Día 96. Viernes 19 de junio de 2020

Día 96. Viernes 19 de junio de 2020


A solo cuatro días del centenio y a once de ponerle un alto a este diario.

He decidido parar el 30 de junio y editar este escrito. Luego lo publicaré como un libro.

Aunque, para ser sincera, de solo pensar que divulgaré estas cosas a más personas, el mismo temor que sentí cuando escribía Diario de una Artesana me toma del cuello y aprieta fuerte mi garganta. No es miedo. Es horror. Tal vez pánico.

«Publicar un libro es un gesto altruista» me dijo alguna vez mi editora, Paola. Lamento no poder contar con ella en esta oportunidad. Lo haría si fuera a imprimir este escrito, pero como están las cosas, tendría que empeñar el auto de mi marido para costearlo. Y para variar, siguiendo el mismo planteo, nadie lo compraría.

Esta vez me tengo que arremangar y tomar decisiones más pragmáticas. No habrá una editora, ni un libro físico. Me autoeditaré, y lo publicaré en formato digital.

Y cuando eso suceda, abriré el paraguas para recibir todo tipo de críticas, de esas que mencioné ayer. Porque jamás escribí tan descarnadamente antes.

Dejé de ser tibia, y tomé partido por las cosas en las que ahora creo. Pese al temor que me genera publicar tanto juicio de valor junto, cuando nunca antes me atreví a tanto, me pareció que ya era hora de revelarme tal y como soy, no cómo me he mostrado para hacerme un lugar en los mundos artesanal y literario.

El velo ya se descorrió de mis ojos. No necesito hacerme un lugar. Ya ocupo un sitio. Uno muy concreto. Uno que ni siquiera yo misma me he reconocido. Era hora de tomarlo con todo mi ser. De dejar de intentar minimizar las críticas tratando de controlar mi comportamiento para hacerlo políticamente correcto.

Las críticas vendrán igual. De los impuestos y la muerte nadie se salva. De los envidiosos tampoco.

Estos años me templaron para enfrentar mejor esas cosas. Ya he perdido seguidores por subir el tono de mi discurso en alguna ocasión. He perdido amigas, que me idealizaron y se desencantaron cuando me mostré como en verdad era.

Seguir el camino propio puede llegar a ser complicado. Porque eso me hace inmune a la masa, al pensamiento grupal, a las religiones, a las modas, a las tendencias en redes y a las amistades que no suman. Si algo atenta contra mis valores, me retiraré silenciosamente. Y eso muchas veces es tomado como alta traición.

Pero en lo que a traición respecta, traicionarme a mí misma es peor que traicionar un pensamiento de manada. Si una situación me coloca en la posición de tener que elegir, no hay dudas: elegiré la fidelidad a mí misma.

Me he ido de grupos, he renunciado a empleos y me he bajado de proyectos, eventos y reuniones solo por mantener esta fidelidad personal. Y por inverosímil que parezca, retirarme de un lugar o una situación o cortar una relación que atenta a mis valores no es algo que me cause miedo.

Dolor sí. El dolor es inevitable. Pero puedo vérmelas con el dolor. Con la vergüenza de mi propia traición, no.

Como hacerse enemigos en dos pasos: a) sea fiel a sí mismo b) manténgalo con todas las consecuencias.

Ahora bien ¿Cómo me las veo con la soledad? ¿No es acaso solitario pensar diametralmente opuesto a la manada?

Sí. Sumamente solitario. Exponer un planteo y que la gente me mire como si estuviera loca o hablando en chino me coloca en una instancia donde literalmente estoy sola. Pero la soledad tiene más pros que contras.

A veces pienso que si la gente dejara de esquivar la soledad y la abrazara se sorprendería de cuán buena amiga es. Nunca me siento sola cuando estoy sola. Puedo llegar a sentirme sola cuando batallo con la soledad, pero no si la recibo con los brazos abiertos. Es la resistencia a ella lo que causa soledad. No la soledad en sí misma.

Nunca me siento sola cuando estoy sola, porque mi mundo invariablemente supera en riqueza al mundo exterior. La soledad me permite crear. La soledad me permite el aliciente de la introspección y la honestidad para conmigo misma. La soledad, al menos la mía está repleta de seres, voces, melodías, proyectos, colores y dimensiones paralelas. No podría aburrirme allí. De hecho, me aburro más estando en el mundo real.

No le temo a la soledad, por el contrario, la amo. Y la busco como sediento en el desierto. Cuando me quedo sola por pensar diferente, solo me traslado de un estado a otro, pero no hay pérdida alguna en ese pasaje.

Generalmente me encojo de hombros y me voy dejando a mi interlocutor rascándose la cabeza. Y eso es todo.

A veces el tiempo juega a mi favor, y demuestra que mis planteos eran acertados. Supongo que es por eso que ninguno de mis ex novios me ha olvidado jamás.

Día noventa y seis de cuarentena y sigo sumamente reflexiva porque no he sabido del mundo exterior. Y para ser honesta, tampoco me interesa. Adentro mío ocurren cosas más interesantes por el momento. He peleado algunas batallas y de a ratos asisto como espectadora al show representado por mi intención de publicar estas cosas y el miedo a exponerme tal como soy.

Pero ya está decidido. Las publicaré. Puede mi miedo ahorcarme con sus manos. Mi decisión es irrevocable. 



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