Día 110. Viernes 3 de julio de 2020

Día 110. Viernes 3 de julio de 2020


Solo han pasado tres días desde que pusiera fin al diario anterior, y he sentido nuevamente el llamado a escribir.

Es tan fuerte, que no pude sobornar a ese impulso proponiéndole hacer algo interesante como tejer la manta interminable, o mirar una película.

No ha cedido desde que decidiera poner un alto a las cuarenta y cuatro mil palabras anteriormente escritas. Ni siquiera he tenido oportunidad de revisarlas. Apenas si he hecho una lectura rápida tratando de determinar si mantenía la decisión irrevocable de publicarlas, o bien, daba marcha atrás con la posibilidad de difundir su contenido.

He sentido un asomo de vergüenza por las cosas que me atreví a airear en ese escrito. Y he reconocido la sensación como uno de esos peligros que acechan el camino de los artistas, y que tan bien describe Julia Cameron en su magnífico libro.

Mostrar la obra propia se siente como divulgar un secreto familiar” dice ella. Y es precisamente eso lo que he experimentado, pero cómo estoy al corriente de que es normal concebirme así, y no será la primera vez que salto por encima de mis miedos más viscerales, seguiré adelante con su difusión… cuando encuentre las fuerzas para dedicarme a su corrección.

Estos días que han pasado desde la última vez que me encontrara frente a la pantalla no ha pasado nada de vital importancia después de todo.

No supe más nada del actor argentino que querían procesar por acuñar el término Infectadura para referirse al gobierno del país. No he pensado en el destino de los artistas anónimos que hacen arte de las cosas cotidianas. No he hecho nada más que seguir reciclando cartón, y esta vez para fabricar una pista para los autitos de juguete de mi hijo. Una pista con toboganes y un ascensor.

La tarea es desafiante y me obliga a parar a cada rato a evaluar medidas y repensar su estructura. En lo que va de su confección, ya tiene tres pisos y sólidas columnas que lo mantienen erguido. Entremedio, mi hijo se divierte igual jugando con sus partes inconclusas.

Mientras recortaba cartón y pegaba partecitas he escuchado entrevistas de Mindalia Televisión (el nuevo canal, no el censurado hace unos meses por YouTube), y me he quedado en jaque con la mención del pueblo cátaro que fue exterminado por la Iglesia Católica en el siglo trece.

Estaba asombradísima de no haberlos oído nombrar jamás en algún libro o documental, en mi vida. Especialmente porque se dice que ellos guardaban intacta las enseñanzas originales de Jesús, transmitidas a través de su discípula más fervorosa, María, la de Magdala.

Y aunque todas esas teorías de que la Magdalena fue su esposa y demás me resultan un poco chocantes, toda la cuestión ha suscitado en mí un hambre inmenso de acceder a ese conocimiento original perdido en la noche de los tiempos y entre las maquinaciones del clero romano.

Tal es así que me sorprendí de mi propia vehemencia durante el almuerzo, donde un acalorado debate con mi marido acerca de la existencia terrenal de Jesús me hizo decir cosas que ni siquiera yo sabía que pensaba.

Supongamos que existió, le dije. Si es así, es un pecado imperdonable que la Iglesia nos haya negado el acceso a sus verdaderas enseñanzas. No lo puedo tolerar. Me indigna sobremanera que por todos los medios, incluso recurriendo a la matanza y el asesinato, siempre hayan querido oficiar de intermediarios entre Dios y el hombre. Pero no contentos con eso, han hecho todo lo que pudieron para contener nuestra verdadera naturaleza manipulándonos y sometiéndonos como borregos.

Me parece una de las injusticias más grandes cometidas contra la humanidad, porque si Jesús existió, nos dejó un mapa para establecer conexión con lo Divino, y no solo han ocultado o destruido el mapa, también han matado a todos sus mensajeros, como por ejemplo, los cátaros.

Un mapa que podría explicarnos de dónde venimos y porque estamos aquí.

Sin embargo estamos parados en medio de la nada, sin saber la verdad de nuestra existencia. Para empeorar las cosas, en plena pandemia –o plandemia como han llamado algunos a la excusa universal para mantenernos encerrados-.

Obviamente, tanto frenesí verbal puso fin al debate durante el almuerzo y yo me quedé rascándome la cabeza, preguntándome de donde había salido tamaño exabrupto.

Algo adentro mío implora por la Verdad. La Verdad con mayúsculas. Mi ansía se volvió tan enorme que cuando la observo, un nudo me atraviesa la garganta y sobrevienen lágrimas de ignoto origen.

Ya no me alcanza con saber que mi cuerpo envejece con cada segundo que pasa y que algún día perecerá por inservible. No me contenta ya el placer intelectual del conocimiento abstracto, el saber por el placer de aprender.

Tiene que haber algo más.

Mi hambre es de naturaleza espiritual.

Mi estudio e investigación autodidacta sobre religiones comparadas, mi asomo a la teología y mis descubrimientos acerca del mundo de lo esotérico ya no bastan.

Necesito experimentar algo que realmente me llene y me transforme por completo.

Busco algo que ni siquiera sé que es. Pero lo busco incansablemente.

En esa búsqueda, en ese deambular por mi casa sin saber muy bien que hacer aparte de una pista para autos de juguetes escuchando entrevistas de Mindalia, he oído el llamado incontables veces, negándome en cada oportunidad a responder aduciendo que necesitaba un respiro de tanto escrito.

Hasta que me venció. Y aquí estoy, con los dedos entumecidos del frío frente a mi escritorio de MDF sostenido por el secarropas, con tres cigarrillos armados dentro del cartón de Malboro Mentolado, vestigio de los últimos cigarrillos industriales que fumé antes de aprender a enrollarlos yo misma.

Han pasado solo tres días desde la última entrada del diario de una cuarentena anterior y se me antoja una eternidad acaecida en otro tiempo.

En ese tiempo lejano y cercano, buscaba alinearme a la Divinidad a través del ejercicio creativo de escribir mis impresiones de la cuarentena. Intentaba elevar mi vibración alejándome del ruido del mundo.

Ahora busco algo que alimente mi alma hambrienta de Verdad. No sé qué es, pero las pistas indican que solo puedo encontrar eso escarbando dentro de mí y puede que tenga que ver con Jesús o puede que no, ya que no tengo pruebas de su existencia.

Nuevamente no estoy segura de presentarme todos días frente a estas líneas para expresar lo primero que surja a mi mente.

Una vez más diré: que sea que lo que tenga que ser. Con mapa o sin él, un impulso me incita a escribir. Y es tan poderoso que no caben dudas de que forma parte del propósito de mi existencia terrena y finita.

Parece que es lo que vine a hacer.

No puedo ignorar el llamado interior.



◼️ Siguiente: Día 111. Sábado 4 de julio de 2020
◼️ Anterior: Día 107. Martes 30 de junio de 2020

Índice

Report Page