Día 82. Viernes 05 de junio de 2020

Día 82. Viernes 05 de junio de 2020


Casi termina el día y estuve a punto de pasar de largo la escritura de este diario.

El primero de esos motivos por los cuales no me iba a dedicar a tan loable y terapéutica actividad se debía a que hoy me levante bien loca, decidida a no prender el Wi-Fi. Ni hacer nada de lo que debería hacer. Lo del Wi-Fi no funcionó y lo prendí diez minutos al mediodía, respondí algunos mensajes y encontrándome culpable por no respetar mi propia promesa, volví a apagarlo. El resto de la jornada transcurrió ordeñando a la vaca y cosechando trigo. Sí, la estúpida y sensual granjita virtual.

Y el segundo motivo que me desanimaba a emprender la escritura, es que para hacerlo bajo el ritual adecuado, es menester tener un cigarrillo encendido. Por razones de convivencia no fumo dentro de la casa, así que mi segunda oficina, área fumadores, se encuentra en el garaje.

Hoy hace muchísimo frío, y por las rendijas del portón, un chiflete helado entra a raudales congelando el garaje. Ergo, escribir fumando con el frío que tengo no me parecía buena idea.

Ahora tengo las manos como piedras, pero da igual. Heme aquí.

Fue bueno desconectarme del teléfono al menos estas diez horas.

Igual ya me enteré por el noticiero-marido que la cuarentena se extiende nuevamente hasta el veintialgo de junio. Hermoso.

Como dijo mi amiga Elba, esto ya no es cuarentena, es ochentena. Literal.

Estuve reflexionando mucho acerca de las cosas que pienso, y las teorías para explicar este nuevo mundo que vengo manejando en mi cabeza. Y el detonante de esta extraña reflexión fue un video que vi ayer, muy chistoso. Me hizo descostillar de la risa, pero luego me quedé rara.

El video se burlaba sutilmente de las teorías conspirativas y de la gente como yo, -que según una encuesta de un medio oficial de noticias es el cincuenta como seis por ciento del país-, que se declara conspiranoica.

Medio país cree que un señor banquero, experto en financiar y organizar revueltas sociales es el dueño legítimo de este suelo. El mismo señor estaría detrás de todos los “ismos” que dividen en dos a la opinión pública. Entonces me pregunté ¿es posible que medio país esté equivocado al creer esas cosas?

Respecto a los terraplanistas, que es una de esas teorías que tocaba el video, no creo que el cincuenta por ciento de los argentinos crea que el planeta es una gran pizza orbitando el sistema solar.

No obstante, chiste va, chiste viene, el argumento daba a entender que si se creía en una teoría conspirativa, se creía en todas. Mmm, anótenme todas menos la de la tierra plana, por favor. Esa no me la como ni a la fuerza. Extraterrestres, sí. Nuevo Orden Mundial, también. Iluminattis y Cabal, obvio, faltaba más. Críticas al sistema económico, el sistema educativo, anti-religión y anti-política también, ¡pero la tierra plana, no!

Sin embargo, por un instante me hice esa extraña y difícil pregunta que ha rondado en mi cabeza en más de una ocasión, pero nunca terminaba de formulármela: ¿y qué tal si nada de eso es cierto? ¿Qué tal si no hay un grupo Bilderberg tirando de los hilos del mundo y las cosas pasan porque somos tremendamente tontos de seguir a una vedette por Instagram que su único talento es mostrar el traste?

Si alguien así, con un hermoso cuerpo pero ni una neurona para aportar algo de valor al mundo tiene millones de seguidores, nos merecemos la ira de la naturaleza. Y no una pandemia. ¡Veinte! Que nos extermine de la faz de la tierra por tontos. Gente que se burla de otra gente -como yo- que mira videntes por Youtube pero cree que Los Simpsons predicen el futuro. Si hablamos de absurdo, ambas posturas son disparatadas.

Gente que se autoproclama vegana pero consume soja que está desolando la tierra donde se la siembra. Que aclaro que simpatizo con los veganos y estoy de acuerdo que cada vez que se come carne se consume también el sufrimiento animal, pero no me hecho vegana porque si no como proteínas, desaparezco. Peso cuarenta y cuatro kilos. Soy consecuente con mis circunstancias vitales. El que pueda ser vegano, que lo sea. Pero no hinchen las guindas, por favor.

Si hablamos de extraterrestres, el universo es demasiado grande para que nuestra barbarie sea la única existente en la galaxia. Aunque bien podría ser cierto que no existen y podría vivir con ello.

¿Qué tal si el gobierno no es un títere de un poder más grande y dictaminan tonterías porque realmente nunca estuvieron a la altura de tan alta responsabilidad? ¿Y sí son tontos per se y estamos gobernados por una pandilla de idiotas?

Puede que Dios no exista, y ya haya muerto como afirma Nietzsche. Y estemos a merced de un cúmulo de circunstancias azarosas que llamamos vida.

Estoy perfectamente dispuesta a renunciar a mis teorías conspirativas si alguien me da un argumento que resista análisis. No me sirven expresiones del tipo «creer eso es una locura». Necesito que me expliquen el por qué es eso una locura. Especialmente porque a las personas que han llamado locas, fueron quiénes cambiaron el mundo. Siento una simpatía natural hacia los lunáticos. Soy una de ellos.

Tampoco me sirve la ridiculización que se hace de teorías que parecen traídas de los pelos. Porque la táctica de criticar lo que no se comprende es más vieja que el mundo y propia de las mentes pequeñas que piensan dentro de la caja. Una mente abierta no critica los sueños disparatados ajenos.

Y ahora hablemos de vacunas. Hasta los dos años de mi hijo he cumplido con todas ellas a sabiendas que existía un grupo nutrido de personas que denunciaban sus males. Con mi marido hemos hablado largo y tendido acerca de ello conociendo lo que se decía al respecto. Oímos ambas posturas. Pero decidimos vacunar al niño.

Ahora salen a la luz investigaciones serias que respaldan a los anti-vacuna. Y no se me ha pasado desapercibido el leve retraso del lenguaje de mi hijo. He tenido que preguntarme seriamente si las vacunas han tenido algo que ver con eso. Y no es una cuestión agradable con las que una madre tiene que vérselas. En caso afirmativo, nosotros, los padres, adultos que velamos por el bienestar de la criatura hemos consentido que le inoculen veneno aprobado legalmente.

Hace dos años, cuando le pusieron la última vacuna a mi hijo, por ignorancia y ante la duda, decidimos que se la coloquen. Ahora, por lo mismos motivos, hemos decidido que no habrán más vacunas en el futuro.

Es muy difícil la vida del conspiranoico en la era de la desinformación, porque parece que todo el mundo miente, y la búsqueda de la verdad hay que emprenderla en el sentido contrario al acostumbrado. Es decir, no hay que salir a buscarla en el caos de allá afuera. Hay que hallarla adentro, hablando con ese desconocido que tiene más neuronas que el cerebro, y que solemos llamar corazón.

El olfato es lo que cuenta. El temblor de las tripas. La respuesta visceral ante la información expuesta es lo que nos dice esto es bueno, y esto otro es basura porque huele a podrido.

Cuando se sabe que determinada ciencia está financiada, y otro tanto de ciencia no, porque podría beneficiar en demasía a los individuos, se duda también hasta de los estudios científicos que demuestran tal cosa o aquella otra.

Un conspiranoico de pura cepa, duda: de la ciencia, de la religión, de la política y de todo lo oficial y organizado. Y esto se debe básicamente a que cuando una rápida observación al entorno le demuestra que una vedette de trasero prominente tiene más seguidores que un escritor que dice cosas interesantes, el mundo ya está en el mismísimo infierno.

Renunciaré a mi conspiranoia cuando me traigan pruebas. Pero no puedo prometer que no dudaré también de ellas como cuestiono todo lo que me rodea. Ni yo misma me salvo de mi propia inquisición. Hasta mis pensamientos son objetos de análisis. Mientras tanto seguiré creyendo en extraterrestres e intraterrenos que sobreviven perfectamente sin vacunas, ni tienen necesidad de matarse en el gimnasio para hacerse selfies del traste para las redes sociales.

Ah, y habitan en una tierra redonda.



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