Cronopaisajes

Cronopaisajes


3 HISTORIA DEL FUTURO » «Todos vosotros, zombies…»

Página 37 de 43

«Todos vosotros, zombies…»

Robert A. Heinlein

Robert A. Heinlein fue durante varias décadas el escritor de ciencia ficción más importante del mundo, con una reputación edificada sobre la creación de historias con trasfondos totalmente convincentes. Muchos de los libros y cuentos cortos de Heinlein encajan en la categoría que él definió como «Historia del futuro», y la idea del viaje en el tiempo en ese futuro era un concepto en el que creía por completo. Ya en 1941 escribió una historia sobre gente atrapada en un bucle temporal, «By His Boostraps», que se publicó bajo uno de sus seudónimos, Anson MacDonald, y luego en 1957 produjo toda una novela dedicada al viaje en el tiempo, PUERTA AL VERANO, que se ha seguido editando desde entonces. Para sus incontables admiradores, Heinlein fue un guía respecto de las nuevas direcciones hacia las que podrían dirigirse las historias de viajes en el tiempo, como lo había sido Wells al inaugurar el género.

Nacido en Missouri, Robert Anson Heinlein (1907-1988) sirvió con honores como oficial en la Marina de Estados Unidos antes de que la mala salud le obligase a abandonar su carrera y convertirse en escritor de ciencia ficción, inspirado por los libros de Wells y Julio Verne que había leído de joven. Los cuentos cortos le ganaron por primera vez la atención de los lectores de ciencia ficción, pero fueron sus novelas las que le convirtieron en un éxito de ventas internacional, en especial el clásico FORASTERO EN TIERRA EXTRAÑA (1961), que ganó un Hugo y se convirtió con rapidez en uno de los libros de culto de los sesenta. Varias de sus novelas se han llevado al cine, y en 1975 se le concedió el premio Primer Gran Maestro Nebula. «“Todos vosotros zombies…” (publicada en 1959 en Magazine of Fantasy and Science Fiction) presenta a un personaje que se desplaza hacia delante y atrás en el tiempo en una misión genética que sólo Heinlein hubiese podido concebir. Ha sido descrito por Brian Sass en su Who’s Who in Science Fiction (1976) como «un paradójico relato de viajes en el tiempo que todavía no ha sido superado».

2217 – Zona horaria V (Costa este) – 7 de noviembre, 1970 – Ciudad de Nueva York – El rincón de Pop: Yo limpiaba una copa de coñac cuando entró Madre Soltera. Miré la hora: 10:17 p.m., zona cinco, u hora de la costa este, 7 de noviembre, 1970. Los agentes temporales siempre estamos pendientes de la hora y la fecha; es nuestra obligación.

Madre Soltera era un hombre de veinticinco años, no más alto que yo, con rasgos infantiles y un temperamento susceptible. No me gustaba su aspecto —nunca me había gustado—, pero era el chico al que debía reclutar, era mi muchacho. Le ofrecí la mejor sonrisa de camarero.

Quizá yo fuese demasiado quisquilloso. No era afeminado; su mote se debía a lo que siempre respondía cuando algún tipo metomentodo le preguntaba a qué se dedicaba: «Soy una madre soltera.» Si se sentía algo menos asesino, añadiría: «… a cuatro centavos por palabra. Escribo historias confesionales».

Si se sentía cabrón, esperaba a que alguien hiciese algún comentario. Tenía un estilo de lucha cerrada bastante letal, como una mujer policía: una de las razones por las que le quería. Aunque no la única.

Venía preocupado y su rostro mostraba que despreciaba a la gente más de lo habitual. En silencio, le serví una copa doble de Old Underwear y dejé la botella. Se la bebió y se sirvió otra. Limpié la barra.

—¿Cómo va el negocio de la «Madre Soltera»?

Tensó los dedos sobre el vaso, y pareció a punto de lanzármelo a la cara; palpé con la mano el bate que había bajo la barra. En una manipulación temporal intentas controlarlo todo, pero hay tantos factores que nunca aceptas riesgos innecesarios.

Le vi relajarse ese poquito que te enseñan a observar en la academia de entrenamiento de la Oficina.

—Lo lamento —dije—. Sólo preguntaba. Piensa que en lugar de «¿Cómo va el negocio?» he dicho «¿Cómo está el tiempo?».

Parecía amargado.

—El negocio va bien. Yo las escribo, ellos las imprimen, yo como.

Me serví una copa, me incliné en su dirección.

—De hecho —dije—, escribes bien… he leído algunas. Posees un asombroso toque para el punto de vista femenino.

Era un desliz al que tenía que arriesgarme; nunca había dicho qué seudónimo empleaba. Pero estaba lo suficientemente enfadado para centrarse en la última parte.

—¡Punto de vista femenino! —repitió—. Sí, conozco el punto de vista femenino. Vaya si lo conozco.

—¿Sí? —dije dubitativo—. ¿Hermanas?

—No. No me creerías si te lo contase.

—Un momento, un momento —contesté tranquilo—, los camareros y los psiquiatras sabemos que no hay nada más extraño que la verdad. Vaya, hijo, si oyeses las historias que escucho yo… bien, te harías rico. Increíble.

—¡No conoces el significado de «increíble»!

—¿Sí? Nada me asombra. Siempre he oído algo peor.

Bufó una vez más.

—¿Quieres apostarte el resto de la botella?

—Apostaré una botella llena. —Coloqué una sobre la barra.

—Bien… —Le indiqué a otro camarero que se ocupase de los clientes. Estábamos en un extremo, un espacio de una sola banqueta que mantenía privado cargando la barra con frascos de huevos en vinagre y demás parafernalia. Había algunos más al otro extremo de la barra mirando las peleas y alguien jugaba con la máquina de discos… teníamos tanta intimidad como en una cama.

—Vale —empezó—, para empezar, soy un bastardo.

—Aquí no nos importa —dije.

—Lo digo en serio —me respondió—. Mis padres no estaban casados.

—Sigue sin importar —insistí—. Los míos tampoco.

—Cuando… —Se detuvo y me dedicó la mirada más humana que le hubiese visto nunca—. ¿Lo dices en serio?

—En serio. Soy un bastardo al cien por cien. De hecho —añadí—, en mi familia nadie se casa. Todos bastardos.

—¿Entonces qué es eso? —Me señaló la mano.

—Oh, esto. —Se lo mostré—. Simplemente parece una alianza de boda: la llevo para alejar a las mujeres. —Es una antigüedad que le compré en 1985 a un colega… la había conseguido en la Creta precristiana—. La serpiente Uroboro… La serpiente del mundo que devora su propia cola, por siempre, sin fin. Un símbolo de la Gran Paradoja.

Apenas la miró.

—Si realmente eres un bastardo, ya sabes lo que se siente. Cuando era una niña pequeña…

—¡Eh! —dije—. ¿He oído bien?

—¿Quién cuenta la historia? Mira, ¿has oído hablar de Christine Jorgensen? ¿O Roberta Cowell?

—Eh, ¿cambio de sexo? Intentas decirme que…

—No me interrumpas o me largo y no hablaré. Me recogieron, me dejaron en un orfanato en Cleveland en 1945 cuando tenía un mes. Cuando era una niña pequeña envidiaba a los niños con padres. Después, cuando descubrí lo del sexo… y créeme, se aprende rápido en un orfanato…

—Lo sé.

—… hice el juramento solemne de que cualquier hijo mío tendría papá y mamá. Me mantuvo «pura», todo un logro en aquel lugar… Para conseguirlo tuve que aprender a pelear. Después crecí y comprendí que tenía muy pocas posibilidades de casarme… por la misma razón por la que no me habían adoptado. —Frunció el ceño—. Tenía cara de caballo y los dientes de conejo, pecho plano y pelo liso.

—No tienes peor aspecto que yo.

—¿A quién le importa el aspecto de un barman? ¿O el de un escritor? Pero la gente que quiere adoptar escoge pequeñas idiotas de ojos azules y pelo dorado. Más tarde, los chicos quieren pechos grandes, un rostro agradable y modales de Oh-tú-macho-maravilloso. —Se encogió de hombros—. No podía competir. Así que decidí unirme a las W.E.N.C.H.E.S.[5]

—¿Eh?

—Cuerpo Nacional Femenino de Emergencia, Sección de Hospitalidad y Entretenimiento, lo que llaman «Ángeles del Espacio»… Grupo de Enfermería Auxiliar, Legiones Extraterrestres.

Conocía ambos términos, una vez que los situé en su contexto temporal. Nosotros tenemos un tercero, se trata de ese cuerpo militar de elite: Orden Hospitalaria Femenina para el Fortalecimiento y Ánimo de los Astronautas[6]. Los cambios de vocabulario es el peor aspecto del salto temporal. ¿Sabía que en su época «estación de servicio» se refería a un dispensario de fracciones de petróleo? Durante una misión en la era Churchill una mujer me dijo: «Reúnete conmigo en la estación de servicio de al lado»… que no era lo que parece; una «estación de servicio» (de entonces) no tendría cama.

Siguió hablando:

—Fue cuando admitieron por primera vez que no podían enviar hombres al espacio durante meses y años sin aliviar la tensión. ¿Recuerdas cómo gritaban los lloricas? Eso mejoró mis posibilidades, ya que las voluntarias eran escasas. Una chica debía ser respetable, preferiblemente virgen (les gustaba entrenarlas desde el principio), mentalmente por encima de la media, y emocionalmente estable. Pero la mayoría de las voluntarias eran viejas putas, o neuróticas que se desmoronaban al estar diez días lejos de la Tierra. Así que no me hacía falta ser guapa; si me aceptaban me arreglarían los dientes, me pondrían pelo y me enseñarían a caminar, bailar y a escuchar a un hombre con amabilidad, y todo lo demás, además de entrenamiento para los deberes principales. Incluso usarían cirugía plástica si fuese necesaria… nada es demasiado para Nuestros Muchachos.

»Lo mejor de todo: se aseguraban de que no te quedarías embarazada durante tu alistamiento… y era casi seguro que al final acabarías casada. Igual que hoy, las A.N.G.E.L.E.S. se casan con los hombres del espacio; hablan el mismo lenguaje.

»Cuando cumplí dieciocho años me colocaron como “asistenta de madre”. La familia no quería más que una sirvienta barata, pero no me importaba ya que no podía alistarme hasta no cumplir los veintiuno. Hacía las tareas de la casa e iba a la escuela nocturna… fingiendo continuar con la mecanografía y la taquigrafía del instituto pero yendo en realidad a clases de encanto, para mejorar mis posibilidades de alistamiento.

»Entonces conocí a ese tipo de ciudad con sus billetes de cien dólares. —Frunció el ceño—. El bueno para nada efectivamente tenía un fajo de billetes de cien dólares. Me lo mostró una noche, diciéndome que tomara cuanto quisiese.

»Pero no lo hice. Me gustaba. Era el primer hombre que había conocido que era amable sin intentar jugar conmigo. Dejé la escuela nocturna para verle más a menudo. Fue el periodo más feliz de mi vida.

»A continuación, una noche, el juego comenzó.

Se detuvo. Yo dije:

—¿Y luego?

—¡Y luego nada! No volví a verle. Me acompañó a casa y me dijo que me quería… me dio un beso de buenas noches y no volvió nunca. —Tenía una expresión sombría—. ¡Si pudiese encontrarlo, lo mataría!

—Bien —me mostré comprensivo—, sé cómo te sientes. Pero matarle… sólo por hacer lo natural… mm… ¿Te resististe?

—¿Eh? ¿Qué tiene eso que ver?

—Bastante. Quizá se merezca un par de brazos rotos por salir corriendo, pero…

—¡Se merece algo peor! Espera a oírlo. De algún modo conseguí que nadie lo sospechase y decidí que era para mejor. Realmente no le había amado y probablemente jamás amase a nadie… tenía más deseos que nunca de unirme a las W.E.N.C.H.E.S. No estaba incapacitada, no insisten en que seas virgen. Me alegré.

»No lo comprendí hasta que la falda empezó a apretarme.

—¿Embarazada?

—¡La verdad es que me engañó por completo! Los tacaños con los que vivía pasaron de mí mientras pude trabajar… luego me echaron y el orfanato no estaba dispuesto a recogerme. Acabé en un hospital de caridad rodeada de otras barrigas hinchadas y orinales hasta que di a luz.

»Una noche me encontré sobre una mesa de operaciones, con una enfermera que me decía: “Relájate. Ahora respira profundamente”.

»Me desperté en la cama, insensible de pecho para abajo. Vino el cirujano. “¿Cómo te sientes?”, dijo con alegría.

»—Como una mamá.

»—Naturalmente. Estás vendada como una madre y hasta arriba de calmantes para mantenerte insensible. Te pondrás bien… Pero una cesárea no es como quitar un padrastro.

»—Cesárea —dije—. Doctor… ¿he perdido al bebé?

»—Oh, no. El bebé esta bien.

»—Oh. ¿Niño o niña?

»—Una niñita hermosa. Dos kilos y medio.

»Me relajé. Es importante haber creado a un bebé. Me dije a mí misma que me iría a alguna parte y pondría “Señora” frente a mi apellido y dejaría que todo el mundo creyese que su papá estaba muerto… ¡no habría orfanato para mi hija!

»Pero el cirujano seguía hablando. “Dime, eh… —evitó mi nombre—, ¿algunas vez has pensado que tus glándulas no eran las correctas?”.

»Yo respondí: “¿Eh? Claro que no. ¿Qué quiere decir?”.

»Vaciló: “Te lo voy a dar en una dosis, y luego una inyección para que puedas dormir después del impacto. Porque vas a sufrir un shock”.

»—¿Por qué? —exigí.

»—¿Has oído hablar alguna vez de ese médico escocés que era mujer hasta los treinta y cinco años? ¿Después pasó por cirugía y se convirtió legal y médicamente en un hombre? Se casó. Todo bien.

»—¿Qué tiene eso que ver conmigo?

»—Eso es lo que digo. Eres un hombre.

»Intenté incorporarme. “¿Qué?”.

»—Tómatelo con calma. Cuando te abrí me encontré con un desastre. Mandé buscar al Jefe de Cirugía mientras sacaba al bebé y luego lo discutimos, contigo sobre la mesa… y trabajamos durante horas para salvar lo que pudimos. Tenías dos juegos completos de órganos, los dos inmaduros, pero con el conjunto femenino lo suficientemente desarrollado para permitirte tener un bebé. No podrían volver a servir de nada, así que los retiramos y dispusimos los restantes para que pudieses desarrollarte adecuadamente como un hombre. —Me puso una mano en el hombro—. No te preocupes. Eres joven, tus huesos se ajustarán, comprobaremos tu equilibrio glandular… y te convertiremos en un buen jovencito.

»Empecé a llorar. “¿Qué hay de mi bebé?”

»—Bien, no puedes darle de mamar, no tienes ni leche suficiente para un gatito. Si yo fuese tú, haría… que la adoptasen.

»—No.

»Se encogió de hombros. “Es tu decisión; eres su madre… su padre. Pero no te preocupes ahora; primero te pondremos bien.”

»Al día siguiente me dejó ver a la niña y la vi a diario… intentando acostumbrarme a ella. Nunca había visto a un recién nacido y no tenía ni idea de que tuviesen un aspecto tan horrible… mi hija parecía un mono naranja. Mis sentimientos se transformaron en la fría determinación por hacer lo mejor por ella. Pero cuatro semanas más tarde dejó de tener sentido.

—¿Eh?

—La secuestraron.

—¿Secuestraron?

Madre Soltera casi tiró la botella que habíamos apostado.

—Secuestrada… ¡se la llevaron del hospital! —Respiró profundamente—. ¿Qué te parece en cuanto a quitarle a un hombre lo único que le queda para vivir?

—Terrible —admití—. Déjame servirte otra. ¿No hubo pistas?

—Nada que la policía pudiese seguir. Alguien vino a verla, afirmando ser su tío. Mientras la enfermera se daba la vuelta, él salió con ella.

—¿Descripción?

—Sólo un hombre con cara en forma de rostro, como tú o yo. —Frunció el ceño—. Creo que fue el padre de la niña. La enfermera juró que era un hombre más mayor, pero probablemente usase maquillaje. ¿Quién más se iba a llevar a mi bebé? Las mujeres sin hijos hacen cosas así… ¿pero quién ha oído que lo haga un hombre?

—¿Qué fue de ti?

—Once meses más en aquel lugar terrible y tres operaciones. A los cuatro meses ya me crecía la barba; antes de irme ya me afeitaba regularmente… y ya no dudaba de que fuese un hombre. —Sonrió sardónico—. Le miraba el escote a las enfermeras.

—Bien —dije—, me parece que todo te ha salido bien. Aquí estás, un hombre normal, ganando buen dinero, sin verdaderos problemas. Y la vida de mujer no es fácil.

Me miró con furia.

—¡Cómo si tú lo supieses!

—¿Y?

—¿Alguna vez has oído la expresión «una mujer perdida»?

—Mm, hace años. En realidad hoy en día no significa mucho.

—Yo estaba todo lo perdida que puede estarlo una mujer; ese capullo realmente me perdió… ya no era una mujer… y no sabía cómo ser un hombre.

—Supongo que hay que acostumbrarse.

—No tienes ni idea. No me refiero a aprender a vestirse, o no entrar en el baño equivocado; esas cosas las aprendí en el hospital. ¿Pero cómo podría vivir? ¿A qué podría dedicarme? Demonios, ni siquiera sabía conducir. No conocía ningún oficio; no podía realizar trabajo manual: demasiadas cicatrices, demasiado sensibles.

»También le odiaba por haberme arruinado para la W.E.N.C.H.E.S., pero no supe hasta qué punto hasta que intenté unirme al Cuerpo Espacial. Una mirada a mi vientre y me consideraron incapacitado para el servicio militar. El oficial médico pasó tiempo conmigo sólo por curiosidad; había leído sobre mi caso.

»Así que me cambié el nombre y me vine a Nueva York. Primero me dediqué a cocinar en un tugurio, después alquilé una máquina de escribir y me establecí como estenógrafo público… ¡vaya una risa! En cuatro meses había tecleado cuatro cartas y un manuscrito. El manuscrito era para Historias de la vida misma y también un desperdicio de papel, pero el idiota que lo escribió lo vendió. Lo que me dio una idea; compré una pila de revistas confesionales y las estudié. —Adoptó una expresión cínica—. Ahora ya sabes cómo puedo contar el verdadero punto de vista en una historia de madre soltera… por medio de la única versión que no he vendido: la verdadera. ¿He ganado la botella?

La empujé hacia él. Yo mismo estaba disgustado, pero había trabajo que hacer. Dije:

—Hijo, ¿todavía quieres ponerle las manos encima a ese tipo?

Se le iluminaron los ojos con una furia animal.

—¡Un momento! —dije—. ¿Lo matarías?

Rió de forma desagradable.

—Ponme a prueba.

—Tómatelo con calma. Sé más de lo que tú crees. Puedo ayudarte. Sé dónde está.

Alargó el brazo a través de la barra.

¿Dónde está?

Yo dije en voz baja.

—Suéltame la camisa, hijo… o acabarás en el callejón y le diremos a la policía que te desmayaste. —Le mostré el bate.

Me soltó.

—Lo siento. ¿Pero dónde está? —Me miró—. ¿Y cómo sabes tanto?

—Todo a su tiempo. Hay registros… registros hospitalarios, registros de orfanato, registros médicos. La matrona de tu orfanato era la señora Fetherage… ¿cierto? La sucedió la señora Gruenstein… ¿cierto? Como mujer te llamabas «Jane»… ¿cierto? Y no me has contado nada de esto… ¿cierto?

Le tenía desconcertado y algo asustado.

—¿Qué es esto? ¿Intentas causarme problemas?

—No, en absoluto. Me preocupo por tu bienestar. Puedo ponerte a ese tipo en las rodillas. Haces con él lo que te parezca conveniente… y te garantizo que no tendrás problemas. Pero no creo que le mates. Estarías loco si lo hicieses… y no estás loco. No del todo.

Desechó eso último.

—Deja la cháchara. ¿Dónde está?

Le serví una copa; estaba borracho pero la furia empezaba a eliminar la borrachera.

—No tan rápido. Yo haré algo por ti… tú harás algo por mí.

—Eh… ¿qué?

—No te gusta tu trabajo. ¿Qué dirías a una buena paga, trabajo seguro, cuenta de gastos ilimitada, ser tu propio jefe y grandes cantidades de variedad y aventura?

Me miró fijamente.

—Diría: «¡Saca a esos malditos renos de mi tejado!» No te molestes, Pop… ese trabajo no existe.

—Vale, míralo de esta forma: te lo entrego, te arreglas con él, después pruebas con mi trabajo. Si no es todo lo que digo… bien, no puedo retenerte.

Empezaba a flaquear; el último trago fue el definitivo.

—¿Cuándo me lo entregarás? —dijo con dificultad.

—Si estamos de acuerdo… ¡ahora mismo!

Levantó la mano.

—¡De acuerdo!

Le indiqué con la cabeza a mi ayudante que cuidase de toda la barra, apunté la hora —2300— y empecé a pasar por el hueco bajo la barra cuando la máquina de discos bramó: «¡Soy mi propio abuelo!» El tipo del servicio tenía instrucciones de cargarla con viejas tonadas americanas y clásicos porque yo no podía soportar la «música» de 1970, pero no sabía que esa cinta estaba en la máquina. Grité.

—¡Apaga eso! Dale al cliente su dinero —añadí—.

Trastienda, volveré en un momento. —Y me dirigí allí seguido de Madre Soltera.

Se encontraba al final del pasillo entre los baños, una puerta de acero para la que nadie excepto mi encargado de día y yo mismo teníamos llave; dentro se encontraba la puerta a una habitación interior de la que sólo yo tenía la llave. Entramos.

Miró borracho las paredes sin ventanas.

—¿Ónde esstá?

—Ahora mismo. —Abrí una maleta, lo único que había en la habitación; era un Equipo de Campo Transformador de Coordenadas del USFF, serie 1992, modelo II; una belleza, sin partes móviles, con menos de veintitrés kilos de peso completamente cargado, y con la forma de una maleta. A principios del día lo había ajustado con precisión; lo único que tenía que hacer era sacar la red metálica que limita el campo transformador.

Y lo hice.

—¿Qué es eso? —exigió.

—Una máquina del tiempo —dije y nos lancé la red por encima.

—¡Eh! —gritó y retrocedió.

La cosa tiene su técnica; hay que arrojar la red de forma que el sujeto retroceda instintivamente hacia la rejilla metálica, a continuación cierras la red con vosotros dos rodeados completamente. En caso contrario podrías dejarte atrás una suela o un trozo de pie, o arrancar un trozo de suelo. Pero no se necesita más habilidad que ésa. Algunos agentes engañan al sujeto para entrar en la red; yo digo la verdad y uso ese instante de total desconcierto para darle al interruptor. Lo que hice.

1030 – VI – 3 de abril de 1963 – Cleveland, Ohio – Edificio Apex:

—¡Eh! —repitió—. ¡Quítame esta cosa!

—Lo lamento —me disculpé al hacerlo; guardé la red en la maleta, y la cerré—. Dijiste que querías encontrarle.

—Pero… ¡dijiste que era una máquina del tiempo!

Señalé la ventana.

—¿Parece que estamos en noviembre? ¿O en Nueva York? —Mientras él permanecía boquiabierto ante los nuevos brotes y el tiempo de primavera, volví a abrir la maleta, extraje un fajo de billetes de cien dólares, comprobé que la numeración y las firmas fuesen compatibles con 1963. A la Oficina del Tiempo no le importa lo que gastes (no les cuesta nada) pero no les gustan los anacronismos innecesarios. Demasiados errores y un tribunal militar te exiliará a un año de algún periodo desagradable, digamos 1974, con su racionamiento estricto y los trabajos forzados. Yo nunca cometo errores, el dinero era el correcto.

Él se volvió y dijo:

—¿Qué ha sucedido?

—Él está aquí. Sal y píllalo. Aquí tienes dinero para gastos. —Se lo di y añadí—: Encárgate de él. Luego te recogeré.

Los billetes de cien dólares producen un efecto hipnótico en las personas que no están acostumbradas a manejarlos. Los contaba incrédulo mientras yo lo echaba al pasillo. El siguiente salto era fácil, un pequeño cambio de era.

1700 – VI – 10 de marzo de 1964 – Cleveland – Edificio Apex: Había una nota bajo la puerta diciendo que mi alquiler había expirado la semana pasada; por lo demás, la habitación tenía el mismo aspecto que un momento antes. En el exterior, los árboles estaban desnudos y amenazaba la nieve; me apresuré, deteniéndome sólo para coger dinero contemporáneo y una chaqueta, sombrero y abrigo que había dejado cuando alquilé la habitación. Cogí un taxi, fui al hospital. Me llevó veinte minutos aburrir a la enfermera hasta el punto de que me permitiese llevarme al bebé sin problemas. Regresamos al Edificio Apex. Establecer los controles fue más complejo, porque el edificio no existía todavía en 1945. Pero lo había calculado de antemano.

0010 – VI – 20 de septiembre 1945 – Cleveland – Motel Skyview: Equipo de campo, bebé y yo llegamos a un hotel fuera de la ciudad.

Antes ya me había registrado como «Gregory Johnson, de Warren, Ohio», así que llegamos a una habitación con las cortinas corridas, las ventanas cerradas y las puertas atrancadas, y el suelo despejado para permitir las ondulaciones de la máquina al llegar. Te puedes llevar un golpe desagradable debido a una silla que se encuentra donde no debería estar; no por la silla claro, sino por el retroceso del campo.

No había problema. Jane dormía tranquilamente; la llevé fuera, la puse en una caja de economato en el asiento del coche que había contratado antes, conduje hasta el orfanato, la dejé en los escalones, conduje dos manzanas hasta una «estación de servicio» (la de productos petrolíferos) y telefoneé al orfanato, volví a tiempo para verles recoger la caja, seguí la marcha y abandoné el coche cerca del hotel. Caminé y salté al edificio Apex en el año 1963.

1100 – VI – 24 de abril de 1963 – Cleveland – Edificio Apex: Lo hice con el tiempo justo: la precisión temporal depende del intervalo, excepto en el retorno a cero. Si llevaba razón, Jane estaría descubriendo, en un parque durante una agradable noche de primavera, que no era tan «buena» chica como había creído. Cogí un taxi al hogar de aquellos tacaños, hice que el taxista esperase en la esquina mientras yo acechaba en las sombras. Los vi venir por la calle, cada uno en los brazos del otro. La llevó hasta el porche y se dedicó a darle un beso de buenas noches durante un largo rato: más largo de lo que yo había pensado. A continuación ella entró y él recorrió el camino de vuelta, de espaldas a mí. Me puse a su lado y le agarré por el brazo.

—Eso es todo, hijo —anuncié con calma—. He vuelto para recogerte.

¡Tú! —Se quedó boquiabierto y sin aliento.

—Yo. Ahora sabes quién es él… y cuando lo hayas pensado sabrás quién eres tú… y si piensas de verdad, comprenderás quién es el bebé… y quién soy Yo.

No respondió, estaba muy alterado. Era toda una impresión que te demostrasen que no podías resistirte a seducirte a ti mismo. Lo llevé al Edificio Apex y saltamos de nuevo.

2300 – VII – 12 de agosto de 1985 – Base bajo las Rocosas: Desperté al sargento de guardia, le mostré la identificación; le dije al sargento que metiese a mi acompañante en cama junto con una pastilla de la felicidad y que le reclutase por la mañana. El sargento parecía de mal humor, pero la graduación es la graduación, sin que importase la era; hizo lo que le dije, pensando, sin duda, que la próxima vez que nos viésemos él podría ser el coronel y yo el sargento: eso, en nuestro cuerpo, puede suceder.

—¿Cómo se llama? —preguntó.

Se lo escribí. Arqueó las cejas.

—Vaya, vaya, ¿eh? Mm…

—Haga su trabajo, sargento. —Me volví hacia mi acompañante.

—Hijo, tus problemas han terminado. Estás a punto de iniciar el mejor trabajo que puede tener un hombre… y lo harás bien. Lo sé.

—¡Así será! —se mostró de acuerdo el sargento—. Mírame… nacido en 1917… todavía sigo por aquí, todavía sigo siendo joven, todavía disfruto de la vida.

Regresé a la sala de salto, lo ajusté todo para el cero preseleccionado.

2301 – V –7 de noviembre de 1970 – Ciudad de Nueva York – El rincón de Pop: Salí de la trastienda trayendo un quinto de Drambuie para justificar el minuto que había estado fuera. Mi ayudante discutía con el cliente que había puesto «¡Soy mi propio abuelo!». Dije:

—Oh, deja que la ponga, luego desenchúfala. —Estaba muy cansado.

Es duro, pero alguien tiene que hacerlo y es muy difícil reclutar a nadie en años posteriores, después del Error de 1972. ¿Puedes pensar en mejor fuente que escoger personas fastidiadas allí donde están y ofrecerles un trabajo bien pagado e interesante (aunque peligroso) por una causa necesaria?

Ahora todo el mundo sabe por qué la Guerra Inexistente de 1963 fue efectivamente inexistente. La bomba con el número de Nueva York no estalló, otro centenar de cosas no salieron como estaban planeadas: todo dispuesto por gente como yo.

Pero no el Error de 1972; ése no es culpa nuestra, y no puede deshacerse; no hay ninguna paradoja a resolver. Una cosa o es o no es, ahora y por siempre jamás. Pero no habrá otro igual; una orden con fecha «1992» tiene precedencia sobre cualquier año.

Cerré cinco minutos más temprano, dejando una carta en la caja registradora diciéndole al encargado de día que aceptaba su oferta de compra, que fuese a ver a mi abogado mientras yo me tomaba unas largas vacaciones. La Oficina podría aceptar o no su pago, pero les gusta que las cosas queden resueltas. Fui a la habitación en la trastienda y salté a 1993.

2200 – VII – 12 de enero de 1993 – Cuartel general temporal DOL: Me registré con el oficial de guardia y fui a mis habitaciones, con la intención de dormir durante una semana. Había cogido la botella que habíamos apostado (después de todo, había ganado yo) y di un trago antes de escribir el informe. Sabía a rayos y me pregunté por qué me había gustado Old Underwear. Pero era mejor que nada; no me gusta estar totalmente sobrio, pienso demasiado. Pero tampoco me gusta empinar el codo; otras personas tienen serpientes, yo tengo gente.

Dicté el informe; cuarenta reclutamientos, todos aprobados por la Oficina psicológica, contando el mío propio, que sabía que aprobarían. Yo estaba aquí, ¿no? Luego grabé una petición para que me asignasen a operaciones; estaba harto de reclutamiento. Envié las dos cintas y me fui a la cama.

Mis ojos cayeron sobre «Las leyes del tiempo» que tenía sobre la cama.

Nunca hagas ayer lo que

Debería hacerse mañana.

Si al final tienes éxito,

No lo vuelvas a intentar.

Un remiendo en el tiempo salva

Nueve mil millones.

Una paradoja puede ser corregida.

Es más temprano cuando piensas.

Los antepasados no son más que gente.

Incluso Júpiter cabecea.

No me inspiraron de la misma forma que cuando me reclutaron; treinta años subjetivos de dar saltos por el tiempo acaban haciendo mella. Me desvestí y, cuando me quedé en cueros, me miré el vientre. Una cesárea deja una cicatriz bien grande, pero ahora tengo tanto pelo que no la noto a menos que la busque.

Luego miré el anillo que tenía en el dedo.

La serpiente que devora su propia cola, por siempre y jamás… Yo sé de dónde vengo yo… ¿pero de dónde habéis salido todos vosotros, zombies?

Sentí que se aproximaba un dolor de cabeza, pero medicación para los dolores de cabeza es algo que no tomo. Lo hice una vez y todos vosotros desaparecisteis.

Así que me arrastré hasta la cama y apagué la luz con un silbido.

En realidad no estáis ahí. No hay nadie excepto yo —Jane—, aquí a solas en la oscuridad.

¡Os echo terriblemente de menos!

Ir a la siguiente página

Report Page