Curiosidades de la historia con El Ministerio del Tiempo

Curiosidades de la historia con El Ministerio del Tiempo


10 VIDAS LICENCIOSAS, PERSONAJES IRREEMPLAZABLES Y ACONTECIMIENTOS RESEÑABLES

Página 16 de 25

10
VIDAS LICENCIOSAS,
PERSONAJES IRREEMPLAZABLES
Y ACONTECIMIENTOS RESEÑABLES

EL MONSTRUO DE LA NATURALEZA

Félix Lope de Vega y Carpio es uno de los poetas y dramaturgos más importantes del Siglo de Oro español. Este madrileño nació el 25 de noviembre de 1562, y ya desde niño mostró sus preferencias por el arte literario y la fantasía.

Lope se vio siempre a sí mismo como un personaje literario de aires novelescos y recreó su propia imagen a conveniencia. Por ello es complicado discernir lo real de lo imaginario cuando se investigan las fuentes históricas que lo tratan. Existen contradicciones entre los datos que se tienen sobre la vida del autor y los documentos que se conservan al respecto. Lo que sí se sabe es que pasó parte de su infancia en casa de su tío, inquisidor de Sevilla, y de acuerdo al testimonio del propio autor, fue un niño prodigio que a la tierna edad de cinco años sabía leer latín y romance, además de componer versos. Mientras no supo escribir, daba su almuerzo a los estudiantes mayores a cambio de que anotasen lo que él dictaba. A los doce, siempre según él, ya escribía sus propias comedias.

Es también uno de los autores más prolíficos de la historia, hecho que le proporcionó los sobrenombres de Monstruo de la naturaleza y Fénix de los ingenios —dado este por Miguel de Cervantes—, y contribuyó al nacimiento del teatro moderno tal y como lo conocemos hoy.

Fue uno de los primeros autores en saber atraer al público a la taquilla y, en ocasiones, en sus obras empleó a mujeres vestidas de hombre como recurso comercial. En una época de pudor, ver mujeres con las piernas descubiertas atraía al público masculino, que acudía encantado por la novedad. Revolucionó la relación del autor con el público, afirmando escribir para todas las clases sociales por igual, no tanto por un sentido de justicia sino más bien monetario: de todos necesitaba cobrar para garantizar su independencia de los mecenas.

Sus comedias se vendieron pronto a buen precio y de esta forma conoció el éxito desde joven, convirtiéndose así en la encarnación de la fama y el éxito con poco más de veinte años. Esto le permitió vivir como quiso, lo cual significó en más de una ocasión que infringiera las normas y los hábitos sociales de su tiempo.

El Fénix estudió en el colegio Imperial, en el de los teatinos y en el de los jesuitas. En 1577 consiguió que el obispo don Jerónimo Manrique —emparentado con el poeta de las Coplas por la muerte de su padre— le concediera una beca para estudiar en la Universidad de Alcalá, pero no hay documentos que confirmen el paso del poeta por ella.

Lope fue un autor soberbio, envidioso, rebelde, caprichoso en temas de amor, enamoradizo y mujeriego. Tenía aires de grandeza, afán por el protagonismo y una obsesión con la honorabilidad. De hecho, en su imaginación se creyó descendiente del cántabro Bernardo Carpio, personaje legendario de la Edad Media e hijo de una nobleza que presumía de ser fundadora de Castilla y de haber comenzado la Reconquista. Tal fue su empeño que diseñó su propio emblema y un escudo nobiliario con diecinueve torres, algo que terminó siendo objeto de mofa para uno de sus más acérrimos enemigos literarios: Luis de Góngora, con quien mantuvo una patente rivalidad.

Trabajó para el duque de Alba, el marqués de Malpica o el marqués de Sarriá —que luego se convertiría en el conde de Lemos—. Dedicó obras al duque de Osuna, al marqués de la Santa Cruz o al conde duque de Olivares y mantuvo una complicada relación con su protector, el duque de Sessa, a quien llegó a escribir cartas de amor para sus amantes y prestar las que él mismo había escrito para las suyas. Y es que si su obra literaria fue abundante, también lo fueron sus sonados romances.

En 1580 comenzó sus amores con María de Aragón, a la que llamaría Marfisa en sus obras, puesto que a casi todas sus amantes las incluyó en sus trabajos. A los dieciocho años tuvo con ella una hija llamada Manuela. Más tarde frecuentó la casa de Jerónimo Velázquez, mecenas, director de una compañía de teatro y padre de Elena Osorio —Filis, Zaida y Dorotea en sus obras— quien fue su primer gran amor. A pesar de estar casada con otro hombre, fueron amantes durante cuatro años. Elena acabó separándose de su marido pero su padre la animó a mantener relaciones con el noble Francisco Perrenot, sobrino del poderoso cardenal Granvela y mucho mejor partido que Lope, quien no tuvo más remedio que compartirla con otro hombre.

La relación terminó como el rosario de la aurora. El despechado amante comenzó a escribir injurias contra Velázquez y su hija. Todo Madrid se enteró de los trapos sucios. Sin duda, hoy el Fénix habría sido carne de programa del corazón. La familia se querelló y Lope fue detenido y encarcelado. El tribunal lo condenó a cuatro años de destierro de la corte y dos del reino. El dramaturgo no aprendió la lección y reincidió escribiendo entre rejas. Una nueva demanda amplió el destierro ocho años y se le ordenó estar alejado del lugar donde vivía su víctima.

No contento con ello, antes de ir a cumplir su pena, se vio envuelto en un nuevo pleito por el rapto consentido de un nuevo amor, Isabel de Urbina (Belisa), hija del pintor de cámara del rey. Es posible que los familiares de Isabel retiraran la acusación gracias a un acuerdo que le obligó a casarse con la dama. El matrimonio se produjo por poderes, ya que el escritor se encontraba desterrado y de camino a Lisboa para alistarse en la Gran y Felicísima Armada de Felipe II, lo que seguramente fue otra de las condiciones impuestas por los parientes de su mujer, deseosos como estaban de perder de vista a un yerno tan impresentable.

Se ha puesto en duda su participación en la Jornada de Inglaterra. Una parte de los investigadores cree que probablemente, y a pesar de lo que Lope dejase por escrito, se quedó en la capital portuguesa o que incluso aprovechó la primera escala en La Coruña para abandonar el barco alegando problemas de salud. En cualquier caso, en 1588 volvió derrotada la Gran Armada y con ella, Lope de Vega, quien se dirigió a Valencia con su esposa con la que tuvo una hija, Antonia, donde se dedicó a una intensa labor literaria. Se sabe que en Valencia tuvo amantes, pues fruto de ello es su hijo Fernando Pellicer, después fray Vicente, de madre desconocida.

Tras cumplir la pena de destierro del reino, el Monstruo de la naturaleza se trasladó a Toledo. De entonces son las leyendas sobre las clandestinas escapadas nocturnas que hacía a Madrid aun a riesgo de nuevas condenas.

En 1594 falleció su esposa al dar a luz a su hija Teodora, quien moriría también dos años después. Para entonces Lope pudo retomar su vida en Madrid, algo que aprovechó con creces ya que en 1596 conocía a Micaela Luján, otra de sus amantes, y era procesado de nuevo, esta vez por amancebamiento con Antonia Trillo, actriz viuda.

Micaela —Celia y Camila Lucinda en sus obras— fue también una actriz, casada con un mediocre cómico que tuvo que emigrar a Perú a buscarse la vida. Mientras el buen hombre se encontraba allende los mares, Micaela y Lope le fueron colocando hijos que no le pertenecían, incluso cuando el pobre cornudo había pasado ya a mejor vida. Micaela tuvo nueve hijos de los que, al menos cuatro, fueron de nuestro casanova: Juan, Félix, Marcela y Lope Félix.

En 1598 volvió a casarse por segunda vez con Juana de Guardo, una mujer vulgar pero hija de un rico mayorista de carne de la corte. Juana le prometió una dote que, a pesar del matrimonio por interés, nunca llegó a ver. Con ella tuvo cuatro descendientes: Juana, Jacinta, Carlos Félix y Feliciana.

No debió de profesar mucho cariño a su nueva esposa cuando iba y venía a Toledo para visitar a sus antiguos amores. Fue entonces cuando se dividió entre dos hogares: residió oficialmente en Madrid con Juana, pero realizó viajes a los lugares en los que vivía Micaela. Ambas familias llegaron incluso a vivir muy cerca la una de la otra cuando todos residieron en Toledo.

Cuando Juana murió en 1613 al dar a luz a su hija Feliciana, Lope tuvo a bien no aguantar demasiado tiempo sin lanzarse a los brazos de otra de sus amantes, la actriz Jerónima de Burgos —señora Gerarda en sus obras—.

En 1609 se produjo un cambio en sus inclinaciones, quizás debido a una crisis existencial provocada por la pérdida continua de familiares, mujeres e hijos, que le impulsó al arrepentimiento por su forma de vida. Ingresó en la Cofradía de Esclavos del Santísimo Sacramento en el Real Oratorio de Caballero de Gracia y cuatro años después decidió ordenarse sacerdote. Pero el hábito no hace al monje y a Lope ni siquiera le templó la sangre, ya que continuó viéndose con Jerónima y conoció a otra de sus conquistas, Lucía Salcedo, la Loca. A nuestro monstruo siempre le interesó más el ambiente semiprostibulario de la escena teatral que el estudio de la teología.

El último amor de su vida fue Marta de Nevares —Amarilis o Marcia Leonarda—, con quien tuvo a Antonia Clara. Marta fue una joven que había sido casada con un comerciante cuando tenía trece años. Cuando Lope y Marta se conocieron, ella tenía veintiséis años y él era un sacerdote de cincuenta y cuatro recién enviudado. Fue un sacrilegio que no tardó en llamar la atención de las críticas, sobre todo las encabezadas por Góngora con quien se disputaba el principado poético.

Los problemas no abandonaron a la pareja. El marido preparó un atentado contra el autor y llegó a secuestrar a la hija de ambos. Cuando este murió poco después, Lope se hizo cargo de Marta, quien sufrió de ceguera y ataques de locura hasta que falleció en 1632.

Los últimos años de su vida no fueron felices. En 1625 se prohibió imprimir comedias durante diez años en los reinos de Castilla y su trabajo empezó a no gozar del éxito de antaño. Intentó entonces acercarse a los nuevos gobernantes —Felipe IV había subido al trono en 1621—, pero no consiguió la protección que esperaba. Por si fuese poco, cuando su hija Antonia Clara cumplió los diecisiete años, huyó del hogar seducida por Cristóbal Tenorio, un protegido del conde duque de Olivares y ayuda de cámara del rey.

Lope de Vega cerró los ojos por última vez con setenta y tres años, el 27 de agosto de 1635. En su casa dejó unos mil quinientos libros, algo sorprendente para la época. No dejó de escribir hasta cuatro días antes de su muerte.

Fue el duque de Sessa quien se encargó del funeral y las misas de Lope de Vega. Quiso honrar su memoria enterrándolo en su propio panteón familiar que tenía en la parroquia de San Sebastián, donde también se celebrara el funeral de Miguel de Cervantes o donde tiempo después contraería matrimonio Valle-Inclán.

Sin embargo, quiso la fatalidad acompañar el descanso eterno de nuestro protagonista cuando, tiempo después, los herederos del duque se olvidaron o se desentendieron de pagar el nicho en que fue enterrado. Sus restos fueron trasladados posiblemente al osario común en una de las mondas realizadas por la parroquia, quedando así perdidos para siempre.

EL PRÍNCIPE DE LOS INGENIOS

En un humilde hogar de Alcalá de Henares nació, el 29 de septiembre de 1547, Miguel de Cervantes Saavedra, novelista, poeta, dramaturgo y soldado español a quien se considera máxima figura de las letras españolas. Es mundialmente conocido por haber escrito la que se describe como la primera novela moderna, Don Quijote de la Mancha, en la que da vida a uno de los personajes más célebres de la literatura universal.

Cervantes era hijo de un zurujano sordo que, tres años después del nacimiento del escritor, tuvo que mudarse junto a su familia a Valladolid para huir de unas deudas que le llegaban al cuello. Allí no les fue mucho mejor a los Cervantes puesto que una mañana se presentaron en casa los alguaciles y Rodrigo, padre de Miguel, pasó ocho meses en prisión.

Una vez puesto en libertad, la familia comenzó un peregrinaje que les llevaría a vivir con su abuelo en Córdoba, y cuando este murió, a Sevilla, con su tío. Cruzó tantas veces la llanura manchega que aquellas tierras quedaron grabadas en su imaginación. Un último destino les llevó a instalarse en la nueva corte madrileña. Para entonces Miguel de Cervantes tenía veinte años, y le gustaba acudir a los corrales de comedias de la capital donde buscó la compañía de poetas. Decidió continuar con su formación en el Estudio de la Villa, dirigido por el erasmista López de Hoyos, quien le ayudó a publicar sus primeros versos.

Cuando parecía que todo marchaba bien para la familia, Cervantes hirió en una refriega a otro hombre, algo que le obligó a marcharse de su hogar bajo amenaza de destierro y de la amputación de la mano derecha.

Decidió marchar a Roma donde descubrió su pasión por las armas y, fiel a su estrenada vocación de soldado, se alistó como arcabucero en los tercios españoles que había en Nápoles. Turquía era entonces el azote del occidente cristiano y la potencia a la que Carlos I había tenido que plantar cara. Cervantes marchó hacia Lepanto a las órdenes de don Juan de Austria y a bordo de la galera Marquesa de la Gran Armada, en la que coincidió con su hermano. La batalla tuvo lugar y las tropas cristianas cantaron victoria en 1571. Sin embargo, Miguel de Cervantes volvió a Italia con heridas en pecho y brazo izquierdo que le obligaron a pasar seis meses hospitalizado.

Aunque el pecho curó, su mano quedó inutilizada para el resto de su vida, lo que le valió el sobrenombre de «el glorioso manco de Lepanto».

Cervantes, decepcionado por la experiencia italiana, quiso regresar a España seis años después de su huida. Lo hizo junto a su hermano por mar, pero no pudieron llegar a su destino porque la galera en que viajaban fue atacada por piratas y los hermanos fueron llevados a Argel hechos prisioneros. En esa época, cada prisionero era tasado por los corsarios según su categoría y, hasta que no llegaba su rescate, eran encerrados en los llamados «baños» —cárceles— y usados como esclavos. El precio de Cervantes ascendió a cinco mil ducados, porque en su registro encontraron cartas de recomendación firmadas por el duque de Sessa y don Juan de Austria y lo confundieron con un gran botín.

Aunque pidieron rescate para ambos, Miguel sabía que su familia no tenía suficiente dinero para pagar por sus cabezas. En 1577 llegó un solo pago y dejó a su hermano que disfrutase de la libertad.

La única salida que quedaba al cautiverio era fugarse, aun a riesgo de los castigos que infligían a quien lo intentaba. Y eso es lo que hizo hasta en cuatro ocasiones, aunque en todas fracasaron sus planes. Su paciencia, perseverancia, imaginación y valor eran infinitos. Tanto, que ese espíritu indomable impresionó a sus captores y uno de ellos, Hazán Bajá, lo encerró en los calabozos de su propio palacio, mucho más seguros.

Poco después el alcalaíno fue comprado por quinientos escudos y pasó a propiedad de Dalí Mamí, un caudillo árabe. Pasó cinco años en Argel hasta que en 1580 los padres trinitarios trataron de liberarle, intentando recaudar el dinero necesario entre los mercaderes cristianos del lugar. Gracias a ellos, Cervantes fue finalmente liberado año y pudo regresar a España.

A su regreso en 1581 trató de buscar un empleo con el que poder pagar las deudas contraídas por su familia y poder dedicarse a escribir. Estuvo para ello en Lisboa, Orán y solicitó un puesto en las Indias sin éxito. Por estas fechas retomó la pluma y la lectura. Escribió comedias, llegó a obtener algún dinero por su actividad literaria y comenzó de nuevo a relacionarse con los autores de la farándula.

En 1584 Cervantes era ya alguien conocido y admirado en el teatro en el que Lope de Vega será señor absoluto. Fue también el año en que conoció a su primer amor, Ana de Villafranca o Ana Franca de Rojas, con quien tuvo a su única hija reconocida, Isabel de Saavedra. A pesar de ello, ese mismo año contrajo matrimonio con Catalina de Salazar. Ella tenía solo diecinueve años cuando se casó y el matrimonio resultó un auténtico fracaso porque el siempre inquieto Cervantes marchó a Andalucía dos años después sin haber tenido hijos el matrimonio. Nunca vivieron mucho tiempo juntos.

Cervantes colaboraba en obras ajenas, y es posible que su primera obra, La Galatea, la escribiese entre 1581 y 1583. Mientras tanto alternaría trabajos en diferentes campos. Uno de ellos fue en Hacienda Real como recaudador de impuestos, un trabajo poco gratificante en el que tendría que ir casa por casa recaudando dinero para las arcas del monarca. Fue esta labor la que le llevaría, por suerte para todos nosotros, a la cárcel real de Sevilla, acusado de irregularidades en las cuentas —a pesar de la escrupulosidad con la que realizó las anotaciones de su gestión—.

¿Por qué fue una suerte? Porque la primera parte de la obra cumbre de Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, se gestó entre rejas. No lo publicó hasta 1605, pero tuvo tanto éxito que tuvieron que editarlo una segunda vez el mismo año. Esta novela es el origen de la novela moderna, donde se parodia un género anterior que también gozó de éxito, las novelas de caballerías. El Quijote es además el libro más editado y traducido de la historia después de la Biblia.

Cuando le concedieron la libertad puso rumbo a Madrid, junto a su esposa, donde conectó de nuevo con el mundo de las letras y aprovechó para relacionarse con las figuras literarias de su época. Siguió así viajando y escribiendo y en 1615 tuvo que publicar la segunda parte de su obra, El ingenioso caballero don Quijote de La Mancha, acuciado por la aparición, en 1614, de un segundo tomo firmado por el pseudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, que pretendía aprovechar el tirón.

Con sesenta y ocho años su salud comenzó a deteriorarse por problemas de corazón y arterioesclerosis.

Cervantes se apagó poco a poco y el 23 de abril de 1616, su mujer, su hija y su sobrina se despidieron de él.

¡QUEVEDO! HASTA POR EL TRASERO LE CONOCEN

Esta es una de las anécdotas más conocidas del ingenioso escritor Francisco de Quevedo. Un chiste que se cuenta desde hace mucho tiempo era que un buen día Quevedo estaba haciendo sus necesidades en el campo, cuando alguien gritó: «¡Qué veo!». Y el escritor contestó: «¡Hasta por el culo me conocen!».

Francisco de Quevedo era un hombre culto, su padre fue secretario real y, por ello, el escritor tuvo acceso al colegio Imperial. También estudió en la Universidad de Alcalá de Henares, cuyas tradiciones escribió en El Buscón. Como la de emplumar al estudiante suspendido u otras novatadas que los estudiantes realizaban.

Además de por su rápida pluma, también era un conocido mujeriego que frecuentaba las tabernas de Madrid. Tal debía ser su fama, que la mujer del conde duque le obligó a casarse ya con cincuenta y cuatro años. Otro de sus amigos, el duque de Medinaceli, le presenta a Esperanza de Mendoza de cincuenta, viuda y con tres hijos de un matrimonio anterior. Este matrimonio no duró mucho; a los dos años ya estaban separados.

Se cuentan numerosas anécdotas del escritor, muchas posiblemente sean mentira, pero se han conservado en la tradición oral hasta nuestros días. Tal vez la más famosa sea la de su encuentro con la reina Isabel de Borbón, la primera mujer de Felipe IV. Dicen que un amigo le retó a llamar «coja» a la reina, ya que este era un marcado defecto en la esposa del rey. Las apuestas se pusieron en marcha. El escritor se presentó a la reina con dos flores, un clavel blanco y una rosa roja, y dijo este conocido calambur:

—Entre el clavel y la rosa, su majestad es… coja.

Otra anécdota con la monarquía del momento cuenta que estando con Felipe IV, este le pidió que improvisara algo. Quevedo en ese momento pidió que le diese pie para comenzar; el monarca, gracioso, en vez de darle una idea le tendió su pie; el escritor improvisó en ese momento: «En esta postura / dais a entender, señor, / que vos sois la cabalgadura / y yo el herrador».

Sabemos que las medidas de higiene del momento eran inexistentes. Los hombres tenían por costumbre hacer pis en la calle, en las esquinas y portales, por lo que los vecinos empezaron a poner hornacinas con símbolos religiosos para que esos lugares fueran respetados. Se dice que Quevedo tenía por costumbre orinar en el mismo portal, pero una noche se encontró una cruz y uno de los vecinos le advirtió:

—Donde hay cruces no se mea.

A lo que Quevedo contestó:

—Donde se mea, no se ponen cruces.

Todo ello puede provenir del imaginario popular, sin embargo, hay anécdotas ciertas como su amistad con Lope de Vega y con el duque de Osuna, a quien le dirigió algunos sonetos. Pero sin duda más conocida es su enemistad con el poeta judío Luis de Góngora, a quien le dirigió estos famosos sonetos llenos de sarcasmo:

Érase un hombre a una nariz pegado,

érase una nariz superlativa,

érase una alquitara medio viva,

érase un peje espada mal barbado;

era un reloj de sol mal encarado.

érase un elefante boca arriba,

érase una nariz sayón y escriba,

un Ovidio Nasón mal narigado.

Érase el espolón de una galera,

érase una pirámide de Egito,

los doce tribus de narices era;

érase un naricísimo infinito,

frisón archinariz, caratulera,

sabañón garrafal, morado y frito.

UNA CARTA EXCULPATORIA

Todos sabemos que La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, publicada en 1554, es una obra española anónima, precursora del género de la picaresca, escrita con un estilo epistolar.

Hasta ahí todo perfecto. Lo curioso es que el objetivo de la obra se encuentra precisamente al final, y el relato cobra sentido al llegar a ese punto.

Tenemos a un personaje, Lázaro, que decide relatarnos su vida a lo largo de los años por un motivo: tras las penurias sufridas desde que su madre lo enviara a servir a un ciego, viviendo después de amo en amo a cual más pobre, por fin ha conseguido un empleo en Toledo de pregonero, y ha contraído matrimonio con la criada del arcipreste de San Salvador, quien incluso les arregla el alquiler de la casita que tiene junto a la suya.

Puede parecer que la historia tiene un final feliz, pero entonces, ¿qué le reconcome al lazarillo para que quiera disculparse?

La razón son los cuernos. Su mujer es la amante del arcipreste e incluso existen rumores de que esta ha tenido tres hijos con él antes de casarse con Lázaro. El protagonista no quiere que esas habladurías perturben ni la paz ni la posición que por fin ha conseguido tras años malviviendo y pasando hambre, y por eso decide escribir cartas a alguien a quien no conocemos —a «Vuestra Merced»— y ventilar el asunto para reivindicar la honradez de su esposa, deshaciéndose de esta forma de la imagen de cornudo y consentidor.

El mayor éxito de esta novela escrita de forma retrospectiva es la de iniciar una nueva narrativa que rompería con el género literario anterior, los libros de caballerías. Influyó en todo tipo de obras posteriores como el Quijote de Cervantes y a pesar de tener un rápido éxito editorial, llegó a encontrarse dentro del Índice de libros prohibidos de la Santa Inquisición, cuya censura eliminó partes de la obra que poseían un claro carácter anticlerical.

IMPRIMIR NUNCA FUE FÁCIL EN ESPAÑA

Para empezar a hablar de la imprenta en España nos tenemos que situar en el siglo XV, concretamente en 1466 cuando el obispo Juan Arias Dávila creó la fundación del Estudio General de Segovia con ayuda de Enrique IV de Castilla. Ante la necesidad de proporcionar obras para sus estudiantes, hizo llamar en 1469 al impresor alemán Juan Párix. De esta unión salió el primer libro impreso en España: el Sinodal de Aguilafuente, una recopilación de las actas del sínodo de la diócesis celebrado en Aguilafuente en el mes de junio de 1472.

Ser impresor en España al principio no fue nada fácil. En Castilla, las licencias para imprimir las otorgaban los presidentes y oidores de las Audiencias. Esta aprobación permitía que algunos particulares imprimiesen y/o vendiesen, entre otras cosas, pragmática o cédulas reales. Esto fue así únicamente en la España central. En las regiones con derecho foral, como Cataluña, la historia fue diferente: los libreros y escritores gozaron de mayor libertad. En el mes de noviembre de 1480 las Cortes catalanas dieron libertad de impresión, aunque con un impuesto del quince por ciento sobre la extracción de libros impresos.

Por este motivo fueron muchos los escritores castellanos que decidieron establecer el lugar de su impresión en Zaragoza, que también disfrutaba del amparo de los fueros locales. Pero esta posibilidad duró poco tiempo: en 1592 se acordó un fuero que ponía de manifiesto el «daño» que ocasionaba la libertad de impresión para el Estado.

Más tarde llegó la censura de Felipe II que, con la Inquisición, prohibió la entrada de ciertos libros y que los autores imprimiesen fuera de sus dominios. En 1808 las Cortes españolas suprimieron la censura para los libros que tenían dos años después de promulgada la Constitución. Solo dos años después, en 1810, las Cortes de Cádiz, proclamaron la libertad de imprenta.

La primera imprenta de la historia fue creada aproximadamente en el siglo XIII d. C., en Turquía. El procedimiento consistía en entintar moldes de madera para sellar su silueta sobre el soporte.

Antes de que apareciese la imprenta de Gutenberg, allá por el 1459, las copias de los libros que se publicaban se hacían a mano por unos «copistas». Muchos de ellos no sabían leer ni escribir y copiaban tal cual la forma de las letras.

Hacia 1891, en la imprenta Kelmscott, William Morris demostró que podía obtener remuneración del diseño gráfico y logró crear un negocio basado en el diseño y maquetación de libros.

Matthew Carter diseñó la popular tipografía de Georgia y decidió bautizarla así al leer una noticia que decía: «Encuentran extraterrestres en Georgia».

El libro de Kells, datado en el siglo VIII d. C., es el primer libro de la historia universal que enfocaba de alguna manera el mundo del diseño gráfico. Sus creadores irlandeses pusieron tanto empeño en los detalles gráficos que pronto fue tomado como modelo por posteriores artistas. Muchos afirman que esta obra, a pesar de su antigüedad, tiene una calidad gráfica muy superior a muchas de las obras actuales.

En la Biblioteca de Harvard descubrieron que poseían dos ejemplares de libros con encuadernación de piel humana. Se cree que una de las razones por las que se encuadernaban así era para tener una rareza, un ejemplar único y diferente. Afortunadamente, esta práctica no era algo habitual. Otra razón era como recordatorio, al igual que los guardapelos que se regalaban generalmente a los amados los días como San Valentín, bautizos, bodas y entierros en la época victoriana. Existe constancia de que un salteador de caminos hizo que se publicase en 1837 un libro con sus aventuras para que sirviese de recordatorio. Mandó encuadernar con su piel dos y enviar uno a un amigo y el otro a su médico. Felizmente, la costumbre cayó en desuso en el XIX.

CODEX DA VINCI

Uno de los personajes más famosos de la historia es, sin duda, el genio renacentista Leonardo da Vinci. Lo que no sabe la mayoría de la gente es que en España tenemos dos de los códices manuscritos expuestos en la Biblioteca Nacional de España y actualmente accesibles a todas las personas. Fueron encontrados en 1964 en los archivos de esta biblioteca después de estar ciento cincuenta años extraviados.

¿Pero cómo llegaron a España estos documentos? Al morir Leonardo, estos y muchos otros documentos, pasaron a manos de su ayudante Giovanni Francesco Melzi. Unos cincuenta años después, el escultor al servicio de Felipe II, Pompeo Leoni, los adquirió a su hijo Orazio y se los llevó con él a España. Al morir Leoni en 1608 los manuscritos pasaron a manos de Juan de Espina, un amigo de Francisco de Quevedo y Villegas. Cuando vino Carlos, príncipe de Gales, se interesó por los manuscritos y para «salir del paso» se los regaló al rey. Tras esto llegaron a la Biblioteca Real en 1712 y no se encontraron hasta 1964.

Los Códices Madrid se encuadran en el periodo más fructífero de la vida de Leonardo, y mientras que el primero de ellos es un tratado de mecánica y estática, el segundo está relacionado con la fortificación, la geometría y la estática. Los manuscritos son de gran importancia en la obra de Leonardo, ya que contienen cerca del quince por ciento de las notas de Leonardo que hay referenciadas hoy día, pero también son importantes por la calidad y relevancia de los temas en ellos recogidos, que representan uno de los tratados de ingeniería más importantes de la época.

Para digitalizar y hacer una completa radiografía de los textos de Da Vinci, la BNE ha invertido más de veinte mil horas de trabajo, cuarenta profesiones entre bibliotecarios, investigadores, informáticos, diseñadores…

EL NACIMIENTO DE LA SISMOLOGÍA MODERNA

El 1 de noviembre del año 1755, entre las nueve y media y las diez menos veinte de la mañana, la tierra temblaba y sacudía la península ibérica. Se producía en Lisboa, pero sus consecuencias se harían notar en muchísimos lugares, especialmente en España, donde ya se habían producido algunos terremotos. ¿Pero por qué es importante el de Lisboa? Primero, por su enorme magnitud y consecuencias —se notó hasta en Finlandia y hubo, en total, entre sesenta mil y cien mil muertos—. Segundo, porque dio origen a la ciencia de la sismología.

Aunque por aquel entonces no existían mediciones, los estudios han demostrado que fue un terremoto de grado 9 en la escala de Richter —una salvajada— con epicentro en el océano Atlántico, a unos trescientos kilómetros de Lisboa y duró entre tres minutos y medio y seis minutos. Pero este no fue el primer terremoto habido en Lisboa, se tienen noticias de otro ocurrido en 1531 de grado 8, nada desdeñable tampoco.

Cuarenta minutos después del seísmo se produjeron tres tsunamis o maremotos con olas de entre seis y veinte metros que engulleron el puerto y el centro de Lisboa, junto a las personas que, habiendo sobrevivido al terremoto, habían corrido a refugiarse a los muelles, con lo que el resultado aún fue más catastrófico. De una población de doscientos setenta y cinco mil habitantes que tenía Lisboa por aquel entonces, se estima que murieron unas noventa mil personas. ¿De dónde salen entonces las cifras de los sesenta mil y cien mil muertos? Del resto de lugares donde el terremoto tuvo consecuencias. Por ejemplo, en Marruecos murieron diez mil personas y solo en la localidad de Ayamonte (Huelva) fallecieron más de mil.

Ir a la siguiente página

Report Page