Curiosidades de la historia con El Ministerio del Tiempo

Curiosidades de la historia con El Ministerio del Tiempo


12 SOBRE ESPIRITISMO Y OUIJAS, LITERATURA Y CIENCIA

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SOBRE ESPIRITISMO Y OUIJAS,
LITERATURA Y CIENCIA

El Diccionario de la Real Academia Española define el ocultismo como el conjunto de conocimientos y prácticas relacionados con la magia, la alquimia, la astrología y materias semejantes. Tiene su origen en la Antigüedad y tuvo varios periodos de auge a lo largo de todo el mundo, desde el Renacimiento hasta los siglos XIX y XX. Se trató como a una disciplina filosófica y espiritual que pretendía desarrollar los poderes ocultos del ser humano y el entendimiento de la vida universal y de los secretos de la naturaleza.

El espiritismo consiste en la consulta directa a los espíritus, aunque a España llegó más como un movimiento social y filosófico que como uno movimiento religioso o espiritual. Cuando hablamos de espiritismo pensamos en el aparentemente inofensivo juego de la ouija, ese tablero con letras, números y vocablos como «sí» y «no», utilizado para comunicarse con los espíritus. Su origen es desconocido, aunque el modelo fue patentado por primera vez en Baltimore en 1890 por Elijah J. Bond, William Fuld y Charles W. Kennard. Originalmente era una mesa y el mensaje de los espíritus se daba en la misma a base de golpes; posteriormente los tableros parlantes se independizarían de la mesa, dando lugar a la ouija como la conocemos hoy en día.

Este juego alcanzó más fama a partir de los años sesenta del siglo XX, cuando la casa Parker Brothers comenzó a comercializarla masivamente. Llegaron a hacerla de color rosa, especial para las niñas. En España hizo lo propio una conocidísima casa de juguetes, que terminó siendo denunciada en 1900 por un grupo de psicólogos. Hoy en día, por suerte o por desgracia para los amantes del misterio, ya no se comercializa.

En el siglo XIX estos artilugios tuvieron mucho eco en España y los experimentos se propagaron por las casas, los cafés, los ateneos e incluso por la mismísima casa real. La propia Isabel II no pudo resistirse a experimentar estas nuevas sensaciones.

En 1855 se instauraba la Sociedad Espiritista de Cádiz, y unos años más tarde, en 1861, se fundaba en Sevilla otra sociedad dirigida, nada más y nada menos, que por el general Primo de Rivera. A la capital también llegó, por aquellos años, el furor del espiritismo. Empezaron a proliferar no solo asociaciones, sino también libros, periódicos y revistas especializadas. En 1888 se celebró el primer Congreso Internacional Espiritista en Barcelona, y en 1892 en Madrid, donde uno de los temas principales fue la figura de Cristóbal Colón.

En 1860 apareció la primera revista dedicada al espiritismo —El espiritismo de Sevilla— fundada por Francisco Martín Boneval y también la obra El libro de los médiums, de Alverico Perón, que levantó ampollas en la Iglesia. El obispo de Barcelona la hizo quemar junto con otros cientos de revistas y libros sobre el tema en un auto de fe en la explanada de la Ciudadela. Los seguidores de estas disciplinas acudieron al acto y no solo se dedicaron a gritar improperios, sino que recogieron hasta cenizas. El obispo de Barcelona, además de quemar libros, hizo el agosto con ellos. Allan Kardec, desde Francia, envió un cargamento de libros para reponer los quemados, pero al llegar a la frontera española se solicitaron los derechos y pagos de aduanas. El obispo las confiscó y encima se quedó con el dinero y con los libros.

UN PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA Y UNA MÉDIUM

Francisco Pi i Margall fue un político, historiador y escritor español del siglo XIX que ha pasado a la historia por ser uno de los presidentes de la Primera República. Pese a destacar por sus numerosas obras y artículos en periódicos y en el mundo político —por razones obvias—, vamos a hablar de él aquí por otros menesteres. Como político e historiador que era, se consideraba una persona muy racionalista y eso le hizo chocar con una familia amiga, los Asensi, que eran espiritistas consumados, tanto, que hasta la hija se había vuelto médium. Pi i Margall se burlaba de ellos y de sus creencias, pero parece que no le bastaba y decidió ir un poco más allá. Les propuso organizar una sesión de espiritismo con su hija, en la que esta le anunció al político que un familiar suyo que estaba muy enfermo iba a morir. Parece ser que al cabo de un rato Pi i Margall recibió un telegrama que le anunciaba el fallecimiento de un ser querido.

También se cuenta que ciertos asuntos que habían quedado sin resolver a la muerte de Pi i Margall necesitaban de un papel que había dejado este escrito, pero que no aparecía por ninguna parte. ¿Dónde lo habría metido? Su hijo —que no debía ser tan escéptico como el padre— llamó a la médium hija de sus amigos y le pidió que le ayudase a buscar dicho papelito. Ella lo encontró dentro de un libro alemán. ¿Casualidad, suerte o es que Margall le había hablado desde el otro mundo?

LA PARADOJA DEL MAGO ESCÉPTICO

Cuando se habla de ocultismo y espiritismo es casi imperativo mencionar a Harry Houdini, el escapista e ilusionista húngaro que se ganó la vida gracias a sus habilidades, que consistían en escapar rápidamente de cualquier atadura. Amarrar de pies y manos con cadenas y cuerdas a Houdini, meterle en una caja o en un saco, y que a los cinco minutos ya hubiera escapado, causaba furor entre los espectadores.

¿Dónde está su relación con el espiritismo? Pues en su enorme reticencia a estos menesteres. Parece ser que su turbulenta relación con el más allá comenzó cuando intentó desesperadamente contactar con su madre —fallecida unos años atrás—. Sin embargo, la experiencia no le gustó, ya que el mensaje que le trasmitió la médium —en perfecto inglés— no podía ser de su madre, puesto que la señora solo hablaba una mezcla de alemán, húngaro y yidish. Su enfado fue de tal magnitud que a partir de entonces comenzó a asistir a sesiones de espiritismo para desenmascarar a los estafadores y su obsesión llegó tan lejos que junto a su esposa Bess ideó un código de diez palabras extraídas de una carta de Conan Doyle —con quien mantuvo gran amistad— para que, en el caso de contactar en algún momento con los muertos, pudieran saber que se trataba de un contacto real y no de una estafa.

SHERLOCK HOLMES Y EL MISTERIO DE LAS HADAS

Sir Arthur Conan Doyle —el creador de Sherlock Holmes— fue gran seguidor y defensor del mundo paranormal, al contrario, por lo que hemos visto, de su buen amigo Houdini. El mismo día que se publicó su primera novela de Sherlock Holmes, Estudio en Escarlata, también lo hizo un artículo suyo en un periódico defendiendo la existencia de los espíritus y la necesidad del espiritismo. Comenzaba así un interés infatigable sobre el mundo paranormal que influyó en su obra, como puede verse en la famosa frase de Sherlock Holmes: «Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad».

El autor pertenecía a la Sociedad de Investigación Psíquica, donde se codeaba con otros científicos y pensadores que apoyaban la existencia del espiritismo. Lo que le llevó definitivamente a creer y ahondar en la doctrina espiritista fue la muerte de su hijo durante la Primera Guerra Mundial. Llegó incluso a realizar sesiones con William Hope, fundador del grupo espiritista Crewe Circle y en las que se dice que contactó con su hijo. A pesar de que la Sociedad de Investigación Psíquica acusara al espiritista de fraude, el propio Doyle lo defendió, aunque terminó abandonando dicha sociedad.

No obstante, se convirtió así en un abanderado del espiritismo y se oponía fervientemente a todo aquel que dijera o intentara demostrar que el espiritismo era un fraude. El caso más sonado fue su presentación sobre la existencia de las hadas de Cottingley.

En 1917 llegaron a sus manos una serie de fotografías de unas adolescentes que pretendían engañarle con lo que parecían unas hadas aparecidas en el bosque. Las chicas, en realidad, habían recortado imágenes de hadas de unos libros de cuentos y las habían pegado en las fotografías. El afamado escritor escribió varios libros y artículos y convocó una rueda de prensa para mostrar las fotografías y probar con ello la existencia de un mundo oculto, misterioso y mágico. A raíz de este caso se creó una editorial llamada The Psychic Press y una librería dedicada exclusivamente al ocultismo que acogía reuniones y tertulias con expertos sobre el tema.

Tras la muerte de su primera mujer, Doyle se casó con Jean Leckie, una afamada médium que dirigió la sesión espiritista que pidió el gran escapista Houdini, que vio el fraude y comenzó así una gran enemistad entre ambos.

Tras la muerte de Houdini, su esposa Bess propuso un juego a los médiums para terminar con la cuestión de si el espiritismo era cierto o no. Estos debían descifrar un código cifrado y solo lo harían si contactaban con el difunto. Y aquí vuelve a entrar en escena Doyle, que asesoró y presentó diversos médiums a la viuda. Tras varios intentos fracasados, uno de los múltiples médiums, un tal Arthur Ford, consiguió descifrarlo y así la viuda comenzó a celebrar cada año sesiones de espiritismo para hablar con su esposo. ¿Gano Houdini o ganó Doyle? Difícil dar la respuesta.

UN EXCÉNTRICO GRUÑÓN

Don Ramón José Simón Valle Peña, más conocido por todos como Ramón del Valle-Inclán o Ramón María del Valle-Inclán, fue un autor atípico de carácter fuerte, alma insatisfecha y hosco comportamiento que vivió a contracorriente por el puro placer de tocar las narices al mundo porque, según decía él mismo, vivíamos entonces en una España de mentes adormiladas que debían ser sacudidas.

Fue un tertuliano fiel en los cafés bohemios de la época y se le engloba dentro de la Generación del 98, aunque tan solo en sus últimas obras se encontró próximo a este grupo literario. Formó parte del modernismo y se le atribuye el descubrimiento del esperpento, género literario que se caracteriza porque los personajes y la realidad se representan de manera grotesca con el fin de caricaturizarla. Hasta aquí la clase de literatura.

La vida de este novelista, poeta, periodista y dramaturgo fue una extensa sucesión de anécdotas —las más de las veces debidas a su mal carácter de gruñón empedernido— y viajes entre Galicia y Madrid.

Nació en Vilanova de Arousa, Pontevedra, el 28 de octubre de 1866, y desde pequeño se crio escuchando leyendas y cuentos tradicionales de la mágica Galicia sobre trasgos, brujas y endemoniados que le contaba su vieja criada. Además, su padre, aficionado a las excavaciones arqueológicas en necrópolis y castros, encontró un cráneo humano que decidió conservar en casa para contribuir a la historia y cultura locales. Sin embargo, el joven Valle-Inclán de entonces siete u ocho años, decidió que era mejor emplearlo como juguete y aquella pobre cabeza humana terminó reducida a minúsculos añicos en un abrir y cerrar de ojos.

Los estudios no eran lo suyo y tampoco se molestó en que lo fueran. Ingresó en el Instituto de Segunda Enseñanza con nueve años y estudió el bachillerato sin ganas ni interés alguno. Fue su padre quien más tarde decidió que estudiase Leyes en la Universidad de Santiago de Compostela. En clase suspendía o aprobaba por los pelos pero, a pesar de su holgazanería, se convirtió en uno de los estudiantes más populares debido a sus salidas de tono, sus ingeniosas respuestas y gracias acentuadas con un ceceo al hablar que dejaron ojipláticos al resto de compañeros.

Aprovechó la muerte de su padre para abandonar al fin los estudios y en 1890, con veinticuatro años, puso rumbo a una nueva vida en Madrid.

En la capital decidió escribir y vivir del periodismo a pesar de no entusiasmarle demasiado la profesión —siempre quiso llevar por bandera un individualismo en su creación que le ahorrase corresponder a obligaciones o imposiciones sociales—.

A pesar de apoyar a los carlistas, terminó publicando en el periódico El Globo, de ideología republicana, ya que la herencia de su padre no le daba para vivir.

Conoció entonces la vida bohemia de los cafés de la Puerta del Sol, lugares de tertulia donde empezó a darse a conocer por sus tajantes opiniones donde no permitía a nadie que le tosiera. Ante la falta de dinero, puso rumbo a México, y en plena travesía conoció al dueño del periódico El Veracruzano Independiente a quien cayó tan bien que le prometió un puesto de trabajo. Poco tiempo después de su llegada le ofrecieron un puesto en el diario de la capital del país, El Universal, donde comenzó traduciendo algunos textos franceses e italianos al español a pesar de no tener ni pajolera idea de ambos idiomas.

Su estancia en Latinoamérica tampoco escapó a su cólera. Nada más llegar estuvo a punto de participar en un amago de duelo con el redactor de El Tiempo, rotativo en el que se había escrito un artículo hablando mal de todos los españoles que llegaban a residir en México. Valle-Inclán se sintió aludido y tan ofendido que se presentó hecho un basilisco en las oficinas junto a dos padrinos para encararse con el culpable de tan infame publicación.

De vuelta a Pontevedra su aspecto comenzó a cambiar hacia lo estrafalario: se dejó crecer la barba y el pelo se lo cortaba de higos a brevas siguiendo una moda mezcla entre dandi y bohemio con un toque extraño, ya que don Ramón usaba capa o poncho mexicano. De hecho, su aspecto le convirtió en el blanco de las burlas de sus vecinos quienes enviaban a su domicilio a inocentes peluqueros ajenos al cachondeo para reírse del escritor. Una mañana, cansado de tanta tontería, despidió de una patada al peluquero al grito de:

—¡Yo me cortaré el pelo cuando a vosotros os sierren los cuernos!

En su tierra conoció y entabló amistad con Jesús Murais, marido de Rosalía de Castro, y entre sus amigos podían contarse también a Manuel Bueno, Jacinto Benavente, Pío Baroja, Rubén Darío o Azorín.

En 1897 regresó a Madrid, donde volvió a vivir días de extrema penuria. Y si bien tuvo amigos, su agresividad verbal y su empeño en fustigar le granjearon también enemigos. Uno de ellos fue Unamuno, cuyas ideas estéticas fueron opuestas a las de nuestro protagonista. Parece ser que ya antes de conocer a don Miguel le tenía tan poco aprecio que se dedicó a ir por todas las tertulias para poner de vuelta y media al autor.

Contaba Baroja que un día caminaba con Unamuno por la calle donde se asienta el Congreso de los Diputados y vieron a Valle-Inclán aparecer en sentido contrario. Al encontrarse se pararon y Baroja presentó el uno al otro antes de disponerse los tres a pasear juntos. No llegaron a andar más de cien metros antes de que ambos se enzarzaran con tal violencia que acabaron insultándose, pegándose gritos y separándose, dejando a Baroja solo en mitad de la calle y preguntándose qué había ocurrido.

Pero de entre todas las peleas en las que fue protagonista, una en especial le marcó de por vida. Ocurrió en el café de la Montaña conversando sobre el valor personal de los españoles. En plena discusión, Manuel Bueno y Valle-Inclán irrumpieron en insultos para terminar atacándose físicamente. El primero le dio al segundo un bastonazo que provocó que uno de los gemelos de la camisa se le clavara a Valle-Inclán en la muñeca. Días después la herida gangrenó y no hubo más remedio que amputarle el brazo izquierdo.

Ante la catástrofe, sus amigos decidieron ayudar para conseguirle un brazo ortopédico y organizaron la representación de la versión teatral de su obra Cenizas. Valle-Inclán nunca llegó a usar el brazo, pero al menos la función fue un éxito de asistencia de público. Entre el reparto que realizó la función, se encontraba la joven actriz Josefina Blanco, que acabaría siendo su esposa tiempo después.

No acabó aquí su desgracia. Madrid siguió siendo un lugar duro en el que vivir como bohemio. Representó y publicó sus obras, pero solo obtuvo fracaso como pago. Desesperado, no se le ocurrió mejor idea que hacerse minero en Almadén y para llegar a su destino, decidió viajar a caballo una noche lluviosa y relampagueante. El animal debió asustarse y en un intento por no caer al suelo, Valle-Inclán se disparó en el pie con una pistola que llevaba encima. Tres meses duró su convalecencia en Madrid; de ser minero no quiso volver a acordarse.

Mientras se recuperaba se puso de nuevo a escribir y creó Sonata de otoño, que adoptó más tarde al teatro.

Con el tiempo pasó del tradicionalismo carlista a declararse a favor de los liberales, lo que le valió un viaje como observador a la Primera Guerra Mundial para que escribiese e informase de todo lo que veía en los campos de batalla franceses. Ello le permitió conocer París, visitar sus calles, acudir a sus cafés, pasear por el Montmartre, Montparnasse y relacionarse con los literatos y las ideas parisinas. Al llegar a España ya era un antimonárquico acérrimo.

En 1924, Luces de Bohemia supuso una revolución teatral y el comienzo del esperpento. Este éxito le permitió volver a México por segunda vez, aunque de una forma completamente diferente a como había sido su primer viaje de juventud: le acogieron con los brazos abiertos y le invitan a dar charlas, conferencias y congresos como ilustre invitado de honor.

Sin embargo, ni el éxito ni los problemas económicos que volvió a sufrir sirvieron para aplacar su guerreante ánimo. A la llegada al poder de Primo de Rivera, Valle-Inclán se declaró enemigo del dictador y una de sus obras, La hija del capitán, fue secuestrada por explosiva e injuriosa contra el gobierno. En una ocasión empezó a despotricar en plana calle contra la figura del dictador y los agentes que llegaron a ocuparse del escándalo le rogaron que dejase de vociferar. Don Ramón, que no se achantaba fácilmente, se encaró con ellos:

—¡Ustedes, señores míos, tienen una obligación que cumplir! ¡Deténganme! ¡Yo tengo un inalienable derecho a ir a la cárcel!

Sin duda, aquello favoreció su fama como tremendo enemigo de la dictadura, que es lo que buscaba.

Cuando la dictadura estaba dando sus últimos coletazos, otro sonado escándalo tuvo lugar en la plaza de Callao por el que fue condenado a una multa de cincuenta y dos pesetas que se negó a pagar. La policía tuvo que presentarse en su casa para llevarlo a comisaría y el escritor no dejó pasar la oportunidad de volverles locos. Sin molestarse a salir de su cama, les gritó desde ella que volviesen más tarde porque aquellas no eran horas para molestar a nadie. Los agentes volvieron a insistir y él, más por incordiar que por defender sus derechos, les dijo que si querían entrar en su casa iban a necesitar una orden judicial. Los agentes volvieron una hora más tarde con el dichoso documento que don Ramón aceptó no sin antes ponerles una condición:

—Está bien, pero yo no me visto. Vístanme ustedes…

Los policías, impacientes, comenzaron a ponerle los calcetines mientras él seguía acostado. Valle-Inclán debió resultarles una auténtica pesadilla, puesto que antes de salir de la vivienda cogió un paquete que se guardó bajo el brazo. Cuando los policías le preguntaron por ello, dijo como si tal cosa que se llevaba libros y papel porque pensaba escribir el Quijote en la cárcel. Al irreductible autor aún le quedaba energía cuando llegó a comisaría y le formularon las preguntas de rigor:

—¿Profesión?

—Escritor.

—¿Sabe leer y escribir?

—No.

—¡Cómo! ¡Me extraña esa respuesta!

—¿Sí? Pues más me extraña a mí la pregunta.

Valle-Inclán se ganó por fin quince días de arresto.

Mucha de la enemistad que declaró contra el rey se debió a la negativa que le dieron cuando Valle-Inclán pidió al Ministerio de Gracia y Justicia que rehabilitaran los títulos del marquesado de Valle, vizcondado de Vieixin y del señorío del Caramiñal. Al parecer, los padres del escritor eran de ascendencia hidalga, poseedores de casas solariegas y viejos fueros que habían ido a menos. Su fallido encumbramiento a la nobleza le convirtió en un furibundo antimonárquico.

Pero en 1928 volvieron a cambiar sus afinidades políticas. Consiguió en este año el contrato editorial más importante de su vida con la Compañía Iberoamericana de Publicaciones, la cual le ofreció la buena cantidad de cuarenta y dos mil pesetas anuales por su trabajo. La cura de su malestar económico le permitió, además, darse una vida en la que no le faltó de nada, aristocratizando su aspecto esperpéntico y consiguiendo, milagrosamente, que la ferocidad y los insultos contra el poder ya no fueran como antes.

El resultado de esto fue el que ya suponemos. Espoleado por su nuevo fracaso económico, comenzó de nuevo a vociferar contra los últimos días de reinado de Alfonso XIII —Primo de Rivera moría en París en 1931— y contra todo aquel que estuviese en el poder.

Con la implantación de la Segunda República, mostró su apoyo a ultranza mientras le convino. Al ver que no le tocaba nada en el reparto de cargos del nuevo gobierno, quiso demostrar su antipatía por ellos. Sin embargo, como es habitual en estos casos y sobre todo en él, su nombramiento como Conservador General del Patrimonio Artístico Nacional le reconcilió con el panorama político poco después de su rabieta inicial. Cargo por cierto, que le duró cuatro meses. Nada satisfacía plenamente a don Ramón.

En 1932 comenzó su declive. Valle-Inclán venía padeciendo desde tiempo atrás problemas de estómago que le hacían vomitar sangre y que se agravaron con dolores de vejiga. En las Navidades de ese mismo año se separó judicialmente de su esposa, con quien venía manteniendo una convivencia complicada. Descorazonado y triste, su salud se resintió, y, aunque ya había sido anteriormente operado de un tumor en la vejiga, la recaída le hizo pasar una vez más por quirófano.

Los médicos entonces no le dieron muchas esperanzas. A pesar de ello, a su salida del sanatorio, tuvo aún tiempo de ser nombrado director de la Academia de Bellas Artes en Roma, donde tuvo fuerzas suficientes para sentirse atraído por los procedimientos fascistas de Mussolini. Los dolores diarios y la nostalgia por su patria le hicieron volver al final de su vida.

En la primavera de 1935 ingresó en una clínica para recibir tratamiento y él mismo predijo que no moriría hasta el 6 de enero. Casi acertó. Murió un día antes de lo que vaticinó de 1936.

DEL ESPERPENTO AL MÁS ALLÁ

Don Ramón, como muchos otros de su tiempo, se interesó por el ocultismo. Junto a Rubén Darío o Leopoldo Lugones, pertenecieron a la corriente europea de finales del XIX que se regía por el espiritismo —la parapsicología— y el misterio. Lo paranormal entonces se trataba desde una perspectiva científica con estudios serios, poniéndose de moda a uno y otro lado del charco.

Aquellos cuentos que le contaba de niño su criada de la Galicia celta y misteriosa, encendieron la imaginación del niño, que no dejó jamás de devorar toda lectura que caía en sus manos, de este y de otros tantos temas. Por ello, se introdujo pronto en los círculos esotéricos que existían por toda Galicia y participó de todas las experiencias místicas que pudo: clarividencia, viajes astrales, éxtasis, médiums…

Consumió hachís e hizo ayuno prolongado para poder conseguir las ansiadas visiones del futuro, al más puro estilo de santa Teresa de Jesús. Y quizá por ello, o por su clara intuición, llegó a predecir, casi con exactitud, la fecha de su muerte.

Al llegar a Madrid pudo dar rienda suelta a sus inquietudes esotéricas. Conoció a Joaquín Argamasilla, un joven noble español que prometía tener el don de la visión de rayos X, y a quien invitaron, en la década de los veinte, a demostrar sus poderes en Nueva York, delante del famoso Houdini, quien pretendía desenmascararle.

El esoterismo influyó también en su obra, donde encontramos referencias a las supersticiones, la muerte, las visiones oníricas y otros fenómenos paranormales. Muestra de ello es La lámpara maravillosa, de 1916, que dedicó a Argamasilla. Valle-Inclán dio, además, conferencias sobre la historia de los fenómenos del ocultismo, apariciones, levitación y proyección astral en importantes círculos.

RAMÓN Y CAJAL, UN ESCÉPTICO ENTRE ESPIRITISTAS

Ramón y Cajal, premio Nobel de Ciencias en 1906 por sus estudios sobre las neuronas, fue uno de los pocos que se mostró escéptico durante la moda del espiritismo, y en su libro Charlas de Café escribió con sátira y humor:

Yo confieso, un poco avergonzado, mi irreductible escepticismo. Y me fundo, aparte ciertas razones serias —comprobación de las supercherías de los médiums e imposibilidad de demostrar la identidad de los aparecidos—, en los siguientes frívolos motivos: en ninguna de las invocaciones de ultratumba publicadas en libros y revistas espiritistas he encontrado una suegra duende turbando la felicidad de su yerno, ni un espectro de poeta chirle infernando, con bromas pesadas, la vida de sus críticos.

El neurocientífico, al igual que Houdini, se dedicó a buscar los fraudes o trucos que usaban los médiums en sus sesiones. De las reuniones a las que asistió no le sorprendieron ni el humo, ni las luces ni ningún efecto sonoro; sin embargo, lo que sí le llamó la atención fue «la increíble ingenuidad de los asistentes».

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