Curiosidades de la historia con El Ministerio del Tiempo

Curiosidades de la historia con El Ministerio del Tiempo


11 TIEMPOS DE CAMBIOS

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TIEMPOS DE CAMBIOS

LAS GUERRILLAS Y DE CÓMO EL EMPECINADO DE GOYA ACABÓ EN TOKIO

Tras las Abdicaciones de Bayona y la caída de España en manos de los franceses en 1808, los levantamientos no se hicieron esperar. Rápidamente llegaron las noticias de una sublevación antifrancesa que se había producido el 2 de mayo en Madrid —concretamente en Móstoles—, y que pronto se extendería al resto del país. La guerra de la Independencia española había comenzado.

Y la guerra no empezó bien para España. Nada bien. Sin embargo, se obró el milagro. Ante el hundimiento del ejército español, y ante lo que parecía un camino sin retorno hacia la derrota, se produjo la aparición de numerosas unidades de combate irregulares que se dedicaban a hacer la guerra por su cuenta; algunas lideradas por jefes procedentes del ejército regular y otras, muchas, lideradas por simples civiles que lucharon casi con lo puesto, por defender lo suyo.

Las guerrillas —que así se llamaban— contaron, además, con varios puntos a favor, como fue el apoyo de la población y, sobre todo, con el conocimiento del terreno en el que actuaban, una enorme ventaja ante un enemigo que, aunque mejor instruido y preparado, en ese sentido estaba perdido.

Se cree que llegó a haber entre treinta y cinco mil y cincuenta mil guerrilleros cuya misión era la de desgastar y estorbar a los franceses. Interceptaban correos del enemigo, mensajes y aquello que pudiese minarles, como convoyes llenos de enseres, vivieres y armamento, y atacaban unidades pequeñas. Su labor fue sumamente importante, ya que lograron desestabilizar al ejército francés obligando a los franceses a utilizar parte de sus tropas para perseguirlas y para reabastecerse. Poco a poco el control francés terminó reduciéndose a las ciudades ya que el campo estaba en manos de las guerrillas.

Hubo varios jefes de estas guerrillas durante la guerra de la Independencia, pero el más famoso de ellos fue posiblemente Juan Martínez Díaz, conocido como el Empecinado. Militar español, héroe de la guerra de la Independencia y retratado por Goya, terminó sus días huido y colgado.

Este vallisoletano nacido en 1775 se encontraba en Fuentecén —localidad burgalesa en la que residía con su esposa de la que era natural— cuando presenció la violación de una joven muchacha a manos de un soldado francés. Se dice que fue en este momento cuando decidió luchar por su cuenta contra las tropas extranjeras.

Organizó una partida de guerrilleros para cubrir la ruta que iba de Burgos a Madrid para pasar a Valladolid posteriormente. Tras perder algunas confrontaciones en campo abierto ideó el sistema de guerrillas.

En 1809 fue nombrado capitán de caballería, y era tan famoso que incluso los franceses nombraron un cargo como «perseguidor en exclusiva del Empecinado». En 1814 fue ascendido a mariscal de campo y se ganó el derecho de firmar oficialmente como el Empecinado. Sin embargo, no todo en su vida fue gloria. Considerado como un símbolo del liberalismo, con la Restauración borbónica y la vuelta al trono de Fernando VII, el Empecinado fue desterrado a Valladolid.

En 1820 se produjo el levantamiento liberal del militar Rafael del Riego, que dio paso al periodo conocido como Trienio Liberal. Y aunque Fernando VII intentó ganarse pasa sí al Empecinado, este decidió luchar por el bando de Riego, y es cuando parece ser que dijo —refiriéndose a la Constitución de Cádiz de 1812 que Fernando no quería poner en vigor—: «Diga usted al rey que si no quería la constitución, que no la hubiera jurado; que el Empecinado la juró y jamás cometerá la infamia de faltar a sus juramentos».

Llegó 1823 y con él el inicio de la Década Ominosa o la Segunda Restauración absolutista (1823-1833). Con la vuelta de Fernando VII, el Empecinado fue desterrado a Portugal.

El 1 de mayo de 1824 se decretó la amnistía y se permitió al Empecinado acogerse a ella, por lo que decidió regresar a España. Pero por el camino fue apresado por orden de Fernando VII y, aunque el liberal Leopoldo O’Donnell lo intentó evitar, el Empecinado acabó ahorcado el 20 de agosto de 1825. Demasiados enemigos le quedaban en el bando absolutista al que, curiosamente, ayudó en su día a volver al trono.

¿Y cómo terminó el Empecinado en Tokio? El grandísimo Francisco de Goya pintó el retrato de El Empecinado, según se cree, en 1809. Los historiadores de arte destacan el rostro del Empecinado, que se gira hacia el espectador con una mirada valiente y decidida que le describe perfectamente.

Con la Restauración de Fernando VII, Goya fue acusado de «haber aceptado empleo de parte del usurpador», ya que trabajó en la corte de José I Bonaparte. Tuvo que comparecer ante la Inquisición por la obscenidad de La maja desnuda, a la que posteriormente tendría que pintar vestida. Fue exculpado de toda acusación, sin embargo, en un gesto de astucia pintó entonces —buscando el favor real— sus famosísimas obras El 2 de mayo de 1808 en Madrid (La carga de los mamelucos) y Los fusilamientos del 3 de mayo, dos conocidos lienzos sobre el levantamiento de los madrileños contra los franceses.

En 2007 el cuadro de El Empecinado se expuso en el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid, tras más de cien años en Tokio, donde lo tenía depositado su propietario en el Museo de Bellas Artes Occidentales.

PEPE BOTELLA

El 5 de mayo de 1808 se producían lo que se conocen como las Abdicaciones de Bayona; el rey de España de aquel momento, Fernando VII, y su padre, Carlos IV —rey hasta marzo de ese mismo año—, abdicaban ambos en la figura de Napoleón I Bonaparte que, a su vez, cedía el gobierno de España a su hermano José I Bonaparte, conocido popularmente como Pepe Botella, en un claro alarde de menosprecio y desprestigio.

Nada más poner un pie en España este mote comenzó a circular como la pólvora y todo el mundo estaba al tanto de la afición del monarca a la bebida. Como en otras ocasiones históricas, las chanzas y la diversión no se hicieron esperar y, de nuevo, qué más español y patrio que dedicarle una coplilla y unas rimas, algunas de las cuales han llegado hasta nuestros días. Y como muestra, un botón: «El amor a la botella de tu norte la estrella. Cada cual tiene su suerte, la tuya es de borracho hasta la muerte. Pepe Botella, baja al despacho. No puedo ahora, que estoy borracho».

El siglo XIX también es famoso por sus grabados e ilustraciones, y la figura del nuevo monarca y su afición a empinar el codo no se libraron de aparecer en estas, en claro tono de burla. En una de estas caricaturas aparecía el rey montado sobre un pepino —un juego de palabras con su nombre, Pepe— y portando una bandeja con bebidas.

Sin embargo, y como suele suceder —también en historia— cotilleos y rumores no son siempre ciertos. Parece ser que José I era prácticamente abstemio y que jamás apareció en público bebido. ¿Por qué este mote entonces? Una de las medidas que se tomaron durante su breve mandato fue la de hacer desaparecer el impuesto sobre los alcoholes y las bebidas espiritosas, además de ampliar los horarios de venta de este tipo de bebidas. Al rumor de que lo hacía «para beber más barato» porque era un borracho, no tardaron en aparecer.

Lo que sí parece cierto es que José I fue un monarca con una larga lista de amantes. Una de las primeras conocidas fue María del Pilar Acedo y Sarriá, condesa del Vado y de Echauz y esposa de Ortuño Aguirre del Corra, marqués de Montehermoso, un noble afrancesado. No se sabe si por gracia o por disculpa, José I le nombró grande de España, gentilhombre de cámara, le otorgó la Real Orden de España y le compró el palacio de Montehermoso. Sin embargo, parece ser que amor de verdad no era, ya que cuando José I tuvo que huir de España, perdido el título y el trono de rey, María del Pilar le abandonó.

Más amantes conocidas fueron la condesa de Jaruco, María Teresa Montalvo y O’Farril, casada con uno de los hombres más ricos de Cuba, arruinado durante el reinado de Carlos IV y cuyo romance le costó la friolera de cinco millones de reales. Como esta murió muy joven, José I puso su interés en su hija, casada con uno de sus capitanes generales, al que se preocupó de mantener ocupado en misiones bien lejos de su esposa. Este devaneo amoroso le valió otra coplilla —la verdad es que por entonces ingenio no nos faltaba—: «La señora condesa tiene un tintero donde moja la pluma José primero».

Además de Pepe Botella, a José I Bonaparte se le llamó también Pepe Plazuelas. Este sobrenombre se lo ganó porque hizo nuevas plazas en Madrid, la mayoría de ellas derribando iglesias y conventos. La más conocida es la plaza de Oriente, frente al palacio real.

MARÍA CRISTINA ME QUIERE GOBERNAR…
Y GOBERNÓ

Cuando en 1833 Fernando VII murió, la futura Isabel II aún no había cumplido los tres años, y fue su madre, María Cristina de Borbón Dos Sicilias, la que asumió las riendas del gobierno entre 1833 y 1840. Su regencia no fue fácil, y estuvo marcada por problemas y disputas. Sin embargo, no era mujer que se dejase dominar fácilmente, y ello nos lo recuerda aún hoy una canción que muchos conocemos y que tiene este estribillo: «María Cristina me quiere gobernar, y yo le sigo, le sigo la corriente porque no quiero que diga la gente que María Cristina me quiere gobernar».

¿Pero por qué la madre de Isabel II tiene una canción? Sabemos que María Cristina se casó con el sargento de su guardia de corps, Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, el mismo año en el que se quedó viuda y del que se especulaba que ya era su amante en tiempos de Fernando VII. Esta relación no fue bien vista por la sociedad de la época, y se cree que fue por entonces cuando nació esta canción popular. No se sabe a ciencia cierta si se cantaba para reírse de Agustín Fernando Muñoz, si la cantaban los carlistas para burlarse de la reina o los liberales para meterse con los carlistas. Lo que sí se sabe es que fueron los exiliados españoles en Cuba los que la hicieron popular y fue grabada con unas estrofas nuevas por el cantautor cubano Ñico Saquito —Benito Antonio Fernández Ortiz— en los años treinta del siglo XX, convirtiéndose en una de las coplas más conocidas de la música cubana. En España se volvió a escuchar ya en la década de los cincuenta.

Los rumores de su supuesto amante, del que además quedó embarazada, propiciaron que en las calles se dijese que la regente era una dama casada en secreto y embarazada en público, y que los carlistas popularizaron en la siguiente coplilla: «Clamaban los liberales que la reina no paría. ¡Y ha parido más muñones que liberales había!».

En 1840 estalló una revolución que retiró a los moderados del poder dando paso a los progresistas dirigidos por el general Espartero, que asumía la regencia. Otros dicen que estos escándalos con su nuevo marido y amante produjeron el exilio de María Cristina y la puesta en el poder de Espartero. Sea como fuere, por lo que este llegó a la regencia, su etapa fue breve, tres años llenos de pronunciamientos y conflictos con los moderados hasta que en 1843 cayó.

María Cristina abandonó España en 1840 y se trasladó a Roma y luego a París, desde donde luchó contra el gobierno esparterista hasta su derrocamiento en 1843. En febrero de 1844, con Isabel II ya declarada mayor de edad y reinando, volvió a Madrid y se instaló en el palacio de las Rejas, desde donde intentó controlar la política de su hija.

«¡NO, CON PAQUITA, NO!».
EL FRACASO MATRIMONIAL Y LA NINFOMANÍA
DE ISABEL II

Con tan solo trece años, Isabel II era proclamada mayor de edad y se convertía en reina, sin apenas educación ni preparación para desempeñar el cargo que se le presentaba y de la que el conde de Romanones escribía lo siguiente:

A los diez años Isabel resultaba atrasada, apenas si sabía leer con rapidez, la forma de su letra era la propia de las mujeres del pueblo, de la aritmética apenas solo sabía sumar siempre que los sumandos fueran sencillos, su ortografía pésima. Odiaba la lectura, sus únicos entretenimientos eran los juguetes y los perritos.

Tras muchas disputas y varios candidatos, Isabel era casada —en otro de esos tantísimos matrimonios de conveniencia y de alianzas políticas y matrimoniales pactado por el gobierno— con el infante Francisco de Asís de Borbón, duque de Cádiz, un hombre de poco carácter, débil y ajeno a los juegos políticos, que no interferiría demasiado y sería fácil de manejar. Una vez más, se llevaba a cabo una política endogámica, ya que los novios eran primos por partida doble.

Pero este enlace, lejos de satisfacer a todo el mundo, no gustó en absoluto a la persona más interesada en él: a la propia Isabel. Se dice que esta, al enterarse de con quién iba a ser casada, exclamó:

—¡No, con Paquita, no!

Paquita era el apodo con el que se conocía en la corte a Francisco y del que se aseguraba que era homosexual. En otro alarde de lengua muy larga, se dice que Isabel II, tras la noche de bodas, dijo a un tal León y Castillo:

—¿Qué se puede esperar de un hombre que en la noche de bodas llevaba más encajes [bordados] en la camisa que yo?

El pueblo, eco de la noticia, no tardó en hacer chascarrillos y coplillas: «Paco Natillas es de pasta flora y se mea en cuclillas como una señora».

Homosexual o no, Francisco parece ser que cumplió con sus deberes conyugales, ya que Isabel tuvo doce partos y varios abortos. Se ha llegado a especular incluso con una supuesta patología ninfomaníaca por parte de la reina.

De este matrimonio nació Alfonso de Borbón, futuro Alfonso XII, que reinó entre 1857 y 1885.

El matrimonio comenzó mal y terminó mal. Llevaron una vida marital separada; por una parte, Francisco se hizo inseparable de su amigo Ramón Meneses; por otra, Isabel II parece ser que asistía a una fiesta tras otra, trasnochando hasta altas horas de la madrugada. Y aquí debieron llegar los amantes. El primero conocido fue el general Serrano o el «general bonito» como ella lo llamaba. Tal fue la insistencia y la persecución a la que se vio sometido por parte de la reina, que decidieron trasladarle fuera de Madrid. Otros amantes conocidos fueron el cantante José Mirall, el compositor Emiliano Arrieta, el coronel Gándara, el marqués de Bedma y el general O’Donnell. Parece que con algunos incluso llegó a tener descendencia; se dice que su hija Isabel —conocida como la Araneja o la Chata— era hija del capitán Arana, y que el padre de Alfonso XII, en realidad, fue el ingeniero Enrique Puig Moltó.

El rey no puso inconveniente a las relaciones extramaritales o a los hijos tenidos con otros pues le daba libertad a él mismo de hacer lo que le viniese en gana sin reproches y porque por cada infante que presentara en la corte recibía un millón de reales.

Finalmente, Isabel y Francisco pudieron hacer vida por separado —que no separarse, porque por aquel entonces no estaba permitido, y menos a los reyes—. Cuando se produjo el levantamiento de 1868 ambos monarcas se exiliaron y cada uno tomó su propio camino; Isabel en París y Francisco en Epinay.

ÉRASE UNA VEZ UNA REINA POR UN CORSÉ SALVADA

Se podría decir que en intentos de asesinato de gobernantes españoles es un tema en el que en este país vamos sobrados. Algunos de los que se llevaron a cabo con éxito fueron los del general Juan Prim en 1870, Cánovas del Castillo en 1897, José Canalejas en 1912, Eduardo Dato en 1921 y Carrero Blanco en 1973. Además, lo intentaran con otros, como Antonio Maura.

El 12 de febrero de 1852, cuando Isabel II tenía veintidós años, se produjo un intento de regicidio. En el interior del palacio real, Isabel se preparaba para ir a una misa de parida. El cura Martín Merino Gómez consiguió burlar a los guardias de palacio debido a sus hábitos religiosos y se encontró con la reina en la galería del palacio a la una y cuarto del mediodía. Sacó un estilete de hoja estrecha y calada e intentó apuñalar a Isabel II, provocándola una herida de quince centímetros de anchura cerca del brazo.

Se podría decir que la reina pudo salvar su vida gracias al corsé que llevaba puesto, pues la herida fue en parte amortiguada por las ballenas del mismo.

El cura fue detenido inmediatamente por la guardia real sin oponer resistencia. Confesó que lo que realmente quería era asesinar al presidente del gobierno, Narváez, a María Cristina o a Isabel II, sin demasiada preferencia por uno o por otro. Aunque posteriormente intentó autoacusarse de demencia, el recurso no fue aceptado en el juicio y se le condenó a muerte: el 7 de febrero salió de la cárcel del Saladero a lomos de un burro, maniatado y vestido con ropajes y birrete amarillos. Tras darle garrote, su cuerpo fue quemado y las cenizas depositadas en una fosa común.

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