Curiosidades de la historia con El Ministerio del Tiempo

Curiosidades de la historia con El Ministerio del Tiempo


9 MISTERIOS MODERNOS

Página 15 de 25

9
MISTERIOS MODERNOS

EL CLAN DE LOS CANÍBALES ESCOCESES

Aunque hoy en día muchos historiadores y estudiosos consideran esta historia un mito más que una realidad histórica, se trata de una de las leyendas escocesas más conocidas.

A mediados del siglo XVI, durante el reinado de Jorge VI de Escocia, fueron juzgadas y ejecutadas cuarenta y ocho personas por asesinato y canibalismo de alrededor de otras mil. Al parecer, Alexander Sawney Beane se casó y se retiró a vivir en una cueva cuya entrada solo se veía cuando bajaba la marea. A base de incesto engendró un clan enorme que se dedicaba a asaltar a viajeros a los que robaban y, posteriormente, asesinaban para llevar a cabo actos de canibalismo y vampirismo. Les pillaron cuando secuestraron a una pareja y el marido consiguió escapar. Se fue directo a las autoridades y les relató la sarta de atrocidades que le habían hecho a su mujer. Dicen que el propio rey Jorge en persona, acompañado de otros cuatrocientos hombres se plantó en la cueva y se encontraron con una cantidad ingente de cadáveres.

LA CONDESA SANGRIENTA

Cuando decimos la condesa sangrienta más de uno ya sabe de quién estamos hablando. Sí, efectivamente, de Erzsébet Báthory. Lo que se cuenta de esta noble húngara, miembro de una de las familias más antiguas e importantes de Transilvania, y que vivió entre 1560 y 1614, es que estaba terriblemente obsesionada con mantenerse joven y no envejecer. ¿Por qué esa obsesión con la eterna juventud? Parece ser que Erzsébet vio a su paso por un pueblo a una anciana decrépita y se burló de ella. La anciana ante su burla la maldijo diciéndole que ella también estaría como una vieja en poco tiempo.

Aunque fue raro para la época, Erzsébet recibió una exquisita y esmerada educación que la puso muy por encima —intelectualmente hablando— de la mayoría de los hombres de la época. Se casó muy joven con su primo, el príncipe Ferenc Nádasdy, pero este apenas estaba en casa, ya que se dedicaba más a sus obligaciones bélicas. Se ganó el apodo del Caballero negro de Hungría por su extrema violencia en el campo de batalla, donde empalaba a sus enemigos. Al parecer, Transilvania era tierra de empaladores, porque de aquí también salió el conocidísimo Vlad Tepes, de apodo el Empalador, considerado la inspiración de Drácula.

Sea como fuere, estos esposos compartían algo casi más fuerte que el amor, su sadismo; existe un enorme registro de la correspondencia que compartieron durante las ausencias del príncipe en el que intercambiaban información y consejos sobre las maneras más apropiadas de castigar a sus sirvientes. Pero el amor se les torció; en 1604 Ferenc fallecía y Erzsébet se quedaba viuda con cuarenta y cuatro años.

Parece ser que un buen día, una de sus sirvientas le dio un tirón de pelo mientras la peinaba. Erzsébet le dio un manotazo que le rompió la nariz y la sangre de la sirvienta la salpicó. Verdad o no, la condesa creyó ver que allí donde había caído la sangre desaparecían las arrugas y la piel se volvía lozana. ¡Había encontrado la respuesta a sus plegarias!

Se puso manos a la obra, degolló a la muchacha para llenar una bañera con su sangre, con la que se empapó todo el cuerpo. También bebió. Además, empezó a codearse con Darvulia, una bruja que le asesoraba sobre cómo hacer las cosas.

La veda se había abierto y en los años posteriores los ayudantes de la condesa se dedicaron a proveerla de jóvenes vírgenes de no más de dieciséis años, repitiendo los rituales una y otra vez. En un alarde, tal vez, de arrepentimiento solicitó al pastor de la localidad que les diesen entierros cristianos, pero este buen hombre no debía ser tonto y empezó a sospechar que en el castillo de la condesa muriesen tantas jóvenes por causas desconocidas. Ante ello, decidió empezar a dejar los cuerpos en terrenos cercanos, tirados al río, en silos. Este pastor sería quien, más tarde, la denunciase ante el rey de Hungría.

¿Qué hacía con sus víctimas? Pues no se limitaba a degollarlas para obtener su sangre, sino que se divertía cruelmente con ellas; quemaba sus genitales con velas, hierros y carbones, bebía su sangre directamente mordiéndoles mejillas y cuello —de ahí tantas leyendas posteriores sobre las prácticas de los vampiros—, pero también en los pechos. Las metía en jaulas donde las dejaba durante días, desangrándolas lentamente. También se dice que utilizó el aparato de tortura conocido como la «dama de hierro», una especie de sarcófago con forma de mujer lleno de pinchos que, al cerrarlo con la víctima dentro, se incrustaban en el cuerpo y producían la muerte por desangramiento.

Hasta entonces sus víctimas habían sido muchachas de condición humilde y cuyas familias no podían poner a la condesa en apuros, pero cuando empezó a buscar jóvenes de familias pudientes, a las cuales ofrecía la posibilidad de servirla como damas de compañía y de su corte, un privilegio para la época, sus muertes sí tuvieron repercusión y sí se buscaron respuestas por parte de las familias.

Se sabía que algo siniestro estaba ocurriendo en el castillo de Čachtice. Erzsébet fue acusada por el pastor de practicar magia roja y de llevar a cabo rituales abominables con las jóvenes desaparecidas. El rey de Hungría decidió tomar cartas en el asunto y envió al castillo a sus hombres. Al llegar, esta no opuso la más mínima resistencia. Lo que presenciaron aquellos soldados los marcaría para toda la vida; jóvenes muchachas torturadas, muchas de ellas prácticamente desangradas, cadáveres por doquier tanto dentro como fuera del castillo, sirvientas colocadas en cepos en el patio, con los huesos rotos de las palizas recibidas, vivas o muertas, todas con agujeros y heridas. En los sótanos del castillo y en los alrededores se exhumaron centenares de cadáveres. Todo el castillo estaba cubierto de serrín y cenizas para limpiar y ocultar la sangre, el olor era nauseabundo, a muerte y a putrefacción. Se dice que se encontró su diario, en el que contaba sus actos de forma pormenorizada y detallada, como si de experimentos se tratasen. Sumaban más de seiscientos.

En 1612 fue sometida a juicio y, acogiéndose a sus derechos nobiliarios se negó a asistir y a declararse de ninguna forma, ni inocente, ni culpable. Los que no pudieron librarse fueron sus sirvientes y ayudantes, ya que no gozaban de esa condición. Tuvieron que testificar y narrar los horrores, y fueron acusados no solo de asesinato, sino también de brujería. Todos fueron condenados a muerte.

A Erzsébet no se la podía ejecutar, de nuevo por su estatus nobiliario, por lo que se la emparedó en sus aposentos en el castillo tan solo dejando un hueco para la comida. Cuatro años después falleció. Aunque se pretendió enterrarla en la iglesia del castillo de Čachtice, el pueblo se negó en rotundo. Se la enterró lejos, sus archivos se sellaron y se prohibió hablar de ella en toda Hungría para condenarla al olvido. Obviamente, no lo consiguieron.

SIETE CHIMENEAS, UN FANTASMA Y UN EMPAREDADO

El edificio situado a pocas calles de la fuente dedicada a la diosa Cibeles en Madrid, es quizá uno de los lugares que más misterios y tristes historias encierra en su interior. En la plaza del Rey se levanta un palacete rectangular con siete pequeñas chimeneas en su tejado, y construido hace más de seiscientos años por orden de Felipe II.

Su leyenda comienza a finales del siglo XVI de manos de una pareja de recién casados formada por el capitán Zapata de la Armada española y su esposa Elena, hija de un hombre a las órdenes del rey, quizá uno de sus monteros. Hay versiones de la leyenda donde se llega a afirmar que Elena era amante del propio rey e incluso en otras, llegan a darla como hija ilegítima suya.

El joven matrimonio estrenó el palacete y vivió feliz en él hasta que pocas semanas más tarde el capitán fue llamado al frente para combatir en la batalla de San Quintín, en Flandes. La joven esposa se quedó sola y desconsolada, deseando que su amado regresara sano y salvo a sus brazos. Lo que Elena recibió fueron las peores noticias: el bravo capitán había muerto, poco antes de que la compañía que él mandaba plantara la bandera española ante los muros de San Quintín.

La joven viuda se sumió en la más profunda de las penas, encerrándose a llorar en su alcoba y negándose a probar bocado, hasta que un día apareció muerta sobre la cama. Jamás se esclarecieron las causas de su muerte y mientras unos daban por hecho que había muerto de pura tristeza, el servicio comentaba que su cuerpo mostraba signos de violencia.

Pero hay más; cuando entraron en la vivienda a por su cuerpo, el cadáver de Elena se había esfumado por arte de magia. Se acusó a su propio padre del asesinato y robo del cuerpo de Elena e incluso contaron que la había emparedado en alguno de los muros del palacete. Él aparecería una mañana ahorcado de una viga.

Comenzaron los rumores en los mentideros de la corte y pronto se destapó el escándalo: Elena había sido una de las amantes de Felipe II y este la visitaba aprovechando la ausencia de su marido. Que el propio rey ordenara desde el extranjero abrir una investigación para dar con el culpable y poder castigarlo, no ayudó a disipar los cotilleos.

A partir de entonces son muchas las personas que juraron haber visto durante la noche el fantasma de una mujer vestida de blanco, con una antorcha en la mano, andando sobre el tejado entre las siete chimeneas y apuntando con su dedo, unos dicen que hacia el palacio real, y otros, en dirección a Flandes, lugar donde perdió a su amor. Hay quienes también aseguraron que después de recorrer el tejado, se arrodillaba, se daba golpes en el pecho y desaparecía.

En la casa llegaron a residir, entre otros, el conde duque de Olivares, Manuel Godoy y el marqués de Esquilache, de quien se cuenta que, habitando el lugar, se produjo el famoso motín del 23 de marzo de 1766. Los asaltantes fueron a buscarle a su residencia y al no encontrarle allí se ensañaron matando al criado y prendiendo fuego a su mobiliario.

Otra de las tristes historias sucedidas bajo las chimeneas, tuvo como protagonistas a un matrimonio también desafortunado. Un rico anciano deseaba casarse, y para ello ofreció unas monedas de oro a un hombre por su joven hija. Esta, horrorizada por su futuro, en plena noche de bodas, y antes de consumar el matrimonio de conveniencia, decidió quitarse la vida.

Ir a la siguiente página

Report Page