Dark

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CAPÍTULO 1

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CAPÍTULO 1

 

Washington D. C, Navidad, años después.

 

Ana entró a la recepción de la residencia, movió de un lado a otro su cuello tratando de aliviar un poco el dolor, estaba agotada, llevaba treinta y ocho horas seguidas trabajando, estaba muerta de cansancio, pero no podía dejar de venir. 

Happy old age era el nombre de la residencia la cual estaba visitando. Hasta cierto grado Ana pensaba que el nombre era algo hasta cruel. ¿Quién era feliz enfermo y solo? Porque si algo abundaba en este lugar era la enfermedad y la soledad. Tal vez cada anciano estaba aquí por distintas razones. Bueno no solo había ancianos, pero en su mayoría eran adultos de la tercera edad, los otros podrían ser jóvenes, o adultos jóvenes, pero si estaban aquí era por algo sumamente grave, enfermedades incurables, o pacientes que necesitaban cuidados especiales. Fuera lo que fuese al final era lo mismo. Estaban solos. Le habían estorbado a alguien y por esa razón estaban aquí, tratando de vivir lo mejor posible. Como hijo, nieto, esposo o lo que fuera, en estos tiempos era más fácil pagar una residencia para tu familiar enfermo que hacerte cargo de la situación tú mismo. Ana pensaba que, en este tipo de lugares, se respiraba más miseria que en el hospital mismo.

—Buenos días, Doctora Carson feliz navidad—

—Feliz navidad, Sandy— Saludó con cortesía a la chica de recepción, quitándose el abrigo lo dejó sobre el mostrador, a fuera estaba haciendo un frío de los mil demonios, si algo no le gustaba era el maldito frío. —¿Qué tal se encuentra hoy? — Preguntó a la mujer mientras firmaba el registro de entrada, este lugar era muy elegante y muy seguro, prestaban atención especial a la seguridad, era de las residencias con el menor récord en fuga de ancianos. La recepcionista rio. Ella le agradaba.

—Tal vez necesite ponerse de nuevo el abrigo, doctora— Ana la miró a través de sus gafas, ¿era en serio? La cara divertida de Sandy le dijo que no estaba bromeando. Ana rodó los ojos. Por qué siquiera le sorprendía, suspirando tomó de nuevo su abrigo y su bolso, se despidió de Sandy la cual estaba divertida. Ella era bonita, si no fuera porque Ana estaba segura de que la mujer era heterosexual y tenía novio, Ana habría intentado seducirla. Era una verdadera lástima, colocándose de nuevo el abrigo buscó sus guantes y se dirigió al jardín trasero.  ¡Odiaba el frío!  Pero al parecer era la única, muchos aquí lo disfrutaban, mirando a su alrededor no tardó mucho en encontrar a quien buscaba. En el banco de piedra bajo el enorme roble estaba un hombre mayor vestido como si fuera verano leyendo tranquilamente el periódico. Ana se permitió observar al doctor Harper un instante. Quien hubiera pensado que lo vería tan tranquilo una mañana, en los años que estuvo a su servicio, Ana jamás logro verlo sentado en un solo lugar más de dos minutos.

—¡Son las siete de la mañana! Se le congelará la nariz— Gritó, El Doctor Harper giró su rostro hacia ella, pudo ver el atisbo de una sonrisa en su boca, pero rápidamente el hombre la disimulo, rara vez sonreía.

—Tenía que aprovechar el sol, doctora Carson— Ana rodó los ojos y miró al cielo ¿Cuál sol? En esta época del año no había sol, le parecía una eternidad desde que había visto el sol por última vez, cuando decidió venir a D.C supo que sería un cambio de temperatura muy brusco. Pero en un principio no le importó. Ella solo había tenido una cosa en mente al venir aquí.                —¿Ha traído algo bueno? — Preguntó el Doctor Harper llamado su atención, Ana se aproximó hacia él. Buscando en su bolsa le entregó un expediente.

—Ligadura abierta de arteria descendiente posterior y baipás izquierdo— El hombre sonrió emocionado como si fuera un niño en navidad, Ana no puedo evitar sonreír mientras se recargaba en la banca helada y cerraba los ojos. Estaba cansada, pero no podía dejar de venir a visitar a su viejo maestro. Cuando ella llegó aquí, el Doctor Harper era cirujano cardiotorácico titular en el hospital. “ El viejo dinosaurio de la cirugía ” le llamaban. Muchos se burlaban de que el hombre era un mueble histórico en el hospital, Ana también lo había juzgado mal, ella había llegado con entusiasmo de devorarse el mundo, era un tiburón entre los mares, ella deseaba sangre, cirugías complicadas, más sangre, destrozar a sus competidores, más cirugías… El Doctor Harper la había ayudado a centrarse. Le había puesto un freno a su entusiasmo, al principio había estado frustrada y molesta. El hombre era tan viejo y tan calmado que la desesperaba, incluso a esas alturas cuando estaban en pleno apogeo en cuando a tecnología se refería, el buen Doctor seguía realizando operaciones con métodos antiguos. Había trabajado con el hombre dos años, antes de que fuera obligado por el comité médico a jubilarse.

—Tiene un buen caso aquí, doctora Carson, háblame de la cirugía. — Aún con los ojos cerrados. Ana le contó con lujo de detalle cómo fue la cirugía, y que procedimiento siguió. a la mujer le faltaba una operación para arreglar la obstrucción en la arteria de un costado. El doctor escuchó atentamente y le dio algunos consejos. Nunca entendió por qué el Doctor Harper decidió ingresarse en la residencia para ancianos, hasta donde Ana era consiente, el médico tenía las posibilidades económicas para tener enfermera particular en casa, o podría irse con alguno de sus hijos, aunque nunca los había conocido, el doctor Harper no era tan abierto hablando de su familia, sabía que era viudo desde hace diez años, tenía dos hijos y una hija, cada uno estaba casado y con familia, y jamás había visto que visitaran a su padre.

—La cirugía tomo diez horas, los posoperatorios son positivos, por eso decidí ir a casa a dormir un poco. — Había tenido un interesante caso, por eso había pasado noche buena trabajando. No se arrepentía, no era como si estuviera alguien esperándola en casa, tenía una carrera muy demandante. Así que hacía mucho que no mantenía una relación estable con nadie. Solamente sexo ocasional, era más fácil de esa forma. Este era su último año como residente, pronto haría su examen y sería oficialmente cirujana, una de sus grandes metas se cumpliría pronto.

—Buen trabajo Doctora Carson, no podría haberlo hecho mejor— Dijo el Doctor Harper mirando todavía el expediente, Ana sonrió, apreciaba al buen doctor, por esa razón le gustaba venir a visitarlo, después de todo él había sido su maestro, su mentor y su único amigo aquí, << No seas mentirosa >> dijo su voz interna, pero decidió ignorarla, no le apetecía mucho en ese momento, dejar que la culpa por haber rechazado nuevamente la invitación de Mina para desayunar afectara su entusiasmo. Visitar al doctor Harper era la mejor opción, tal vez no podría hacer mucho por el hombre, pero era grato ver como se le iluminaba el rostro cada que le hablaba de un buen caso.

—¡Oh! Me va a hacer llorar, casi nunca recibo buenos comentarios de su parte—

—No sea sarcástica doctora y muestre respeto— Ana se cruzó de brazos.

—Tiene razón, mi mamá me enseñó a ser respetuosa con mis mayores, no debo ofender a los de la tercera edad— El hombre resopló mientras cerraba el expediente y se lo entregaba.

—¿Sabe una cosa? Ese es el problema de su generación, ya no hay respeto— La reprendió, pero sabía que no estaba enojado, este era un juego entre ellos.

—Yo lo respeto— Aseguró ella —Es anciano, muy anciano, lo que lo hace un punto de referencia histórico— Ana rio ante el ceño fruncido del doctor. El hombre suspiró.

—Como sea, no tengo tiempo para enseñarle modales— Dijo levantándose —Andando, hora de irnos—

—¿Irnos? — preguntó extrañada —¿A dónde? — El Doctor la miró como si estuviera loca.

—Me debe un trago, doctora Carson ¿recuerda? — Ana enarcó una ceja, hace una semana había venido a verlo y le aseguró que saldrían de copas y pasar la navidad juntos, pero ella había tenido que trabajar.

—Son las siete de la mañana—

—¿Y? — pregunto él como si fuera tonta —Yo no he podido dormir, así que no cuenta como que es de mañana para mí, y acaba de terminar su tuno ¿cierto? Será una copa muy tardía— Ana rio y negó con la cabeza.

—Vale… Vamos, yo invito— Dijo guardando el expediente en su bolsa, poniéndose de pie.

—Yo conduciré— Anunció el doctor. Pero ni loca Ana se lo permitiría. Juntos caminaron hacia la residencia, como el ingreso del doctor Harper había sido voluntario, podía entrar y salir cuando quisiera, además tres de los miembros del comité que patrocinaba esta residencia eran amigos del doctor Harper. Así que tenía ciertas consideraciones con el hombre, además, sabía de buena fuente que el doctor Harper había hecho una interesante donación a la residencia, por eso aquí lo trataban como rey.

En la recepción se encontraron con un pequeño grupo de voluntarios que acudían a ayudar en la residencia, ya fuera ayudando con la limpieza, la cocina o simplemente para hacerle compañía a los residentes, no era la primera vez que los veía por ahí. Al parecer tenían alguna sorpresa para los residentes, ya que era navidad. Ana nunca les prestaba la mayor atención. Hasta ahora, mejor dicho, una chica en particular llamó su atención, ella estaba ayudando a transportar unas cestas. Pero no era por el trabajo que estaba realizando que llamó su atención, la mujer castaña llevaba puesta la falda más horrible que Ana había visto en su vida. ¿Acaso la chica había asaltado el armario de su abuela? Su falda verde hippie y su blusón blanco eran horribles.

—¿Lista doctora? — La llamó el doctor Harper.

—Estoy lista— Anunció, con una última mirada a la chica castaña con mal gusto para vestir. Ana entrelazó su brazo con el del doctor Harper y salieron de la residencia.

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En experiencia de Ana, el área de urgencias era la mejor área del hospital. Era ahí donde ocurría la acción y la mejor parte era que en ocasiones llegaban traumas sumamente interesantes. Que podrían convertirse en una cirugía espectacular, se tenía que tener demasiada suerte para encontrar el caso de oro entre los traumas de urgencias. El lado malo, era que en la mayoría de las ocasiones simplemente se podrían encontrar lesiones simples, amputaciones, indigestiones, rodillas lastimadas y huesos rotos. En esta etapa de su vida lo mejor de atender urgencias en esos momentos, era que, si el trauma no era interesante, podría dejarles el resto a sus internos. Los casos que nadie quería atender, les tocaban a los internos, el final de la cadena alimenticia, por donde cada cirujano paso en sus años iniciales. Podría llegar a ser una etapa de la vida realmente traumatizante, la buena noticia era que, si sobrevivías al internado, entonces era una indicación que soportarías lo que fuera. Ana estaba revisando un expediente en la estación de enfermería, pero podía sentir los ojos en su espalda, aun así, no se giró, se mordió la mejilla para no reír, le encantaba esto, atormentar a internos era la mejor parte del trabajo, hasta se podría decir que era una tradición.

—Es demasiado el miedo que te tienen, Carson— Dijo el doctor Omer Edson enfrente de ella, Ana lo fulminó con la mirada, antes de girarse a la interna que parecía petrificada a unos metros.

—¿Sí? — Preguntó alzando una ceja, la chica señaló las carpetas que llevaba.

—Son… Son los resultados de los análisis del 468— Dijo ella con voz débil.

—¿Y? — Demandó saber, la chica casi se echa a temblar, Ana rodó los ojos —Trae a acá— Extendió la mano para que la chica le entregara el expediente. La chica torpemente se acercó, Ana comenzó a leer. —Su saturación es normal, revisa sus constantes cada media hora, harás análisis nuevamente dentro de tres horas y mantenme informada—

—Si… Sí, doctora— La chica tomó el expediente y prácticamente salió volando para los ascensores. Satisfecha regresó atención a lo que estaba haciendo.

—Eres aterradora —el doctor Edson rio.

—¿No te mordiste la lengua? — Dijo sarcásticamente, Edson era neurocirujano del hospital, él era solo un año mayor que Ana. Era muy bueno en lo que hacía, y corrían los rumores que él era el único que podría llegar a quitarle el puesto al doctor Justin, el jefe del departamento de neurología. Omer Edson, era arrogante, guapo, mujeriego, desesperante, pero un excelente cirujano. —¿No fuiste tú el que hizo llorar a la instrumentista el otro día? — Él rio.

—En mi defensa, digo que ella casi corta la palma de mi mano, la cual está asegurada en dos millones, ¿Qué habríamos hecho sin este valioso tesoro? —

—Cierto— Ana rodó los ojos, el doctor Edson se creía la mano de Dios en persona. A pesar de que era su superior, Ana se había ganado el respeto de los cirujanos en el hospital. Ella era lo mejor de lo mejor y no estaba alardeando. En pocos días realizaría su examen de acreditación ante el comité médico, había estado estudiando como loca y practicando para eso.

—Este es un hospital de enseñanza, y eso hago, les enseño, es nuestro deber ser duros, es por su propio bien— Dijo él con orgullo. Ana lo comprendía, prácticamente era un requisito que los cirujanos llevaran al extremo a los internos, era una manera de entrenarlos para que soportaran la presión, no cualquiera podría ser cirujano. Ana cerró la carpeta y entregó a la enfermera, necesitaba dormir un poco. —¿Tienes planes para esta noche? — Ana lo miró.

—No, tengo…—

—Ya sé, ya sé— Dijo el levantándose —Tienes que estudiar, pero eso no quiere decir que no puedes tomar una copa con un compañero de trabajo— Ana no estaba tan convencida.

—¿Qué sucede Omer? ¿De repente no tienes a chicas a las cuales invitar que ahora recurres a mí? Yo no me acostaré contigo, aunque seas el último hombre del planeta— Además Ana no era buena teniendo amigos y una de sus reglas principales, era no involucrarse sentimentalmente, ni sexualmente con personal del hospital, eso solo traería problemas. Además, ya tenía varias ofertas para distintos hospitales, teniendo su acreditación podría elegir el hospital que quisiera para trabajar. Boston estaba entre sus principales opciones, pero…

—Yo no te estoy pidiendo sexo, solo saldremos a beber— Ana rio.

—Lo siento, pero tengo planes— No era mentira, ya había quedado cenar con el doctor Harper, el hombre le había llamado, y no le había dejado más opción que aceptar. Su teléfono móvil sonó en ese momento. No le gustaban muchos los mensajes de texto, pero era la mejor forma de comunicarse cuando tenía muchísimo trabajo como hacer llamadas. Apretó los labios al ver que era un mensaje de Mina.

 

“¿Puedes venir a cenar con nosotros el viernes? Tenemos algo que decirte.”

 

Ana suspiró, si tan solo esa invitación no hablara en plural. últimamente le era mucho más difícil estar en la misma habitación que Mina y Bruno. Las miradas que últimamente Bruno le dirigía, no daban lugar a dudas. Él ya se había dado cuenta. Además, Ana ya presentía para que querían verla, seguramente le darían una noticia que Ana no estaba preparada para escuchar.

 

“Lo siento. Tengo que trabajar, te compensare”

 

Ese año en particular se había logrado librar de pasar el día de acción de gracias, navidad y año nuevo con su familia o con Mina. Todo el mes de enero y febrero habría sido igual. Su examen de acreditación era el mejor de los pretextos, las semanas pasaban y seguía evitándola, pero llegaría el momento en que enfrentaría la dura verdad. Y tendría que tomar una decisión pronto. Al tener el resultado aprobatorio en su examen, podría irse a Boston o a cualquier otro hospital o seguir en D.C. La elección inteligente sería marcharse lo más lejos posible.

Ana terminó de llenar y firmar el último expediente. Era hora de marcharse. Tenía una cita. No le había mentido del todo a Edson. Invitaría al doctor Harper a cenar, últimamente el médico le llamaba a todas horas y cada que era su turno de descanso la invitaba a cenar. A pasear, a darle de comer a los patos, era incesante y Ana no se negaba, ya que en sus largas charlas conversaban de cirugías. El doctor Harper le hacía preguntas y al mismo tiempo la estaba preparando para su examen. Así que por esa razón accedía a los deseos del médico, además no era como si tuviera mucho que hacer, su departamento era solo un lugar al cual ir a dormir. Dependiendo de lo que ocurriera en el siguiente mes tendría que mudarse, ya fuera a otra ciudad si aceptaba alguna de las ofertas o a un departamento más grande si decía quedarse en Washington.

—¡Ya le dije que estoy bien! — Ana estaba atravesando la sala de emergencias cuando escuchó una voz bastante familiar. Rodó los ojos. Sabía que debía marcharse, pero su lado masoquista la hizo acercarse a la sala de trauma número tres. Abrió la puerta solo para encontrar a Kai Wilson intentando escapar de la camilla

—Es solo una herida superficial, lo que necesito es una ducha, no una resonancia magnética— Alegó Kai.

—No puedo creerlo— Ana suspiró, llamando la atención del detective y del interno que intentaba auscultarlo. —Es la tercera vez en este mes. ¿Acaso te estás volviendo torpe? — El detective Kai Wilson era el dolor de cabeza de Ana.

—¡La querida doctora está aquí! — Gritó lleno de alegría —Ven, cielo, diles a tus niños doctores, que estoy bien, que solo es un rasguño— Ana observó, la herida en el abdomen de Kai, no parecía nada grave, era un corte limpio con navaja, pero hacer estudios era el protocolo.

—¿Qué fue en esta ocasión? ¿Un delincuente intentando defenderse o tu novia tratando de deshacerse de ti? — Ana entró en la sala de consulta, y se colocó guantes y con la mirada hizo que el interno se apartara. Sin contemplaciones empujó a Kai contra la cama. Él protestó, pero se ganaría lo mismo con Ana a cargo, ya había perdido la cuenta de todas las ocasiones en las que habían hecho esto. Kai siempre se quejaba, no le gustaban los hospitales.

—Muy graciosa— Gruñó —Sabes que no tengo novia— Se quejó cuando Ana presionó la herida.

—Cierto, tú solo tienes conquistas de una noche— Ana revisó el corte, no era profundo, parecía peor de lo que era. —Con mayor razón pienso que una amante loca quiere asesinarte—

—Cariño, ¿acaso estás celosa? —

—En tus sueños policía— Ana sacó del estante una jeringa con lidocaína [1] . Por los siguientes veinte minutos, Ana se encargó de limpiar y suturar la herida de Kai. Mientras él le contaba sobre un asesino en serie tras del cual estaba. A Ana no le interesaba ese tipo de cosas, pero Kai actuaba como si ella fuera su amiga. El hombre la sacaba de quicio la mayor parte del tiempo, pero por una extraña razón, se sentía cómoda con la interacción que tenían. No eran amigos ni nada por el estilo, Ana no tenía amigos. Pero Kai era agradable y, sobre todo, era de los pocos que soportaban el mal carácter que tenía Ana.

 

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—Oh… Si, justo ahí—Chilló la mujer. Ana inclinó más hacia adelante a la chica que estaba jodiendo, le encantaba esto, la caza de mujeres refinadas era la más satisfactoria. Separando más las piernas hizo que la mujer se inclinara más. Ella metió las manos para no golpearse contra la pared. Tratando de enderezarse, se apoyó contra el cajón de agua del inodoro. Gimió más alto cuando Ana comenzó a joderla más fuerte con sus dedos mientras con su otra mano apretaba entre sus dedos uno de sus pezones.

—Te gusta esto ¿no es así? — Preguntó Ana mordiéndole el lóbulo de la oreja, la mujer tembló. Ella estiró un brazo hacia atrás para tomarla por el cuello y poder besarla. Ana hábilmente esquivo eso, no era de las que besaban, follaba, jodía, o como quiera que lo quisieran llamar, pero no besaba a sus amantes.

—¡Oh dios, voy a…! — Ana sonrió, presionó con más fuerza la palma de su mano contra el clítoris de la mujer, solo eso basto para que ella se viniera con fuerza. Ana la sostuvo firmemente de la cintura para evitar que ella cayera hacia adelante, segundos después cuando la respiración de la mujer se estabilizó, la liberó, ella todavía estaba recuperando el aliento cuando Ana salió del cubículo hacia los lavabos. Mientras acomodaba su ropa miró a la mujer a través del espejo, ella todavía estaba aturdida.

—Eso fue rápido— Dijo ella como si simplemente estuviera hablado del clima —¿Hace cuánto que no tienes sexo con tu esposo? — La mujer sobresaltada la miró.

—Yo no…—

—¡Vamos! — Ana la interrumpió —Conozco bien los síntomas, estabas ahí. Estabas sentada a un lado de tu marido en medio de una reunión con sus colegas y ni siquiera te toco una sola vez en toda la noche. — No era la primera vez que follaba a una mujer en los baños, era su modo de operar. Sus víctimas eran mujeres desdichadas, había algo de diversión en hacerlas abrir los ojos. Ana encontraba más satisfacción en seducir a las mujeres que ser follada ¿Por qué una mujer estaba insatisfecha por voluntad propia? Ya no estaban en la época en que tenían que tolerar todo del marido, ahora eran infelices porque querían. En pleno siglo veintiuno había más medios a mano para que una mujer no dependiera de un hombre. Y, aun así, se topaba con demasiadas mujeres amargadas que llevaban una máscara de felicidad falsa en la cara. Soportaban indiferencias, engaños, maltratos y todo por tener un hombre a su lado, incluso conocía mujeres que jamás en su vida habían experimentado un orgasmo. Era patético. La mujer giró su rostro evitando que Ana continuara leyendo sus emociones.

—No es de tu incumbencia— Ana se encogió de hombros.

—Tienes razón, no lo es— Aseguró mientras se lavaba las manos, después se acercó al cubículo, la mujer se tensó, admitía que era bonita, si utilizara otro tipo de ropa no tan formal sería una mujer sexy. Ana tomó el mentón de la mujer la obligó mirarla. —Solo te recomiendo, que esta noche, cuando te vayas a la cama, con tu marido dormido a tu lado, pienses lo que ha sucedido aquí— Ella la fulminó con la mirada.

—Tú me atacaste—

—Si— Confirmó ella, había venido al baño con ese propósito, durante la cena la había estado observando y a la menor oportunidad decidió atacar. No le dio ni la menor oportunidad. —Tú lo necesitabas. Mírame. Tal vez si hubiera sido un hombre, te habría arrodillado y te habría obligado a chuparme la polla. Pero en cambio te he dado placer sin exigirte nada a cambio. Mereces más de lo que él te está dando, si fueras una mujer feliz y satisfecha habrías luchado contra mí— Bueno, no era del todo cierto, Ana era dominante, recibía más satisfacción dando placer a sus amantes, era algo así como un juego de poder, no tanto el sexo en sí. Su vida era monótona últimamente. La mujer se sonrojó. Podía ver las lágrimas a punto de salir de sus ojos… <<Momento de salir>> Ana odiaba las lágrimas.

—Buena suerte, nena— dijo girándose sin regresar la mirada atrás.

Caminó por el restaurante como si no hubiera sucedido nada. El doctor Harper la miró con una ceja arqueada, pero no dijo nada, además no era como si se hubiera demorado mucho en el baño ¿o sí? Aunque últimamente parecía que el doctor Harper la observaba demasiado, era como si pudiera leerla mejor que nadie.

—Ordené la tarta de chocolate como postre— dijo el doctor. Ana tomó asiento y se sirvió un poco más de vino.

—Pensé que no le gustaban las cosas dulces—

—No lo hace— dijo el médico —Pero tenemos que celebrar tu éxito— Ana le sonrió, el doctor Harper alzó su copa para brindar.

—Mi examen es hasta dentro de un par de días— el doctor Harper hizo un gesto con la mano restándole importancia.

—Son solo pequeños detalles, estoy seguro de que aprobaras, después de todo, yo te entrene— Chocó la copa con el doctor. Ana sonrió. El doctor Harper era tan arrogante en ocasiones. Si alguien le ganaba en arrogancia y seguridad ese sin duda sería el doctor Harper, solo esperaba que su predicción sobre su éxito fuera cierta, el futuro de su carrera profesional dependería del resultado de ese examen.

 

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Ana presintió que algo andaba mal cuando en los siguientes dos días el doctor Harper no se había puesto en contacto con ella. También debió de haber presentido que algo raro estaba sucediendo cuando esa mañana su teléfono móvil saltó a buzón de voz directamente. Antes de entrar a su examen, ella le había llamado, el doctor Harper lograba que Ana se centrara en su objetivo. Pero el doctor Harper no contestó su llamada.               Su examen fue un éxito. Había estado impecable. Estaba segura de ello, los resultados serían oficiales hasta después de la media noche, pero Ana era capaz de decir por sí misma, que su desempeño había sido excelente, tal cual lo había pronosticado el doctor Harper. << ¡Maldita sea! ¿Por qué no me avisaron?>>

Al entrar al hospital, no le extrañó para nada las miradas que enfermeras y doctores le dirigían, pero nadie se atrevía a acercarse a ella. Mientras se deslizaba por los pasillos hacia el área de cirugía. Ana apretó las manos en un puño. << ¿Por qué? ¿Por qué se lo habían ocultado?>>

En su caminó hacia la morgue se encontró el doctor Justin, el jefe de neurocirugía, pero Ana lo ignoró completamente. Ahora mismo él era el enemigo. El médico intentó detenerla para hablar con ella, pero el doctor Omer Edson se interpuso en el camino de su jefe, permitiendo de esa forma que Ana avanzara por el pasillo. Nunca había sentido tanto frío en su vida como en esa ocasión al ingresar a la morgue del hospital. Había estado infinidad de ocasiones ahí, identificando y realizando trámites de cuerpos antes de entregarlos a sus familias, practicando con cadáveres, o simplemente escondiéndose de sus internos. La muerte no le daba miedo, ver un cuerpo sin vida no significaba nada terrorífico para ella.  Un cuerpo, vivo o muerto era un ser perfecto creado por la naturaleza.

En el centro de la habitación estaba una plancha de metal, sobre ella, una enorme bolsa color negra, la cual ya sabía lo que contenía. Cerrando los ojos se armó de valor para entrar, mientras caminaba, sacó de su bolsillo la carta que le había sido entregada al salir de su examen. Ni siquiera recordaba el nombre de la persona que la estuvo esperando hasta que saliera.

Mientras contemplaba la bolsa negra, Ana se recordó a sí misma respirar, era uno de los mayores consejos del doctor Harper. Jamás debería de dejar de respirar, cuando las personas contenían el aliento, dejaban de pensar porque el oxígeno no llegaba al cerebro. Ana se rio. Sí. Se rio.

Rió de frustración y de ira por la maldita situación en la que se había metido. ¿Por qué el doctor Harper le había ocultado lo de su tumor cerebral? Ahora todo tenía sentido, por esa razón había accedido a jubilarse. ¿Pero por qué no decirle que se sometería a una cirugía? ¿Por qué no dejar que ella…?

—Maldito viejo terco— Murmuró mirando la carta, la había leído cientos de veces mientras venía de camino al hospital. Recordaba cada maldita palabra.

 

Felicidades, doctora Carson, yo pronostiqué que aprobarías el examen, ahora formas parte de la gran comunidad médica de cirujanos idiotas que nos creemos inmortales.

 

Ana negó con la cabeza, ese era el doctor Harper, siempre quejándose de su carrera demandante.

 

No sea insensible, doctora Carson, sé lo que debe estar pensando en este momento, pero no tenemos tiempo para justificar mis decisiones, son mías, usted cometerá sus propias equivocaciones. No tiene derecho de juzgarme por ello. Pero como un hombre que ha cometido infinidad de errores en esta vida, puedo permitirme darle un par de consejos. Por esa razón en esta carta le dejo la mayor de mis lecciones. No se esconda, no se crea más que los demás, no cometa el error de enfocarse en su carrera como todo cirujano se empeña en hacer, salvar vidas es importante, pero más importante aún es vivir la vida propia y salvarse a sí mismo. Yo cometí el error de darle más importancia a mi carrera que a mí mismo.

 

Ana dejó la carta sobre la plancha de metal y con manos firmes, abrió el cierre de la bolsa. Centímetro a centímetro el sonido del cierre deslizándose era lo único que resonaba en la habitación vacía. Se detuvo cuando llegó al pecho y con ambas manos abrió la bolsa para descubrir el rostro del doctor Harper, apretó los labios. Al verlo ahí, Ana fue consiente que sí, esto estaba sucediendo en realidad.

 

Usted es magnífica doctora Carson, logrará grandes cosas si se lo propone. Durante el trayecto encontrará varios obstáculos, entre ellos conocerá a varios cirujanos egoístas que se encogerán de miedo al contemplarla, no se detenga a compadecerlos y no se tome el tiempo de discutir con ellos, jamás le ganara, no lograra que cambien. No vale la pena. No busque amigos aquí, en esta carrera no los encontrará, muy pocos tendrán la capacidad de comprenderla.

 

Contemplando ahora al doctor Harper, Ana pudo recordar todos los momentos vividos con el hombre, las veces que el desgraciado la hizo desatinar, la hizo dudar de sí misma, y todas aquellas ocasiones en las que le enseño lecciones invaluables y no necesariamente técnicas médicas.

 

A veces el futuro cambia rápido y completamente, y nos queda solamente la opción de lo que haremos después, podemos decidir tenerle miedo, quedarnos ahí temblando sin movernos, suponiendo que puede pasar lo peor, o dar un paso adelante, hacia lo desconocido y suponer que será perfecto.

 

Ana contempló al doctor, y esperó en ese instante comenzar a llorar, pero se sentía entumida, era como si estuviera observando la escena dese fuera. Todo era irreal, le costaba creer que el buen doctor ya no estuviera ahí para regañarla, retarla y aconsejarla.

 

Me hizo falta tiempo, me concentré tanto en mi carrera y llegar a la meta, que al final, me detuve y me contemplé, solo. Tuve una maravillosa esposa a la que no hice feliz. Mis hijos se criaron con un padre ausente, las cosas materiales, los logros, los premios, las victorias, el dinero, al final no cuentan. La vida es difícil y todos cometemos errores, escogí el camino equivocado, pero usted está a tiempo de no cometer el mismo error que todos los cirujanos cometemos. No son nuestras habilidades las que muestran quienes somos, sino nuestras elecciones.

 

Durante sus años de amistad, el doctor Harper jamás habló sobre cosas personales, claro que nombraba a su esposa en alguna que otra anécdota, sus hijos jamás fueron a visitarlo al hospital o a la residencia. Y ahora que lo pensaba, sus hijos deberían de estar ahí para reclamar el cuerpo, pero no lo estaban.

 

Mi querida, doctora Carson, no permita que nadie te diga que eres incapaz de hacer algo, ni siquiera yo. No debes de dejar que los demás definan tus límites basándose solo en tu carrera, puedes ser una maravillosa cirujana y tener una familia. Tus límites los impones tú. La vida cansa, a veces duele, en otras ocasiones más te hiere, no es coherente, ni constante, no es fácil y no es eterna. Tu futuro no ha sido escrito, amiga mía, tu futuro es lo que haces con él, ¡Así que construye uno bueno! Hay grandeza en ti, Ana, no me decepciones.

 

 

Dr. George Harper

 

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