Curiosidades de la historia con El Ministerio del Tiempo

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16 UNA GUERRA MUNDIAL Y UNA CIVIL

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UNA GUERRA MUNDIAL Y UNA CIVIL

CUANDO HITLER Y FRANCO SE CONOCIERON
Y NO SE CAYERON DEMASIADO BIEN

El 1 de septiembre del año 1939 estallaba la Segunda Guerra Mundial, un conflicto que duraría hasta el 2 de septiembre de 1945 y que enfrentaba a dos bandos oponentes; los ejércitos Aliados —compuestos por Francia, Polonia, Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte más la Commonwealth, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Luxemburgo, Países Bajos, Reino de Grecia, Reino de Yugoslavia y la URSS— y los ejércitos de las Potencias del Eje —Alemania, el Reino de Italia y el Imperio de Japón—. Desde el inicio de la guerra Alemania presionó a España para que se posicionase del lado de las Potencias del Eje, por afinidades ideológicas y bajo el lema de que el verdadero enemigo eran el comunismo y la URSS. Sin embargo, la situación de España no era por aquel entonces la mejor y es que solo unos meses antes, el 1 de abril del 1939, se ponía punto y final a la Guerra Civil, dejando atrás un país sumido en la pobreza, la miseria y la ruina y daba comienzo así la dictadura de Francisco Franco.

Como es lógico, para enfrascarse en otro conflicto —esta vez a nivel mundial— Franco y sus asesores tenían algunos reparos y algunas peticiones; el dictador temía que entrar en la guerra provocase la reactivación guerrillera del bando republicano y que pudiese contar, de rebote, con el apoyo de las potencias Aliadas y sus peticiones no eran nada desdeñables.

En septiembre de 1940, Ramón Serrano Suñer viajaba a Berlín para ultimar el proceso de entrada de España en la Segunda Guerra Mundial. ¿El resultado? Nada esperanzador para ninguno de los dos bandos. Wilhelm Canaris, almirante de la Marina imperial alemana, calificaba la petición de España de oportunista y de no poder ofrecer nada a cambio porque, en primer lugar, la situación de España era deplorable y, en segundo lugar, España no pensaba entrar en guerra hasta que el Reino Unido estuviese fuera de juego.

Franco y sus asesores creían que España tenía mucho que ofrecer a Alemania, que incluso estaban a su altura, pero lo cierto es que Alemania no pensaba lo mismo ni por asomo. ¿Cuáles fueron las exigencias que le puso Franco a Hitler? La devolución de Gibraltar, la cesión del Marruecos francés más la parte de la Argelia francesa, la unión del Camerún francés a la colonia española de Guinea y ayuda económica militar, alimentos y petróleo —ochocientas mil toneladas de trigo, cien mil toneladas de algodón, seiscientas veinticinco mil toneladas de fertilizante y doscientas cincuenta mil toneladas de caucho—.

La visita de Suñer fue un fracaso, pero le valió para ser nombrado el 16 de octubre de 1940 ministro de Asuntos Exteriores y para preparar una entrevista personal entre los líderes de los dos países. El 20 de octubre Heinrich Himmler viajaba a España para supervisar las medidas de seguridad para la visita de Hitler —y, de paso, se pasaba por Montserrat a ver si encontraba el Santo Grial—.

La reunión tenía lugar el día 23 de octubre de 1940 en la estación de trenes francesa de la localidad de Hendaya, entre España —representada por Franco y su ministro de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Suñer— y Alemania —representada por Adolf Hitler y su también ministro de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop—. El tren de Hitler, llamado Erika, llegaba a Hendaya procedente de París a las tres y veinte de la tarde. Por su parte, Franco llegaba desde San Sebastián y lo hacía con ocho minutos de retraso. Fueron presentados por el barón Eberhard von Stohrer, el embajador en España del régimen nazi. La entrevista tuvo lugar en el coche salón del tren y asistieron, además de Franco y Hitler, Von Ribbentrop, Ramón García Suñer y los intérpretes de cada parte, Gross y Álvarez de Estrada. La reunión terminó a las seis y cinco de la tarde, tal y como había comenzado, prácticamente sin acuerdo.

La larga lista de reclamaciones de Franco hizo que Hitler comentara posteriormente a Mussolini que antes de repetir la entrevista de nuevo, prefería que le sacaran tres o cuatro muelas. Parece que buenas migas, no hicieron.

Los resultados de esta entrevista fueron prácticamente nulos. Hitler y los alemanes, como hemos mencionado, veían desorbitadas las pretensiones de Franco —quien creía que se reunía de igual a igual como gran potencia, cosa que España no lo era en aquel momento— y las negociaciones no prosperaron.

Se firmó un tratado secreto tras la reunión en el que Franco se comprometía a entrar en la guerra en una fecha en la que estimase oportuna y por su parte Hitler garantizaba la cesión de algunos territorios en África, sin especificar. O lo que es lo mismo, aire y humo.

Finalmente, y excepto por la División Azul —enviada a luchar bajo mando alemán en julio de 1941— España no entró en la guerra; sin embargo, el territorio peninsular se convirtió en una base abierta para el abastecimiento y reposo de las fuerzas nazis y fascistas.

El 12 de febrero del año 1941 Franco se reunía esta vez con Benito Mussolini para tratar de que España entrase en el conflicto. No obstante, la reunión transcurrió por los mismos derroteros que la de Hendaya. Parece ser que Mussolini se sorprendió de la mediocridad y de la petulancia de Franco, y no presionó a este para que entrase en la guerra, pues tampoco tenía gran cosa que obtener a cambio.

ESOTERISMO NAZI

Pensar en nazis preocupados por la búsqueda de objetos sagrados en los territorios de la Moreneta puede antojarse digno de una película al más puro estilo Indiana Jones con cierto toque ibérico. Sin embargo, la visita que Himmler —comandante en jefe de las temibles SS— realizó al monasterio de la comarca catalana del Bages y a otros lugares de la geografía española en su afán de encontrar los tesoros de la cristiandad y otras religiones, son ciertos.

Tenemos que irnos hasta la niñez de Adolf Hitler para hacernos una idea del origen de esta obsesión por la búsqueda de objetos sagrados. Hitler vivió una infancia rodeada de símbolos mágicos y religiosos, y pronto se sintió atraído por los antiguas leyendas alemanas que hicieron que en su cabeza revoloteasen historias de héroes de antaño y objetos de gran poder. Se hizo aficionado a las óperas de Richard Wagner, cuyo universo musical estaba totalmente relacionado a las antiguas leyendas nórdicas sobre el Santo Grial y la mitología escandinava y germánica. Fue, además, un ávido lector de textos filosóficos, históricos, políticos y de las publicaciones esotéricas más famosas del momento.

Se sabe que visitaba con frecuencia una vieja librería especializada en estos temas entre cuyos títulos podían encontrarse literatura antisemita, cartas y símbolos astrológicos y reproducciones de alquimistas en plena investigación. Ernst Pretzsche, el librero, estaba a su vez relacionado con grupos que llevaban a cabo prácticas de magia negra.

Hitler acabó tan absorbido por estos temas que llegó a considerarse el salvador de su patria y un elegido de los dioses. Todas estas ideas y experiencias llamaron la atención de sociedades secretas ocultistas que le instruyeron y ayudaron a crear un partido, el NSDAP —Partido Nazi—, en el que el componente esotérico se convirtió en una pieza fundamental del ideario nazi.

La primera de estas sociedades fue la Thule-Gesellschaft, de tintes antisemitas. Una sociedad compuesta tanto por personas de la burguesía como por trabajadores liberales que se entregaron a las tesis pangermánicas más extremas y daban por seguro la superioridad racial de los arios. Muchos de los que dirigieron el Tercer Reich —Alfred Rosenberg (filósofo del nazismo) y Rudolf Hess (número dos del régimen nazi)— estuvieron previamente entre las filas de adeptos de la logia Thule. Heinrich Himmler también, pero en un círculo distinto al que perteneció Hitler, puesto que el Führer se encontraba en aquel círculo secreto de iniciados del Grial.

Himmler fue a su vez el más fanático creyente de las ciencias ocultas y se dice que siempre le acompañaron dos libros, el Bhágavad-Gitá —importante texto sagrado hinduista— y el Parzival de Eschenbach —poema épico medieval cuyo argumento gira en torno al rey Arturo, la mesa redonda y la búsqueda del Grial—.

En 1935, el comandante de las SS presidió y dirigió otra de estas sociedades, la Deutsches Ahnenerbe o Sociedad de Estudios para la Historia Antigua del Espíritu —una sociedad para la investigación y la enseñanza sobre la herencia ancestral alemana—. Estaba dividida en diversos departamentos y uno de ellos era el de arqueología germánica, aquel que se encargó de las excéntricas expediciones en busca de reliquias sagradas.

Dentro de la Ahnenerbe existió un grupo formado por doce elegidos reunidos en el castillo medieval Wewelsburg de Westfalia. Un edificio donde juntar a los miembros más importantes del esoterismo nazi y destinado a ser el centro de la religión nazi en el que habitaba el propio Himmler y en donde había una biblioteca con unas doce mil obras de temática ocultista.

Este recinto debería ser el lugar donde ir colocando los objetos de culto y poder sagrado que fuesen encontrando en sus expediciones: el Santo Grial, el Arca de la Alianza, la Santa Lanza de Longinos, las calaveras de la Diosa de la Muerte, el Bastón de Mando de Wotan y la Piedra del Destino formaban parte del repertorio codiciado.

Los nazis dieron con algunas de ellas. Tomaron por válida una de las cuatro lanzas que existían repartidas por el mundo. La leyenda decía que la lanza de Longinos daría la invencibilidad a quien la poseyese y la muerte a quien la perdiese. Curiosamente, en cuanto Hitler la tuvo en su poder, sus ejércitos comenzaron a conquistar Europa. En el mismo momento en que los Aliados se la arrebataron, Hitler se suicidaba de un tiro en el interior del búnker de Berlín.

Para la búsqueda de la copa de Cristo contaron con la ayuda de Otto Rhan, un especialista en filología e historia medieval que en 1931 empezó a investigar el tema cátaro y terminó realizando las investigaciones más serias sobre el Grial para las SS. Su investigación es la que condujo a Himmler a la basílica de Montserrat.

En torno a 1200 existía en Languedoc —sudeste de Francia— una extraña corriente religiosa denominada catarismo. Estos, a pesar de formar parte de la Iglesia de Roma, no creían en la muerte de Jesús crucificado por los romanos y defendían que satanás era un ser benefactor para los hombres. El papa Inocencio III los declaró secta herética y en 1208 comenzaron su genocidio. Los últimos cátaros fueron sitiados en la fortaleza de Montségur, cerca de la frontera pirenaica y de Cataluña, pero en 1244, el ejército del papa consiguió quemarlos en una hoguera. Cuatro de aquellos cátaros consiguieron escapar de las llamas descolgándose de la escarpada cima de la montaña en la que se asienta Montségur y se cree que así pudieron salvaguardar el llamado «tesoro espiritual» que custodiaban, huyendo en dirección a Montserrat. Realmente nunca se ha sabido si lo que salvaron —si salvaron algo— era la copa sagrada o el evangelio de San Juan.

Himmler llegó a Barcelona el 23 de octubre de 1940, acompañado por oficiales de las SS y por el general Karl Wolf —jefe de Otto Rhan—. El padre Ripol fue el encargado de darles la bienvenida a la basílica, pero lo único que les interesaba era el mundo que existía bajo Montserrat.

La montaña donde se asienta la basílica está llena de cuevas y simas, y situada sobre un lago subterráneo, lo que hacía creer a los nazis que el preciado objeto podría haber sido escondido por los cátaros en alguna de las cuevas que poblaban el lugar.

Los monjes se negaron a dejarle pasar y Himmler tuvo que volver con las manos vacías. Para más inri, a su llegada a Barcelona se alojó en el hotel Ritz y allí le robaron el maletín donde guardaba los planos de los conductos subterráneos de Montserrat. El servicio secreto inglés tenía entonces mucha presencia en la ciudad condal y, ayudados por uno de los camareros del hotel, consiguieron robarle los documentos.

Aun así, no se rindió. Ordenó a Otto Skorzeny, coronel de las SS, a buscar el Grial y este aplicó la lógica militar: volvió a Montségur y desde allí trazó en línea recta la que debió de haber sido la ruta de escapada de los cuatro cátaros. Algunos investigadores creen que tuvo éxito.

Montserrat no fue el único lugar de España que visitaron los nazis. Felipe II llegó a guardar más de siete mil reliquias traídas de Flandes, Alemania, Italia, Dinamarca y Portugal. Visitaron la judería de Toledo para seguir las pistas de la mesa de Salomón y en el Museo Arqueológico Nacional, lugar que Wilhem Canaris, jefe del servicio secreto nazi, visitó en un par de ocasiones para interesarse por algunas piezas concretas traídas de Egipto en 1871 en la fragata española Arapiles. Las piezas desaparecieron, curiosamente, pocos días después.

Incluso Franco se interesó por las reliquias. Sabiendo que podría usarlas como elementos de control, ordenó rastrear la Península para encontrarlas. De esta forma el arzobispo de Valencia pudo contarle al generalísimo otra de las tantas versiones que se refieren al Grial; aquella que asegura que se guarda en la catedral valenciana. Parece ser que habría llegado hasta allí tras haber pasado por el monasterio de San Juan de la Peña (Jaca, Aragón), que lo custodió durante las invasiones árabes y napoleónicas.

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