Día 71. Lunes 25 de mayo de 2020 

Día 71. Lunes 25 de mayo de 2020 


Todos mis intentos de escribir algo coherente estos meses fueron infructuosos.

Hoy es el día setenta y uno de cuarentena.

No he escrito nada que me haga sentir bien o levitar en el aire como estoy acostumbrada a que suceda cuando me dedico a ello.

Tampoco pude insuflar ánimos a mis lectores con las publicaciones cortas que solía redactar para las redes sociales. Hace treinta y un días tomé la decisión de no publicar contenido nuevo en plataformas como Facebook, Instagram o Twitter. Pero no hablaré de esto ahora. No deseo volver a la cuestión que ha logrado privarme del sueño en más de una ocasión. Estoy harta de ser monotemática.

Lo último medianamente decente que escribí fue una entrada en mi blog Diario de una Artesana, el día 13 de marzo, titulada El mundo es perfecto. (1)

Sería buena idea releerla para recordarme que el infinito cosmos es perpetuamente perfecto y extraordinariamente sabio. Puede que eso me ayude a dormir por las noches, como también a despertar cada día sin experimentar un enojo lacerante por las circunstancias que estoy atravesando.

Aquí, hoy, ahora, no siento deseos de ser la artesana que se expresa a través de las palabras. No.

Quiero volver a ser humana. Hablar desde mi humanidad imperfecta, endeble, precaria en lo emocional, básica en las cuestiones vitales.

Hace setenta y un días me encuentro dentro de la película protagonizada por Bill Murray, El día de la Marmota.

Todos los días son iguales.

Siempre sucede lo mismo.

Solo que en este remake de bajo presupuesto que protagonizo no he visto aún marmota alguna.

Despierto enojada porque en los medios tradicionales y digitales solo se habla de coronavirus, Covid-19, pandemia y Nuevo Orden Mundial. Me acuesto iracunda porque no me encuentro a mí misma. Siento que la oscuridad me devora por dentro.

Palabras como el diablo y el demonio, que siempre me parecieron expresiones útiles como recurso literario empezaron a adquirir entidad propia: he leído y mirado documentales que en explican que hay una sarta de locos que practican el satanismo, sacrifican niños, se beben su sangre, cometen todo tipo de abusos y hacen experimentos brutales con ellos con el fin de contentar a Lucifer y obtener de él su poder.

Para completar el cuadro horroroso que pintan, resulta que estos mismos dementes casualmente son quienes controlan el mundo a través del sistema financiero actual basado en deuda y dinero fiduciario.

Y aún peor, son los que ordenan directamente a los dueños de las grandes plataformas digitales que todos usamos como Facebook y Google. Creo que con esta última oración ya he dado una buena pista de porqué he decidido dejar de publicar en las redes sociales, aunque el daño ya está hecho. No estoy ajena a la circunstancia de que me retiré del juego demasiado tarde: ellos ya tienen todos mis datos, todas mis publicaciones, todos mis escritos, y todas las fotos de mi hijo, familiares y amigos.

En fin. Que en estos manotazos de ahogado que he dado en este día de la marmota interminable de setenta y un jornadas, al fin hoy pude escuchar la voz de mi ángel diciéndome que empiece estas memorias, por imperfectas y desordenadas que parezcan, literariamente hablando. Y aunque aún no sepa a qué fin responden: si solo se trata de un ejercicio creativo, o una herramienta terapéutica para no claudicar en esta locura mundial que los miles de millones de habitantes del planeta hemos caído.

Me he culpado todo este tiempo de haberme dejado dominar por la ira y el enojo. Y eso ha hecho que mis intentos de escribir estuvieran excesivamente cargados de sarcasmo, ironía, y depresión existencial. Pero ya va siendo hora que me acepte en mi humanidad imperfecta.

Si evito expresarme tal y como me siento, no lograré sacar la oscuridad de mi interior. Es un trago amargo que hoy tengo la voluntad de beber porque mi deseo de ver la luz al final del túnel se va tornando apremiante y urgente. Necesito volver a vibrar en una frecuencia de amor, gratitud, y unidad. Es lo único que puedo hacer ahora mismo para aliviarme a mí misma y también para ayudar al mundo.

Así que volviendo al punto, no me hago ilusiones de escribir lindo y bien. Con solo escribir algo, lo que sea, me conformo.

Día setenta y uno de cuarentena en Resistencia, Chaco, Argentina. Ha dicho el intendente de la ciudad que volvemos a la Fase Uno de reclusión preventiva. A decir verdad, yo no lo vi. La noticia me la contó mi marido. Al parecer esto es consecuencia de un contagio masivo en un barrio marginado de la ciudad que ha costado siete vidas.

Digo al parecer, porque no me consta. No lo he visto con mis propios ojos, y en lo que respecta a los medios de comunicación oficiales, tiendo a no creer prácticamente nada de lo que dicen. Estoy pasada de rosca con las teorías conspirativas, y el resultado de esto es desconfiar de todo lo que se dice y cuestionarlo.

A partir de ello he llegado a una conclusión muy curiosa: todo el mundo vive el mismo flagelo, la pandemia. Pero cada persona en particular la percibe de diferente manera, como si cada quién viviera en su propia burbuja de realidad paralela.

Quedará claro en este escrito que todo lo aquí vertido es fruto de mi parcial visión de las cosas y de mis reflexiones más íntimas. Por tanto, es verdad para mí, pero quizás lo aquí expuesto no sea verdad para nadie más en el planeta tierra.

No obstante, hace unos días he dado con un grupo de gente que tiene una visión casi idéntica a la realidad que percibo.

A mediados de enero de 2020, cuando mi marido me contó que había aparecido un virus en un mercado de la ciudad de Wuhan, China, recuerdo haber hecho un ademán con la mano como dando a entender que pasemos al siguiente tema. Next, please. No le di ni un segundo de atención.

Aunque si reparé en la coincidencia de que Netflix acababa de estrenar su serie Pandemia donde se cantaban loas a la Fundación Bill y Melinda Gates. Pensé que era un detalle curioso, y seguí con mi vida normal.

Cuatro o cinco días después, noté que Facebook estaba inundado de titulares de noticias que mencionaban el virus chino y pensé: ¡qué latosos! ¿Se le acabaron las noticias que se pusieron más monotemáticos que yo? ¿Por qué tanto bombo y platillo? ¿Por qué tanto interés en dar esta noticia como si fuera la única? ¿Por qué esta súbita contaminación de un solo contenido?

Mi curiosidad me puso a navegar en Internet y noté el mismo patrón una y otra vez: el coronavirus era de lo único que se hablaba. Extraño. Muy extraño. Con más razón, no merece la pena detenerme aquí, que cuando los medios se ponen de acuerdo en seguir una estrategia unificada, siempre me parece un indicio de que nos quieren vender gato por liebre. La archiconocida técnica de desvío de atención de la opinión pública, para hacer sus chanchullos por detrás. Algo nos están escondiendo. Y esto lo pensé antes de mirar los cientos de documentales que explicaban el motivo de este unificado movimiento de ajedrez de los medios de comunicación.

Dar con esos documentales un mes después fue sencillamente aterrador. Porque algunos confirmaban sospechas que guardaba hace años respecto a lo que en verdad ocurre con el mundo. Sospechas íntimas que jamás manifesté salvo en conversaciones privadas con amigos ultra cercanos.

Cuando me topé con este grupo de gente que estaba manejando información similar a la que yo estaba investigando me sentí feliz, menos sola y menos bicho raro por pensar cosas descabelladas que nadie más parecía reflexionar.

Pero a la hora de pasar a la acción, una de esas cuestiones descabelladas que empecé a tomar como regla para mi vida (no publicar en redes sociales centralizadas y masivas), fue determinante para que me volviera a aislar en mi burbuja de realidad paralela parcial.

Planteé en el grupo que la estrategia de publicar contenido en contra de los amos del mundo en una plataforma de los amos del mundo, bajo sus términos y condiciones era ser funcional al sistema que trataban de esquivar.

Ellos pasaron olímpicamente de mi apreciación, con el visto clavado incluido. Aunque al principio me dolió, no tarde en comprender que mi decisión de abandonar las redes sociales, me daba una visión que nadie que estuviera dentro de ellas podría tener.

Me estaba convirtiendo en el profeta que acaba de abandonar su tierra. Me estaba despertando de la hipnosis colectiva y no podía pretender que alguien lo entendiera. Para que la gente concibiera mi postura, tenía que atravesar el mismo rito de paso que había franqueado: salirse de las redes un buen rato y notar la diferencia.

Y como soy profeta y no evangelizadora, digo lo que veo pero me tiene sin cuidado como la gente interprete mis puntos de vista, ni lo que hagan a partir de ellos. Eso se llama libre albedrío, y una de mis reglas vitales es respetarlo y hacer respetar el mío.

Me alegró saber de la existencia de ese grupo de personas brillantes y despiertas para ver más allá de las apariencias y los comunicados oficiales, pero no tan lúcidas a la hora de crear sus propias reglas y lineamientos independientes del macabro, intrusivo y manipulador algoritmo de Facebook.

En algún punto de esta reflexión me pregunté si no me estaba volviendo como esos fumadores recién convertidos a no fumadores, o esos ateos conversos al protestantismo. Había sido una férrea defensora de la presencia online y de acaparar todas las plataformas importantes con contenido propio para mostrar el arte de una al mundo.

De repente, me vi a mi misma en la polaridad opuesta, atacando lo que ayer proclamaba y me llamé al recato. Ni muy muy, ni tan tan. Te fuiste de las redes. Listo. Fin de la historia. ¿Acaso estás arrepentida? Rotundo ¡NO! Me alegro sobremanera. ¿Entonces?

Entonces, nada. Si no comulgo con una estrategia de denunciar los chanchullos de los amos del mundo con las herramientas de su propiedad y bajo sus reglas, mi línea de acción es más que obvia: retirarme silenciosamente de allí.

Y aún permanezco en el grupo de Telegram de ellos porque comparten noticias, artículos y videos que me parecen interesantes, pero me abstengo de participar con mis observaciones descabelladas y proclamar a los cuatro vientos que están bajo el embrujo de INCORDIO. Este es el término acuñado por el techie Jaron Lanier, autor de un libro que he terminado de leer estos días, titulado Diez razones para borrar tus redes sociales inmediatamente. (2)

El autor dice que INCORDIO es un modelo de negocio de manipulación conductista dirigido hacia la población que echa sus negros tentáculos en los algoritmos de grandes plataformas masivas.

Y bien. ¿Cómo siguen estas memorias? No lo sé muy bien.

Hoy es día patrio en Argentina. Se celebra (¿?) el aniversario de la Revolución de Mayo de 1810.

He sabido de manifestaciones en Córdoba y Buenos Aires. Más conspiranoicos como yo, con más agallas que esta servidora para salir a la calle a reclamar que se le devuelvan sus libertades constitucionales. He visto noticias de los medios oficiales sólo para enterarme de que reclaman. «El virus no existe», ha dicho un ciudadano frente a cámaras. Lejos de opinar sobre su declaración, me pareció que debía dejar constancia de ello en este improvisado diario.

Yo no sé si hay virus o no. Y no soy bioquímica ni médica como para hacer una observación al respecto. Lo único que sé es que todo huele a podrido, y salen a la luz cosas muy turbias, cómo lo de aquella española que denunciaba en un video un documento emitido por la autoridad de una hospital donde exigía a los médicos de dicho nosocomio que contabilizaran todas las muertes como resultado del Covid-19.

El que se muera de diabetes, anótele coronavirus, doc. El que falleció de paro cardiorrespiratorio, también. Y no se me subleve porque le sacamos la matrícula. Así.

Por lo pronto ahora, respirando profundo porque pude volver al sano y creativo ritual de la escritura, que tan bien le hace a mi espíritu, y satisfecha con el resultado de haber podido expresar una infinitésima parte de los que elucubra mi mente afiebrada y conspiranoica, me voy a reanudar otro ritual del que disfruto enormemente: tomar mate.

Mañana o pasado, o cuando sea que sienta el impulso de ponerme nuevamente frente a este escrito, lo retomaré para dejar documentadas mis impresiones y sensaciones respecto a lo que estoy viviendo.



1) Ver blog Diario de una Artesana. Post: El mundo es perfecto.

(2) Lanier, Jaron. 2020. Diez razones para borrar tus redes sociales inmediatamente. Barcelona, España. Editorial Debate.


◼️ Siguiente: Día 72. Lunes 26 de mayo de 2020

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