Hurley sintió cómo aquel filo floral desgarraba el costado derecho de su esencia de manera fatal.

Un conjunto de reacciones enfrentadas empezaron a liberarse entre los espectadores: unos, encendidos por los primeros derramamientos de esencia; otros, enmudecidos por ver a la elegante flor luchando de una manera tan burda y exigida. Por su parte, Daniel estaba consternado, jamás había considerado que podría experimentar una emoción de esas características asistiendo a un evento que rayaba lo dantesco.

Sentía vergüenza de sí mismo.

Hurley recibió el ataque con entereza, intentando mantenerse en pie pese al sobrecogedor tamaño de su herida, la cual dividía casi literalmente en dos el perfil derecho de su cuerpo. El joven sangraba esencia a borbotones y en su gesto, hasta ese momento inquebrantable, pareció entreverse la posibilidad de que perdiera el sentido, no obstante permaneció erguido, apoyándose en su propia guadaña para sostener su maltrecha alma. El corte era enorme, pero no contaba con el aspecto de una herida normal, es decir, mortal; primero porque la sangre no era roja, sino azul marino casi negruzca, y segundo porque, en lugar de quedar al descubierto parte del interior del chico, como ocurriría con cualquier persona normal que en el plano físico sufriera una lesión de aquellas características, lo único que parecía contener su esencia era cantidades ingentes de aquella sustancia.

Intrigado por la cuestión, Daniel revisó desde la distancia el brazo herido de Katalina y pudo descubrir, con total diafanidad, que la esencia que ella derramaba era de una especie de color rosa sucio. La cazadora también empleó su guadaña para sostenerse mientras abría y cerraba su mano zurda, tratando de evaluar los daños provocados por el incómodo tajo que había sufrido. Por un momento, Daniel tuvo la impresión de que en realidad Katalina estaba cerciorándose de que su espléndida manicura no estuviera mancillada por la sangre de su enemigo, mas dejó de pensar en tonterías cuando la cazadora empezó a acercarse hacia Hurley.

—No puedes seguir luchando con esa herida —aseveró Katalina, observando al cazador con los ojos propios de una fiera que está ante su presa malherida e indefensa—. Hacía tiempo que nadie lograba lastimarme, sin duda disfrutaré mucho cuando devore tu alma.

Muchísimo.

Nuevamente, Hurley empleó el mutismo como respuesta a la amenaza de su enemiga y cerró los ojos. Pareció estar a punto de caer, no obstante, no tardó en volver a elevar el telón, exhibiendo una mirada de una viveza inusitada, como si el dolor que estaba padeciendo le ayudara a mantenerse todavía en pie. Toda su vestimenta estaba ensangrentada y el truculento suelo daba buena cuenta del reguero de sangre que caía por sus piernas, absorbiéndolo como si fuera su sustento. Malherido, Hurley liberó la mano derecha de la vara de su guadaña e irguió el tronco no sin dificultad, primero torciendo su gesto por el efecto del doloroso esfuerzo, para después endurecerlo y dirigir una fiera mirada a Katalina. Todavía le quedaban fuerzas para combatir.

La cazadora realizó un ademán despreciativo y negó con la cabeza.

—He tratado de ponértelo fácil, de terminar con esto rápido, sin embargo, tú devuelves mi regalo como nunca nadie lo había hecho —profirió crispada—. Voy a hacer que te consumas, haré que toda tu esencia acabe impregnada en el suelo de este Coliseo y dejaré una montaña de pétalos en el lugar en el que desapareció el idiota que no quiso aceptar con honor el dulce destino que le presentaba mi guadaña. Prepa...

La cazadora detuvo abruptamente su violento alegato ante el extraño movimiento realizado por Hurley. El ánima tenía extendido su brazo derecho de tal modo que parecía que trataba de invocar una nueva guadaña, pero aquello no tenía sentido, al menos para Daniel, el cual desconocía si un mismo cazador podía contar con más de una.

El joven miró confuso a Tomás, el cual se hallaba inmerso en la batalla como si estuviera participando en la misma, con toda su atención sobre los combatientes. Renhart, por su parte, no le iba a la zaga, puesto que su enorme mano amenazaba con romper la barandilla sobre la que estaba apoyado.

—No creo que esté intentando lo que parece... —comentó Renhart, incrédulo.

—Pretende emplear dos guadañas simultáneas —respondió Tomás..

Renhart miró a Tomás con el ceño tan fruncido que su frente parecía una camiseta arrugada.

—Pero eso es imposible. Solo unos pocos lo han conseguido en toda la historia de este mundo. Y el que yo recuerdo, era un monstruo —aseguró Renhart, escéptico—. Que este chico trate de llevar a cabo una acción como esa indica que está desesperado y, en consecuencia, que su final está cerca —sentenció con patente indignación.

—Yo esperaría, Renhart, este chico... no es normal.

Una nube de bisbiseos y comentarios varios se paseó por el recinto.

Todos los presentes parecían alterados por la presunta intención de Hurley. Unos no lo creían posible, otros temían que lo fuera.

El cazador endureció su gesto y acto seguido rompió en un desgarrador alarido. Cual relámpago, en su mano derecha se trasmutó una centelleante guadaña que poco o nada tenía que ver con la blandida hasta ese momento. El arma era de un tamaño algo menor que la precedente, y su forma era diferente, puesto que se trataba de un elemento fino y estilizado, que presentaba en los dos extremos de su vara dos refuerzos dorador y cuyo filo poseía la forma de un relámpago. Lo más curioso de aquella nueva guadaña era que parecía estar electrificada, con ráfagas regulares de relámpagos que la recorrían de arriba abajo. El esfuerzo de sujetar ambas armas, una con su mano derecha y la contra con la izquierda, tintó el iris de sus ojos en la misma tonalidad bruna que dominaba sus pupilas, sin embargo, en ningún momento hizo intención de dejar una de sus dos guadañas.

Entretanto, el charco de esencia que nacía de su herida era cada vez más denso.

—Es increíble, hasta ahora conocíamos la capacidad de los cazadores para poder invocar las guadañas de aquellos a los que derrotaban, ahora bien, que sea capaz de agregar a su guadaña natural una prestada es una imagen con muy pocos precedentes. Estoy perplejo —reconoció Tomás, sin dejar de observar a los combatientes.

—¿Guadañas prestadas? —cuestionó Daniel.

Sin dejar de observar la acción, Tomás contestó: —Cuando derrotamos a un cazador o un recolector, nos quedamos con su guadaña. No es lo mismo que cuando asimilamos el alma de un mortal, que recibimos todo su contenido esencial en forma de recuerdos y sentimientos —explicó—. Desde entonces podemos, si así lo queremos, invocar una de estas armas en lugar de la nuestra natural, mas aparecerá en una versión de menor poder que la original.

Es triste, pero lo único que queda de nosotros una vez somos derrotados son nuestras guadañas. En cambio nosotros nos perdemos para siempre.

En ese momento, Katalina alzó su guadaña por medio del brazo que todavía tenía sano hasta situarla por encima de su cabeza y, aunque se encontraba a unos cuantos metros, desplegó su miembro con contundencia como si de un látigo se tratara, provocando que del arma naciera una corriente de pétalos que con virulencia comenzó a surcar el espacio del Coliseo en dirección hacia Hurley. El público se encendió con el bello movimiento de la cazadora, gritando de manera desatada y profiriendo vítores hacía su ídolo. Las flores se arremolinaron y adquirieron una fuerza indómita, para terminar acometiendo sin miramientos a un Hurley que se mantenía impertérrito, petrificado quizás por el dolor, quizás por el esfuerzo o quizás porque sabía que aquel ataque lo destruiría.

Con la corriente de pétalos a punto de arrasarlo, el joven alzó sus dos guadañas y con una facilidad pasmosa desvió aquella furibunda bandada floral hacia arriba. Hurley no se detuvo y, con fuerzas renovadas, dio un salto hacia la derecha para eludir el final del cúmulo floral y dirigirse con violencia hacia su contendiente. Katalina torció levemente el gesto, y mediante un grácil movimiento de su guadaña, redirigió la corriente de pétalos para que combara en el aire y volviera a acometer a su enemigo.

Las flores ganaron en violencia y celeridad y, rasgando el espacio, se inmiscuyeron en la trayectoria de Hurley que, incapacitado para eludir el impacto, elevó su relampagueante guadaña para golpear de pleno a la corriente floral, liberando un bramido que retumbó por todo el estadio. El joven se vio arrasado por las flores y cayó al suelo, sin embargo, estas fueron electrocutadas y, en consecuencia, quemadas por la acción de la guadaña.

Con su técnica frenada, Katalina aprovechó que su enemigo estaba tirado en el suelo para aproximarse hasta él y, de manera inmisericorde, dejar caer su ahora mustia arma sobre el cazador.

Hurley detuvo el golpe con su guadaña natural, resistiendo la embestida de la flor el tiempo necesario para poder elevar su otra guadaña, y, sin ningún tipo de pudor, liberar una intensa descarga eléctrica que impactó de pleno en la esencia de la cazadora. Katalina salió despedida por los aires entre las exclamaciones de sorpresa procedentes de la grada, para acabar cayendo en el suelo desprendiendo una columna humeante.

Pesadamente y no exento de dificultad, Hurley recuperó la verticalidad. En su hastiado rostro se evidenciaba el desgaste del combate, no obstante, la herida parecía haberse cerrado, deteniendo el preocupante desprendimiento de flujo esencial.

—Está al límite, no podrá sostener esas dos guadañas durante demasiado tiempo. Si quiere derrotar a Katalina, debe hacerlo ahora —opinó Tomás.

—Yo todavía estoy flipando con lo que está haciendo este niño, parece que pese a todo este mundo sigue entrañando algún que otro elemento interesante...

Renhart dirigió su mirada hacia Daniel con una media sonrisa en su rostro. El joven se la devolvió fugazmente, intentando evadir los inquisidores ojos del cazador.

De nuevo, con la atención puesta en la oscuridad del Coliseo, Daniel asistió a cómo Katalina se ponía en pie con el cabello encrespado, el maquillaje corrido, llena de quemaduras y con su ropa totalmente destrozada. Pero sin duda, lo más llamativo era el colérico gesto dibujado en su faz: evidenciaba no solo que acababa de recibir un ataque duro, sino que el hecho de que su inmaculada imagen hubiera sido destruida con tal hosquedad no le hacía demasiada gracia.

—¡Tú! ¡Niñato! ¿Quién coño te crees que eres? —las palabras salían escupidas de su boca, cargadas de una ira pantagruélica—. Esto se va a acabar aquí y ahora, no quería verme obligada a ser demasiado severa contigo, pero te lo mereces por haberme hecho esto. Prepárate, tu sueño termina aquí.

La cazadora, de manera sorprendente, lanzó su guadaña por los aires. En el momento en el que el arma alcanzó su punto más alto, se produjo una explosión en el aire que hizo desaparecer el arma para, en su lugar, dar paso un cúmulo de pétalos lilas en forma de bola voluminosa que, poco a poco, se fue haciendo más grande hasta conformar algo similar a una pintoresca nube de la que empezaron a caer más pétalos, cual lluvia en un día otoñal.

Hurley levantó la cabeza para observar el caer de las bellas flores, y cuando deslizó su mirada de nuevo al frente, Katalina se había esfumado. El cazador tensó su gesto, muestra de la sorpresa surgida ante la desaparición de su contendiente, sensación compartida por todos los presentes. Las flores llovían a lo largo de todo el estadio, incluida una grada desde la cual los recolectores intentaban agarrar los pétalos como si de trofeos se trataran. Daniel no quedó exento de ese impulso y vio cómo, tras colocar en la palma de su mano uno de aquellos fragmentos florales, este le produjo una intensa quemadura que le hizo esconderla avergonzado.

Un estridente alarido de dolor volvió a centrar la atención del joven en el terreno de batalla. Hurley tenía una rodilla hincada en el negruzco piso y presentaba un sangrante corte en su pectoral derecho.

De súbito, otro corte apareció de manera vertiginosa en su estómago.

Daniel no pudo apreciar de dónde procedía aquel ataque por lo que por un momento llegó a pensar que, como ya ocurriera al principio, la velocidad de Katalina le había pillado a contrapié, sin embargo, Hurley estaba igual de desorientado, como si tampoco pudiera ver los ataques: “Es como si fuera invisible” —pensó Daniel.

Otro corte apareció en el cuerpo del cazador, esta vez en su espalda, lo que le hizo caer hacía adelante soltando sus guadañas.

—Katalina se ha hartado, no solo quiere limitarse a derrotarle, busca someterle y de esa manera dar una lección a toda la Ciudad Esencial: con ella no se juega. Sin duda, este chaval ha elegido una mala compañera de baile —sentenció Renhart.

—¿Qué está ocurriendo? —cuestionó Daniel desconcertado.

—Le ha introducido en su espacio —contestó Tomás—. Es una de las temibles habilidades de la flor: hundir a su enemigo en una tormenta de pétalos que le permite moverse en otro plano de esta dimensión, uno adonde no llega la percepción de su enemigo y, por supuesto, la de ninguno de nosotros —continuó explicando el cazador—. Más le vale tener algo dentro a Hurley o, de lo contrario, su final está rubricado.

El joven se puso en pie intentando eludir la funesta masa negra que cubría sus tobillos. Estando a medio camino de su objetivo, recibió un golpe contundente en el rostro que lo hizo caer de nuevo, pero en esa ocasión de espaldas. La lluvia de los pétalos, adquirió una violencia tal, que muchos de los espectadores tapaban sus cabezas con las capuchas de sus hábitos. Entretanto, en el centro del Coliseo los golpes se siguieron sucediendo con una brutalidad de tal calibre que despertó en Daniel un indómito rechazo. Estaba asistiendo a una parte que no le atraía nada de aquel mundo, por no decir que le causaba asco: “Este es el precio de retar al orden establecido —caviló para sí el joven—. Podría haber acabado ya con él y, sin embargo, se ensaña sin motivo alguno. Al principio no he podido evitar verme seducido por la sublimidad del poder exhibido por ambos, pero comienzo a comprender el alegato inicial proferido por Hurley: si se permite que esto continúe, significa que esta dimensión no es mejor que aquella de la que vengo, al contrario. Esto no puede proseguir”.

Le horrorizaba ver aquello. Hurley estaba inmóvil, recibiendo los ataques de una Katalina que hacía disfrutar a su público con aquel sádico ensañamiento. Podía terminar el combate, mas no lo hacía.

Quería verlo sufrir.

—Alguien tiene que hacer algo —profirió Daniel horrorizado.

—Quería que vinieras por esto —confesó Tomás—. Puede que este mundo tenga muchos elementos extraordinarios y de gran atractivo, sin embargo, es capaz de moverse por unos arcos de crueldad deleznables. Enfrentar tu esencia con otra no es solo exponer tu existencia, supone estar preparado para padecer un sufrimiento inefable —continuó —. Solo podemos observar y esperar el desenlace final.

—No quiero formar parte de algo así —aseveró en respuesta Daniel, trémulo de ira.

Tomás miró con seriedad a su discípulo y negó: —A mí tampoco me gusta, pero no se puede hacer nada. El chico ha escogido su propio destino entrando al Coliseo. Es su elección —concluyó Tomás, tajante.

Tal era el castigo recibido, que el joven había dejado de gritar tras cada golpe, los aceptaba con una conciencia media, como si estuviera besando un rango de dolor tan elevado que convertía el hecho de seguir sumando heridas en algo intrascendente en aquellos estratos de sufrimiento. El joven cayó al piso por enésima vez y la tormenta de pétalos se disipó. Entonces, frente al cuerpo ensangrentado y aparentemente sin vida del cazador, apareció Katalina dotada de una imagen de nuevo impoluta, con el maquillaje intacto y sin ningún resto esencial en su vestido de salón.

—Bueno, tengo que reconocer que por un momento me has hecho perder los nervios, encanto. Eso de emplear dos guadañas ha sido impresionante —reconoció la cazadora antes de dibujar una sonrisa juguetona en su faz e inclinar su tronco hacia adelante, esgrimiendo el dedo índice de su mano derecha en señal de represiva negación—. Pero ya lo has visto, no se juega con los mayores.

El público comenzó a corear el nombre de Katalina mientras Daniel, grito tras grito, notaba cómo iba perdiendo el control. No podía presenciar impávido cómo todos los presentes vitoreaban a la cazadora embriagados por la euforia, mientras tirado en el suelo yacía el alma inerte de Hurley. No podía soportar la crueldad de aquella imagen, hasta tal punto que le entraban ganas de vomitar. El joven se agarró con fuerza a la barandilla y, de repente, liberó un bramido atronador que cayó sobre la oscuridad del Coliseo: —¡Basta!

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