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2 VIAJES AL PASADO » El día que hicimos la Transición

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Isabel me mintió. No le guardo rencor por ello. Lo sabemos todo sobre nosotros, hay demasiadas posibilidades sobre el futuro. En realidad hay tantos futuros que simplemente deja de interesarte saber algo de ellos. Por eso no me dijo la verdad y se lo agradezco, impone un poco empezar a vislumbrar todas las implicaciones de pertenecer al GEI.

Antes de atravesar el portal, he consultado todos los ficheros disponibles sobre Isabel. Así que ahora lo sé todo de ella. No de primera mano. Es la primera vez que la recluto en esta vida, así que no dispongo más que de una abundante información sobre sus alistamientos anteriores, pero son informes fríos, sin alma, sin conciencia, sin respeto por ella misma.

Por eso he decidido ser mi propia memoria, creo que más de una vez habré pensado en hacerlo, en escribir para dejarme a mí mismo el relato de mis vivencias con Isabel, lo único que realmente me importa. Está claro que siempre voy a estar aquí, así que será mejor tener unos buenos registros de mis propias emociones y sentimientos; quizás en algún momento me canse y los borre, pero será la decisión de otro Mikel, no la mía. Quizá logre que Isabel colabore. Todos los Mikel que me sigan tendrán siempre la oportunidad de acceder a todo esto que estoy escribiendo.

Estoy caminando por los pasillos de la universidad donde Isabel cursa sus estudios y voy a su encuentro. Antes de llegar aquí he tenido que evaluar cuáles eran mis sentimientos hacia Isabel en este momento. Intento ser lo más ecuánime posible para que éstos no interfieran en la operación, que debería tener, ineludiblemente, éxito. Es curioso cómo algunas veces Isabel se ha negado en rotundo a ser enrolada; una vez me ocurrió a mí y creo saber por qué, aunque es algo que no he dicho a nadie. He descubierto que las primeras horas son cruciales en su comportamiento posterior conmigo, así que lo primero que tenía que hacer era establecer qué quería yo exactamente, esta vez, de ella. Somos como pequeños dioses decidiendo sobre la vida de los demás. Volviendo una y otra vez a tomar las mismas decisiones. Hay que ir con cuidado, pues de lo que sí estamos seguros es de que, en algún momento, las cosas serán a la inversa y por tanto es necesario trabajar y comportarse de forma honrada para que luego recibas el mismo trato.

Según los registros, con Isabel he explorado ya algunas variaciones, no sólo en cuanto a tipos de relación sino incluso de edad. Tengo tres momentos concretos en los cuales estoy razonablemente seguro de su comportamiento. En la primera es cuando tiene 23 años, es un poco alocada pero su intuición y seguridad son brillantes; la segunda es cuando tiene 26, es su mejor momento, acaba de salir de una relación fallida, está desencantada de su trabajo y los hombres, ha decidido refugiarse en el estudio, no ha perdido sus mejores cualidades. La tercera es cuando tiene 32 años; a mí, personalmente, es cuando más me gusta. Es mucho más seria, aposentada, y su carácter ha perdido muchas de esas asperezas que me irritan cuando nos peleamos. Nunca he ido más lejos, en la mayoría de las líneas temporales; a los 33 Isabel inicia una relación duradera y nunca me ha apetecido explorar mucho más allá de ese punto.

Esta vez he escogido a la más dura de las tres Isabel que prefiero. Ella tiene 26, me va a mirar con desconfianza, se ha cerrado sobre sí misma desde que su último compañero la decepcionó. Desde luego no lograré nada hoy, es lo que prefiero, en estos momentos no me interesa el sexo. Creo que sería incapaz de decirle cuánto la amo, incapaz de explicarle en qué tremendo lío temporal nos hemos metido. Isabel no lograría entender por qué me lamento, estando como está, delante de mí. Me recordaría demasiado a aquella otra Isabel tan familiar y cercana que me acaba de dar un beso y me ha deseado suerte antes de entrar en el portal. Ambos tenemos que pasar por un período de adaptación mutuo, bueno, esta vez sólo yo, para ella todo será nuevo y por lo tanto atractivo.

Tengo por delante tres días para hablar con ella. Isabel va a faltar a sus clases, ya he reservado mesa para mañana en el Gorría Atemparak de Barcelona. Iremos al teatro y repetiremos Aída; según los registros la he visto incontables veces, para ambos será la primera vez. Pasearemos junto a la playa y, poco a poco, le iré soltando el hilo de la enorme madeja que oculto. Quizás, al final, acabemos en la cama, quizá no, eso es una de las pocas cosas que no me atrevo a predecir.

Me estoy acercando, sólo debo girar un recodo y la tendré a la vista. Me prometo tener cuidado de mí mismo, de ella, de los dos. No quiero pasar por esto, se me hace duro.

Hay gente, mucha gente en los pasillos, están saliendo de las clases. Por un momento dudo de que me sea posible verla. No tengo miedo, sé que está allí, esperándome a que llegue y le diga que lo siento.

Todos los registros, todas las grabaciones no me han preparado para su deslumbrante aparición. Ella está allí, en el lugar preciso y a la hora adecuada. Tiene esa mirada risueña y alegre, sus ojos brillantes son dos focos de luz. Sus labios dibujan una sonrisa que nunca deja de ser una invitación. Me ha mirado desde lejos sin reconocerme, no tiene por qué, viene hablando con una compañera y así seguirían si yo no me interpusiese en su camino. Ella todavía no sabe quién soy, no ha desviado la mirada hasta que ha estado encima de mí. Yo simplemente he tropezado con ella y los libros se le han caído. No he podido sino sonreír ocultando la cara. Le estoy diciendo que lo siento y ella escucha una simple disculpa, en realidad le estoy pidiendo perdón por lo que le estoy haciendo, por arrancarla de su línea temporal, por amarla, por llevarla lejos y quizá por matarla una y otra vez, pero no puedo hacer otra cosa. ¿Qué mejor equipo que aquel que ya está formado? Aquel de cuyos miembros se conocen todas sus reacciones, y está probada su valía y capacidad. ¿Quién nos impide reclutar continuamente a los mismos agentes cuando hay millones de copias casi idénticas de ellos en millones de mundos similares?

Hablo, pero no me escucho, sólo tengo oídos para ella. Recito una canción aprendida hace demasiado tiempo.

Cierro los ojos, entiendo por fin lo que ella sintió cuando fue a mi encuentro en el parque, busco tiempo desesperadamente para recuperarme, dejo que me envuelva con su olor…

La situación tiene algo de poética. Isabel vuelve a estar aquí, siempre ha estado, nunca se ha ido. Sólo debo entregarle los recuerdos que ha perdido, para que sea de nuevo ella.

Cuesta darse cuenta, cuando por fin lo entiendes quieres olvidarlo, quisieras no sospecharlo siquiera, pero llega este momento y te das de bruces con la amarga realidad. Ahora sé que somos inmortales, no tenemos futuro, pero ¿qué importa cuando disponemos de un presente perenne? Hay millones de Isabel que me están aguardando. Todas ellas al alcance de mi mano. Todas ellas esperando su propia fracción de eternidad.

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