Día 121. Martes 14 de julio de 2020

Día 121. Martes 14 de julio de 2020


Hoy sí me tomé las cosas con calma. No sé cómo lo hice. Estoy tratando de averiguarlo, porque cuando lo sepa lo podré aplicar a la siguiente vez que empiece a estresarme.

Anoche, antes de sentarme a escribir la entrada del día, utilicé el último papel de lino para armar cigarrillos y entré en pánico: el equivalente a fumar el último del paquete en la época que aún compraba cigarrillos. Tenía dos bolsas de tabaco sin abrir y más de trescientos filtros, pero sin papel solo cabía la opción pipa, y esa sí que no la tengo.

Todos los negocios cierran a las veintiún horas por el toque de queda y eran pasadas las diez. Me resigné a guardar el último cigarrillo armado para hoy.

Eso sí, esta mediodía después de fumarlo, inmediatamente empecé a ponerme la ropa de calle y a peinarme para salir a buscar papel en algún kiosco.

Y ya que me iba a desplazar fuera del hogar, aprovecharía para hacer un par de gestiones en el cajero del banco que se encuentra justo al lado de una comisaría.

Que sorpresa fue encontrarme con la avenida principal cortada por manifestantes pacíficos con carteles que rezaban: Justicia para nuestros policías.

No entendía nada. Solo reparé en lo surrealista que era la escena de ver a todo el mundo protegido con barbijos.

Por un momento recordé como era la vida antes de la cuarentena y sentí nostalgia. Un auténtico pesar por lo que hemos tenido y ahora parece irreparablemente perdido: la cercanía física.

Me sacudí la tristeza y continué con mi cometido de llegar al cajero tomando distancia en la cola.

Al volver a casa, feliz por haber conseguido papel para armar mis cigarrillos, le comenté a mi marido lo de los manifestantes y el me narró la noticia. El jefe de policía presentó su renuncia, y la fuerza se encuentra acéfala en este momento.

No tengo muy claros los motivos porque no tomé contacto directo con la novedad, pero al parecer el origen se remonta a los atropellos en la localidad de Fontana donde personas fueron agredidas a manos de oficiales que finalmente desembocó en detenciones. He hablado de ello en el Diario de Cuarentena anterior. Más o menos por la misma época de la muerte de Floyd a manos de policías estadounidenses.

Al parecer sus colegas locales fueron presos, y luego liberados lo cual desató la ira de algún organismo de derechos humanos (desconozco cuál). La cosa se puso tan fea que el Jefe provincial del cuerpo renunció.

En vano trato de escribir sobre esto porque ni siquiera leí la noticia como para comunicarla verazmente. Lo único que sé a ciencia cierta es que hay tremendo jaleo por ello.

Tampoco le di mayor importancia al asunto porque como ociosa observadora no tengo nada para aportar. Y mientras tenga papel para armar cigarrillos…

Hoy si cesé en mis actividades amarillistas, suspirando por alcanzar algo por lo que ya he suspirado hace tiempo atrás y temiendo por las consecuencias que pueda generar añadir una nueva actividad a esa agenda imposible y falta de realismo que solo una ilusa como yo puede mantener. Quiero aprender lenguajes de programación.

Hace unos años, buscando como personalizar mis blogs descubrí el lenguaje HTML y me maravillé por todos los cambios que me permitía introducir en mis sitios. Y aunque todo lo aprendido fue estrictamente por necesidad, y para usos muy concretos dentro del producto de Google, Blogger, la espina de querer desarrollar mis propias cosas me quedó incrustada para siempre.

Hice un intento de autoeducarme a través de tutoriales pero no pude mantener el entusiasmo durante mucho tiempo. En ese momento protesté acaloradamente preguntándome porque en la escuela no me enseñaron esas cosas que son tan útiles al día de hoy.

Después coqueteé con unas plataformas de interfaz visual que permitían crear apps sin escribir una sola línea de código. Pero no las entendí a ninguna. Me faltaba la base. Además si muero por aprender a escribir yo misma los comandos.

Soy consciente que los desarrolladores sueltan la mamadera y el chupete para prenderse a la computadora, y con mis treinta y seis años ellos me llevan como poco dos décadas de ventaja, aun así, suspiro por saber cómo se hace.

Hace unos días mi marido me comentó que había leído un artículo que contaba la historia de un señor que había desarrollado un software que automatizaba todos los procesos de su trabajo de oficina.

Un día sus compañeros notaron su ausencia y saltó a la luz lo que había ocurrido: el señor ya no iba a trabajar. Apretaba un botón de manera remota desde su casa y su labor se realizaba a través del software. Sus jefes tardaron semanas en descubrir su ausencia porque las actividades se realizaban diariamente. Un genio.

Por automatizaciones como esas suspiro. Por aplicaciones diseñadas a medida late mi corazón. Por programas que resuelvan tareas repetitivas sueño. Por conjugar creatividad, arte, belleza con matemáticas, desarrollo y tecnología me desvelo algunas noches de insomnio.

Ya he fantaseado con una app para celular que ayude a las tejedoras a sacar presupuesto de sus trabajos. De hecho me animé a hacer una calculadora en Excel en la que introducía la cantidad de puntos que tenía un patrón de amigurumis y la cantidad de material a utilizar y me daba el costo del muñeco terminado, las medidas con un margen de error de dos centímetros y el tiempo estimado en producirlo. Sí, soñé con hacerlo app, hasta que unos brasileros lanzaron algo bastante parecido, aunque mi idea era más refinada.

No obstante la app brasilera estaba muy linda y era bastante completa.

Mi rudimentaria calculadora en Excel no ha ido más allá de mi computadora, y al conocer al dedillo todas las dolencias comunes de las tejedoras me siento capaz de desarrollar una app que cubra muchas de sus necesidades. El único problema es que no se programar.

En fin. Me anoto un tanto con los bots de Telegram, que sigo usando asiduamente. Ahora bien, cuando aprenda a crear el propio saltaré de alegría tan alto que me tendrán que bajar con escaleras.

Estuve tan enganchada con este tema que anoche soñé que escribía código.

De hecho, no le dedico mucho tiempo pero estoy aprendiendo C++ simultáneamente con tutoriales de Photoshop. Y este último es obligado porque como fotógrafa es un pecado no saber utilizar una herramienta gráfica tan potente y clásica como esa.

Sé que necesito al menos treinta vidas más para que mis aspiraciones quepan en mis listas de tareas, pero bueno, hago lo que puedo.

La vida del artista en el siglo veintiuno es todo un desafío.



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