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CAPÍTULO 4

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CAPÍTULO 4

 

—Respire profundo, Silas— ordenó Ana, su paciente lo hizo. Sus pulmones no se escuchaban del todo bien.

—Creo que debo de comenzar a fumar otra vez, doctora— dijo el anciano cuando Ana se quitó el estetoscopio.

—¿Quiere una opinión médica apoyando esa decisión? — Preguntó enarcando una ceja.

—Los síntomas comenzaron cuando lo deje— Dijo el hombre seriamente. Ana rodó los ojos. Era todo un reto lidiar con personas obstinadas que pensaban que lo sabían todo por el mero hecho de vivir más de tres cuartos de siglo.

—Silas, la diarrea es por…— Ana no pudo terminar su diagnóstico, ya que en ese momento la puerta del consultorio fue abierta sin previo aviso. Minerva estaba ahí en su versión cabreo total. Ella la fulminó con la mirada.

—¿Me puedes explicar en qué rayos estabas pensando al cambiar el medicamento del señor Stuart? — exigió la mujer con las manos en jarras, Minerva Simons podría ser la directora de la residencia, pero eso a Ana no la intimidaba.

—Al señor Stuart no le gustaba el medicamento prescrito por el doctor Rayan— Ana hizo un gesto con la mano —Al parecer cree en esa conspiración de que nosotros prescribimos medicamentos de acuerdo al color de la piel— Evitó reír, ya que en sí el tema no era nada gracioso. Durante sus años ejerciendo la medicina se había encontrado con cada tipo de paciente. Había escuchado las más descabelladas teorías sobre enfermedades que se inventaba la misma gente, pero el racismo era el tema de cada día. Los pacientes aún preferían médicos de su mismo color de piel, o viceversa. Había conocido médicos blancos que no querían atender pacientes de color o pacientes negros que pensaban que los médicos blancos los matarían. Una reverenda estupidez.

—Eso es ridículo— Se quejó Minerva. Ella era la directora de la residencia. El doctor Rayan era el médico de base en ese lugar, Ana solo venía dos veces por mes para hacer consultas, fue una promesa hecha al doctor Harper, no tenía por qué hacerlo, pero en vida, el doctor Harper atendió y diagnostico a varios residentes. Ana quiso continuar con su trabajo. Venir dos veces al mes no presentaba un problema para ella, incluso hasta ahora había logrado canalizar dos casos al hospital para realizar una cirugía pro—bono [5] . Se podría decir que el comité directivo debería de estar agradecido. El doctor Rayan por otra parte estaba más que molesto al permitir que Ana interviniera.

—Bajo la teoría de que no confía en Rayan por ser blanco, cree que el medicamento que le fue recetado es racista por ayudar más a los negros que a los blancos, puesto que ambas razas tenemos el corazón rojo—

—¡Por el amor de dios! — Suspiró Minerva.

—No te quejes conmigo, no podía estar toda la tarde explicándole las pequeñas variantes entre los medicamentos. Los afroamericanos pueden ser bastante obstinados, por no decir que son tontos. — Manifestó Ana, a su lado, Silas tosió, intentando aguantar las ganas de reír — Por esa razón decidí recetarle la medicina que le damos a los republicanos, no hagas un drama por ello, Minerva—

—¡Eres igual de terca que el doctor Harper! — Se quejó Minerva mientras salía apresuradamente del consultorio. Ana suspiró y regresó su atención a Silas.

¿Cuántas cajetillas fumabas? — Preguntó Ana en tono serio.

—Casi una diaria— Ana revisó el expediente del anciano, sabía que el hombre mentía, todos los pacientes mentían. Siempre pensaban que los médicos eran tontos, pero en esta ocasión fingiría que le creería.

—¿Cuántos paquetes de goma de mascar consumes? — Miró a Silas con la cabeza ladeada.

—tres o cuatro paquetes diarios— dijo el hombre sacando el paquete de goma de mascar del bolsillo de su camisa —El doctor Rayan, me dijo que me ayudarían a controlar mi ansiedad— Ana contuvo en verdad las ganas de reír << Esto no le gustara nada a Minerva>> Pensó divertida. Admitía que en un principio no le gusto para nada que el doctor Harper le encargara dar consultas en la residencia. Pero últimamente se divertía mucho contradiciendo al doctor Rayan y mortificando a los directivos del lugar. Y aunque a más de uno le gustaría echarla, no podían darse ese lujo. El doctor Harper les había dejado un donativo fiduciario que les era entregado cada trimestre, una de las condiciones para recibirlo, era que la doctora Carson pudiera consultar dos veces por mes a los pacientes del lugar.

—Estás siendo envenenado— Anunció Ana, la cara de confusión en el rostro de Silas, fue muy graciosa, pero Ana mantuvo su semblante serio.

—¿Por la goma de mascar? —

—La goma sin azúcar usa sorbitol [6] como endulzante— Ana señaló con los ojos el paquete de goma de mascar —En los hospitales se utiliza el sorbitol como laxante—

—Santo Dios— El hombre inmediatamente escupió la goma de mascar al suelo, Ana tuvo que saltar hacia atrás para evitar que la cosa cayera sobre su zapato. Silas saltó de la camilla, y despotricando unos cuantos insultos se apresuró hacia la puerta lo más rápido que su bastón le permitió. Ana pensó, que antes de que tuviera su siguiente consulta, nuevamente tendría una visita de Minerva.

Varios pacientes después y muchas apariciones de Minerva, Ana terminó su jornada y era libre para marcharse, pensó que tal vez podría pasar a visitar a Gideon o podía pasar a cenar con Alex, había pasado un tiempo desde que comieron pizza y conversaron un poco.

Estaba pensando que botella de vino comprar para acompañar la pizza, cuando llegó al salón principal de la residencia. Frunció el ceño al ver a todos los residentes aglomerados en el gran salón, se escuchaba música y podía ver las enormes mesas dispuestas a los lados con comida y bebida. Las camisetas verdes que algunas personas llevaban inmediatamente le indicaron que el grupo de voluntarios había organizado ese pequeño evento. ¿A razón de que o por qué? Lo ignoraba. 

Ana desvió la atención de las parejas que bailaban y miró que Sandy se aproximaba hacia ella. Hasta el momento ellas no eran grandes amigas, pero se llevaban bien.

—Escuche que nuevamente Minerva está furiosa— Dijo la mujer cuando llegó a su lado. Ana se encogió de hombros y volvió a mirar a los hombres y mujeres intentando bailar en el centro del salón. Apenas y podían moverse con las andaderas, pero parecía que estaban divirtiéndose.

— Enojarse conmigo, es el deporte favorito de Minerva. — Dijo Ana. —Está entre la espada y la pared, sabe que tengo razón, pero no pude llevarle la contraria al hombre que la folla. — Escuchó la risa ahogada de Sandy, era un secreto a voces que el doctor Rayan y la directora de la residencia eran amantes, ambos eran infieles casados.

— Eres malvada, me recuerdas mucho al doctor Harper—

— El me entrenó después de todo — dijo Ana con una sonrisa, aún extrañaba todos los días al doctor Harper.

— Él decía que fuiste su mejor alumna, la única que mereció el tiempo que invirtió en entrenarte — Ana hizo una mueca.

—Él no era una persona sencilla— Sacudiendo la cabeza, Ana esbozó una sonrisa pálida. El día del funeral del doctor Harper, se hizo un gran evento. Colegas de todo el mundo asistieron a darle el último adiós a un gran cirujano, Ana escuchó infinidad de anécdotas de doctores que conocieron a Harper, se deshicieron en alabanzas para el hombre, lo cierto era que todo eso fue algo exagerado. El doctor Harper no era un santo, era un cirujano de primera, que no le había importado pasar por sobre quien fuera para conseguir sus metas. Fue ambicioso y orgulloso, ganó infinidad de premios y reconocimientos, pero a un precio muy alto. La familia del doctor Harper en ningún momento mostró dolor por la muerte del hombre, asistieron al funeral porque era lo que tenían que hacer, recibieron condolencias y se comportaron debidamente. Ana comprendió entonces que el doctor Harper en realidad estaba solo, en los últimos meses de su vida, la pasó en esa residencia, sin familiares, sin nadie que lo visitara excepto Ana. A sus colegas y conocidos no les afecto tanto su muerte, cada uno continuaría con su vida y el doctor Harper solo sería un recuerdo. Ana entonces supo descifrar las intenciones del doctor Harper al dejarle esa carta, no quería que ella terminara como él. Sin ninguna persona a quien en verdad le importara su muerte. Solo su dinero o su legado médico. El día que se leyó el testamento. Ana fue obligada asistir por el abogado del doctor Harper. Ahí fue donde todo buen comportamiento de los hijos de Harper desapareció y floreció el verdadero interés, incluso la acusaron de ser una de las tantas amantes que el doctor tuvo a lo largo de su vida.

— Tienes razón— Aseguró Sandy sacudiendo la cabeza. —El doctor Harper era desesperante en ocasiones, pero eso no exime de que era un buen hombre, al menos me hacía reír—

—Si, su última afición fueron sus chistes malos— Ana dijo, encogiéndose de hombros.

—No era el hombre más gracioso ¿Cierto? — Aseguró Sandy riendo, volvieron a mirar a las personas que se movían delante de ellas. — Recuerdo también que a él no le gustaban este tipo de eventos, demasiado ruido y la comida era espantosa—

— Puedo creerte eso — Ana las observó. — Corrígeme si estoy equivocada, pero dado que este grupo de voluntarios se dedican a la caridad y subsisten gracias a donativos… Es lógico que su comida no sea la más sabrosa del mundo—

— Acertaste — Sandy admitió, pareciendo un poco incrédula ella se rio. — Te aseguró que a la mayoría no les molesta la comida y la bebida, están agradecidos de tener estas pequeñas distracciones de la vida miserable que llevan aquí todos los días — Frunciendo el ceño — Algunos ni siquiera reciben una sola visita en un mes— Ana asintió con la cabeza.

—Ya me he dado cuenta de ello— Aseguró mientras algo llamaba su atención, Ana arrugo la nariz. Una blusa verde pistache con una falda amarilla definitivamente no era la mejor combinación. Que el dios de la moda asesinara en ese momento a esa mujer. Ana examinó a la joven en cuestión. De apariencia muy sencilla, la chica de la falda horrible se movía por el salón con una sonrisa ofreciendo bocadillos a los residentes. Tenía cabello castaño oscuro, carita redonda, ojos grandes y expresivos y labios carnosos, y parecía realmente contenta de estar ahí. Su curiosidad fue despertada.

— ¿Quién es la de la falda color pollo? — preguntó.

— Es horrible ¿cierto? — Confirmó Sandy divertida. — Morgan Ellis no tiene el más mínimo sentido de la moda—

— Es bonita— Reflexionó Ana —Si se arreglara mejor…—

— Aunque el mejor modisto la vistiera, eso no cambiaría el hecho de que es la chica más torpe del planeta que he conocido—

Ana levantó las cejas interrogativamente.

—¿Torpe? —

—Y despistada— Aseguró Sandy — Es un peligro para los pies, piernas, cabezas, cuerpos en general — Le avisó Sandy, sacudiendo la cabeza en confirmación ante la mirada incrédula de Ana. — De verdad, ella no puede dar un paso sin pisarte el pie y tropezar. Después de tropezar, se engancha con alguna prenda tuya y a continuación terminas en el piso. Tropezar es el modo de caminar de ella. — Sandy hizo una pausa, evaluando la expresión de Ana. — Sé que no me crees. Yo tampoco lo creía. — Sandy se volvió para mirar al joven y continuó: — La última ocasión que estuvo aquí, casi termina destrozando media cocina — Sandy dijo, observando a Ana. — Ella confundió el regazo de Nicolas del departamento de recursos humanos con una mesa, colocó una taza de té sobre su… Entrepierna. O, mejor dicho, lo intentó. La tasa se volcó… — Ana no pudo contenerse y soltó una carcajada, seguida de Sandy.

—Me hubiera gustado ver eso—

—Claro. Ríete. Pero si el pobre Nicolas no puede concebir un hijo legítimo será por culpa exclusiva de esa chica— Sacudiendo la cabeza, Ana se Rió todavía más, y eso le hizo muy bien. Últimamente le hacía falta mucho reír. Todavía sonriendo, Ana siguió la mirada que Sandy le dirigió a la joven. —Ella es torpe sin duda, pero es una buena chica, muy amable y jamás se ha negado a echar una mano, viene muy seguido a hacerse cargo del jardín, su familia tiene un invernadero. Realmente es de carácter noble creo que eso compensa los desastres que pueda causar, además los ancianos la aprecian mucho—

— Puedo ver eso — Ana aseguró, viendo como una mujer mayor le palmeaba la mejilla con cariño a la chica.

— Sí, creo que… — Sandy iba a decir algo, pero se detuvo cuando Ana se movió hacia el salón, ni siquiera lo considero, simplemente sus piernas se movieron por sí solas. Por algún motivo que no alcanzaba a comprender, sentía curiosidad por esa chica, esperaba por lo menos sobrevivir a la señorita desastres para poder averiguar por qué.

 

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Un nuevo suspiro escapó de los labios de Morgan al recordar el sermón de su tía Penélope después del último accidente. La directora de la asociación “ Catholic Charities hope for all” le había advertido que si volvía a armar un nuevo lío sería la última ocasión en la que le permitirían ir a las residencias. Morgan no quería eso, a ella le gustaba ayudar. Tal vez no era la persona más coordinada del planeta, pero sus intenciones eran buenas. Todos actuaban a su alrededor como si ella fuera un desastre con piernas, su madre siempre le daba un sermón muy largo antes de salir con ella. Siempre le advertía que al llegar al lugar tendría que quedarse sentada y quieta. No podría tocar candelabros, tazas, platos, cualquier cosa líquida, rompible, inflamable o filosa, o sea, básicamente no podía tocar nada.

Con un suspiro. Morgan volvió a mirar a los ancianos que intentaban bailar en el centro de la habitación. Visitar a los residentes siempre era divertido, amaba las historias que algunos de ellos se tomaban en tiempo de narrarle, incluso una de las señoras le había enseñado a bordar, no quiera correr el riesgo que le prohibieran la entrada. 

— ¿Puedo tener uno de esos canapés de queso? — Dijo una voz femenina a su costado derecho —Es tarde y yo aún no he comido, tengo hambre— Morgan no se tomó el trabajo de levantar los ojos. Hundida en su miseria, solamente acertó a ofrecer la bandeja a la persona a su lado.

— ¿Puedo por lo menos tener una servilleta también? — la extraña le dijo tan cerca del oído que Morgan pudo sentir su respiración. Conteniendo un estremecimiento, ella de inmediato volvió su atención a la mujer a su lado. Entonces se dio cuenta de quien se trataba, casi se tragó la lengua en ese instante, la bandeja en sus manos comenzó a tambalearse, pero la doctora Carson logró sujetarla para que no cayera al suelo.

— Ten cuidado con eso — Le dijo la doctora, pero no parecía realmente molesta. — Los aperitivos lucen realmente deliciosos y sería un desperdicio que terminaran en el suelo ¿no crees? — Morgan se ruborizó un poco, y volvió a mirar hacia la bandeja ¿Qué hacía la doctora hablándole? ¡Oh cielos! Estaba en problemas, si hacia algo para ofender a la doctora, la directora de la asociación le patearía el trasero. 

— Lo siento— se disculpó. Sus accidentes desastrosos aparentemente eran el hazmerreír de todos. Esperaba que la doctora no tuviera una mala impresión de ella todavía.

— Dicen que eres tan torpe, que tu sola eres capaz de incendiar este lugar ¿es cierto? — Morgan parpadeo con sorpresa ante esa inesperada declaración. Si la falta de delicadeza de las palabras de ella la sorprendieron, todo mundo la acusaba de ser torpe, pero nadie se lo decía a la cara directamente y mucho menos antes de haber causado un desastre. Mirando de reojo, se dio cuenta de que ella la observaba atentamente, no había enojo en su mirada. — Perdón, creo que me extralimité. Nunca debería…—

— No se preocupe — Morgan dispensó las disculpas, dejo la bandeja sobre la mesa y se dejó caer pesadamente en una silla que estaba a un costado. Se hundió en la silla con un aire desanimado. — Todo está bien. Sé lo que las personas dicen. Creen que, además de torpe, soy sorda, pues no se preocupan de hablar delante de mí. Hablan lo suficientemente alto como para que pueda escucharlos. — Ella imitó el modo en que las personas hablaban, haciendo muecas. En más de una ocasión pensó que dejar la asociación sería lo más fácil. Su padre ya se lo había dicho, que era mejor que se concentrara en su trabajo y reconsiderara tomar el curso de posgrado en floricultura [7] en la universidad de Toronto, con esa especialidad y su ingeniería en horticultura podría llegar a establecer su propio negocio, o podría empujar el invernadero a un nuevo nivel, era un gran negocio, las empresas floricultoras son emprendimientos comerciales que alcanzan niveles de altas inversiones por parte de empresas de tipo corporativo.

Eso sería espectacular para el negocio familiar, pero traería demasiadas responsabilidades en sus hombros. Trabajar en el invernadero de su abuelo le encantaba, le gustaba estar rodeada de plantas, en esos momentos, junto con su abuelo estaban intentando crear una nueva flor a partir de tres distintas semillas. Tenía todas sus esperanzas en ello. Buscar comercializar esa experiencia como deseaba su padre, no sería nada divertido.

— Te pido disculpas — Dijo la doctora en tono bajito. La mujer se colocó a un lado de ella, no había otra silla, por lo tanto, ella se recargó en la pared. Morgan bajo la mirada y observó los hermosos tacones negros de la doctora, ella era una mujer elegante y vestía realmente bien, ni en un millón de años ella podría verse la mitad de bien que esa mujer. Además, siempre iba arreglada, su cabello suelto se veía suave, su maquillaje era impecable…

— No precisa disculparse doctora. Por lo menos me lo dijo a la cara. —

— Si, pero … — La doctora suspiró — En verdad, era más una pregunta. Yo quería saber si eres como dicen. —

— Bien, soy torpe, no puedo hacer nada al respecto— Morgan sonrió con amargura. — Mis padres dicen que soy una calamidad que cayó sobre sus cabezas — Morgan arriesgó una sonrisa en dirección a ella.

— Creo que tu torpeza tiene solución — La doctora Ana entrecerró los ojos — ¿Cuándo fue la última ocasión que fuiste al oftalmólogo? — La boca de Morgan cayó abierta. ¿Cómo era posible que la doctora se hubiera dado cuenta tan pronto?

— Tengo lentes— Ella confirmó, recostándose en la silla — No soy vanidosa, pero no me gustan, soy bastante fea sin ellos, y utilizándolos asustaría hasta el alma más valiente, además siempre termino rompiéndolos—

—Ya existen los lentes de contacto— Informó la doctora. La mujer parecía divertida. Era un alivio que ella no pensara que Morgan era una idiota por preocuparse por cómo se veía con anteojos. Morgan hizo una pausa y miró de reojo en dirección a un grupo de chicas que también trabajan en la asociación, ellas las estaban mirando y cuchichiaban sin cesar. Morgan no las soportaba. Siempre la criticaban y le ponían apodos extraños

— Las lentillas me irritan los ojos— Informó, le pareció que ella asentía con la cabeza, también escuchó sonidos ahogados, como si ella estuviese luchando por contener la risa. — Vamos, puede reírse, estamos en confianza — Morgan dijo, sonriendo. — Yo también me rio de mi patética situación, prefiero que las personas piensen que soy un desastre en dos piernas, a que me digan fea chica con anteojos— Extrañamente Morgan se relajó la doctora no parecía tan mala como muchos otros aseguraban.

—Sandy me contó lo del accidente con Nicolas—

—¡Oh Dios! — Morgan se tapó la cara con las manos —Yo pensé que después de eso, me prohibirían la entrada a la residencia— Sintió a la doctora moverse a su lado. Alzo la vista, justo para encontrarse a la hermosa mujer inclinada sobre ella. — Que… — ella comenzó a decir, deteniéndose cuando la doctora puso la mano en su mentón, levantó su rostro y se inclinó para mirarla a los ojos. Por un breve momento, ella contempló claramente el más lindo par de ojos castaños jamás hubiese visto, ella era hermosa mujer sin duda, lo que daría Morgan por ser una cuarta parte de hermosa de lo que era la doctora. Morgan parpadeo cuando una luz la encegueció. Intentó apartarse, pero la doctora la sujetó mientras revisaba sus ojos. Un segundo después, la doctora se alejó.

—La reacción de tus pupilas es buena, lo que indica que no tienes un problema neuronal, aunque no puedo dar una opinión precisa en este momento, además no es mi área de especialidad—

—¿Problema neuronal? —

—Tranquila, creo que solo necesitas anteojos, tal vez tu problema puede ser corregido con cirugía láser—

—¿Cirugía? — Morgan sintió sudor frío deslizarse por su espalda.

—No te preocupes, es algo muy sencillo, me gustaría que fueras al hospital— La doctora le colocó una tarjeta en la mano. —Tengo un amigo que puede ayudarte con este problema, mi próximo turno comienza mañana, y dura treinta seis horas, llámame antes de acercarte al hospital—

—Pero…— La doctora no le permitió protestar, le sonrió antes de darse la vuelta y apresurarse hacia la entrada, además de que vio como la mujer sacaba su teléfono móvil y contestaba una llamada, no lo había escuchado sonar, tal vez la doctora lo traía en silencio. Era cirujana, por lo tanto, comprendía que ella tenía cosas más importantes que hacer que conversar con una miope como ella. Suspirando miró la tarjeta en sus manos. Doctora Ana Carson. Era cirujana cardióloga, ni siquiera sabía que hacia una cirujana trabajando de voluntaria en una residencia, aunque le habían contado que ella fue alumna del doctor Harper, a lo mejor la mujer estaba realizando un trabajo en favor del fallecido médico.

Morgan jamás había hablado con el hombre, era un doctor malhumorado con poca paciencia, llegó a pensar que la doctora que lo visitaba era igual. Al parecer estaba equivocada. Tal vez, solo tal vez. Podrían ser amigas. Esperaba de verdad no arruinarlo.

Ana cortó la llamada, su teléfono había estado vibrando sin parar en su bolsillo mientras estaba hablando con Morgan, si la cosa no había dejado de vibrar, solo podía indicar una sola cosa, una emergencia. Así que su plan de pizza y vino con Alex tendría que esperar para dentro de unos días. Dirigiéndose hacia la salida, se encontró nuevamente con Sandy.

— Está viva, doctora — dijo Sandy sonriendo. —El doctor Rayan, tenía la esperanza que mínimo Morgan vaciara la bandeja sobre usted— Ana miró hacia donde Rayan las observaba con profundo desagrado en su mirada.

—Creo que hoy no es su día— dijo Ana, con toda la maldad del mundo, le guiñó un ojo al médico mediocre.

— Creo que no. ¿Qué te pareció Morgan? A pesar de todo es una buena chica ¿no crees? —

— Lo es — replicó Ana con una sonrisa enigmática.

—Lástima que es un peligro andando, los hombres le rehúyen—

— Creo que puedo arreglar eso— Últimamente Ana tenía una debilidad por el desvalido.

— ¿En serio? — Sandy preguntó, levantando una ceja.

— Confía en mí— le guiñó un ojo a Sandy antes de marcharse.

 

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