Cronopaisajes

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1 REGRESO AL PRESENTE » Hombre en su tiempo

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El autor del artículo empezaba considerando los hechos y comentando que tendían a señalar la existencia de «tiempos locales» a través del universo; y que, si tal cosa era cierta, podría estar próxima una nueva explicación para la recesión de las galaxias y las distintas estimaciones obtenidas para la edad del universo (y claro está, para su complejidad). A continuación procedía a tratar el problema que más desesperaba a los otros que se habían ocupado del tema: es decir, por qué, si Westermark había perdido el tiempo de la Tierra en Marte, no había recíprocamente perdido el tiempo de Marte ya de vuelta en la Tierra. Esto, más que cualquier otro detalle, daba a entender que los «tiempos locales» no eran totalmente mecanicistas sino en cierta medida una función psicobiológica.

Sobre la mesa, Westermark se vio a sí mismo cuando le pedían que viajase de nuevo a Marte, para formar parte de una segunda expedición a esos continentes de arena rojiza donde la estructura del espacio-tiempo se encontraba de alguna forma misteriosa e insuperable 3’3077 minutos por delante de la norma terrestre. ¿Volvería a adelantarse su reloj interior? ¿Qué pasaría entonces con el lustre sobre los objetos terrestres? ¿Y cuál sería el efecto de alejarse gradualmente de las leyes de hierro bajo las que la humanidad había vivido desde que correteaba en la infancia del pleistoceno?

Impaciente, lanzó su mente al futuro para imaginar un día en que la Tierra acogiese muchos tiempos locales, reunidos por los viajes por entre el vacío del espacio; esos vacíos también se extendían en el tiempo, y ese concepto mal entendido (McTaggart había negado su realidad externa, ¿no?) podría llegar a ser comprendido por la humanidad. ¿No era ése el secreto final, ser capaz de comprender el flujo en el que se desarrollaba la existencia, al igual que un sueño se representa en los rincones primitivos de la mente?

Y… pero… ¿no traería ese día la aniquilación del tiempo local terrestre? Eso era lo que él había puesto en marcha. Sólo podía significar que el «tiempo local» no era un producto de los elementos planetarios; aquí el autor del artículo de Scientific American no se había atrevido a avanzar lo suficiente; el tiempo local era por completo un producto de la psique. Ese objeto más íntimo y oscuro que podía mantener un ritmo preciso del tiempo incluso cuando un hombre se encontraba inconsciente no era más que personal; pero se le podía educar para ser un ciudadano del universo. Comprendió que él era el primero de una nueva raza, inimaginable sólo unos meses atrás incluso para la imaginación más calenturienta. Se había independizado del enemigo que, más que la Muerte, amenazaba al hombre contemporáneo: el Tiempo. Encerrado en su interior se encontraba un potencial totalmente nuevo. Supermán había llegado.

Dolorosamente, Stackpole se agitó en su asiento. Se había quedado sentado durante tanto tiempo que sus miembros se habían quedado rígidos y dormidos sin que se hubiese dado cuenta.

Pueden aparecer ideas universales si uno cronometra cuidadosamente el trayecto alrededor de una mesa

—Dictado —dijo, y aguardó pacientemente hasta que su orden recorrió el camino inverso hasta el limbo junto al fuego donde esperaba Stackpole. Lo que tenía que decir era terriblemente importante… y sin embargo tenía que esperar a que esta gente…

Como era su costumbre, se puso en pie y comenzó a caminar alrededor de la mesa, hablando con frases rápidas. Iba a ser el testamento de una nueva forma de vida…

—La conciencia no es prescindible sino concurrente… Puede que hubiese muchos nodos temporales en el comienzo de la especie humana… Los enfermos mentales a menudo revierten a ritmos temporales diferentes. Para alguno, un día parece un fragmento de eternidad… Sabemos por experiencia que, para los niños, el tiempo se refleja en el espejo convexo de la conciencia, ampliado y distorsionado más allá de su punto focal… —Se sintió momentáneamente irritado por el rostro asustado de su esposa que apareció tras la ventana del estudio, pero dejó la irritación a un lado y continuó.

»… su punto focal… Sin embargo, el hombre, en su ignorancia, ha seguido fingiendo que el tiempo era alguna especie de flujo unidireccional, tan homogéneo como el de… a pesar de las pruebas al contrario… Nuestro concepto de nosotros mismos… no, este concepto erróneo se ha convertido en una suposición vital fundamental…

Hijas de hijas

La madre de Westermark no se daba a elucubraciones metafísicas, pero mientras salía de la habitación se volvió y le dijo a su nuera:

—¿Sabes qué creo a veces? Jack es tan extraño que me pregunto por las noches si los hombres y las mujeres no se estarán apartando más y más en ideas y costumbres con cada generación… ya sabes, casi como especies diferentes. Mi generación intentó con todas sus fuerzas reunir a los dos sexos en la igualdad y demás, pero parece no haber servido para nada.

—Jack se pondrá mejor. —Janet podía oír en su propia voz la falta de confianza.

—Tuve la misma idea, con respecto a que los hombres y las mujeres se estaban distanciando cada vez más, cuando murió mi esposo.

De pronto toda la compasión de Janet desapareció. Había reconocido un tópico familiar apareciendo en escena, reconocía bien el tono cuidadoso que eliminaba toda autocompasión cuando su suegra dijo:

—Bob vivía dedicado a la velocidad, ya sabes. En realidad eso fue lo que le mató, no el idiota que entró marcha atrás en la carretera frente a el.

—Nadie culpó a su marido —dijo Janet—. No debería permitir que siguiese preocupándola.

—Pero comprendes la conexión… Ese asunto del progreso. Bob tan loco por llegar el primero a la siguiente curva, y ahora Jack… Oh bien, no hay nada que pueda hacer una mujer.

Cerró la puerta al salir. Ausente, Janet recogió el mensaje de la siguiente generación de mujeres: «Gracias por las muñequitas.»

Las decisiones y los súbitos riesgos que conllevan

Era su padre. Quizá Jane y Peter deberían regresar a pesar de los riesgos que conllevase. Ansiosamente, Janet se puso en pie, moviéndose con súbita decisión para abordar a Jack de inmediato. Estaba tan irritable, tan inabordable, pero al menos podría comprobar lo ocupado que estaba antes de interrumpirle.

Al entrar en el pasillo lateral y dirigirse a la puerta de atrás, oyó que su suegra la llamaba:

—¡Un minuto! —respondió.

El sol había aparecido, evaporando la humedad del jardín. Inconfundiblemente estaban ya en otoño. Dio la vuelta a la casa, esquivó el parterre de rosas y miró al interior del estudio de su esposo.

Agitada, le vio medio caído sobre la mesa. Tenía las manos sobre la cara, le corría sangre entre los dedos y goteaba sobre una revista abierta. Fue consciente de Stackpole sentando indiferente junto al fuego eléctrico.

Lanzó un grito y volvió a correr hacia la casa, para ser recibida por la señora Westermark en la puerta trasera.

—Oh, ahora iba a… Janet, ¿qué pasa?

—¡Jack, madre! ¡Ha sufrido un ataque o algo terrible!

—¿Cómo lo sabes?

—Rápido, debemos llamar al hospital… debo ir con él.

La señora Westermark agarró a Janet del brazo.

—Quizá sea mejor que se lo dejemos al señor Stackpole, ¿no? Me temo…

—Madre, debemos hacer lo que podamos. Sé que somos aficionadas. Por favor, déjame ir.

—No, Janet, somos… ese mundo es de ellos. Tengo miedo. Vendrán si necesitan algo.

Aterrorizada, agarraba a Janet con fuerza. Los ojos desorbitados de las dos mujeres se miraron momentáneamente como si viesen otra cosa, y luego Janet consiguió zafarse.

—Debo ir con él —dijo.

Corrió por el pasillo y abrió la puerta del estudio. Su marido se encontraba ahora en el otro extremo de la habitación junto a la ventana, mientras le manaba sangre de la nariz.

—¡Jack! —exclamó. Mientras corría hacia él, un golpe desde el aire vacío le dio en la frente, de forma que cayó a un lado, contra una estantería. Una lluvia de volúmenes pequeños del estante superior cayó sobre ella y a su alrededor. Soltando una exclamación, Stackpole dejó caer el cuaderno de notas y corrió alrededor de la mesa para asistirla. Incluso al ir en su ayuda, miró la hora en el reloj: 10:24.

Asistencia tras las 10:24 y la perfección de la cama

La madre de Westermark apareció en el umbral.

—¡Quédese donde está —gritó Stackpole—, o habrá más problemas! Janet, mire lo que ha hecho. Salga de aquí, ¿vale? Jack, iré ahora mismo… ¡Dios sabe lo que habrás sentido, aislado y sin asistencia durante tres minutos y un tercio! —Furioso, se acercó y permaneció a un brazo de distancia de su paciente. Arrojó el pañuelo sobre la mesa.

—Señor Stackpole… —dijo tentativamente la madre de Westermark desde la puerta, con un brazo alrededor de la cintura de Janet.

Miró por encima del hombro el tiempo justo para decir:

—¡Traiga toallas! Pida una ambulancia al Hospital de Investigación y dígales que vengan de inmediato.

A mediodía, Westermark se encontraba perfectamente en cama en el piso de arriba y el personal de la ambulancia, que le había tratado de lo que después de todo no había sido más que una hemorragia nasal, se había ido. Stackpole, al volverse después de cerrar la puerta principal, miró a las dos mujeres.

—Creo que es mi deber advertirles —dijo con seriedad— que otro incidente como éste podría resultar fatal. Esta vez hemos escapado sin mayores problemas. Si pasa algo más de este estilo, me sentiré en la obligación de recomendar a la junta el traslado del señor Westermark al hospital.

La forma actual de definir los accidentes

—Él no querría ir —dijo Janet—. Además, está usted siendo absurdo; fue por completo un accidente. Ahora deseo ir arriba y ver cómo está.

—Antes de que se vaya, puedo señalarle que lo sucedido no fue en absoluto un accidente… o no lo que definimos generalmente como accidentes, ya que usted vio los resultados de su interferencia a través de la ventana del estudio antes de entrar. Lo que podría echársele en cara…

—Eso es absurdo… —empezaron a decir las dos mujeres simultáneamente. Janet siguió hablando para decir—: Nunca habría entrado corriendo en el estudio si no hubiese visto que tenía problemas a través de la ventana.

—Lo que vio fue el resultado que tuvo su interferencia posterior en su marido.

En algo parecido a un gemido, la madre de Westermark dijo:

—No entiendo nada. ¿Con qué chocó Janet al entrar corriendo?

—Corrió, señora Westermark, al punto donde su marido se encontraba 3’3077 minutos antes. ¿A estas alturas ya habrá comprendido ese aspecto elemental de la inercia temporal?

Cuando las dos empezaron a hablar simultáneamente, él las miró hasta que se callaron y le miraron fijamente. A continuación dijo:

—Será mejor que pasemos al salón. Al menos a mí, me gustaría tomar un trago.

Se sirvió, y hasta no tener la mano alrededor de un vaso de güisqui no dijo:

—Ahora, sin desear darles una clase magistral, creo que es hora de que comprendan que no están viviendo en el viejo y seguro mundo de la mecánica clásica gobernado por un dios invocado por la ilustración del siglo dieciocho. Todo lo que ha sucedido aquí es perfectamente racional, pero si van a fingir que supera a su inteligencia femenina…

—Señor Stackpole —dijo Janet bruscamente—. ¿Le importaría ir al grano sin volverse insultante? ¿Me contará por qué lo sucedido no fue un accidente? Comprendo ahora que cuando miré a través de la ventana del estudio vi a mi esposo sufriendo por la colisión que para él se había producido tres minutos y algo antes y para mí no sucedería hasta otros tres minutos y algo, pero en ese momento me asusté tanto que olvidé…

—No, no, las cifras están mal. El diferencial temporal total es de sólo 3’3077 minutos. Cuando vio a su esposo, había recibido el golpe hacía la mitad de ese tiempo, 1’65385 minutos, y quedaban otros 1’65385 minutos antes de que usted completase la acción entrando corriendo en la habitación y golpeándole.

—¡Pero ella no le golpeó! —gritó la otra mujer.

Firmemente, Stackpole recondujo su atención el tiempo suficiente para responder.

—Ella le golpeó a las 10:24 tiempo terrestre, lo que es igual a 10:20 más unos 36 segundos de Marte o de su tiempo, lo que es igual a 9:59 o lo que sea en tiempo de Neptuno, lo que es igual a 156 y medio de tiempo de Sirio. ¡El universo es inmenso, señora Westermark! Seguirá confundida mientras siga confundiendo suceso con tiempo. ¿Puedo sugerirle que se siente y tome algo?

—Dejando de lado las cifras —dijo Janet, regresando al ataque… vaya un desagradable oportunista que era ese hombre—, ¿cómo puede decir que lo sucedido no fue un accidente? Espero que no esté afirmando que hice daño a mi marido deliberadamente. Lo que dice sugiere que yo no podía hacer nada desde el momento que le vi a través de la ventana.

—«Dejando de lado las cifras…» —repitió él—. Ahí es dónde se encuentra su responsabilidad. Lo que vio a través de la ventana era el resultado de su acto; para entonces ya era inevitable que lo completase, porque ya se había completado.

A través de la ventana soplan corrientes de tiempo

—¡No lo comprendo! —Se agarró la frente aceptando el cigarrillo que le ofrecía su suegra, mientras ignoraba su consolador «¡No intentes comprender, cariño!»—. Supongamos que al ver que la nariz de Jack sangraba hubiese mirado la hora y pensado «Son las 10:20 o lo que sea, y debe de estar sufriendo por mi interferencia, así que será mejor que no entre», y no hubiese entrado. ¿Su nariz hubiese sanado milagrosamente?

—Claro que no. Tiene un punto de vista mecanicista del universo. Cultive una aproximación mental, ¡inténtelo y viva en su propio siglo! No podría pensar lo que sugiere porque no forma parte de su naturaleza: de la misma forma que no forma parte de su naturaleza consultar el reloj con inteligencia, de la misma forma que siempre «deja de lado las cifras», como dice. No, no es un ataque personal; es un rasgo muy femenino y en cierta forma atractivo. Lo que digo es que antes de mirar por la ventana debería haber pensado: «Vea como vea a mi marido ahora debo recordar la experiencia adicional de los próximos 3’3077 minutos», entonces hubiese podido mirar y lo hubiese visto perfectamente, y no hubiese entrado corriendo como lo hizo.

Aspiró el cigarrillo, confusa y herida.

—Dice que soy un peligro para mi propio esposo.

Usted lo dice.

—¡Dios, cómo odio a los hombres! —exclamó—. ¡Son tan puñeteramente lógicos, tan puñeteramente engreídos!

Stackpole se terminó el güisqui y dejó el vaso sobre la mesa junto a Janet para acercarse.

—Ahora está disgustada —dijo.

—¡Claro que estoy disgustada! ¿Qué se cree? —Se resistió al deseo de llorar o cruzarle la cara. Se volvió hacia la madre de Jack, que suavemente la tomó por la muñeca.

—¿Por qué no te vas directamente y te quedas con los niños durante el fin de semana, cariño? Vuelve cuando te sientas mejor. Jack estará bien y yo puedo cuidarle… en la medida en que él quiera que lo cuiden.

Janet miró la sala.

—Lo haré. Haré las maletas de inmediato. Les alegrará verme. —Al pasar junto a Stackpole para salir, dijo con amargura—: ¡Al menos a ellos no les preocupará el tiempo local de Sirio!

—Puede que tenga que preocuparles —dijo Stackpole imperturbable desde la mitad de la sala— algún día.

Todos los acontecimientos, todos los niños, todas las estaciones

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