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1 REGRESO AL PRESENTE » Hombre en su tiempo

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Hombre en su tiempo

Brian W. Aldiss

Esta primera sección comenzó con una historia de actualidad y termina con otra. La historia de Philip K. Dick trataba los problemas del primer proyecto de viajes en el tiempo; Brian W. Aldiss se centra en una misión a Marte que, a pesar del fallo de la nave espacial rusa Mars-96 en noviembre de 1996, es ahora mismo el objetivo principal tanto de americanos como de rusos. «Hombre en su tiempo», una asombrosa historia de desplazamiento temporal, merece compararse con la notable, novela de Aldiss, AN AGE (1967), en la que el tiempo fluye a la inversa, con efectos devastadores.

Brian Wilson Aldiss (1925), antiguo soldado y asistente de librería, comenzó a escribir ciencia ficción a mediados de los años cincuenta y, una década más tarde, fue una de las fuerzas tras la nueva ola de ciencia ficción británica.

Su primera novela, LA NAVE ESTELAR (1958), se la considera ahora un clásico, y ganó el primero de varios premios, un Hugo, por EL LENTO MORIR DE LA TIERRA en 1962. Aldiss ha demostrado su admiración por las obras de H. G. Wells en EL ÁRBOL DE SALIVA (1965) y LA OTRA ISLA DEL DR. MOREAU (1980), mientras que FRANKENSTEIN DESENCADENADO (1973) y DRÁCULA DESENCADENADO (1991) no son parodias de las novelas originales sino ingeniosas fantasías de viajes en el tiempo. Su trío de novelas de HELICONIA (1982-1985) se ha convertido en un éxito de ventas, y se le considera uno de los más importantes escritores británicos de ciencia ficción. «Hombre en su tiempo», publicada en 1965, describe el regreso desde Marte a la Tierra de un astronauta llamado Jack Westermark, su aterrizaje de emergencia, y el curioso limbo en el que acaba encontrándose…

Su ausencia

Janet Westermark estaba sentada observando a los tres hombres del despacho: el administrador que estaba a punto de salir de su vida, el conductista que estaba a punto de entrar en ella y el marido cuya vida corría paralela a la suya pero completamente aislada.

No era la única que jugaba al juego de la observación. El conductista, que se llamaba Clement Stackpole, estaba sentado en su silla con las feas y fuertes manos apoyadas en las rodillas, proyectando hacia delante el rostro inteligente y simiesco para poder observar mejor a su nuevo paciente: Jack Westermark.

El administrador del Hospital de Investigación Mental hablaba de forma animada y comprometida. Como era habitual, sólo Jack Westermark parecía ausente de la escena.

Su problema en particular; movilidad

Tenía las manos inmóviles sobre el regazo, pero él mismo estaba en movimiento, aunque su movilidad parecía estar dirigida.

Era como si se encontrase en otra dependencia con otra gente, pensó Janet. Vio que él la miraba a los ojos cuando, de hecho, ella no le miraba del todo, y para cuando ella le devolvió la mirada, él se había ido, retraído.

—Aunque el señor Stackpole no ha tratado antes con este problema específico —decía el administrador—, posee mucha experiencia de campo. Bien…

—Estoy seguro de que no —dijo Westermark, cruzando las manos e inclinando ligeramente la cabeza.

Con rapidez, el administrador anotó el comentario con lápiz, añadiendo a su lado el momento exacto, y continuó:

—Sé que el señor Stackpole es demasiado modesto para decirlo, pero es genial tratando con la gente…

—Si cree que es necesario… —dijo Westermark—. Aunque ya he visto mucho de su equipo.

El lápiz se movió, la voz suave siguió hablando:

—Bien. Un hombre genial en el trato con la gente, y estoy seguro de que usted y el señor Westermark se alegrarán pronto de tenerle cerca. Recuerde, está aquí para ayudarles a los dos.

Janet sonrió, y dijo desde la isla de la silla, intentando sonreír tanto a él como a Stackpole:

—Estoy segura de que todo saldrá bien… —La interrumpió su marido, quien se puso en pie, dejando que las manos cayesen a los lados y, girándose ligeramente para dirigirse al aire, dijo:

—¿Le importa si le digo adiós a la enfermera Simmons?

Su voz ya no le temblaba

—Todo saldrá bien, estoy segura —dijo con rapidez. Y Stackpole asintió en su dirección, aceptando su punto de vista.

—Nos llevaremos todos bien, Janet —dijo.

Ella se encontraba en medio del rápido proceso de digerir el uso inesperado de su nombre de pila, y el administrador también le estaba dedicando la sonrisa de ánimo que tanta gente le había dirigido desde que sacaron a Westermark del océano de Casablanca, cuando su marido, todavía manteniendo su conversación solitaria con el aire, dijo:

—Claro; debería haberlo recordado.

Se llevó la mano derecha medio camino hacia la frente —¿o el corazón?, se preguntó Janet— y luego la dejó caer para añadir:

—Quizá venga a verme alguna vez.

Se volvió y se quedó sonriendo ligeramente en dirección a otro espacio vacío con una ligera inclinación de la cabeza, como si estuviese engatusando a alguien.

—¿Te gustaría, no, Janet?

Ella movió la cabeza, intentando instintivamente llevar sus ojos hacia la mirada del hombre mientras respondía vagamente:

—Claro, cariño.

Ya no le temblaba la voz cuando se dirigía a la atención ausente de su marido.

Se podía ver frente a la luz del sol

La luz del sol daba en una esquina de la habitación, penetrando a través de las ventanas de un hueco orientado hacia el sol. Durante un momento, al ponerse en pie, pudo apreciar el perfil de su esposo con la luz del sol detrás. Era delgado y reservado. Inteligente: siempre le había considerado sobrecargado por la inteligencia, pero ahora allí había una mirada perdida, y pensó en las palabras de un psiquiatra que se había encargado del caso en los primeros momentos: «Debe comprender que el cerebro despierto está continuamente retrasado por el inconsciente.»

Retrasado por el inconsciente

Luchando para rechazar las palabras, dijo, dirigiéndose hacia la sonrisa del administrador; esa sonrisa que tanto debía haberle servido para avanzar en su carrera:

—Me han ayudado mucho. No podría haber superado estos meses sin ustedes. Ahora será mejor que nos vayamos.

Se oyó entrecortar las palabras, temiendo que Westermark hablase mientras ella también lo hacía, y lo hizo:

—Gracias por su ayuda. Si descubre cualquier cosa…

Stackpole se dirigió modestamente hacia Janet mientras el administrador se ponía en pie y decía:

—Bien, que ninguno de los dos nos olvide si hay algún problema.

—Estoy segura de que no lo haremos.

—Y, Jack, me gustaría que volvieses a visitarnos una vez al mes para un chequeo personal. No tiene sentido malgastar todo este equipo tan caro, ya sabes, y eres nuestro… mm, paciente estrella. —Sonrió forzado mientras lo decía, mirando los papeles que había sobre la mesa para comprobar la respuesta de Westermark. Westermark ya le daba la espalda, Westermark ya se dirigía lentamente hacia la puerta, Westermark había dicho sus adioses, encaramado a la eminencia solitaria de su existencia.

Janet miró indefensa, antes de poder protegerse, al administrador y Stackpole. Les odiaba por ser demasiado profesionales para tener en cuenta la aparente violación de conducta de su esposo. Stackpole miraba con amabilidad como si fuese un mono y la agarró con firmeza con una de las gruesas manos.

—¿Nos vamos ya? Mi coche nos espera fuera.

Sin decir nada, asintiendo, pensando y consultando la hora

Ella asintió, sin decir nada, únicamente reflexionando, sin necesidad de recurrir a las notas del administrador para pensar: «Oh, sí, esto fue cuando dijo: “¿Le importa si digo adiós a la enfermera?” —¿quién era?— ¿Simpson?» Empezaba a poder seguir el rastro de su marido por el camino roto de su conversación. Él ya estaba en el corredor, con la puerta agitándose a su espalda, y al aire vacío el administrador decía:

—Hoy es su día libre.

—Es bueno siguiendo la conversación —dijo ella, sintiendo la mano que le apretaba el brazo. Ella le apartó amablemente los dedos, horrible Stackpole, intentando recordar lo que había sucedido sólo cuatro minutos antes. Jack le había dicho algo a ella; no podía recordar qué, no habló, evitando los ojos, alargó la mano y se la ofreció con fuerza al administrador.

—Gracias —dijo.

Au revoir a los dos —respondió con firmeza, moviendo la vista con rapidez: reloj, notas, ella, la puerta—. Claro —dijo—. Si descubrimos cualquier cosa. Tenemos muchas esperanzas…

Se ajustó la corbata, volviendo a mirar la hora.

—Su marido ya se ha ido, señora Westermark —dijo, suavizando sus modales. Caminó hacia la puerta acompañándola y añadió—: Ha sido usted maravillosamente valiente, y comprendo, todos comprendemos, que seguirá usted siendo maravillosa. Con el tiempo, le será más fácil; ¿no dice Shakespeare en Hamlet que «El uso casi puede cambiar el sello de la naturaleza»? ¿Puedo sugerirle que siga mi ejemplo y el de Stackpole y mantenga un pequeño bloc y siga estrictamente el tiempo?

Vieron su ligera vacilación, alzándose sobre la mujer, dos hombres alrededor de una mujer bien parecida, no del todo inocentes de sentirse aliviados. Stackpole se aclaró la garganta, sonrió y dijo:

—Se puede sentir aislado con facilidad, ya sabe. Es esencial que usted entre todas las personas responda a sus preguntas, o se sentirá aislado.

Siempre un paso por delante

—¿Los niños? —preguntó ella.

—Veamos primero a Jack y usted establecidos de nuevo en casa, digamos durante un par de semanas más o menos —dijo el administrador—, antes de que pensemos en mandar a los niños a verle.

—De esta forma es mejor para ellos, y también para Jack y usted, Janet —dijo Stackpole.

«No sea charlatán —pensó—. Necesito consuelo, Dios lo sabe, pero esto es demasiado fácil.» Apartó el rostro, temiendo que esos días tuviese una expresión demasiado vulnerable.

En el pasillo, el administrador añadió como despedida:

—Estoy seguro que la abuela les está mimando en exceso, señora Westermark, pero preocuparse no sirve de nada, como afirma el dicho.

Ella le sonrió y caminó con rapidez, un paso por delante de Stackpole.

Westermark estaba sentado en la parte de atrás del coche en el exterior del bloque administrativo. Ella subió a su lado. Y al hacerlo él se agitó violentamente sobre el asiento.

—Cariño, ¿qué pasa? —preguntó Janet. Él no dijo nada.

Stackpole no había salido del edificio, evidentemente cruzando unas últimas palabras con el administrador. Janet aprovechó el momento para inclinarse y besar la mejilla de su esposo, consciente mientras lo hacía de que lo había hecho una esposa fantasma ya, desde el punto de vista de Jack. Para ella la respuesta de Jack fue un fantasma.

—El campo parece verde —dijo él. Sus ojos se movían sobre los bloques de cemento gris al otro lado.

—Sí—dijo ella.

Stackpole llegó bajando los escalones con rapidez, disculpándose mientras abría la portezuela del coche, y se sentó. Soltó el embrague demasiado rápido y salieron disparados. Janet vio la razón del estremecimiento de Westermark unos momentos antes. Ahora la aceleración volvió a dar con él; su cuerpo estaba retirado indefenso hacia atrás. Mientras seguían moviéndose, alargó una mano con fuerza hacia el agarre lateral, porque su balanceo no contrarrestaba apropiadamente el movimiento del coche.

Una vez fuera de la zona del Instituto, se encontraban en el campo, todavía bajo un día de mediados de agosto.

Sus teorías

Westermark, concentrándose, podía obligarse a ajustarse a algunas leyes del continuo temporal que había abandonado. Cuando el coche en el que iba recorrió el camino de su entrada (familiar pero aun así extraña con los rododendros sin podar y ni rastro de los niños) y se detuvo frente a la puerta, se quedó sentado tres minutos y medio antes de aventurarse a abrir la puerta. Luego bajó y se quedó de pie sobre la gravilla, frunciendo el ceño. ¿Era tan real como siempre, tan material? ¿La cubría un ligero lustre… como si algo brillase desde el interior de la tierra, atravesando todas las cosas? ¿O era simplemente que había una pantalla interpuesta entre él y todas las cosas? Era importante decidirse entre esas dos teorías, porque debía vivir bajo la disciplina de una de ellas. Lo que esperaba demostrar era que la teoría de la impregnación era correcta; de tal modo él no era más que uno de los factores que formaban el universo, junto con el resto de la humanidad. Según la teoría del lustre, estaba aislado no sólo del resto de la humanidad sino del cosmos entero (¿excepto Marte?). Todavía era pronto; tenía todavía mucho que pensar, y sin duda aparecerían nuevas ideas después de la observación y la reflexión. Bien podrían surgir teorías revolucionarias de este sufrimiento.

Podía ver a su esposa a su lado, ligeramente alejada en caso de que vergonzosa o dolorosamente chocasen. Él le sonrió a través del lustre. Dijo:

—Lo soy, pero prefiero no hablar. —Se dirigió hacia la casa, notando la sensación resbaladiza de la gravilla que no se movía bajo sus pasos hasta que el mundo no se ponía a su altura. Añadió:

—Tengo mucho respeto por el Guardian, pero en este momento prefiero no hablar.

Famoso astronauta regresa a casa

A la llegada del grupo, un hombre les aguardaba en el porche, emboscada para el regreso de Westermark con sonrisa reprobatoria dirigida a sí mismo. Vacilante pero profesional, se acercó y miró inquisitivo a las tres personas que habían salido del coche.

—Perdóneme, usted es el capitán Jack Westermark, ¿no?

Se hizo a un lado cuando Westermark pareció dirigirse directamente hacia él.

—Soy el encargado de psicología del Guardian, si pudiese hacerle unas preguntas…

La madre de Westermark había abierto la puerta principal y se encontraba allí sonriéndole para darle la bienvenida, con una mano nerviosamente colocada a la altura del pelo gris. Su hijo pasó junto a ella. El periodista se quedó mirando.

Janet le dijo disculpándose:

—Debe perdonarnos. Mi esposo le respondió, pero realmente todavía no está preparado para encontrarse con otras personas.

—¿Cuando me respondió, señora Westermark? ¿Antes de oír lo que tenía que decirle?

—Bien, naturalmente que no… pero en su flujo vital… Lo lamento, no puedo explicarlo.

—Realmente vive adelantado al tiempo, ¿no? ¿Le importaría dedicarme un minuto para contarme cómo se siente usted ahora que ha pasado la primera impresión?

—Realmente debe disculparme —dijo Janet dejándole atrás. Al seguir a su esposo al interior de la casa oyó a Stackpole decir:

—Yo leo el Guardian, y quizá pueda ayudarle. El Instituto me ha asignado el trabajo de quedarme con el capitán Westermark. Me llamo Clement Stackpole… puede que conozca mi libro Relaciones humanas persistentes, Methuen. Pero no debe decir que Westermark vive adelantado en el tiempo. Eso es del todo incorrecto. Lo que puede decir es que algunos de sus procesos psicológicos y fisiológicos han sido trasladados…

—¡Idiota! —exclamó Janet para sí. Se había detenido en la entrada para escuchar algunas de las palabras. Ahora entró rápidamente.

La conversación colgando en el aire entre los largos periodos de la cena

La cena de esa noche tuvo sus incomodidades, aunque Janet Westermark y su suegra obtuvieron un aire de felicidad melancólica al disponer dos candelabros escandinavos, reliquias de una fiesta de Copenhague, sobre la mesa y sorprendiendo a los dos hombres con alegres entrantes. Pero la conversación fue en general como los entrantes, pensó Janet: tentadores fragmentos aislados de conversación, nada alimenticios.

La señora Westermark madre no le había pillado todavía el truco a hablar con su hijo, y limitaba sus comentarios a Janet, aunque miraba a menudo a Jack.

—¿Cómo están los niños? —le preguntó él. Nerviosa al saber que él esperaba mucho tiempo para la respuesta, replicó de forma bastante incoherente y dejó caer el cuchillo.

Para aliviar la tensión, Janet estaba preparando un comentario sobre el carácter del administrador en el Hospital de Investigación Mental, cuando Westermark dijo:

—Entonces es simultáneamente considerado y letrado. Encomiable y raro en un hombre de su clase. Tuve la impresión, como evidentemente también la tuviste tú, de que le interesaba tanto su trabajo como los ascensos. Supongo que podría decirse que incluso le caía a uno bien. Pero usted le conoce mejor, Stackpole; ¿qué opina de él?

Desmenuzando pan para ocultar el hecho de que ignoraba de quién se suponía que hablaban, Stackpole dijo:

—Oh, no sé; en realidad es difícil de describir. —Dejando pasar el tiempo, fingiendo no mirar la hora.

—El administrador era un hombre encantador, ¿no crees, Jack? —comentó Janet… quizás ayudando tanto a Stackpole como a Jack.

—Tiene aspecto de que sería un lanzador lento —dijo Westermark, con una entonación que sugería que estaba de acuerdo con algo que todavía no se había dicho.

—¡Oh, él! —dijo Stackpole—. Sí, en general parece un tipo satisfactorio.

—Me citó a Shakespeare y tuvo la amabilidad de indicarme el origen de la cita —dijo Janet.

—No gracias, madre —dijo Westermark.

—No tengo mucha relación con él —siguió diciendo Stackpole—. Aunque he jugado al criquet con él en un par de ocasiones. Es un lanzador lento bastante bueno.

—¿En serio? —exclamó Westermark.

Eso los detuvo. La madre de Jack miraba indefensa a su alrededor; atrapada por la mirada de su hijo, dijo, cubriéndose:

—Toma más sopa, Jack, cariño. —Recordó que ya había recibido la respuesta, casi dejó que se le cayese el cuchillo otra vez y abandonó todo intento de comer.

—Yo soy bateador —dijo Stackpole, como si rompiese el silencio con un viejo martillo neumático. Cuando no le llegó respuesta, obstinadamente siguió hablando, disertando sobre el juego, y el placer que ofrecía. Janet permaneció sentada observando, ligeramente perpleja por estar admirando la ejecución de Stackpole y cuestionándose su ligera perplejidad; a continuación optó por decidirse a sentir antipatía por Stackpole, y de inmediato se esfumó la resolución. ¿Estaba él de su lado? E incluso las fuertes manos peludas se volvían un poco más aceptables cuando las consideraba agarrando el mango de goma de un bate; y el movimiento de los anchos hombros… Cerró los ojos momentáneamente, e intentó concentrarse en lo que decía.

Un bateador

Más tarde, se encontró con Stackpole en el piso superior. Tenía un puro pequeño en la boca, y ella dos almohadas en los brazos. Él le impedía el paso.

—¿Puedo ayudarla, Janet?

—Sólo estoy preparando una cama, señor Stackpole.

—¿No va a dormir con su esposo?

—Le gustaría estar solo durante una noche o dos, señor Stackpole. Por el momento dormiré en la habitación de los niños.

—Entonces permítame que le lleve las almohadas. Y por favor, llámeme Clem. Todos mis amigos lo hacen.

Intentando ser más amable, desbloquearse, recordar que Jack no la estaba echando permanentemente del dormitorio, dijo:

—Lo lamento. Es que una vez tuvimos un terrier llamado Clem. —Pero no sonó como había pretendido.

Él colocó las almohadas sobre la cama azul de Peter, encendió la lámpara de la mesa de noche y se sentó en el borde de la cama, sosteniendo el puro y aspirando.

—Puede que esto sea un poco embarazoso, pero hay algo que debo decirle, Janet. —No la miró. Ella le trajo un cenicero y se quedó a un lado.

»Teme que la salud mental de su marido esté en peligro, aunque me apresuro a garantizarle que no muestra signos de perder el equilibrio mental más allá de los que podríamos denominar como una desmesurada absorción en los fenómenos… e incluso en ese caso, no podemos afirmar, claro que no, que esa absorción sea mayor de lo que podría esperarse. Es decir, esperar dadas estas circunstancias totalmente inauditas. Durante los próximos días deberemos hablar de eso.

Ella esperó a que él siguiese hablando, sin sentirse nada feliz con el juego del puro. A continuación él la miró directamente y le dijo:

—Sinceramente, señora Westermark, creemos que podría ayudar a su marido si pudiese mantener relaciones sexuales con él.

Ligeramente sorprendida, dijo:

—¿Puede imaginar…? —Corrigiéndose, dijo—: Eso debe decidirlo mi esposo. No soy inaccesible.

Ella comprendió que él había percibido el desliz. Jugando como un buen bateador, dijo:

—Estoy segura de que no es usted inaccesible, señora Westermark.

Con las luces apagadas, viviendo, se tendió sobre la cama de Peter

Se tendió sobre la cama de Peter con las luces apagadas. Claro que le deseaba: mucho, ahora que se permitía pensarlo. Durante los largos meses de la expedición a Marte, mientras ella se quedaba en casa y él se alejaba cada vez más, cuando existía de verdad en aquel otro planeta, se había mantenido casta. Había cuidado de los niños, había paseado por el campo, había disfrutado escribiendo artículos para las revistas femeninas y que la entrevistasen en televisión cuando la nave abandonó Marte en el viaje de regreso. En parte, había estado dormitando.

Después llegaron las noticias, que al principio no le comunicaron, que había confusión en las comunicaciones con la nave de regreso. Un tabloide sensacionalista rompió el secreto declarando que la tripulación de nueve hombres se había vuelto loca. Y que la nave había dejado atrás la zona de aterrizaje estrellándose en el Atlántico. Su primera reacción había sido puramente egoísta; no, no egoísta, pero desde el ego: nunca volverá a acostarse conmigo. Un amor y una pena infinitos.

Durante el rescate, el único superviviente, milagrosamente ileso, había renacido su esperanza.

Desde entonces, había permanecido embalsamada, como estaba él embalsamado en el tiempo. Intentó visualizar el amor como sería ahora, con todo sucediendo primero para él, antes de que ella hubiese comenzado a… con sus movimientos de placer incluso antes que ella… ¡no, no era posible! Pero por supuesto que lo era, si primero lo discutían intelectualmente; luego si ella se tendía inmóvil… Pero lo que intentaba visualizar, todo lo que podía visualizar no era el sexo, sino simplemente la postración ante las exigencias de las glándulas y el flujo temporal.

Se sentó en la cama, deseando el movimiento, la libertad. Saltó de ella y abrió la ventana inferior; todavía había un rastro de humo de puro en la habitación oscura.

Si lo discutían intelectualmente

En un par de días se habían adaptado a la rutina. Era como si el tiempo tranquilo, de una buena temperatura perpetua, les ayudase. Tenían que tener cuidado de moverse lentamente a través de las puertas, manteniéndose a la izquierda, para no chocar. Una bandeja de bebidas cayó al suelo antes de ponerse de acuerdo en ese detalle. Desarrollaron un sistema simple de llamadas antes de usar el baño. Conversaban en boletines que no planteaban preguntas a menos que las preguntas fuesen necesarias. Caminaban ligeramente separados. En breve, tomaban atajos uno a través de la vida de los otros.

—Realmente es muy fácil siempre que uno tenga cuidado —dijo la señora Westermark madre a Janet—. ¡Y el querido Jack es tan paciente!

—Yo incluso tengo la sensación de que le gusta la situación.

—Oh, cariño, ¿cómo podría gustarle una situación tan desafortunada?

—Madre, comprendes cómo coexistimos todos, ¿no? No, suena demasiado horrible… no me atrevo a decirlo.

—Venga, venga, no empieces a tener ideas tontas. Has sido muy valiente, y no es momento de disgustarse, justo ahora que las cosas están yendo bien. Si te preocupa algo, debes contárselo a Clem. Para eso está aquí.

—Lo sé.

—¡Entonces bien!

Vio a Jack pasear por el jardín. Mientras miraba, Jack levantó la vista, sonrió, y dijo algo para sí, alargó una mano, la retiró, y fue, todavía sonriendo, a sentarse en un extremo del banco del jardín. Emocionada, Janet corrió hasta las puertas de vidrieras para unirse a él.

Se detuvo. Ya veía por adelantado, ya veía la secuencia de acciones, porque ya las había esbozado en el futuro. Ella saldría al jardín, gritaría su nombre, sonreiría y se acercaría a él cuando le devolviese la sonrisa. A continuación pasearían juntos hasta el banco y se sentarían, uno a cada lado.

El saberlo eliminó toda espontaneidad. Podría igualmente haber estado corriendo sobre una cinta continua, porque lo que estaba a punto de hacer ya había sucedido en lo que a Jack se refería, con su adelanto en el tiempo. En ese caso, si no iba, si se amotinaba, si se volvía para seguir charlando de las labores diarias con su suegra… Eso dejaría a Jack balbuceando como un tonto en el jardín, disfrutando de una fantasía en la que no podría penetrar. Que lo haga, que Stackpole lo vea; entonces tendría que rechazar su teoría de que Jack se encontraba adelantado en el tiempo y tendría que tratarlo por una locura alucinatoria más normal. Estaría seguro en manos de Clem.

Pero las acciones de Jack demostraban que ella saldría. Sería una locura por su parte no salir. ¿Locura? Desobedecer una ley del universo era imposible, no una locura. Jack no desobedecía, simplemente había tropezado con una ley de cuya existencia nadie sabía antes de la primera expedición a Marte; ciertamente habían descubierto algo mucho más importante de lo que nadie había esperado, y más imprevisible. Y ella había perdido… ¡No, todavía no había perdido! Corrió al jardín, llamándole, dejando que los actos aliviasen la confusión de su mente.

Y en los actos repetidos había oculta algo de frescura, porque recordaba cómo en la sonrisa de Jack, entrevista a través de la ventana, había habido una calidez especial, como si quisiese tranquilizarla. ¿Qué había dicho? Eso se había perdido. Se acercó al banco y se sentó a su lado.

Él había estado reservando un comentario para el reglamentario e invariable lapso temporal.

—No te preocupes, Janet —dijo—. Podría ser peor.

—¿Cómo? —preguntó ella, pero Jack ya le estaba respondiendo:

—Podríamos estar separados por un día. 3’3077 minutos nos permiten al menos cierta medida de comunicación.

—Es maravilloso la filosofía con la que te lo tomas —dijo ella. Sintió alarma por el sarcasmo en su tono de voz.

—¿Hablamos ahora?

—Jack, llevo algún tiempo deseando mantener una conversación en privado contigo.

¿Yo?

Las altas hayas que protegían el jardín por el lado norte estaban tan quietas que Janet pensó: «Para él tendrán exactamente el mismo aspecto que para mí.»

Él envió un boletín, mirando el reloj. Tenía las muñecas delgadas. Parecía más frágil que cuando había abandonado el hospital.

—Soy consciente, cariño, de lo doloroso que debe de ser para ti. Los dos estamos aislados uno del otro por este asombroso desplazamiento de la función temporal, pero al menos yo tengo el consuelo de experimentar un fenómeno novedoso, mientras que tú…

—¿Yo?

Hablando a través de distancias interestelares

—Iba a decir que tú estás atrapada en el mismo viejo mundo que la humanidad ha conocido siempre, pero supongo que tú no lo ves de esa forma. —Evidentemente un comentario de Janet había llegado hasta él, porque añadió sin trascendencia—: He querido mantener una charla privada contigo.

Janet tragó algo que iba a decir, porque él levantó un dedo irritado y dijo:

—Por favor, ajusta en el tiempo tus frases, para que no hablemos de cosas diferentes. Limita lo que tengas que decir a lo esencial. La verdad, cariño, me sorprende que no hagas lo que sugiere Clem y tomes notas de lo que se dice a cada momento.

—Sobre eso… simplemente yo quería… no podemos actuar como si fuese la reunión de una junta. Quiero saber qué sientes, cómo estás, en qué piensas, para poder ayudarte, de forma de que con el tiempo podamos volver a vivir una vida normal.

Él estaba contando el tiempo, así que respondió casi de inmediato.

—No sufro de ninguna enfermedad mental, y he recuperado por completo la salud física después del choque. No hay ninguna razón para prever que mis percepciones volverán a estar en fase con las tuyas. Han permanecido sin variación 3’3077 minutos por delante del tiempo terrestre desde el mismo momento en que nuestra nave, abandonó la superficie de Marte.

Hizo una pausa. Janet pensó: «Son las 11:03 por mi reloj, y hay tanto que deseo decir… Pero son las 11:06 y un poco por su tiempo, y él ya sabe que no puedo decir nada. Es un esfuerzo tan grande, superar con palabras tres minutos y algo; bien podríamos estar hablando a través de distancias interestelares.»

Evidentemente él también había perdido el hilo del ejercicio, porque sonrió y alargó una mano, sosteniéndola en el aire. Janet miró a su alrededor. Clem Stackpole se acercaba a ellos con una bandeja llena de bebidas. La situó cuidadosamente sobre la hierba, y cogió un martini, cuyo tallo situó entre los dedos de Jack.

—¡Salud! —dijo, sonriendo, y—: Aquí está su bebida —ofreciéndole a Janet una ginebra con tónica. Para él se había traído una botella de cerveza rubia.

—¿Puedes aclararle mi situación a Janet, Clem? Parece que todavía no la comprende.

Con furia, Janet se volvió hacia el conductista.

—Se suponía que ésta iba a ser una charla privada, señor Stackpole, entre mi marido y yo.

—Entonces lamento que no vaya muy bien. Quizá pueda ayudar un poco. Es difícil, lo sé.

3’3077

Abrió con fuerza la tapa de la botella de cerveza y sirvió el líquido en un vaso. Tomando un sorbo, dijo:

—Siempre hemos estado acostumbrados a la idea de que todo se desplaza en el tiempo a la misma velocidad. Hablamos del flujo del tiempo, asumiendo que hay una única tasa de flujo. También hemos dado por supuesto que cualquier cosa viva sobre otro planeta en cualquier otra zona del universo tendrá la misma tasa de flujo. En otras palabras, aunque hace tiempo que nos hemos acostumbrado a algunas peculiaridades del tiempo, gracias a las teorías relativistas, quizá nos hemos acostumbrado a ciertos errores de reflexión. Ahora vamos a tener que pensar de forma diferente. ¿Me sigue?

—Perfectamente.

—El universo no es de ninguna forma la caja simple que imaginaban nuestros predecesores. Puede ser que cada planeta esté envuelto en un propio campo temporal, de la misma forma que lo está en su propio campo gravitatorio. Por las pruebas, parece que el campo temporal de Marte está adelantado 3’3077 minutos con respecto al de la Tierra. Lo deducimos del hecho de que su marido y los otros ocho hombres que estuvieron con él en Marte no experimentaban ninguna sensación de diferencia temporal entre ellos, y no eran conscientes de nada adverso hasta alejarse de Marte e intentar volver a comunicarse con la Tierra, momento en que la discrepancia temporal se manifestó. Su marido sigue viviendo en el tiempo de Marte. Por desgracia, los otros miembros de la tripulación no sobrevivieron al impacto; pero podemos estar seguros de que, si lo hubiesen hecho, ellos también sufrirían el mismo efecto. Eso está claro, ¿no?

—Por completo. Pero todavía no comprendo por qué este efecto, si es como dice…

—No es lo que yo diga, Janet, sino la conclusión a la que han llegado hombres mucho más inteligentes que yo. —Sonrió al decirlo, añadiendo entre paréntesis—: No es que nosotros no desarrollemos y alteremos nuestras conclusiones cada día.

—Entonces, ¿por qué no se percibió un efecto similar cuando los rusos y los americanos regresaron de la Luna?

—No lo sabemos. Hay mucho que no sabemos. Suponemos que como la Luna es un satélite de la Tierra y por tanto se encuentra dentro de su campo gravitatorio, no hay discrepancia temporal. Pero hasta no tener más datos, hasta no poder explorar más, sabemos muy poco y sólo podemos elucubrar. Es como intentar estimar los resultados de todo un turno cuando sólo se ha golpeado una bola de criquet. Después de que la expedición regrese de Venus, estaremos en mejor posición para empezar a teorizar.

—¿Qué expedición a Venus? —preguntó Janet, confundida.

—Puede que no salga hasta dentro de un año, pero están acelerando el programa. Eso nos ofrecerá datos valiosos.

Tiempo futuro con sus usos y abusos

Janet empezó a decir:

—Pero después de esto seguro que nadie será tan estúpido… —Y se detuvo. Sabía que serían así de estúpidos. Pensó en Peter diciendo: «Yo también voy a ser astronauta. ¡Quiero ser el primer hombre en Saturno!»

Los hombres miraban sus relojes. Westermark miró a la gravilla para decir.

—Esa cifra de 3’3077 seguro que no es una constante universal. Puede que varíe, creo que variará, de cuerpo planetario a cuerpo planetario. Mi opinión privada es que resultará estar relacionada de alguna forma con la actividad solar. Si es así, puede que descubramos que los hombres que regresen de Venus percibirán un continuo ligeramente retrasado con respecto al tiempo terrestre.

Se puso en pie de pronto, con aspecto consternado, con la concentración habiendo desaparecido de su rostro.

—Un detalle que no se me había ocurrido —dijo Stackpole, tomando nota—. Si la expedición a Venus conoce esas ideas de antemano no deberíamos tener problemas para organizar el regreso. Con el tiempo, la confusión quedará corregida y no me cabe duda que acabará enriqueciendo la cultura de la humanidad. Las posibilidades son tan enormes…

—¡Es horrible! ¡Están todos locos! —exclamó Janet. Se puso en pie de un salto y corrió hacia la casa.

O claro que…

Jack comenzó a ir tras ella hacia la casa. Según su reloj, que mostraba el tiempo terrestre, eran las 11:18 y doce segundos; pensó, no por primera vez, que debería invertir en otro reloj, que llevaría en la muñeca derecha y mostraría el tiempo de Marte. No, el de la izquierda tendría el tiempo de Marte, porque ésa era la muñeca que consultaba automáticamente para comprobar en qué momento vivía, incluso cuando se trataba de comunicarse con la especie humana atada a la Tierra.

Comprendió que ahora estaba moviéndose por delante de Janet, según el punto de vista de ella. Sería interesante tener a alguien por delante de él en percepción; entonces él querría conversar, se esforzaría. Aunque le quitaría la sensación de ser perpetuamente el primero en el universo, primero en todo, con todo bañado bajo una extraña luz: ¡luz de Marte! Así la llamaría, hasta que la tuviese clasificada, la visión romántica precediendo a la científica, con un toque del gran gesto permisible antes de que la disciplina le atrapase. O claro, podría ser que sus teorías estuviesen equivocadas, y el cambio de percepción fuese un efecto secundario de un largo viaje espacial; suponiendo que el tiempo fuese cuánti… Suponiendo que todo el tiempo fuese cuántico. Después de todo, envejecer era una cuestión de pasos, no de un progreso continuo, tanto para el mundo inorgánico como para el orgánico.

Ahora estaba de pie, muy quieto, en el jardín. El lustre atravesaba la hierba, haciendo que pareciese quebradiza, casi manchando cada brizna de un diminuto espectro de luz. Si su tiempo perceptivo estuviese más adelantado que ahora, ¿la luz de Marte sería más intensa y la de la Tierra más traslúcida? ¡Qué aspecto tan hermoso tendría! Después de un viaje espacial más largo uno regresaría a un mundo telaraña, retrasado siglos en el tiempo perceptivo propio, una mera encarnación de luz, un prisma. Ansioso, lo visualizó. Pero necesitaban más conocimientos.

De pronto pensó: «¡Si pudiese ir en la expedición a Venus! Si el Instituto tiene razón, quizá me encuentre seis, cinco y medio… nadie lo sabe… pero estaría por delante del tiempo de Venus. Debo ir. Les sería muy valioso. Seguro que basta con que me ofrezca voluntario.»

No se dio cuenta de que Stackpole le tocaba el brazo cordialmente y se metía en la casa. Se quedó mirando el suelo y a través, hasta los valles pedregosos de Marte y los inconjeturables paisajes de Venus.

Las cifras se mueven

Janet había consentido ir a la ciudad con Stackpole. Iba a buscar los zapatos de criquet, que habían vuelto a tachonar; ella pensó que podría comprar un rollo para la cámara. A los niños les gustaría tener fotos de su madre y su padre juntos. Uno al lado del otro.

Mientras el coche corría junto a los árboles, las sombras parpadeaban rojas y verdes frente a su visión. Stackpole sostenía el volante con competencia, silbando. Curiosamente, a Janet no le molestó un hábito que normalmente le hubiese parecido fastidioso, tomándolo como un síntoma de que él no se encontraba por completo relajado.

—Tengo la desagradable sensación de que usted entiende ahora a mi esposo mucho mejor que yo —dijo.

No lo negó.

—¿Por qué lo cree?

—Creo que no le molesta el terrible aislamiento que debe estar experimentando.

—Es un hombre valiente.

Westermark llevaba ya una semana en casa. Janet veía que cada día se alejaban más, y él hablaba menos y permanecía frecuentemente inmóvil, como una estatua, mirando extasiado el suelo. Pensó en algo que en su momento había temido manifestar en voz alta frente a su suegra; pero con Clem Stackpole se sentía más segura.

—¿Sabe por qué nos las arreglamos para existir en una armonía relativa? —dijo. Él estaba reduciendo la velocidad del coche, medio mirándola—. Sólo logramos existir eliminando todos los acontecimientos de nuestras vidas, todos los niños, todas las estaciones. En caso contrario, continuamente tendríamos que enfrentarnos al hecho de lo distanciados que estamos.

Apreciando la nota en su voz, Stackpole dijo tranquilizador:

—Usted es tan valiente como él, Janet.

—Maldito sea el valor. Lo que no puedo soportar es… ¡nada!

Al ver la señal a un lado de la carretera, Stackpole miró por el retrovisor y cambió de marcha. La carretera estaba desierta tanto por detrás como por delante. Volvió a silbar entre dientes, y Janet se sintió obligada a seguir hablando.

—Ya hemos interferido demasiado en el tiempo… me refiero a todos nosotros. El tiempo es una invención europea. Dios sabe cuánto se embrollonará si vamos… bien, si esto continúa. —Le irritaba la falta de su coherencia habitual.

Mientras Stackpole se disponía a hablar, llevó el coche a un área de descanso, deteniéndolo bajo unos arbustos colgantes. Se volvió hacia ella sonriendo con tolerancia:

—El tiempo fue un invento de Dios, si cree en Dios, como es mi preferencia. Nosotros lo observamos, lo domesticamos, lo explotamos donde es posible.

—¡Explotarlo!

—No debe pensar en el futuro como si fuese a caminar con las rodillas sumergidas en melaza o algo. —Rió brevemente, dejando las manos sobre el volante—. ¡Qué clima tan encantador! Me preguntaba… el domingo jugaré al criquet en el pueblo. ¿Le gustaría venir a ver el partido? Y quizá podamos tomar el té luego.

Todos los acontecimientos, todos los niños, todas las estaciones

Al día siguiente tenía carta de Jane, su hija de cinco años, y le hizo reflexionar. Lo único que la carta decía era: «Querida mamá, gracias por las muñequitas. Con amor Jane», pero Janet sabía el esfuerzo que habían representado las letras de dos centímetros de alto. ¿Cómo podía soportar tener a sus hijos apartados de su hogar y su cuidado?

Tan pronto como apareció la idea, recordó que durante la noche anterior se había dicho nebulosamente que si iba a pasar «algo» con Stackpole, era una suerte que los niños no estuviesen de por medio; simplemente, comprendía ahora, para su comodidad y la de Stackpole. Entonces no había pensado en los niños; había pensado en Stackpole, quien, a pesar de la inesperada delicadeza que le había manifestado, no era un hombre que le importase.

—Y otra idea intolerablemente inmoral —murmuró infeliz a la habitación vacía—, ¿qué alternativa tengo a Stackpole?

Sabía que Westermark estaba en su estudio. El día era frío, demasiado frío y húmedo para permitirle el paseo diario por el jardín. Janet sabía que se sentía cada día más aislado, y ella deseaba ayudar, temía sacrificarse a sí misma ante ese aislamiento, deseaba mantenerse aparte, en la vida. Dejando caer la carta, se sostuvo la cabeza entre las manos, cerrando los ojos mientras en el hueso curvo del cráneo escuchaba simultáneamente todas las posibilidades futuras, sendas vitales futuras que se aniquilaban las unas a las otras.

Mientras Janet permanecía en pie paralizada, la madre de Westermark entró en la habitación.

—Te estaba buscando —le dijo—. Eres muy infeliz, cariño, ¿no es así?

—Madre, la gente siempre intenta ocultarle a los demás el sufrimiento. ¿Lo hace todo el mundo?

—No tienes que ocultármelo a mí… especialmente, supongo, porque no puedes.

—Pero yo no sé cuánto sufres , y debería ser recíproco. ¿Por qué nos empeñamos en esta horrible ocultación? ¿A qué tememos? ¿A la piedad o al escarnio?

—A la ayuda, quizá.

—¡La ayuda! Quizá tenga razón… Es una idea desconcertante.

Se quedaron en pie mirándose, hasta que la anciana dijo, incómoda:

—No solemos hablar así, Janet.

—No. —Quería decir más. Quizá lo hubiese hecho con un extraño en un tren; aquí, no podía.

Viendo que no se iba a decir más sobre el asunto, la señora Westermark habló:

—Iba a decirte, Janet, que opino que sería mejor que los niños no regresasen mientras las cosas estén así. Si quieres ir a verlos y quedarte en casa de tus padres, yo puedo cuidar de Jack y el señor Stackpole durante una semana. No creo que Jack quiera verlos.

—Eres muy amable, madre. Ya veré. Le prometí a Clem… bien, le dije al señor Stackpole que quizás iría a verle jugar al criquet mañana por la tarde. No es importante, claro, pero dije… en cualquier caso, puede que vaya a ver a los niños el lunes, si tú puedes defender el fuerte.

—Te queda tiempo de sobra si decides ir hoy. Estoy segura de que el señor Stackpole comprenderá tus sentimientos maternales.

—Preferiría dejarlo para el lunes —dijo Janet… un poco distante, porque ahora sospechaba de los motivos tras la propuesta de su suegra.

Donde no llegó Scientific American

Jack Westermark dejó el ejemplar de Scientific American y miró la superficie de la mesa. Con la mano derecha, sintió el latido del corazón. En la revista venía un artículo sobre él, ilustrado con fotografías tomadas en el Hospital de Investigación. Este artículo reflexivo estaba muy alejado de los textos sensacionalistas que aparecían en el resto de las publicaciones, piezas superficiales que se referían a él como El Hombre Que Ha Hecho Más Que Einstein Por Destruir Nuestra Imagen Cósmica; y por esa misma razón le asustaba más, y presentaba algunos aspectos del problema que el propio Westermark no había considerado.

Mientras reflexionaba sobre las conclusiones, descansaba del esfuerzo de leer libros terrestres, y Stackpole permanecía sentado junto al fuego, fumando un puro y esperando el dictado de Westermark. Incluso leer una revista representaba una hazaña en el espacio-tiempo, una colaboración, una conspiración. Stackpole giraba las páginas a intervalos iguales, Westermark leía cuando quedaban planas. Era incapaz de girarlas cuando, en el propio y limitado continuo de las páginas, no estaban siendo giradas; al tacto de sus dedos, se encontraban bajo el lustre como melaza, la alucinación visual que representaba una inercia cósmica inconquistable.

La inercia ofreció un brillo especial a la superficie de la mesa al mirarla y buscar en su propia mente para determinar la verdad del artículo de Scientific American.

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